La Jornada Semanal, 22 de julio del 2001


(h)ojeadas

La nueva faz del fausto

Enrique Héctor González



 
 
 
 

Carlos Fuentes,
Instinto de Inez,
Alfaguara,
México, 2001.
 
 

El silencio casi unánime que ha recibido, de parte de la crítica, la última novela de Carlos Fuentes, debe ser una forma del homenaje musical a una obra que, por algún ingenioso engaño del sentido (sobando el verso de Sor Juana), aparece impresa y en forma de libro. Quizá detrás de tan escandaloso mutismo se esconda todo tipo de intenciones y asintonías, desde la de quien no sabe cómo decir que no le gustó para nada (porque no la entendió, porque creyó entender que Fuentes no dio en el clavo, por aversiones recónditas y casi siempre extraliterarias) hasta la de los enemigos al uso –se sabe que la obra de Fuentes, como en su momento la de Paz, despierta menos pasiones que la propia figura del autor– quienes, o bien se preparan para destazarla tribalmente (no sería la primera vez que ocurriera), o suponen que su silencio debe ser interpretado como muestra de profundo desinterés. En cualquier caso, el texto en sí seguirá esperando al interlocutor que naturalmente se merecen los escritores indispensables.

La novela, una de las más breves del vasto ciclo narrativo para el que el propio autor ha acuñado el término de La edad del tiempo, se inscribe en esa incesante conversación que la obra literaria –así, en general– ha mantenido con la música, para no pocos escritores y filósofos la más alta de las formas artísticas y la que, en cierto modo, reúne la plasticidad de la pintura, la espacialidad real y vicaria del teatro y el cine y la sonoridad de la palabra poética. Se trata de una partitura verbal que, en principio (y es ésta una de las complejas complicidades que establece con el lector), asume un diálogo preciso y constante con La Damnation de Faust de Hector Berlioz, cantata ampliamente aludida en la novela. Más que de una solicitud o una deferencia con el lector culto, se trata de una invocación. Si la música académica tuviera el alcance que hoy en día favorece a la obra cinematográfica; si en el imaginario colectivo del lector común este tipo de trasuntos constituyera una costumbre cultural, la edición debería precaverse de una cintilla desprendible que dijera: “Inspirada en La Damnation de Faust de Berlioz”, del modo como ciertas películas incluyen en los créditos de partida la noticia de estar basadas en determinada obra narrativa. No ocurre así porque sería una impertinencia no menos abusiva que la fílmica (de algún modo determinaría tanto la aproximación del lector como la compra misma del libro), pero en todo caso calificaría a modo de beneficioso ejercicio de artes comparadas, cátedra que la celosa especificidad de las universidades actuales no se ha permitido inaugurar.

La estructura misma de la novela habla por cierto de un cuidado casi arquitectónico en la distribución de sus secuencias. El paralelismo (forma paradigmática de la simultaneidad) entre las historias antigua y moderna que conforman la anécdota central del texto, se detiene y cohesiona como un tiempo mítico en la de a-nel y ne-el y asume una conocida configuración (presente-pasado remoto-pasado mediato-pasado cercano-presente) en la historia de Inez y Gabriel. La duración de los capítulos es irregular, con una tendencia a intensificarse –es decir, contraerse– hacia el final, cuya apoteósica serenidad dialoga con la impetuosidad del de la cantata berliozana. Que el protagonista masculino del oratorio impreso que es Instinto de Inez sea un director de orquesta (el primer traductor de la obra musical, el puente de entendimiento entre los intérpretes y el autor, entre los ejecutantes y el público), alude sin duda a la condición de múltiples lecturas y de guiños constantes que hace la obra al mito del Fausto en sí y a otras de sus versiones: la de Goethe, la de Gounod.

Un objeto en particular, una suerte de amuleto cruza con su presencia presagiante todo el texto en sus dos historias: un sello de cristal que irisa el tiempo y lo concreta en forma visible a través de su angustiosa transparencia. Desde luego que en él se deposita la memoria de la especie pero, de manera más exacta, el recuerdo de un amor que no se realiza: el precio de una afinidad que no se lleva a sus últimas consecuencias, el mito de la atracción que multiplica la especie. El exitoso director de orquesta y la no menos famosa mezzosoprano encierran en el sello, como en la foto en que aparece y desaparece una tercera figura (la del amigo rubio de Gabriel, que en cierto modo obstaculiza la fluidez de su relación), una historia que no quieren contar, que se niegan a vivir: tanto el objeto bidimensional como el que tiene volumen (esta voz reúne, por supuesto, a las artes visuales y a las sonoras) concentran la energía que los cuerpos de los amantes demuestran en la cama en sus escasos encuentros a lo largo del tiempo, pero asimismo la difuminan como un espíritu maligno que impide que la relación funcione como tal. Dicha perversión de la trama amorosa no es sino signo de los tiempos y admite muchos otros nombres: miedo a la verdadera felicidad, amor a una profesión tan celosa y absorbente como la música, arrestos de la genuina comprensión de dos almas que sólo aspiran a trascender más allá de la ripiosa rutina de la convivencia conyugal.

