Jornada Semanal, 23 de septiembre del 2001 
 
 
 
Alberto Sánchez

entrevista con Juan Villoro
 
 

Mudarse para mejorarse

Ex director y ex columnista de este suplemento, Juan Villoro ya está residiendo en Barcelona, ciudad que lo atrae lo mismo por el BarÇa y el Espanyol que por la oportunidad de conocer más a fondo la tierra de sus antepasados y de "concentrarme en algunos proyectos que no he podido hacer en México", como Dios es redondo, un libro acerca de futbol, una novela "sobre la influencia de Ramón López Velarde en diversos personajes" y otros de carácter periodístico. En esta entrevista, Villoro habla además de sus principales influencias y cercanías literarias, como para mitigar la "nostalgia anticipada brutal" que ya lo invadía antes de partir.

Desde mediados de agosto de 2001 Juan Villoro vive con su familia en Barcelona. Entre otras obras, es autor de la novela Materia dispuesta (1997), del libro de relatos La noche navegable (1980) y de las crónicas de viaje Palmeras de la brisa rápida y Un viaje a Yucatán (1986). Su libro de cuentos La casa pierde (1999) obtuvo el Premio Xavier Villaurrutia 2000. Aquí, Villoro nos habla de sus proyectos en España, su nacimiento como escritor, sus influencias literarias y su amor por el futbol.

¿Por qué motivos te vas ahora a vivir a Barcelona? ¿Mudarse para mejorarse, como diría Galia en el cuento "El anillo de cobalto" de tu libro La casa pierde?

-Galia, que es una actriz de radioteatro, cita a Juan Ruiz de Alarcón. El irme a Barcelona no creo que sea un propósito muy espectacular ni noticioso. Simplemente deseo conocer y aprender otras cosas. En cuarenta y cinco años que tengo, solamente he vivido tres años en el extranjero: hace veinte años me fui a vivir a Berlín Oriental. En fin, es un proyecto muy personal. Se me antoja conocer la ciudad donde nació mi padre. Su familia era de Aragón y su madre de San Luis Potosí. Cuando muere su padre, la mamá decide volver a México con mi papá cuando era muy niño. Entonces ir a Barcelona, de alguna manera, también es la historia de un regreso. Espero allá tener un poquito más de tiempo para concentrarme en algunos proyectos que no he podido hacer en México por estar en el multiempleo. Me gustará ver a Paco Palencia jugar en el Espanyol. A ver cómo le va. ¿Cuánto tiempo estaré allá? A Margarita mi esposa y a mí nos ha costado tanto trabajo irnos y los trámites de viaje nos tienen tan a tope que decidimos estar allá por lo menos dos años para que nos rinda el traslado, luego ya veremos. Mira, por ejemplo, me tuve que quitar la barba para tramitar un certificado de antecedentes penales que pide España para darte la visa de residencia.

-¿Cuáles son tus proyectos literarios y periodísticos?

-Estoy escribiendo un libro de futbol que se va a llamar Dios es redondo, como la columna que hice en el periódico La Jornada durante el Mundial de Francia en 1998. No va a ser un libro de crónicas muy puntuales, sino más bien sobre la idea del futbol. Habrá algunas crónicas, pero tratando de que sea un libro que se pueda leer más allá de la contingencia del Mundial o de los partidos sobre los que habla. Por eso me he tardado varios años en tratar de darle al libro una estructura y espero que se publique en marzo o abril del año que entra. También estoy escribiendo una novela sobre la influencia de Ramón López Velarde en diversos personajes a lo largo de varias generaciones. Esta novela se ubica casi toda en pueblos inventados de San Luis Potosí y Zacatecas, de modo que es un tema muy mexicano del más mexicano de los poetas. Un poeta también extraordinariamente erótico, tanto como sólo puede serlo alguien profundamente católico que cree en el placer como transgresión. Entonces, estando fuera de México y por eso nostálgico, creo que habrá la oportunidad de atesorar esa suave patria para esta novela.

En cuanto a proyectos periodísticos, colaboro en España con algunas publicaciones; tengo un acuerdo con el periódico El País, aunque informal, de hacer algunas colaboraciones; ahora, con internet, puedo colaborar desde allá con publicaciones mexicanas; a partir de octubre de este año voy a tener una columna en la revista Letras Libres, que ya también sacó una edición en España y colaboraré tanto en la edición mexicana como en la española. Y todo esto es parte de la forma que tengo de mantenerme allá en Europa.

