Ojarasca 55 noviembre de 2001

umbral

A Digna Ochoa, porque su lucha sigue.
Sólo puede seguir.


Mientras no se ha perdido todo, no se ha perdido nada. México está íntegro, completo, y dueño de sí de una manera que escurre entre los dedos del poder confundido. México nación, México realidad, un nombre y lo que designa, concepto de identidad plural, punto en el mapa y en la conciencia presente de la humanidad.

En la polvareda de los debates y los conflictos que surcan el país, expresión de lo que cambia y lo que sencillamente está, hay un pueblo que ya rebasó los manuales sociológicos marxistas y funcionalistas, las definiciones neoliberales y los novísimos proyectos bancomundialistas del eje Washington-Berlín-Tokio (y administraciones intermedias). Un pueblo que aprende caminando. Ya tiró una dictadura de setenta años, ya juega cosas parecidas a la democracia, ya palpita en una sociedad civil aún protéica, que a veces parece todavía verde o ciega, pero siempre cargada de posibilidades.

Es natural que de las catacumbas salgan ratas. La corrupción no se ha ido. Tampoco la soberbia de un poder más acotado de lo que cree. Hay nuevos enemigos de la gente: un narco polimorfo, una venta a trasmano de la patria que ni Santa Anna en sus años de peor cojera. La muerte de Digna Ochoa significa un mensaje, sí, y tétrico, pero es también un estertor. Los poderes que se creían intocables han descubierto su vulnerabilidad.

Y eso es bueno. Cuántas vidas más debe costar a los mexicanos llegar a la justicia, la libertad de ser uno y ser distinto, la democracia de todos, la soberanía abierta pero soberana. La sociedad viva de México hará que los asesinos de Digna sean desenmascarados y castigados. Logrará que se castigue a todos los ladrones y asesinos que andan sueltos. Que los prisioneros por defender derechos justos, los falsamente acusados, los perseguidos de oficio, recuperen su libertad, no por "humanitarismo" de un Estado caritativo y misericordioso, sino porque la merecen, así como merecen que su voz no se deje de escuchar.

Cuánto dolor, cuánta resistencia, cuánta rabia más ha de sufrir el pueblo mexicano que ya cimbró varias veces las puertas del poder en pocos años. Si los partidos políticos se borran en el magma que de por sí hay, peor para ellos. Si el Congreso no sabe representar, qué espera de sus leyes nacidas para traicionar. El PRI ya se fue; que los nuevos pongan sus barbas a remojar.

La velardiana novedad de la patria no ha hecho sino comenzar. Los pueblos indios ya no se mermarán porque unos cuántos líderes se vendan al mandamás. Las elecciones serán manipulables a veces, todavía, pero ya nadie se las volverá a robar.

Y no sólo lo harán las urnas. El cambio viene en oleadas, desde la verdadera profundidad. Eso ni los noticieros, ni las encuestas de mercadotecnia, ni las balas lo podrán maquillar, mucho menos callar. Son ya muchos los mexicanos que han decidido no dejarse. Millones los que hacen, en su lugar y a su modo, la resistencia.

Lástima por los planes Puebla-Panamá en tiempos de guerra y sed de petróleo, de apocalipsis aprovechables para aplastar, de la bobería mediática. Una nación en movimiento, tanto en arraigo ejemplar como en emigración activa (y no pasiva como tantas migraciones que han hecho del planeta actual el espacio del mayor exilio en la historia de la humanidad). Los mexicanos: un millón y pico de personas que, más allá de sus cincuenta y tantas lenguas, sus religiones o no, sus ideologías o qué, son una sola y misma nación.

A veces las noticias y los desfiguros de las clases política y/o empresarial pueden llamar a desaliento. La criminalidad al parecer incontrolable, al parecer impune, puede invitar al miedo y la rendición. La impostura de la globalidad capitalista puede parecer impuesta sin remedio. El corazón de la patria no se mocha como un escudo presidencial, no se abarata como banderita tricolor para ir al estadio.

Maquilas y fronteras, cárceles y aranceles, fobaproas y escuadrones de la muerte, militarización y venalidad de la justicia, subastas de los principios internacionales y los derechos conquistados por un pueblo que ya hizo su independencia, su reforma, su revolución, y se juega su siguiente transición. Por el mero peso de la inocultable vitalidad del pueblo de pueblos que es México, los jinetes globalilálicos del apocalipsis virtual no pasarán.
 


JUA RULFO7
Foto: Juan Rulfo
 

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