Jornada Semanal, 16 de septiembre del 2001

El Brasil brasileiro (III)

En la inmensa sala de la Embajada de México en Brasilia (se trata de una especie de recinto de aeropuerto. Para cambiar un foco es necesario pedir el auxilio del cuerpo de bomberos), construida por Teodoro González de León, nuestro arquitecto nacional de las últimas décadas, tuvimos una reunión con sociólogos e historiadores brasileños. La presidía nuestro embajador, el inolvidable Antonio González de León, diplomático excelente y defensor incansable de los trabajadores migratorios y de las legiones de indocumentados que pululan por las casas de los dueños del reino de este mundo. La parte brasileña tenía como líder y vocero principal al doctor Cardoso, actual Presidente de la República que ostenta el más positivista de los lemas: "Ordem e progresso". Había pasado un tiempo en México y sentía un genuino agradecimiento por el asilo ofrecido por nuestro país, que en aquellos años era la casa común de todos los perseguidos de América Latina.

Los brasileños nos hicieron notar que, en comparación con las independencias de los países hispanoamericanos, la suya fue considerablemente menos traumática y sangrienta, pues sólo el episodio de la "inconfidencia mineira" y la ejecución de "Tiradentes" (sacamuelas), el precursor de la lucha independentista, efectuada en la plaza de "Ouro Preto", fue marcado por el derramamiento de sangre. Y no es que los portugueses fueran menos crueles que los españoles sino que las circunstancias actuaron a favor de los brasileños. Debemos reconocer, por otra parte, que Portugal es más prudente y modesto que la iracunda España. Hasta en nuestros días se manifiestan la soberbia y la inmodestia española en la revista de sociales que habla de bodas, desbodas, cánceres, infartos, vacaciones, vaginas y testículos de los famosos del espectáculo y de la "sociedad" (nuestro país tiene una sección en la que aparecen los miembros de la generalmente esperpéntica "sociedad capitalina" y sus vástagos tan parecidos a los pequeños simios de la raza degenerada que el Príncipe Salina veía brincar en los salones de Palermo. Il Gattopardo sigue enseñándonos muchas cosas sobre las decadencias y las caídas). Sí alguna persona duda de mi afirmación sobre el aspecto esperpéntico de la revista de marras, le sugiero que vea la portada de uno de sus últimos números en la cual aparece lo que quedó del cantante Raphael después de que los cirujanos plásticos lo restiraran hasta convertirlo en personaje de película de Vincent Price.

Don Juan iv y la familia real portuguesa, huyendo de la invasión napoleónica, fueron a radicarse a Brasil. Pasada la tormenta regresó a Portugal, pero su hijo Pedro se quedó en Río de Janeiro. Soplaban ya vientos independentistas y, por esta razón, se fundó el Reino de Portugal y de los dos Algarves, con el objeto de conceder una buena porción de autonomía a las colonias. Un buen día, don Juan recibió una carta de su hijo Pedro en la cual le decía que Brasil se independizaba de la pequeña metrópoli y que el Consejo lo había nombrado emperador con el nombre de Pedro i. La corona portuguesa hizo los últimos y desganados esfuerzos por retener a la inmensa colonia, pero la suerte ya estaba echada y don Pedro i se sentó en la silla imperial. Gobernó con mano suave y tuvo muchos amores embozados. Los brasileños lo recuerdan con afecto. En 1822, don Pedro pasó a mejores y lo sucedió en el trono su hijo, el apacible botánico y astrónomo don Pedro ii. Su imperio fue largo y relativamente tranquilo, pues duró hasta 1889. Uno de los brasileños de la tertulia recordó que Maximiliano de Habsburgo, primo de don Pedro y almirante de la flota austrohúngara, visitó Bahía invitado por su ilustre primo. Pasó tres semanas recorriendo la capital y la provincia bahiana y su estancia le dictó un interesante libro con memorias del viaje y le regaló una condecoración venérea que, de acuerdo con los chismes palaciegos (esto ya parece de revista española), le duró toda la vida. En el Palacio de Petropolis hay algunos árboles de origen mexicano enviados por Maximiliano i a Pedro ii. Además, su correspondencia fue activa, pues, siguiendo el programa de Napoleón el pequeño y del embajador Dubois de Saligny, ambos intentaron echar a andar una internacional conservadora basada en los dos grandes imperios latinos de América (lo curioso es que ninguno de los dos tenía ánimo conservador. Max era carbonario y Pedro tenía espíritu democrático). Napoleón iii, Max y Pedro tuvieron embajadas en Montgomery, Alabama, acreditadas ante el presidente confederado, Jefferson Davis. El cálculo napoleónico consistía en la derrota de la Unión. Lincoln, Juárez y la historia salieron adelante y la confederación y el imperio se fueron, los unos a su casa, los otros al paredón. Don Pedro ii, que nunca se comprometió demasiado con el proyecto francés, aguantó hasta 1889. Un año antes, la regente princesa Isabel gestionó y promulgó la Ley Áurea, en la cual, con notable retraso, se abolía la esclavitud. Otra vez sin mayor trauma, el imperio se fue a Europa y se instaló, con el beneplácito de don Pedro, la Primera República que duró hasta 1930. El Dr. Cardoso habló de la guerra de Canudos y de Antonio el consejero, digno seguidor del milenarismo portugués. Euclides Da Cunha, escritor y reportero de guerra, documentó los hechos y, años más tarde, don Mario Vargas Llosa escribió una formidable novela basada en los sertones de Euclides.

La Primera República tuvo trece presidentes y un cultivo agrícola fundamental: el café. La Revolución Nacional, encabezada por Getulio Vargas, se inició en 1930. Por esos años se agigantó la figura de Juan Carlos Prestes, líder del Partido Comunista.

El populismo (esta es una definición demasiado gruesa y poco matizada. El "Estado Novo" era algo difícil de describir. En fin... dejemos la palabrota, "populismo") de Vargas duró quince años. Dejó el poder, pero regresó y, en 1954, ante el asedio del ejército y de la clase política, se suicidó en el Palacio Catete. Su entierro compitió con los de los grandes futbolistas. Vienen después Kubitcheck y Brasilia, Quadros y el rinoceronte del Zoológico de Sao Paulo, Jango y los espadones que se entronizaron en 1964. El retorno a la democracia ha sido difícil, pero ha contado con el apoyo de un pueblo que abomina de los autoritarismos y que, como dice Vinicius, sabe cantar y defender sus razones para hacerlo.
 

Hugo Gutiérrez Vega
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