Que Fuentes asigne a esta novela un lugar bajo el epígrafe de El mal del tiempo en la cuidadosa summa que ordena su producción novelesca (rigor que en ciertos críticos ha producido un injustificado resquemor, como si el acto de planeación y realización de cualquier obra no implicara un notable esfuerzo estructurador y una racionalización que en absoluto demeritan las dosis de imaginación e indeterminación implicadas por el trabajo del artista) no significa, por cierto, que sea la malevolencia sino tal vez la fatalidad la que cohesione los destinos de las historias agrupadas bajo tal programa narrativo. Instinto de Inez, desde el mismo título, supone que una constante de la historia (un mal del tiempo) es la que determina el sentido de un destino, si se vale el cómodo anagrama. Que el tiempo predilecto del narrador sea, en estas obras, el futuro en segunda persona –el de la premonición cifrada, el del azar inabolible–, sirve para regular la voz tonante del mito y de la creación.

Es precisamente con Aura (la novela que por un favorable despropósito de la estupidez ahora puede adquirirse hasta en los tianguis) el libro con el que Instinto de Inez dialoga preferentemente dentro del corpus de la obra total de Carlos Fuentes. La figura del doble, de la proyección que protagoniza la historia de Aura conversa y conserva a través de Instinto... la naturaleza bipolar de su estructura. Aludiendo a la privilegiada tesitura de Inez, que le permitía bajar de soprano a mezzo lo mismo que adecuar su voz a la edad del personaje representado –por ejemplo, en La Traviata–, el narrador resume el éxito de su versión en la manera como la joven diva sabe envejecer su voz en escena: “Una mujer de veinte años muere como una anciana.” Asimismo, Gabriel Atlan-Ferrara acaricia a Inez (née Inés Rosenzweig, pero cuyo nom de guerre –Inez Prada– genera las oscilaciones que en la primera parte de la novela desconciertan acerca de la ortografía del nombre y que más tarde se resuelven en el hecho de que ella asiste a su propia transfiguración) luego de una sesión de amor en la que, enternecido por su obsesión con la imagen del joven rubio de la foto (¿su amigo?, ¿su hermano?, ¿un sosias inusitado?), le promete que algún día reaparecerá. Por supuesto que las similitudes entre ambas novelas no se reducen a estas alusiones que todo lector de Aura reconoce enseguida; más bien, participan de la red de referencias a esa otra y ese otro que alientan en la psicología de Gabriel y de Inez a través de las figuras del joven rubio y de a-nel, la mujer de la historia primitiva; en las constantes alusiones a una Inés senil (casi otro anagrama) y, sobre todo, en la portentosa, totalizante concepción del amor como principio creador, como miglior fabbro de la vida humana.

Pero esta es sólo una línea de lectura posible. Sin duda Instinto de Inez admite algunas más que se escapan por supuesto a las dimensiones de esta nota, lo mismo que al juicio obnubilatorio de la cubierta de la edición, que afirma que la novela “lo consagra [a Carlos Fuentes] como el máximo narrador mexicano contemporáneo”. Juicios así de apresurados sólo generan una expectativa falsa o provocan una aversión por anticipado. Más modestamente, decía, la obra admite acercamientos provechosos entre los que pueden ser destacados los siguientes: se trata de un texto de dimensiones oratorias que se repliega sobre sí mismo como un canto, que cuenta a pesar suyo: de ahí la relativa renuncia de algunos pasajes a ser algo más que ilustraciones impresionistas de lo instintivo, otra vez en su doble matiz pictórico y musical; su dimensión mítica quiere reconocer en la música, fundamentalmente, la fuente de la creación: la invención del canto es una necesidad amorosa que radiografía y reduce la palabra a su condición ondulatoria de sonido puro; es una novela de la vejez, de la sinuosa vejación que el tiempo físico ejerce en los organismos vivos, forma de la degradación enaltecida, por oposición, en la lúcida ancianidad de Atlan-Ferrara; la idea de la reencarnación recorre buena parte de sus devaneos con lo fantástico que, si no inscriben el texto en esta línea particular de la ficción, sí hechizan algunos de los conjuros de su escritura; y es también, sin duda, una novela del odio, del odio amoroso, carnal, como el que puede sentir un dios descendido al infierno de su culpa, a la vergüenza de su propia inmolación.

