DOMINGO 12 DE AGOSTO DE 2001


Por una globalización de las ganancias

Impuesto Tobin: barrera a la especulación

La especulación financiera es el principal problema económico de este nuevo siglo y una de las causas más importantes de las crisis sucesivas que se han visto en el mundo en los años recientes.Hoy existe un destacado movimiento a escala mundial que propugna crear un contrapeso a la especulación y que sea el punto de partida para reformar el sistema financiero mundial: el impuesto Tobin, un gravamen a las transacciones de divisas

SAUL Escobar Toledo* * Ilustraciones: MARIES Mendiola

El rumbo de la economíaHace más de 20 años, James Tobin, premio Nobel de Economía, escribió un artículo en el que propuso gravar las transacciones de divisas que se realizan en el mundo con un impuesto muy pequeño, menor a un punto porcentual, entre 0.1 y 0.25%. Ello, como parte de una reforma al sistema monetario internacional.1 Desde entonces, pero sobre todo en la década de los noventa, la propuesta ha sido debatida ampliamente en los círculos académicos y financieros del mundo.

El ahora llamado "impuesto Tobin" ha retomado en los últimos cinco años una importancia cada vez mayor, al punto de que hoy existe un destacado movimiento a escala mundial que propugna hacer realidad este gravamen como parte de un gran acuerdo internacional.

Globalifóbicos de todas las tendencias, reformadores de distinta procedencia política, estudiosos y expertos, activistas sin partido o anti partido, grupos parlamentarios de diversas filiaciones políticas y gobiernos como el de Finlandia, todos, parecen convergir ahora en una campaña mundial a favor del impuesto Tobin.

Y es que el tiempo le dio, sobradamente, la razón a James Tobin. Si hace 20 años el fenómeno parecía preocupante, hoy se ha convertido en la plaga número uno de la economía mundial: la especulación financiera es sin duda, actualmente, el principal problema económico de este nuevo siglo y una de las causas más importantes de las crisis sucesivas que se han visto en el mundo en los años recientes.

La especulación financiera no ha sido el único ingrediente, ni la única causa. Pero nadie duda de que ha sido el agente catalizador de estas crisis nacionales y regionales. Y sin embargo, nada se ha hecho para detener la espiral de la especulación. Por el contrario, sigue alimentándose y recibiendo la protección y el apoyo de las instituciones financieras mundiales y sigue siendo uno de los pilares de la orgullosa economía estadunidense. Frente a la necedad, la soberbia y el dogmatismo de los principales dueños del gran dinero, del otro lado la coincidencia ha venido creciendo: se requiere una solución técnicamente viable y realista que ponga un contrapeso a la especulación y que sea el punto de partida para reformar el sistema financiero mundial. Esta, hay consenso, es el impuesto Tobin.

*La naturaleza del problema

Después de la ruptura de los acuerdos de Bretton Woods, a principios de los setenta, cuando Estados Unidos decidió unilateralmente abandonar el llamado patrón oro, es decir la inconvertibilidad de la moneda estadunidense, los países desarrollados empezaron a desmantelar los controles de capitales que habían estado vigentes. Desde entonces la competencia por atraer esos flujos financieros se ha vuelto más encarnizada.

 El fenómeno tiene nuevas características: se trata, en primer lugar, de inversiones privadas dirigidas al sector privado. Es el caso incluso de los países en desarrollo más importantes. Ahora los préstamos de los organismos oficiales son una minoría, mientras que los flujos de organismos privados representaban ya 80% del total, a diferencia de lo que sucedía a principios de los noventa. En segundo lugar, la velocidad y la magnitud de estos flujos es impresionante: en 1986 casi 188 mil millones de dólares pasaron de una mano a otra a través de los principales intermediarios financieros del mundo. En 1995 la cantidad estimada era de 1.2 billones diarios, es decir un aumento de más de seis veces en una década. En la actualidad deben representar entre 1.5 y 1.8 billones de dólares diarios. En tercer lugar, el destino de estos flujos son las llamadas inversiones de portafolio (es decir, a corto plazo y altamente volátiles) y acciones en las bolsas de valores. Sólo entre 15 y 20% de los flujos responde al comercio internacional, estimado en 4.3 billones de dólares anuales. Un porcentaje más pequeño obedece a inversiones extranjeras directas, destinadas a adquirir plantas productivas en bienes y servicios y creadoras de fuentes de trabajo. El resto, alrededor de 80%, son capitales líquidos, de corto plazo y de naturaleza puramente especulativa.

 Hay, pues, un abismo entre la economía real, productiva, y los flujos financieros. En la medida en que estos últimos se vuelven más rentables en el corto plazo, distraen fondos de la economía productiva pero, al mismo tiempo, cuando aquéllos sufren severas pérdidas, afectan la salud de las empresas y el volumen del comercio y la producción mundiales.

 Estas transacciones buscan la mayor ganancia en el menor tiempo posible y para ello operan sobre la base de calcular el movimiento de los precios de las divisas, las tasas de interés y las altas y bajas de las bolsas de valores. Por ello se ha calculado que 40% de esas transacciones entran y salen de un país en menos de tres días y 80% realizan estos viajes de ida y vuelta en menos de una semana.

