Jornada Semanal,  21 de octubre del 2001                              núm. 346
 Diane Johnson

Fernande Olivier: artista y modelo

 
En este ensayo se habla sobre Amando a Picasso. El diario privado de Fernande Olivier, traducido por Christine Baker y Michael Raeburn al inglés y por Helena Guardia al español. Fernande Olivier, “que podía haber sido inventada por Zola”, llevó una vida con pocas esperanzas y la contó en unas memorias consideradas por Norman Mailer como cursis y chismosas. A pesar de eso, estas memorias siguen siendo “una de las fuentes principales de información sobre el círculo de Bateau Lavoir y de los primeros días de Picasso 
en París”.

Mucha gente recordará una exposición en el Museo de Arte Moderno [de Nueva York] hace algunos años, de los retratos de los hijos, las esposas y los compañeros de Picasso. Este conjunto revelaba sus intereses cambiantes y la creciente profundidad de su maestría a lo largo de unos setenta años. Era también, hasta cierto punto, un autorretrato de su vida emocional a medida que aumentaba su fama y experiencia y, tal vez, conforme profundizaba en la objetivación profesional de sus modelos que reflejaba, principalmente, una experimentación formal independiente de la relación que Picasso mantenía con ellos. Pero los retratos de su primera mujer, Fernande Olivier, de sus periodos rosa y azul y de sus primeros experimentos con el cubismo, son la obra de un joven amante, lo que los distingue de sus retratos más tardíos, más abstractos y más experimentales de las muchas otras mujeres que habrían de llegar a su vida después de ella.

A pesar de su nombre, Amando a Picasso, este atractivo libro –que contiene una versión de los primeros diarios y de los últimos escritos de Fernande, con ilustraciones y fotografías– resulta verdaderamente interesante por la mujer en sí misma, aunque sólo sea porque la vida de Picasso durante su primera estancia en París es ya muy conocida y está muy bien documentada gracias en parte a lo que ella publicó sobre el tema. Este texto es, aparentemente –resulta un poco difícil unir los fragmentos–, una retraducción de otros dos textos, su Picasso et Ses Amis (Picasso y sus amigos), publicado en los treinta, y Souvenirs Intimes (Recuerdos íntimos), basado en los diarios de su infancia, hoy perdidos, y publicado después de su muerte.

Esos diarios, que comenzó a escribir a los quince años, nos ofrecen una vívida imagen de una adolescente francesa a finales del siglo xix, posiblemente sin verse alterados por el poder retrospectivo de la fama de Picasso. La intensidad de Fernande había confiado sus pensamientos a la página escrita con una articulada franqueza y varios golpes de sensacionalismo –"sentir las pesadas, peludas manos de Paul sobre mis pechos, sus ojos inyectados devorando mi cuerpo, es horrible"–, dejándonos un brillante retrato de sí misma, una joven de una alegría poco común, si bien volátil, y de la vida parisina común y corriente en esa época: los problemas familiares y escolares, lo que la gente comía y hacía, las lecturas que debieron haber tenido.

Nacida en 1881 con el nombre de Amélie Lang en la clase media baja en el barrio de las costureras en París, Fernande Olivier fue una especie de Cenicienta, una hermosa niña abandonada en manos de una tía mezquina por una madre que casi nunca la veía, de padre desconocido. Fue criada puntillosamente, aunque resentida, por aquella tía que defendía a su propia hija, mucho más ordinaria que ella, de la simpatía del tío, que parece haber sido el único hombre –en un grupo de hombres en la familia que incluía al Abuelo– que nunca intentó molestarla. Anhelaba ser amada: "No sé por qué mi tía no me quiere –escribió–; después de todo, si no soy parte de la familia no es mi culpa... Si menciono a mis padres, si hago preguntas sobre mi madre, nadie me responde, esquivan mi mirada." Ansiaba incluso tener comida suficiente. A ella le darían, por ejemplo, la cabeza del conejo, "así que, durante esos días, me quedaba sin comer carne, porque siempre me ha parecido repugnante comerme la cabeza de cualquier cosa".

