Esta metódica falta es compensada por uno de los géneros periodísticos indispensables en cuanto a su labor de difusión: la entrevista, que realizan escritores o reporteros preparados para este tipo de trabajo. Un libro importante en estos menesteres, básico, es sin duda 7 Voces, de la argentina Rita Gilbert. Fueron sesiones de varios días las que la autora tuvo con siete de los escritores latinoamericanos ya universales en esos años: Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Miguel Ángel Asturias, Octavio Paz, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Guillermo Cabrera Infante, planeadas para publicarse directamente en un libro, mismo que en México apareció en 1974. Debe entenderse que para desarrollar una entrevista, quien la efectúa debe conocer a fondo la obra del entrevistado, con el propósito de que los lectores se interesen por ésta y la adquieran; es decir, no se trata estrictamente por razones obviasde que entre entrevistador y entrevistado se concrete un diálogo o una conversación, ya que para ello sería necesario que ambos personajes tuvieran equiparable dimensión y persiguieran el mismo objetivo. Sería por demás interesante que dos artistas intercambiaran ideas, conversaran en un ámbito de total libertad y que su charla pudiera verterse en un libro; se lograría lo que apropiadamente se denomina un diálogo. Sin embargo, es difícil reunir a dos personajes de semejante talla. Existen, sí, diálogos apócrifos realizados con la idea de exponer una teoría o una filosofía y hasta una corriente estética o posición política personal; por ejemplo, los Diálogos de Platón; Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu, de Maurice Joly; Diálogos con Leucó, de Cesare Pavese, por citar algunos que vienen a la memoria. (No olvidar un libro muy característico que tuvo su momento, El libro de los otros, al que volveremos más adelante.) ¿Y la autoentrevista? El norteamericano Truman Capote patentó una: el Autorretrato (1972) incluida en su libro The Dogs Bark. Lo que hasta ahora hemos dicho nos sirve para afirmar que, al realizar su encomienda, el entrevistador lo hace con el ánimo de que un narrador sea más reconocible por sus probables lectores, que su obra se difunda, y de alguna manera oriente en un mundo tan complejo como el de la cultura. Entre el entrevistador y el entrevistado no se desarrolla precisamente un diálogo, tampoco una conversación formal porque al probable lector de la entrevista le interesa menos lo que se pregunta a un autor o artista; aprueba o concuerda con la razonabilidad del cuestionario, pero lo que realmente despierta su curiosidad son las respuestas. Por ello, las interrogantes deben enfocarse a que el entrevistado se desate y no a que luzca el periodista, que de cualquier manera lo hace si sus cuestionamientos son correctos, inteligentes y se hilan en un efectivo discurso. De cualquier manera, la entrevista es un género periodístico, no literario, efímero, y pocos libros se editan con sus productos. Si tal cosa sucede es porque el entrevistador ha consumado una labor en la que destaca su habilidad, su profesionalismo, y los personajes entrevistados son autores de obras indispensables y nítidamente perfiladas en el panorama cultural de un determinado país. (Por otro lado, en cuanto a excesos se refiere, se han editado libros con reseñas de obras teatrales, lo cual es inadmisible ya que una puesta en escena por fuerza desaparece.) Aquí debemos colocar un libro de reciente aparición en el catálogo del Fondo de Cultura Económica, en la Sección Vida y pensamiento de México. Se trata de Al pie de la letra, compuesto por una selección de las entrevistas que durante diecisiete años Cristina Pacheco realizó para la revista Siempre! Su título, que pareciera impreciso, se debe a que la escritora rinde un homenaje a Rosario Castellanos y su elogio de la lectura, y a que los interrogados son cincuenta escritores, la mayoría mexicanos, otros del resto de América, y un español, que estuvieron (y recalaron) en nuestro país por razones diversas. Entre los méritos innegables del libro destaca el hecho de que cada entrevista se inicia con una lograda presentación del autor que responderá. Agreguemos que Cristina Pacheco demuestra, por la diversidad de los autores entrevistados, un desarrollado conocimiento de la literatura hispanoamericana que en estos tiempos se escribe y una cultura que le permite enfrentar exitosamente a autores difíciles. De su honestidad intelectual da prueba la entrevista que realiza con don Rodolfo Usigli, puesto que el hermetismo de éste conlleva su fracaso: Y corta la frase de tal manera que todo mi plan de acción se viene abajo. Sin embargo, esta entrevista, a mi parecer, es la que más nos enseña de Usigli no ya como escritor sino como hombre en predicamento. De las entrevistas ríspidas en las que Cristina Pacheco hace gala de habilidad a toda prueba, sobresale la que le hizo a José Donoso, que en 1980 vino a México con motivo de la presentación de su novela Casa de campo. En otras, las cosas marchan sobre ruedas (Cardoza y Aragón, Octavio Paz, Juan Gelman, Emilio Carballido) y es en éstas donde la entrevistadora merodea muy de cerca la conversación y, si no lo consigue plenamente, es porque el entrevistado se sabe sujeto de esta actividad y también le interesa sacar partido; en ello destaca, por ejemplo, Eraclio Zepeda, quien intenta (en vano) constatar su capacidad de cuentero y cae sin remedio en un humorismo que, por ser buscado, no mueve a risa. En otras es de lamentar que muchas preguntas, quizá por problemas de espacio en la revista en que se publicaron, no salieran a la luz; por ello, la de don Luis Cardoza y Aragón consta de dos partes. Con Jaime Sabines, la doble entrevista, supongo, responde a la adversidad que padeció el poeta. No es práctico citar aquí a todos los autores elegidos; nos limitaremos a transcribir algunos nombres para señalar, al menos, el alcance del volumen: Octavio Paz, Fernando Benítez, Eduardo Galeano, Juan García Ponce, Renato Leduc, Manuel Scorza, Mario Vargas Llosa, Sergio Pitol, Alí Chumacero, Juan Rulfo... Contrariamente a lo que afirma el prologuista de Al pie de la letra, quien esto escribe no cree que la entrevista sea un género literario, sino un género periodístico, con sus reconocidos límites (espacio en el que va a publicarse y, sobre todo, que se debe poner en el centro al entrevistado sin que el entrevistador(a) pretenda en ningún momento desplazarlo). En este sentido, el libro de Cristina Pacheco, además del título, debería llevar un subtítulo que hiciera saber al probable y posible lector que es una obra formada con entrevistas; incluso sería válido incluir en la portada algunos nombres de los entrevistados. Es aquí donde viene bien retomar el volumen que antes citamos, El libro de los otros. Esta obra, formada con pocas pero extensas entrevistas, al titularse así subrayaba que en el volumen era de mayor importancia el texto correspondiente a las respuestas de los entrevistados. De aquí podríamos inferir que este género periodístico podría convertirse en algo próximo a la literatura como tal si no se imprimieran las preguntas lo que haría necesario un prólogo más completo redactado por el mismo autor(a) de la obra, tal y como Cristina Pacheco lo hace con tres escritores sumamente representativos: Renato Leduc, Efraín Huerta y Juan Rulfo, logrando una especie de monólogo o confesión que trasciende las páginas de los diarios y revistas. La propia Cristina Pacheco lo dice, corroborado nuestra hipótesis, con relación a Rulfo: La conversación que al fin sostuvimos
una tarde de junio de 1983 apareció en estas páginas con
un título que ahora resulta doblemente significativo Juan Rulfo:
más allá de la vida. Hoy sus respuestas adquieren el valor
de un testamento literario y por lo mismo las reproduzco sin mis preguntas,
como prueba de mi agradecimiento y cariño infinitos por una obra
y su creador
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