Instinto de Inez es, pues, otra cantata, una apología de la musicalidad del tiempo como espacio de la escritura y una vituperación de la vida (que no del acto creador, el último instinto que nos queda) como “pretexto para la vida de la muerte”. A sus setenta y dos años, el autor se permite un elogio de la sombra y de la locura de la creación borgesianamente erasmiano: señas de identidad y de fecundidad de un reformador de la narrativa que apuesta en cada libro por un nuevo pacto con el lector
 

e n s a y o

Entre buendías

Verónica Gaymer Alcayaga

Eligio García Márquez, 
Tras las claves de Melquíades
Editorial Norma, 
Colombia, 2001.

“No hay en mis novelas una sola línea que no esté basada en la realidad”, afirma Gabriel García Márquez, mientras Eligio, su hermano menor, se dedica a seguir cada una de sus pistas ocultas entre las arenas movedizas del tiempo. Profunda investigación periodística, Tras las claves de Melquíades, en ardua tarea se propone a lo largo de sus 630 paginas desentrañar la génesis de Cien años de soledad, considerada una alegoría latinoamericana de la Biblia, con más de veinte millones de ejemplares vendidos. 

Eligio, el menor de los hermanos, nació en Sucre y creció en Cartagena para luego establecerse en Bogotá. Ahí estudió física, ensayó con la publicidad y finalmente se quedó con el periodismo. Hasta la fecha ha publicado, con éste, cinco libros. Además vivió en París y en Londres, pero las raíces lo devolvieron a Colombia, donde hoy es coordinador general de la revista Cambio que actualmente también se publica en México.

“Yo voy a escribir una vaina que se va a leer más que el Quijote” dijo Gabo en 1951 y pasó más de una década y media con la historia dando vueltas en su cabeza, hasta el inesperado día en que tuvo la revelación manejando su Opel hacia Acapulco, con mujer e hijos: “Debía contar la historia como mi abuela me contaba las suyas, partiendo de aquella tarde en que el niño es llevado por su padre a conocer el hielo”. Doce meses encerrado en su taller, “La cueva de la mafia”, y ya estaba lista la novela.

Macondo es Aracataca, que en la nostalgia del realismo mágico representa la localidad bananera de la costa caribe. Ahí pasó sus primeros diez años en una casa poblada de fantasmas como la que construyó su abuelo, revivido por el coronel Aureliano Buendía. Es difícil imaginar que fue el propio Gabriel García Márquez quien sufría atormentado por el mal de los golondrinos. La tía Mama que tejió una vez su propia mortaja es eternizada en Amaranta Úrsula, y Rebeca, la pequeña que come tierra, no es otra que la visión mitificada de su hermana Margarita.

En medio de este universo mágico muchos se preguntan qué convirtió a la novela en bestseller, qué hizo a su autor ganar el Nobel. Eligio García Márquez encuentra distintas respuestas, como las caras del diamante, cristalizadas en innumerables rostros que hablan de Cien años de soledad. Declaraciones en boca de escritores de la talla de Carlos Fuentes que se refieren a aspectos como el conflicto entre lo universal y lo regional en la literatura cuando Gabriel García Márquez recién escribía su obra: “La historia ‘ficticia’ coexiste con la historia ‘real’, lo soñado con lo documentado, y gracias a las leyendas, las exageraciones, los mitos de la gente, Macondo se convierte en un territorio Universal, en una historia casi bíblica, de las generaciones y las desgeneraciones, en una historia del origen y destino humano y de los sueños o deseos con los que los hombres se conservan o destruyen.”

Los innumerables libros que se han escrito sobre Cien años de soledad no pretenden ser una investigación totalizante ni tienen la ventaja de Eligio, que puede utilizar las vivencias del origen familiar y tener acceso directo a la fuente de creación: su hermano. Sin embargo, estas no son las únicas ni las mejores cualidades cuando descubre el azar, las circunstancias preparadas y fortuitas de la existencia, las críticas literarias, las recomendaciones boca a boca, las características novedosas del libro y las opiniones de editores y escritores de la época, que se combinan. Eligio pinta lugares con letras e ilumina ambientes en efervescencia social y transporta al lector hasta Buenos Aires, el 5 de junio de 1967, cuando la Editorial Sudamericana publica por primera vez Cien años de soledad. Y conclye: “El éxito inmediato en Buenos Aires se debió a que en aquel momento los argentinos vieron en las historias, y en los personajes de la obra de García Márquez, la historia de los miembros de sus propias familias.”

