DOMINGO 12 DE AGOSTO DE 2001

Los nuevos demócratas
 

El joven globalifóbico de Génova

Ahora que soy un activista radical, pienso que el largo amor entre el globo terráqueo de la primaria y yo sembró el internacionalismo que llevo en el pecho y el hígado. ¿Cómo podría pintarle una raya a la lucha sabiendo que es uno el mundo que habitamos y que su destino nos pertenece a todas y todos? He vivido dándole abrazos a mi globo, y con los brazos extendidos sobre la Tierra quiero verme hasta el último momento

PRIMITIVO Rodríguez Oceguera

A la edad de seis años me encontré por vez primera con un globo terráqueo. Lo tenía mi maestra sobre el escritorio y no pude resistir acercarme a él, observar forma y color de mares y continentes, darle vueltas para divertirlo un poco, acariciar su suave y redonda superficie, y abrazarlo como si en ese momento ambos hubiésemos descubierto la gran amistad que nos uniría para siempre. Desde ese día, cuando entraba al salón de clase mi primera mirada, acompañada por una sonrisa, era para el globo. A menudo me acercaba a él para repetir con igual cariño lo que había hecho en el primer encuentro.

Cuenta mi mamá que de pequeño me encantaba jugar con pelotas en la cuna y más tarde en la recámara y la sala. Mi papá creyó descubrir en ello una clara vocación por el futbol. Y no le faltaba razón. Entre lo que aprecio de mi cuerpo está que parece haber sido diseñado para hacer gala de sus habilidades artísticas con el balón. En calles y plazas lo sube a la cabeza y lo regresa a los pies después de pasearlo por hombros, piernas y pecho, mientras que brazos y manos danzan y le hacen al teatro del equilibrio. Pero ya en la cancha, también juega y coquetea con un balón, dándole amplia libertad a la imaginación y el coraje. De portero me ha tocado iniciar la cargada y parar tiros y troyanos. Sin un balón no podría entender y apreciar cabalmente lo que soy. Museos e iglesias, teatros, circos y cines han sido tan importantes en el paisaje cultural de mi vida como los estadios de futbol, particularmente después de que la maestra nos mostró en el globo que Italia tenía forma de pierna y además, observé yo, en posición exacta para meter un gol de izquierda en el Mediterráneo.

El globo en que habito, el balón con que juego y el país al que pertenezco se entrelazan y han llegado a formar parte de mis amores mosqueteros: todos para uno y uno para todos. Soy zurdo de pie gracias a la naturaleza y también de corazón gracias a mi familia obrera. Al lado de compañeras y compañeros que no saben dar vuelta a la derecha me encanta fundirme con la pasión popular en el estadio de futbol, y con la que generan marchas y movimientos a favor de mejores salarios o la dignidad de los inmigrantes. Sigo las copas europeas y mundiales al tiempo que me involucro con lo que pasa en Macedonia, Palestina o México. Creo en el pueblo, no en los gobiernos y sus policías que con votos de gelatina se han entregado a oligarquías de hierro. Y eso sí, continúo fascinado con los globos de la Tierra. A mi novia Gina le he regalado tres de diverso tamaño que dan cuenta gráfica de mundos imaginados por la ciencia o erigidos por conquistas y guerras. Globos cuyas heridas abiertas y reclamos sin respuesta han configurado el que hoy compartimos.

No puedo adivinar el futuro, mas tengo claro que para abrirle paso no hay mejor camino que la lucha sin fronteras para derribar las murallas de injusticia y racismo que nos cercan y dividen. Por supuesto, entonces, que vendría a Génova junto con miles de inconformes de Italia y otros países. En este encuentro desigual no esperamos cambiar la agenda de quienes representan a las naciones más ricas, pero sí, hacer el suficiente ruido para sacar de quicio la paz de su conciencia. Todo el poder policiaco del Estado italiano será incapaz de contener las marchas de protesta y tapar con promesas y gases el rechazo a la globalización depredadora de pueblos, tierras y mares. Las imágenes que darán la vuelta al mundo no serán únicamente las de gobernantes satisfechos y risueños, sino también las de rebeldes jóvenes de blanco y negro, obreras y obreros rojos, indígenas e inmigrantes con piel de todos colores.

El día que terminé la escuela primaria no quise dejar solo a mi querido globo. Al salir de la fiesta que nos dieron fui por él y conté a mis padres que la maestra me lo había regalado como premio a las buenas calificaciones en geografía e historia. Lo hice compañero de cuarto, ronquidos y sueños, al igual que un balón con las firmas de los jugadores del Roma ,el mapa de Italia y los posters de Sacco y Vanzeti, Manu Chao y Marcos. Cada noche, antes de acostarme, vuelvo al rito de acariciarlo, darle vueltas, sumergirme en sus aguas, caminar por sus desiertos y bosques y, en plan de nocturna despedida, rodearlo con mis brazos. Parecerían cosas de niño, y es cierto. Pero en lugar de pena, me llena de felicidad. El niño que no pudo resistir el encanto del globo es uno de los recuerdos que dan masaje a mis años.

Ahora que soy un activista radical pienso que el largo amor entre el globo y yo sembró el internacionalismo que llevo en el pecho y el hígado. ¿Cómo podría pintarle una raya a la lucha sabiendo que es uno el mundo que habitamos y que su destino nos pertenece a todas y todos? He vivido dándole abrazos a mi globo, y con los brazos extendidos sobre la Tierra quiero verme hasta el último momento. Bien, compañeras y compañeros de batalla, llegó la hora del encuentro. ¡Avanti! ¡Todos somos clandestinos!

Los globomercaderes.com tienen:

1. Diarrea neoliberal.

2. Estreñimiento mental.

3. Alergia a la igualdad.

4. Mucho guarura.

5. Poca madre.