Jornada Semanal, 12 de agosto del 2001

 

PARA ACERCARSE A LA POESÍA DE ENRIQUETA OCHOA

Hace unos días nos reunimos en la Sala Ponce de la catedral de nuestro art déco (musas y diosas en el pórtico, gracias musculosas, cúpulas de caramelo, mármoles, precisiones geométricas, chacmoles, máscaras aztecas y todo el entrañable exceso decorativo que hemos aprendido a amar y a gozar sin pudores clásicos) para acercarnos a la poesía de Enriqueta Ochoa. Víctor Sandoval, siempre dispuesto a "desfacer entuertos", enfrentar ninguneos y a dar honor a quien honor merece; Esther Hernández Palacios, crítica rigurosa; Miriam Moscona, autora de un bello trabajo televisivo sobre la vida y la obra de Enriqueta y este bazarista, más perplejo que de costumbre los domingos por la mañana, hablamos, leímos nuevamente y admiramos una poesía que crece y encuentra su justa dimensión con el paso del tiempo.

Con el poemario titulado Las urgencias de un Dios, inició Enriqueta una singladura que, en mi opinión, alcanzó su punto óptimo de navegación con el Retorno de Elektra, libro publicado en 1978. Las urgencias de un Dios, obra profundamente religiosa, fue objeto de las condenaciones de la feroz curia lagunera que convocó a las buenas conciencias y a las organizaciones propensas a la censura, para que se le unieran en la prohibición de una poesía heterodoxa y cargada de erotismo. Ya en el primer libro brillaba la voluntad de ser fiel a la propia voz y de correr los riesgos de la sinceridad: "Desarráigame ahora que un viento de sepulcros/ me golpea en las arterias./ Desarráigame ahora..."

En el libro circulaba libérrima la voz de una poeta valerosa que defendía a las mujeres y exigía respeto a sus derechos conculcados por el machismo en todas sus formas, entre otras, la clerical y la ultramontana que las juzga inferiores y limitadas y, por lo mismo, sujetas a tutela o, a veces, a curatela. Nos dice Enriqueta: "que en mí no dispersaras el polvo de otro polvo,/ que no abrieras conmigo más rutas de la sangre."

Aquí ese "no" es la clave del poema, la afirmación de una rebeldía que aspiraba a lograr la libertad indispensable para establecer los valores de la compañía y del placer compartido.

Durante mi intervención en el homenaje no me interesé en la búsqueda de influencias sino en la constatación de afinidades. De esta manera, brotaron espontáneamente los nombres de Josefa Murillo, Concha Urquiza, Aurora Reyes, Margarita Michelena, Margarita Paz Paredes y Rosario Castellanos. Recordamos, además, a Nancy Cárdenas, paisana de Enriqueta, y talentosa y valiente teatrera (siguen vivas en mi memoria su puesta en escena del Misterio bufo de Darío Fo y la gritería fundamentalista que rodeó la Casa del Lago). Todas fueron, como dirían Alberto Isaac en su película y Angélica Abelleyra en su columna, "mujeres insumisas".

En otro momento, la poesía de Enriqueta alcanza la fuerza serena de "Las vírgenes terrestres": "En vano medirás los surcos sementados/ queriendo hallar mis propiedades,/ no tengo posesiones." No, no las tiene, está "ligera de equipaje" como Machado, pero es suyo "el subterráneo rumor de la semilla". En ese momento puede ser intensa y serena a la vez: "y sostener equilibrio de rodillas,/ con un racimo de luces extasiadas/sobre el pecho." Rimbaud siempre tiene razón al recordarnos que la poesía es una iluminación.

En "las vírgenes terrestres", Enriqueta habla de las características de la educación tradicional de las mujeres: "Dicen que una debe/ morderse todas las palabras/ y caminar de puntas, con sigilo,/ cubriendo las rendijas,/ acallando el instinto desatado..."

Frente a esos grilletes se alza el cuerpo con todos sus triunfantes derechos: "Pero es que si el cuerpo/ pide su eternidad limpio y derecho,/ es un mordiente enojo andarle huyendo..."

Frente a la triste, opaca, represiva cultura judeocristiana ("viejas causas, cánones hostiles, fervorosos principios maniatándome...") se alza el cuerpo (volvamos siempre a Foucault) y galopan los corceles del deseo, brincándose las trancas. "¿Es lícito permitir que se extinga/ en servidumbre enferma/ el bárbaro reclamo que nos sube/ de abordar a la tierra por la tierra?"

En todos sus poemarios prevalecen un firme humanismo y su defensa de la libertad y del derecho a escoger, a afirmar o a negar. Se trata, en suma, de un apasionado discurso libertario: "el vértigo sanguíneo esplende/ arrebatado al canto/ y ni le puedo contener el paso/ ni sustraerme a los labios/ que me caen al papel como dos brasas."

En el elogio de "las abastecidas" expresa su temor ante uno de los flagelos más terribles de la condición humana: el recelo. E. M. Forster se expresaba así sobre la suspicacia: "No tenemos que luchar todos contra la alegría mecánica, contra la suspicacia. Yo lucho recordando a los amigos, algún lugar o algún árbol querido." El horrendo recelo, la aniquiladora suspicacia nos obligan a apoyarnos en el árbol que abastece nuestra esperanza. Ya lo decía Pedro Garfias: "Yo conocí a un árbol/ que me quería bien/ a él le dolía el tronco/ a mí el tronco y la sien."

En la poesía de Enriqueta late la fuerza de la tierra que nos recorre las entrañas. Se trata de una presencia constante –vida o muerte– que alimenta a la esperanza y al desasosiego que se enlazan a través de unas formas poéticas personales y originalísimas.

La esperanza toma el color de la alegría que crece entre los cuerpos unidos: "atestiguo que hubo noches/ en que el destino tendió sobre las playas/ nuestro tálamo/ y la gracia, el furor, el arrebato de los cuerpos/ tuvo los tumbos y la ansiedad del mar."

Un gran poema titulado "Sin ti, no" ocupa un lugar eminente en el corpus de la poesía de Enriqueta y, en general, de nuestra poesía actual: "De improviso/ se oye el bramido de mis toros en celo/ que embisten contra las trancas./ Los maderos crujen, se astillan,/ arden bajo el impacto, y ya está./ Corro a tu lado, abrevo en ti..."

En el poema se funden la alegría, el frenesí y la ternura, pues Enriqueta tiene días "en que Dios me caía/ igual que gota clara entre mis manos."

Nos reunimos para celebrar la poesía de Enriqueta Ochoa. Leyéndola y releyéndola mucho encontrarán en ella las mujeres y mucho aprenderemos los torpes varones. Le damos las gracias por evitar la admonición y por afirmar esa sinceridad que Darío exigía a los de su raza: "Si hay un alma sincera/ esa es la mía..."
 

Hugo Gutiérrez Vega
[email protected]