Como buen maestro del oficio periodístico, Eligio descompone la realidad y reordena las piezas del tiempo, para darle a los hechos el sentido de causa y efecto que le permita descifrar las inteligibles claves de Melquíades. Esta reconstrucción literaria sobre la historia de la novela juega a su antojo con el espacio y el tiempo sin perder de vista su faro, sin olvidar nunca las leyes internas que le dan el sentido armónico a su estructura. Así se sumerge en el secreto de los mares cotidianos de García Márquez para traer a la superficie las raíces líquidas de su magia. Frente a la imaginación de nuestros ojos invoca el fundamento épico del hombre americano que se enfrenta a un ejército vegetal con espadas verdes y escudos de hojarasca en una infantería de robles que pareciera llegar hasta los limites últimos del hombre. 

A veces cuenta las novelas que ayudaron a García Márquez a encontrar su estilo, comenzando por Faulkner y Kafka y pasando por autores de distintas épocas y lugares del mundo; también refiere secretos de la vida de su hermano, desde sus inicios como escritor hasta aquellos cuadernitos escolares donde iba escribiendo el diario con la estructura de Cien años de soledad, sobre los que Gabriel declara: “Eran como la costura del libro, las cáscaras, los cascarones de huevo, las peladuras de papa, por eso los destruimos. Incluso a mí me daba mucho pudor verlos, encontrarme con ellos; era como ver intimidades que no se deben conocer y por eso las destruí por completo.”

En algunas ocasiones, aunque muy pocas, el autor se toma ciertas licencias que escapan al género del reportaje, aunque no pierde la coherencia de su discurso en el ámbito documental que, empapado de su objeto de estudio, cuenta los hechos con un toque de realismo mágico. Lejos de ser un desacierto, estas libertades enriquecen el texto que a veces logra emanciparse de los esquemas tradicionales de la crónica, penetrando regiones desconocidas donde forja un estilo propio en su quehacer periodístico. Reflejo de esta práctica es el momento en que describe la inolvidable portada de la primera edición de la novela como un símbolo profético del prometedor futuro de Cien años de soledad: “El mismo galeón español de los puestos de periódicos hace más de treinta años, pero ya inmemorial, ya flotando no sólo sobre tres rosadas y enormes flores geométricas de azulada selva sino de las vicisitudes editoriales y sociales argentinas, y del tiempo, en la eternidad.”

Más allá del diálogo que presenta entre libros, escritores y experiencias, Tras las claves de Melquíades logra finalmente superar los límites del reportaje llegando a convertirse en río, con un líquido vital de información que orienta y motiva a quienes han decidido iniciarse en el difícil pero enaltecedor camino de la creación literaria .



Curso de danza en técnica Graham. Dirigido a bailarines profesionales y semiprofesionales, el curso será impartido por la maestra Christine Dakin, especialista en técnica Graham, y por Clarissa Falcón, especialista en técnica Cunninghan y notación Laban. La duración del curso será del 6 al 24 de agosto en la sede del Colegio Nacional de Danza, Sierra de Tilaco 201, col. Villas del Sol. Fecha límite de inscripción: 3 de agosto de 2001. Informes a los teléfonos 5213 7255 y 5213 7256, con el coordinador de los tallares, maestro Orlando Scheker Román.

Centro nacional de las artes: talleres, cursos, música, teatro. Módulo sobre Grecia del seminario Orígenes de las civilizaciones. Las dos últimas sesiones del módulo presentado por el doctor en Letras Clásicas, Arturo Ramírez Trejo, se llevarán a cabo el 24 y 31 del presente mes, de las 19:00 a las 21:00 horas en la Sala de Teleconferencias del cenart, en Río Churubusco y Calzada de Tlalpan, col. Country Club, metro General Anaya. Informes al 5420 4400, extensiones 1040 y 1029.
  Taller: La relación escénica. Imparte: Raúl Quintanilla y está dirigido a profesionales de la actuación y la dirección escénica. Los requisitos de ingreso son: experiencia básica como actor o director de escena, disponibilidad de horario, entrega de una muestra de trabajos realizados (video, audio, publicación, etcétera) y una entrevista previa. Será de lunes a viernes, del 23 al 25 de enero de 2002. Costo: $ 1,000.00. Taller de Danza y Teatro (frente a la Plaza de las Artes)
  Cursos de verano: Ritmos, colores y sabores de México en verano. Talleres de juguetes y juegos, teatro, música, expresión corporal y plástica. Dirigido a niños entre cinco y doce años de edad. Coordinan: Alas y raíces a los niños y el cenart. Se llevarán a cabo del 23 de julio al 10 de agosto, de las 10:00 a las 13:00 horas Costo: $ 500.00. Cupo limitado. Lugar: Áreas verdes y explanadas del cenart.
  El arte por la parte. Una manera joven de acercarse a las múltiples dimensiones de la actividad artística. Está dirigido a jóvenes entre dieciséis y veintiún años. Se impartirá del 23 de julio al 3 de agosto, de lunes a viernes, de las 16:00 a las 18:00 horas. