Ojarasca 53  septiembre 2001

umbral


El desvanecimiento. Por inescrutables caminos del aire, a las Torres Gemelas del comercio mundial les vino a caer la vieja y multicitada advertencia que Marx dirigió al capitalismo de entonces: "Todo lo sólido se desvanece en el aire". Una cobertura planetaria, el show instantáneo con calculada escenografía de guerra y desastre al gustado modo hollywoodense, vino a darle enésima razón al rebasado profeta de aquella utopía socialista que, en un aciago siglo XX, se dejó derrotar por sus propios mariscales: Autoritarismo, Control y Corrupción.
   La "victoria" del capitalismo global resulta tan espectacular que éste se autoanunciaba el fin de la historia. Pues ya ven que no.
 

El terrorismo, socorrido y siempre reprobable instrumento del colonialismo capitalista que tantos dividendos reportó los siglos pasados a las metrópolis de Occidente, se ha vuelto contra ellas. Lo han conocido en Europa, en las antiguas colonias de África, en el Medio Oriente. Ahora le pegó, en escala monstruosa, en plena cara al águila bifronte Wall Street-Pentágono.
   ¿No será lo que necesitaba el imperio para atacar? Un mayúsculo pretexto para representar el papel que más les gusta: el de policía de barrio. Perdón, planetario.
 

Amenazadas la diversidad, la libertad, la resistencia. La inminente embestida del molde único, en Guerra Santa de "sólo mis chicharrones truenan", no aceptará otra "paz" que la Pax Americana (tan parecida a la de los sepulcros, vista desde los condenados de la Tierra).
   Si se desatan las tormentas del odio y la expansión a escala total de Imperio autodefinido Del Bien, que ostenta a Dios de su lado, ora sí que agárrense. Sobrevivirán las naciones que conserven su ser autónomo; aquellas donde la inclusión y la tolerancia posibiliten la unidad en su diversidad interior. Aquellas que no, serán avasalladas por el molde, la anexión o la guerra; éstas naciones no serán dueñas.
   Pretendiéndose terminal, el colonialismo postindustrial, postinformático, postmoderno, querrá devorar lo que queda de lenguas, culturas e historia. ¿Qué tiempos son éstos, que la ciencia ficción deviene costumbrismo anacrónico? Un golpe de Nintendo sobre Manhattan jamás abolirá el azar. No obstante, las libertades humanas atraviesan momentos graves. Peligran.
 

México llega a esta tremenda hora de reacomodos planetarios dotado de un invaluable recurso, del cual la nación es millonaria, pero sus gobernantes se empeñan en despreciar: los pueblos originarios, que insisten en ser ellos mismos, plena y dignamente nacionales en cuanto diversos. Dispuestos a conseguirlo pacíficamente, si los dejan, como bien merecen, con la fuerza de la razón y de sus razones, expresada en las sintáxis de identidades que se niegan a desaparecer.
   ¿Cuántas naciones pueden jactarse, como México, de una fortuna cultural y moral en plena efervecencia de futuro?
 

Sólo lo particular será verdaderamente universal. A eso se refiere Salman Rushdie cuando escribe en un texto reciente: "En la mejor literatura, el mapa de la nación resulta ser además un mapa del mundo".
 


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