Podría haber sido inventada por Zola. Su vida fue dura, pero quizá muy similar a la de muchas otras niñas de su misma clase social en esa época; y su tono a menudo emocional, no del todo inapropiado para una quinceañera, estaba influenciado por las novelas populares con las que se fugaba: "Amo leer, es mi pasión. Escondo los libros que sustraigo de la biblioteca de mi tío." Leyó a Eugenio Sue, a Daudet, a Hugo. Cuando cumplió los dieciséis, arreglada con ropa mal ajustada que le cortaba su tía y le cosía la costurerilla del barrio, "obtuve el primer lugar en composición en francés, en historia, declamación, lectura e inglés. Lo que más me sorprendió fue ganar el segundo lugar en dibujo: el maestro siempre me regaña porque mis sombras son demasiado oscuras –y porque me como el carboncillo. Se supone que blanquea los dientes".

Marilyn McCully reconoce en el prólogo que la autenticidad y el estilo de estas memorias han sido cuestionadas o ridiculizados por críticos como Norman Mailer y Rosalind Krauss. Esta última los considera fraudulentos y embarazosos, y deplora su estilo de novela romántica. Pero bien se puede argumentar que ese estilo, sin lugar a dudas influenciado por las lecturas de la joven (y de la mujer), arroja una luz interesante sobre el estilo muy similar de las novelas de Claudine, de Colette, y sobre sus vívidas narraciones sobre sexo, sugiriendo que éste, también, surgió de lo que obviamente era la manera en boga de hablar o por lo menos de escribir sobre el tema. La pregunta que persiste es si Fernande, la mujer adulta que escribe a los cincuenta años, se venga un poco de Picasso al escribir que le "horrorizaba" su "falta de higiene personal. No me atrevo a hacérselo sentir; es un asunto muy delicado, pero ya le daré la vuelta". ¿O fue esta una observación de aquel entonces?

Dado lo interesantes que resultan los detalles cotidianos, es una verdadera pena que al juzgarlos amateurs, el editor, aparentemente, haya abreviado pasajes sobre la vida de Fernande en la escuela y en su casa, en pro de otros, escritos durante la época de Picasso (a pesar de que éstos, en efecto, son fascinantes y a veces notablemente brillantes). Finalmente parece no importar a qué edad añade Fernande cuáles detalles; todo el conjunto es la obra de una talentosa observadora cuyo enfoque a veces egocéntrico no demerita la ligereza y encanto de su narrativa.

A los dieciocho, cándida y loca por los muchachos, Fernande es raptada por un conocido, violada y obligada por su tía a casarse con él. Su tía y su tío sienten alivio al deshacerse de ella. Ni siquiera Zola tenía el candor de Fernande en relación al sexo. Sólo que a ella le espanta: "¿Esto es el amor en realidad? ¿Esta cruel y brutal posesión, esta demencia masculina que satisface su pasión por una mujer en un delirio bestial?... Me parece inmundo y odioso." Y después: "¿Recibir placer de –de eso? No es posible, es repugnante."

Fernande anota con decisión los espeluznantes detalles de este desventurado episodio. Pelean; él la golpea, la encierra (como Willy y Colette) y esconde sus zapatos. ("¿Y yo qué? –dice él–, ¿No debería quejarme de tu frialdad y de tu descuido en la casa? Nunca haces nada para complacerme, y yo me tengo que excitar con tu disgusto, con tu rechazo y con tu frigidez, cuando me hubiera gustado hacerlo con tu amor.")

A pesar de que a ella no le gusta, el sexo será su medio para escapar algunos meses más tarde, cuando la esposa indomable huye y es recogida, ese mismo día, por un escultor, se embarca en una carrera de modelo y encuentra un lugar en el bien establecido demimonde de artistas, semiprostitutas y espíritus libres de Montmartre. Es una vida que parece ejemplificar todos los aspectos de las óperas y novelas de la época, una vida que le encaja muy bien. Aun cuando todavía no goza haciendo el amor, su primer protector, a quien ella llama Laurent Debienne, la complace en otro sentido: "Esta es, por fin, la vida de una querida con su amante. ‘Eres dulce’, me dijo él. ‘Todavía no conoces la sensualidad, pero eso vendrá después, yo soy paciente.’"

"En verdad es muy paciente, pero esta cualidad en él es en realidad un defecto", añade. Tiene una experiencia sexual muy placentera con su cuñada –"¡Experimentar esa sensación tan celestial con tan poco esfuerzo!"– y aprende a disfrutar las atenciones del pintor catalán Joaquim Sunyer, si bien no lo ama, y que la llevan a la conclusión de que el sexo y el amor no son la misma cosa.