*Soberanía y estabilidad

EstadísticaLa competencia abierta y cada vez más despiadada por atraer capitales ha trastocado las políticas de los países desarrollados y en desarrollo. Ha vulnerado su capacidad soberana para establecer las medidas que consideren más justas y equitativas. Ahora de lo que se trata de lograr la inflación más baja y las tasas de interés más altas posibles.

Así las cosas, los Estados nacionales ven reducidas sus opciones. En los países en desarrollo, su mayor debilidad ante los vendavales especulativos los coloca en un círculo infernal: abrir más las fronteras, desregular más los controles de capitales, sólo para ser más vulnerables ante las corridas de capitales. Y cuando la crisis estalla, las recetas del FMI se convierten en políticas públicas incuestionables y obligatorias. Un caso ejemplar es, en el México del 2001, la propuesta de reforma fiscal presentada por el presidente Fox, la cual obviamente responde a las recetas fondomonetaristas, no a las necesidades del país. ¿Cómo entender que el gobierno proponga aumentar los impuestos a los pobres y bajarlos a los ricos, en un país con tantas desigualdades en la distribución del ingreso? La única respuesta posible radica en que las autoridades hacendarias mexicanas están pensando, por encima de todo, en los mercados de capitales. En efecto, la propuesta de Fox es una buena señal para el capital especulativo internacional.

En poco más de cinco años, el mundo ha conocido ya al menos cuatro crisis nacionales o regionales de gran envergadura. La primera fue la mexicana en 1994-1995. Después vino la del sureste asiático en 1997 que se inició en Tailandia pero involucró a Indonesia, Malasia, Filipinas y Corea del Sur; posteriormente la de Rusia en 1998 y luego Brasil en 1999 y Argentina en los dos últimos años. En todas ellas, sin duda, se presentó un esquema similar: pérdida de confianza y una brusca salida de capitales especulativos; crisis de balanza de pagos; agotamiento de las reservas; devaluación; alza de las tasas de interés; quiebra de empresas y bancos; intervención del FMI, y depresión general de la economía. Pero sus efectos tienen un impacto mundial, porque afectan el comercio y la estabilidad financiera internacional: las expectativas de crecimientos declinan y, con ello, la creación de empleos y los flujos de inversión realmente productivos. En cada una de estas crisis se sacuden las instituciones financieras, aun de los países más ricos, y el mundo se pone al borde del precipicio: el derrumbe del sistema financiero mundial y la parálisis económica.

Aunque las crisis se han dado principalmente en las economías en desarrollo los países ricos ya están pagando parte del costo. Japón vive en un estancamiento económico preocupante e impensable hace menos de una década y Estados Unidos enfrenta este año una desaceleración, aunque ciertamente después de cinco años de crecimiento y bonanza. Pero en el mismo Estados Unidos el peligro de un estallido especulativo ha estado y está presente. Ya se observó en octubre de 1987, cuando el mercado de valores bajó en un solo día 22.6%, arrastrando a otras bolsas del mundo, provocando quiebras bancarias y causando una depresión mundial. Pero en septiembre de 1998, en pleno auge económico, Estados Unidos estuvo a punto de sufrir otra crisis financiera de incalculables consecuencias para ellos y para el mundo. Como resultado del colapso en Rusia, una empresa, Long Term Capital Management (LTCM), "una reservada y poderosa sociedad especulativa con inversionistas muy ricos", se declaraba incapaz de responder por las inversiones de sus clientes después de haberse endeudado por 100 mil millones de dólares. Dieciséis grandes bancos y empresas de Wall Street tan poderosas como Goldman y Merril tenían dinero invertido en LTCM. Su colapso "repercutiría en todo Estados Unidos y en el sistema financiero mundial" Sólo un salvamento de última hora con fondos de los propios bancos implicados, coordinados por el Banco de la Reserva Federal de Nueva York, pudo salvar la situación. Por cierto, la prensa y la opinión pública ni se enteraron.2

La inestabilidad económica ronda por todo el mundo a cada momento. Basta un movimiento repentino de los especuladores para poner en jaque a las principales economías del mundo, propiciar quiebras masivas y dar al traste con años de esfuerzos en diversos países y regiones del planeta.

*Una solución parcial

Frente a la especulación financiera desatada en todo el mundo, una medida como el impuesto Tobin parece razonable. Se trata, como ya se ha dicho, de gravar las transacciones en divisas, es decir la compraventa de monedas que se realiza entre un país y otro, con un pequeño impuesto de entre 0.1 y 0.25%. (la campaña plantea un 0.5%). Dicho impuesto, precisamente por ser tan reducido, no afectaría las inversiones productivas, ni el comercio de mercancías y servicios, ni las operaciones de largo plazo. En cambio, reduciría los incentivos para la especulación de corto plazo, dando mayor estabilidad a las tasas de cambio.