-¿Tienes amigos en Barcelona?

-Otra de las razones por las que me voy a Barcelona es que es una ciudad muy abierta a la literatura y a la cultura en general, donde han vivido muchos escritores latinoamericanos y donde me siento muy en casa. Tengo una amistad muy cercana con Enrique Vila-Matas, que es uno de los grandes escritores del idioma. Esta amistad empezó hace muchos años, cuando él era un escritor un tanto marginal en España. En México tenía ya un prestigio porque aquí tuvo algunos de sus primeros lectores entusiastas, pero todavía no era el autor consagrado que es hoy en día para fortuna de nosotros. También conozco a gente como el editor Jorge Herralde, a quien le he traducido algunos libros. Él va a publicar ahora una edición en España de mi libro de ensayos Efectos personales (2001). Tuve la suerte de conocer al futbolista Pep Guardiola, ex capitán del Barcelona y un gran lector, en una función de cine. Tengo otros amigos como Ignacio Martínez, Pedro Serra, el crítico Ignacio Echevarría. En fin, es una comunidad muy rica. Y yo he aprendido mucho en México de escritores de otros países. Aquí estuve en los talleres del guatemalteco Augusto Monterroso y de Miguel Gómez de Pareja, un exiliado político ecuatoriano. Fue determinante en mi formación la presencia de latinoamericanos exiliados en México. En la universidad la mayoría de mis maestros fueron exiliados chilenos, uruguayos y argentinos. Es mucho lo que he aprendido de la diáspora latinoamericana en México. Experiencia que también recibí en el Colegio Madrid, un colegio de refugiados españoles donde hice la preparatoria. En fin, todas estas experiencias me han dado un enorme impulso de ser también yo un extranjero en un lugar donde hablo mi idioma. Y pienso que Barcelona es un muy buen lugar para que nos encontremos los latinoamericanos. Allá están Leonardo Valencia, ecuatoriano; Rodrigo Fresán, argentino; Roberto Bolaño, chileno; el poeta Pedro Serrano; Myriam Moscona se va tres días después de que yo me vaya. De modo que no es solamente el núcleo de escritores españoles, sino que es un punto de encuentro para escritores de América Latina.

-¿Piensas que Barcelona es un buen lugar para escribir?

-Espero que sea un buen lugar para escribir, aunque muchas veces los lugares feos te estimulan más. Solamente he vivido en ciudades que son muy interesantes, pero poco apacibles. He vivido en la Ciudad de México toda mi vida y viví tres años en Berlín Oriental, que en aquella época era una ciudad dividida y todavía devastada por la guerra. Entonces no tengo la experiencia de lo que es vivir en una ciudad ordenada y con mar como Barcelona. A lo mejor todo esto me dedica a la golfería y al vagabundeo y dejo de escribir, pero será para bien si es así.

-¿Te gusta vivir en la Ciudad de México?

-Me fascina la Ciudad de México. Tengo una relación intensísima con ella. Pienso que es como estar enamorado de la mujer barbuda del circo, que no es la más hermosa del mundo, pero, pues necesitas los besos con barba y bigote que sólo ella te puede dar. Buena parte de lo que he escrito tiene que ver con la Ciudad de México y ya tengo una nostalgia anticipada brutal de esta ciudad que, creo, es también una de las razones por las que me voy: para atesorar y cultivar esa nostalgia. Lo que más te interesa muchas veces duele más en la lejanía.

-¿Cuándo comenzaste a escribir? ¿Qué te impulsó a hacerlo?

