Jornada Semanal,  30 de septiembre del 2001 
 Diario del ’68
(fragmento)

Miguel Torga

Coimbra, 20 de marzo de 1968. El grito viene de Checoslovaquia y lo lanzan los jóvenes:

­¡Abajo los policías! ¡Vivan los poetas!

No sé qué habrá pensado el resto del mundo al oírlo, pero lo supongo. El hombre, y la humanidad, por extensión, suele guardar en el baúl de la cobardía el oro de ley de los valores eternos, y pone en circulación el níquel de los antivalores temporales. Pero llega un momento en que no puede más y se desahoga. Y entonces proclama a voz en grito el secreto que estaba escondiendo y la mentira en que vivía. Esta vez la osada voz de la juventud ­que es siempre la primera en denunciar las ambigüedades y las contradicciones sociales­, condena a los guardianes del orden muerto y glorifica a los cantores del orden vivo. Y no es difícil imaginar el eco que este clamor subversivo habrá encontrado en los corazones angustiados de los cinco continentes. Las cuerdas de la lira de Orfeo nunca han encadenado a la libertad...

Coimbra, 30 de marzo de 1968. Jamás me había sucedido una cosa así, pero hoy me ha ocurrido: ofrecerle espontáneamente un libro mío a una persona desconocida, sintiéndome feliz por haberlo escrito.

Cuando la hice entrar, ni por un asomo podía suponer el desenlace de la consulta. Mi imaginación falló miserablemente frente al azul intenso y profundo que llevaba en los ojos.

­Usted dirá...

Se explicó, la reconocí, le receté, y en el último momento, al despedirnos, fue cuando escuché maravillado el relato refrenado y dramático de una ancestralidad disconforme con un destino fuera de su medio ambiente. Su padre, su abuelo y sus bisabuelos pescadores, y su madre, campesina, librando a los hijos de la servidumbre oceánica para ponerlos a servir en tierra firme. Sus hermanos aceptaron de buen grado este exilio. Ella no. La devoraban las saudades de la lonja y los canastos. Las olas le golpeaban en los oídos día y noche, y, pasase lo que pasase, tenía que volver para casarse con un muchacho de la costa y seguir la tradición de la familia. Lejos de las redes y de la sal, la vida no era vida.

Menuda y delicada, se iba transfigurado de tal manera según hablaba, que parecía un patrón a la proa del barco.

­Fíjese que hay días que no puedo ni ir al mercado. Veo un puesto de pescado y me echo a llorar.

Y en ese momento perdí yo también la compostura:

­Espere un momento... ­uní a la receta un volumen de Mar­. Léalo, a ver si le gusta...

Chaves, 11 de abril de 1968. ¡Qué pueblo éste! Le hacen de todo, se lo quitan todo, se lo niegan todo, y sigue arrodillándose cuando pasa una procesión.

Orense, 12 de abril de 1968. Abriéndome camino entre esa multitud apesadumbrada que llenaba la Catedral para asistir a los Oficios del Viernes Santo, me han dado ganas de aconsejarle a la Iglesia que cambie su capital y la traiga a España, y que, en vez de romana, se llame castellana. El catolicismo ya sólo se toma en serio aquí.

Coimbra, 26 de mayo de 1968. Las revoluciones no se hacen con el catecismo en la mano, digan lo que digan los ideólogos ortodoxos, como ahora se está demostrando en Francia. Se han dado todas las condiciones exigidas por la teoría ­sublevación consciente en la calle, medios de producción en manos de los trabajadores, la pequeña burguesía de acuerdo, el campesinado lo mismo, el poder en un aprieto­, y nada. Es que los textos sagrados ­e incluso los profanos­ no valen más que lo que vale la libertad de los que los lean.

Coimbra, 30 de mayo de 1968. La agitación estudiantil se ha extendido. Pero esta vez no se trata del habitual ciclón devastador común a todas las generaciones. El cataclismo, ahora, es sísmico. Lo que antes ocurría superficialmente, tiene lugar actualmente en profundidad. La juventud no pretende mejorar, aumentar o superar lo que existe; quiere, sencillamente, destruirlo y empezar de nuevo. Demolición total y total reconstrucción. Y esto nos hace concebir esperanzas. Todo lo que sea vincular el futuro a esta ambigüedad burguesa, es viciarlo. Una sociedad que comete, permite o colabora en monstruosidades como las de Vietnam, que ha burocratizado los sentimientos, que, como ninguna otra de la Historia, oprime tan universal y sistemáticamente al espíritu humano, ni merece seguir existiendo, ni merece siquiera dejar huellas. Por ello, hace falta otro orden de cosas, otra economía, otra cultura, otro sistema de enseñanza, otra moral. Y otro rostro humano, incluso, si puede ser, para que mañana nadie pueda recordar con vergüenza que ha habido gente como ésta de ahora.

Medicina y enfermedad

Coimbra, 1 de marzo de 1972. El amor al prójimo, que los discípulos oficiales de Cristo predican de memoria, es eso que mi profesión me enseña diariamente: estar siempre disponible para ayudar a mi semejante, de noche, de día, a todas horas, con la misma solicitud, la misma paciencia, la misma comprensión. Oír lamentos, secar lágrimas, suavizar sufrimientos, sembrar confianza. Darle a cada alma que sufre una solidaridad real, siendo concretamente servicial, como el autor del Mandamiento lo fue, imponiendo las manos, exorcizando, curando y resucitando...

Coimbra, 20 de marzo de 1972. Tiempos modernos, de Charlot, con el mismo entusiasmo y la misma admiración que despertó en mí esta película la primera vez que la vi. El genio es esto. Es prever el futuro eternamente.

Lisboa, 20 de junio de 1972. Otra letra en blanco que el destino me exige y que voy a firmar mañana. Todavía no sé si será una condena o un don este sino de tenerme que pasar la vida dando saltos mortales, con los ojos vendados, sobre precipicios sucesivos.

Lisboa, Hospital de S. Luis, 22 de junio de 1972.  Viene una enfermera a hacerme una lavativa, otra a tomarme la temperatura, otra a traerme un comprimido, un tipo a afeitarme el campo operatorio, y, finalmente, se presenta una monja de cierta edad a intentar colgarme una medallita del cuello. Y ahí se me acabó la paciencia.

­Hermana ­le dije casi gimiendo­. Perdone, pero llévesela. Quien le ha inspirado este acto sabe perfectamente que estoy a su merced y que de nada vale pedirle misericordia. Los poderosos, cuando deciden, deciden. Y ya que ha decidido someterme a una prueba más, que vaya hasta donde entienda y que asuma toda la responsabilidad de la violencia. Además, él no debe querer el servilismo implorante de una criatura suya medio anestesiada ya, disminuida y semiconfusa. ¿Qué valor podría tener un homenaje así? Y ya para no mencionar la hipótesis casi segura de que debo de estar llamando a la puerta de una casa vacía... Bien sé que hay un proverbio que dice que el náufrago se agarra a un clavo ardiendo y que esa sería mi situación. Pues no. Mientras mi cuerpo y mi espíritu puedan bracear, nunca jugaré sucio levantando las manos por cálculo, ante ningún altar. Pero suponiendo que sí, que exista un dios al que mi miopía no me deja ver claramente, quiero creer que es precisamente esta actitud de rebeldía lo que espera de mí. Trágicamente colocadas en una duda irremediable, nuestras relaciones tendrían que ser, y lo fueron siempre, difíciles, pero viriles. De poder a poder. El inconformismo humano enfrentado a la omnipotencia divina. Deje que continúen así.