 Los fondos obtenidos por este impuesto, acordado internacionalmente, serían de entre 150 mil y 300 mil millones de dólares al año, los cuales, administrados por un organismo internacional, por ejemplo de las Naciones Unidas, podrían destinarse a diversos fines: programas de ayuda contra la pobreza para las regiones más necesitadas, o un fondo de ayuda emergente para estabilizar los mercados y prevenir situaciones de crisis, sin los condicionamientos actuales del FMI.

 La propuesta ayudaría también a combatir los paraísos fiscales, la fuga de capitales y el lavado de dinero, ya que permitiría ejercer mayor vigilancia y supervisión de las operaciones financieras.

 A pesar de su modestia, la adopción del impuesto Tobin sería una medida que operaría en sentido contrario a la lógica imperante en los mercados de capitales y de las finanzas mundiales. Permitiría a los Estados nacionales recuperar su capacidad de control sobre las operaciones financieras, coartaría la libertad irrestricta de los movimientos de capital y, desde luego, desalentaría las ganancias del juego especulativo que hoy es el gran negocio de instituciones privadas como Merryl Lynch o Morgan Stanley, y de las administradoras de fondos de inversión como Fidelity, Prudential y Crèdit Suisse. Ellos dominan ahora el mundo financiero, especialmente el mercado de capitales. Han desplazado incluso a los grandes bancos comerciales.

Según un experto, estos inversionistas manejan alrededor de 49% del mercado accionario de Estados Unidos y 12% de los activos totales de los fondos de pensiones y de inversión de ese país. Según las cifras del Banco Mundial, estos inversionistas institucionales privados manejan actualmente más de 20 billones de dólares de activos.3

Pero lo más importante es que la adopción del impuesto Tobin, precisamente por requerir un acuerdo internacional y la coordinación de un número importante de países, incluyendo las grandes potencias económicas, significaría la instauración de un mecanismo mundial de control financiero con propósitos completamente distintos a los organismos supranacionales como el FMI. Ello, a su vez, sería un precedente para una reforma global del sistema monetario, roto desde que a principios de los setenta se abandonaron los acuerdos de Breton Woods.

*Los primeros resultados

A sólo dos años, la campaña a favor del impuesto Tobin ha recibido el apoyo de más de 600 parlamentarios de diversos países del mundo, incluyendo un grupo pluripartidista del Parlamento Europeo. Ha tenido voto favorable en los parlamentos de Canadá y Bélgica. Una propuesta de resolución parecida ha sido presentada en los congresos de Estados Unidos, Brasil, Reino Unido, Francia, Italia, Argentina y Uruguay. En España fue presentada con el aval de todo el grupo parlamentario socialista. En Finlandia el gobierno apoyó oficialmente esta propuesta, a través del ministro de Relaciones Exteriores. En México la coordinación del grupo parlamentario del PRD en la Cámara de Diputados aceptó adherirse a la campaña mundial y está buscando el apoyo de diputados y senadores de otros partidos con el objeto de presentar un punto de acuerdo en la Comisión Permanente del Congreso de la Unión.

Por su parte, numerosas organizaciones no gubernamentales, sindicatos y asociaciones sociales y ecologistas están trabajando coordinadamente en esta campaña mundial para que los gobiernos nacionales y los parlamentos de sus países apoyen la propuesta. También, de muy diversas maneras, han hecho peticiones y gestiones para que se discuta en los organismos internacionales. En Génova, en julio, en la reunión del G-8, se incluyó el tema en los foros no oficiales y fue parte de la agenda que movilizó a cientos de miles.

A todo ello habrá que sumar la participación activa de la Confederación Europea de Sindicatos y la Confederación Internacional de Sindicatos Libres, así como la carta de adhesión de más de 350 distinguidos economistas de 45 países, enviada a las Naciones Unidas.

La campaña por el impuesto Tobin es técnicamente viable, tiene ya un apoyo importante y creciente en el ámbito mundial, es necesaria y urgente, pero se enfrenta a intereses poderosos y a una ideología dogmática que no acepta desviaciones ni concesiones, encarnada en aquellos que hoy manejan el FMI, el BM y la OMC, desde luego favoreciendo abiertamente los intereses de la potencia hegemónica, Estados Unidos de América. Pero las crisis se suceden unas a otras. Hoy es Argentina, mañana puede ser otro país de igual o mayor importancia, o puede ser una región entera o el mundo todo. Por ello la realidad y la presión social, multiplicada y coordinada en campañas como esta, más pronto de lo que imaginamos tendrán que imponerse a la cerrazón, la codicia y el egoísmo de quienes siguen creyendo incondicionalmente en las virtudes del libre mercado.*

Notas

1 Tobin, James, "A Proposal for International Monetary Reform", Vol. 4, Eastern Economic Journal 153-159 (1978).

2 Una reseña de este acontecimiento se encuentra en el libro Greenspan, de Bob Woodward, pp. 295-306, Editorial Península, Barcelona, 2000.

3 Singh, Kavaljit, The Globalisation of Finance, Zed Books, Londres y Nueva York, 1999.