-No tuve una infancia muy libresca. Leía muy poco. Vi mucho la televisión como la mayoría de la gente de mi generación. Me tocó la época dorada, que tenía programas sumamente inventivos como La isla de Gilligan y El superagente ochenta y seis, cuyo guión era de Mel Brooks. Era una época fantástica de la tele. Yo, si acaso, leía cómics, como La familia Burrón, de la que era muy afecto, prácticamente adicto. Y me interesaba el lenguaje a partir de las crónicas de fútbol que hacía el cronista Ángel Fernández, quien era un verdadero Góngora, un narrador sumamente barroco que recreaba los partidos y te demostraba que las palabras podrían servir para algo más que un fin utilitario porque él rebautizaba los equipos. Al Guadalajara le puso "El Rebaño Sagrado"; al Cruz Azul, "La Máquina Celeste". También rebautizaba a los jugadores, les daba nombres de guerra. Entonces, esa capacidad de Ángel Fernández para recrear el partido a partir del lenguaje y hacer que un cotejo de lo más aburrido se convirtiera en una gesta casi homérica, me pareció revelador. Pero nunca pensé en dedicarme a escribir ni que esto tuviera que ver con el horizonte de los libros, que más bien me parecía algo aburrido y que teníamos que leer por obligación en la escuela. Leí algo de Julio Verne, que me gustó mucho, en especial Aventuras del capitán Hatteras. Verne me hizo sentir que la literatura podía ser como una alucinación fabulosa en la que podías entrar y te perturbaba con aventuras sugerentes, pero no consideré que esto tuviera que ver con mi experiencia ni con mi mundo. No fue sino hasta que leí (en las vacaciones entre la secundaria y la preparatoria) De perfil, de José Agustín, cuando sentí que realmente ya estaba incluido en la literatura, que un libro podría tratar de alguien como yo y narrar mi vida sin brújula ni horizonte, llena de indecisiones como era la de un adolescente de entonces. A partir de la identificación con De perfil me interesó escribir. Yo había leído un libro por gusto y ya quería leer otro. Fue simultánea la vocación de la lectura con la de la escritura, por lo cual me convertí en el autor más inculto de México. Así fui empezando a escribir, como a los quince años más o menos.

-¿Cuáles son los escritores que más te han influenciado?

-Julio Cortázar me marcó muchísimo. Fue el autor que determinó mi inicio en la literatura. Un amigo, Javier Cara (quien después estudió medicina y murió en el terremoto de 1985 haciendo guardia en el Hospital General) y yo teníamos un juego bastante idiota de memorizar por entero cuentos de Cortázar y preguntarnos frases sueltas de tal manera que si uno decía una frase el otro tenía que decir la siguiente. Para nosotros, Cortázar era como un tribunal del idioma. Sólo estaba permitido lo que él hacía. Era el autor contra el que nos medíamos. También lo leíamos casi como un manual de autoayuda. Nosotros queríamos ser como los personajes de Cortázar, deseábamos que nos pasaran cosas semejantes a las de ellos. Pocos autores han creado una forma de conducta tan adictiva para sus lectores como la que creó Cortázar en los años sesenta y setenta. La gente lo leía para parecerse a sus personajes. Esto ha causado muchas confusiones en la crítica porque hoy en día en Argentina, por ejemplo, la valoración de Cortázar quizá no es tan entusiasta como lo era hace algunos años; entre otras cosas porque lo consideran como un Salgari para adolescentes, como un autor que está fechado en una época muy definida y que la gente sólo lo busca para parecerse mucho a sus personajes. Yo creo que Cortázar sigue siendo un autor soberbio, especialmente como cuentista. De los pocos libros que me llevo ahora a España están todos los cuentos de Cortázar. Pero, por supuesto, hay otros autores determinantes para mí: Borges, Bioy Casares, Felisberto Hernández, Juan Carlos Onetti. Como ves, estoy citando a muchos autores del Río de la Plata. Tengo una gran predilección por esa literatura, incluso hasta autores contemporáneos como César Aira o Ricardo Piglia. También me interesa mucho la literatura norteamericana. El tipo de cuento compacto y sintético que va de Hemingway a Raymond Carver, y cronistas como Norman Mailer o Tom Wolfe. Hay otros autores que me gustan muchísimo, pero sería una extravagancia de mi parte decir que me han influido de manera directa, como Shakespeare o Goethe o Kafka, que son autores determinantes para la historia de la cultura y de alguna manera han cambiado nuestro mundo y la percepción que tenemos de él; pero es difícil que uno aplique un truco shakespeariano en el tipo de literatura contemporánea que escribe. No se trata de influencias tan directas, son más bien influencias de vida, como leer los ensayos de Montaigne. Yo traduje del alemán a Lichtenberg, un pensador del siglo xviii que me gusta mucho. De hecho, estoy escribiendo un libro de ensayos sobre autores del siglo xviii, una época que me fascina. Hasta ahora he escrito sobre Casanova, Leibniz, Goethe, Lichtenberg y Da Ponte, que fue libretista de Mozart. Este libro lo terminaré dentro de algunos años.

-¿Lees a escritores mexicanos contemporáneos?

