sabado Ť 29 Ť septiembre Ť 2001

Luis González Souza

Mundo nuevo: justo y digno para todos

Si ha de terminar en algo positivo la "crisis de las Torres Gemelas de Nueva York", y si en verdad México desea ser un buen amigo de Estados Unidos, lo primero que habría de hacerse es informar allende el río Bravo que el mundo ya cambió y que ya no es como las películas de "indios y vaqueros", ni siquiera si se actualiza a la de: "con Estados Unidos o con los terroristas". Lo segundo sería informar, de este lado del Bravo, que la nueva bronca mundial desatada por dicha crisis no es con todo Estados Unidos, sino sólo con los neovaqueros-halcones, hoy encabezados por Bush Jr., y sus alguaciles ahora globalizados (ƑFox prototipo?). Con la sociedad estadunidense más bien hay solidaridad y condolencias por los muertos del 11 de septiembre y, de paso, por los muertos de siempre, hayan sido por ya incontables guerras de sus gobernantes o por simple tedio o "robotización" de sus vidas. Si no fuimos del todo convincentes cuando lo sugerimos en Washington, DC, hace unos años, ahora es más clara la pertinencia de completar la Mexico Solidarity Network con una Red de Solidaridad con Estados Unidos. Hoy es por completo claro que, independientemente de la fuerza de nuestros países, todos los pueblos podemos y debemos dar y recibir la solidaridad de los demás. He ahí un primer marcapasos de un mundo nuevo.

Regresando al tradicional y desgastado maniqueísmo de los gobiernos estadunidenses -ayer "indios o vaqueros", hoy "con Estados Unidos o con los terroristas"-, de entrada debemos informar que muchos ciudadanos del mundo, acaso la mayoría, no estamos ni con unos ni con otros. Estamos en contra de todo terrorismo (estatal o no, abierto o encubierto), pero sobre todo, estamos a favor de un mundo nuevo que, para empezar, los haga inoperantes a todos ellos: desde el terrorismo del mercado y del desempleo hasta el de las bombas, las guerras y los avionazos.

Confirmando el alcance "civilizatorio" de la crisis mundial, los bombazos del 11 de septiembre golpearon la casa matriz de la civilización occidental, y lo hicieron contra sus lacras gemelas y sus correspondientes catedrales: la mercantilización de todo (World Trade Center) y la guerra hecha motor del narcisismo y la intolerancia mayúsculos (el Pentágono). Asimismo, derrumbaron varios de sus paradigmas básicos: el poderío militar como sumum del poder; la invulnerabilidad de Estados Unidos, antes que nada, en el terreno militar; y, en fin, todos los paradigmas que sostenían el "(neo)realismo político" como el pivote teórico de la civilización occidental. La respuesta mesiánica, maniquea y fundamentalista de los halcones de Estados Unidos no hace sino exacerbar el problema de fondo: la incapacidad acaso congénita de Estados Unidos y de la civilización occidental en su conjunto para convivir con otras civilizaciones. Bush Jr. podrá decir hasta el cansancio que su guerra no es contra la religión islámica, pero le resultará muy difícil convencer al mundo de que no está embarcándolo en la "guerra de civilizaciones" profetizada, y ahora autocumplida, por algunos teóricos estadunidenses (Huntington y cía.). Por lo pronto ya comenzaron a morir en Estados Unidos personas con apariencia árabe. Por lo demás, la respuesta militarista ya perfilada contra Afganistán (sólo como aperitivo) concuerda perfectamente con el racismo que sigue lastrando a la idiosincrasia toda de los estadunidenses.

En suma, y a consecuencia del agravamiento de la crisis civilizatoria que aqueja al mundo, el primer reto, o el rasgo fundacional de una civilización en verdad nueva, es el de la interculturalidad. Es decir, el de un mundo donde las diferencias étnicas, culturales y demás dejen de operar como fuente de odios y guerras y mejor pasen a servir como fuente de sumas e intercambios enriquecedores para todos. Para ello, sin embargo, se requiere otro salto civilizatorio no sólo hacia el respeto sino hacia el aprecio de las más diversas identidades y autonomías. A más globalización, más interculturalidad y más autonomías. Más y mejor justicia y dignidad para todos, pues. Así podría resumirse el mandato constitutivo del mundo que, de un modo u otro, habrá de reconstruirse junto con todo lo derrumbado en Nueva York y Washington, DC.

Enorme es el papel que podrían y deberían jugar en ello países como el nuestro, por necesidad aferrados a las tradiciones de la paz, el derecho y la fuerza tanto moral como cultural. Pero la edificación de ese mundo IAMO (Interculturalidad, Autonomías y Mandar-Obedeciendo) nada tiene que ver con el mundo IODIO (Incondicionalidad -como la que Fox hoy ofrece a Bush-, Opresiones y Dentelladas de todo tipo, Indignidad y Ofuscaciones múltiples).

La edificación del nuevo mundo más bien tiene que ver con algo que en México ya surgió, y lucha, desde hace más de siete años, con voz y vestimenta de indios zapatistas: "Un mundo donde quepan todos los mundos"; autonomía aquí y ahora, por lo pronto de municipios indígenas; y mucho "mandar-obedeciendo", todos los días y en todos lados. México, pues, tiene para dar y para prestar en la edificación del nuevo mundo, abruptamente anunciado con la caída del WTC en Nueva York y parte del Pentágono en Washington, DC. Para empezar, tendrá que ser un mundo de mucha paz. Pero no más de una paz cualquiera, sino una paz con justicia y dignidad. Una como la demandada hace tiempo por los indios zapatistas, pero ahora ya no sólo para México, sino para el (nuevo) mundo entero. Esa paz para todos, la guerra de Bush para él y sus incondicionales. Para nosotros, nada sino la dignidad del decir cumplido. Ť

 

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