Ella está lejos de ser paciente, y vuela de hombre en hombre. Es promiscua y se respeta a sí misma, está fascinada con su independencia, con su belleza y con la admiración que provoca. Sus intermitentes intentos de aprender, leer y pintar nunca son alentados por los hombres que la mantienen, para quienes su rol de modelo y amante parece ser más que suficiente, en especial para el convencionalmente macho Picasso. El suyo es un vivo retrato del joven pintor español, con quien se va a vivir en 1905 a los estudios de Bateau Lavoir, famosos por su relación con los impresionistas.

"Desde hace algún tiempo me lo encuentro en todas partes, me mira con sus ojos enormes y profundos, penetrantes pero melancólicos, llenos de un fuego contenido. No me parece particularmente atractivo, pero su mirada extrañamente intensa me obliga a devolverle la mirada, aunque nunca le he respondido cuando intenta entablar conversación conmigo. No sé dónde ubicarlo en la escala social y no puedo calcular su edad", escribe (él tenía veintitrés). "Sus pinturas son asombrosas", añade. "Hay algo mórbido en ellas, algo muy perturbador, pero también me siento atraída."

Y más adelante: "Creo que Pablo me gustaría más si sus sentimientos de auténtica ternura no estuvieran teñidos por el deseo. ¿Soy diferente a los demás al sentir horror por el acto sexual?" Pero después de que Sunyer le enseña "un lado de la vida que yo nunca había conocido", ella se siente, al fin, "feliz en los brazos de Pablo, mucho más feliz de lo que nunca fui con Sunyer. Lo amo; lo voy a amar tanto. Él no quiere que yo siga modelando, lo cual es un problema." Todo está bien si termina bien, hasta cierto punto. Los problemas no terminaron. Picasso era celoso, no la dejaba trabajar o salir sin él, hacía berrinches, tenía horarios excéntricos.

Fernande vivió con Picasso de 1905 a 1912; pero su vida no fue más fácil después de la separación, cuando Picasso se fue con Eva Gouel y Fernande se entregó a una serie de relaciones de las cuales ninguna duró mucho tiempo. Conforme su situación económica empeoraba, ella intentaba ganar algún dinero escribiendo sobre su cada vez más famoso amante. En los treinta publicó seis extractos de unas memorias basadas en sus diarios. Los detuvieron las amenazas de Picasso; él se sintió ofendido por las revelaciones que hizo de cuando fumaban opio y de su vida por lo general desordenada. No tuvo éxito en detener la publicación del libro Picasso y sus amigos (1933), y estas memorias siguen siendo una de las fuentes principales de información sobre el círculo del Bateau Lavoir y de los primeros días de Picasso en París. Por lo general, ella era una observadora bastante aguda y conocía a todo el mundo, desde Modigliani hasta Apollinaire. Su opinión sobre los amigos era que "si bien todos parecían estar unidos por un gran afecto, cuando alguien se iba, los demás comenzaban a hablar mal de él. No es posible que haya existido nunca otro círculo de artistas en donde la burla, el encono y las palabras hirientes hayan sido más predominantes".

En los cincuenta intentó publicar otras memorias, basadas también en sus diarios, y de nuevo se encontró con la oposición de Picasso, así como con la de la industria Picasso en general. El interesante prólogo de McCully a Amando a Picasso, y un epílogo escrito por el connotado historiador de arte y biógrafo de Picasso, John Richardson, detallan la historia del resto de su vida. Pobre y artrítica, enseñaba francés, dibujo y dicción en un intento por mantener el cuerpo y el alma unidos, pero con el tiempo se vio obligada a recurrir a su antiguo amante para pedirle ayuda. A través de los buenos oficios de los amigos, Picasso le pagó una pequeña pensión –y un millón de francos por no publicar su nuevo texto, el ya referido Recuerdos íntimos que vio la luz después de la muerte de ambos.

Una nota final un tanto balzaciana: cuando Fernande murió, sola, en 1966, a los ochenta y cuatro años de edad, un vecino entró y se robó los bonos al portador que había comprado con el dinero que obtuvo de Picasso.

Traducción de Helena Guardia