-Leo a muchísimos. Tuve la suerte de trabajar en el suplemento cultural de La Jornada, donde publicamos a muchos escritores jóvenes, y de dar clases en la Facultad de Filosofía y Letras de la unam. Entonces he visto surgir a escritores como Álvaro Enrigue, Naief Yehya, Fabrizio Mejía Madrid, Jordi Soler, Guadalupe Sánchez y Julieta García. También leo a mis compañeros de generación: Carmen Boullosa, Enrique Serna, Daniel Sada, Fabio Morábito, Luis Miguel Aguilar, Rafael Pérez Gay, en fin: leo de Sor Juana para acá y he tratado de leer la mayor cantidad de escritores mexicanos. Acabo de hacer junto con Víctor Díaz Arciniega la edición crítica de Los relámpagos de agosto (1964) de Jorge Ibargüengoitia para la colección Archivos de la unesco. En mi libro Efectos personales he escrito sobre Sergio Pitol, Carlos Fuentes, Alejandro Rossi (que si bien nació en Florencia es mexicano por adopción). De modo que la literatura mexicana me ha influido mucho. Ya mencioné a José Agustín como el descubridor de mi vocación literaria. A él le dediqué un libro: Tiempo transcurrido (Crónicas imaginarias). Me siento muy cerca de la literatura mexicana y lo que yo hago sería inexplicable sin ella.

-Como escritor joven actualmente es difícil publicar en revistas culturales, no se diga un libro. ¿Piensas que ahora es un requisito participar en concursos literarios, que los hay muchos?

-Para los escritores jóvenes es mucho más difícil publicar hoy en día de lo que era en mi época. Primero porque vivimos un México devastado por varios gobiernos neoliberales, que prácticamente han aniquilado la clase media. Actualmente la clase media es una nostalgia y sin ella no puede haber un público consumidor de libros. Por otra parte, las editoriales importantes de México se han ido vinculando cada vez más a consorcios internacionales, principalmente españoles, y su catálogo nacional se ha reducido. Al mismo tiempo géneros que tienen una larguísima trayectoria en México, como el cuento, han sido relegados a favor de géneros más vendibles como la novela o el ensayo político. Entonces la situación es apremiante para los jóvenes escritores: hay un gran talento que no tiene cómo acomodarse y la única manera de cambiar esto es creando públicos para la cultura y la literatura, y esta es una apuesta en la que estamos involucrados todos los que nos dedicamos a la cultura de la letra.

No creo mucho en los concursos literarios. Participé en algunos hace cerca de veinte años y no he vuelto a participar. De vez en cuando participo como jurado, precisamente porque no creo en los criterios normales que privan en los certámenes literarios (premiar obras de poco riesgo que respondan a valores confiables o comerciales o que le interesen a la editorial que publicará un determinado libro). Por esta razón me ha interesado de pronto participar como jurado y tratar de buscar ciertos valores específicamente literarios en los que yo creo.

-¿De dónde viene tu amor por el futbol?

-Es una pasión. Para mí el futbol es la última zona de intransigencia emocional aceptable que puede existir. Yo puedo concebir el cambiar de vocación, de país, de orientación política; pero no de equipo de futbol. Todo viene de mi padre, que ha sido un aficionado toda su vida. Me llevó a los seis años al estadio a ver jugar al Valencia (que era campeón de España) contra el Oro (que era campeón de México). El Oro ganó cuatro a uno. Desde entonces me aficioné al futbol. Le fui siempre al Necaxa por un deseo de identificación con la gente de la calle donde yo vivía y donde todos le iban al Necaxa, que era un equipo muy pintoresco en aquella época. Para mí el futbol, como lo he escrito muchas veces, es una opción de infancia, la oportunidad de recobrar a los héroes que sólo existen cuando somos niños durante noventa minutos. Y he tratado de acercarme a esto con la emoción del testigo, no del conocedor ni del comentarista autorizado, sino de quien quiere recrear lo que ocurre en la cancha y, de manera especial, lo que ocurre fuera de ella; es decir, el futbol es también un sistema de representación. La gente tiene rivalidades a partir de los equipos. Se apasiona por ciertos colores, ciertas camisetas, ciertos apodos. Tiene problemas conyugales. Toda esta representación del futbol fuera del estadio como forma de la imaginación me interesa mucho como escritor y he tratado de plasmarla en algunos cuentos y crónicas.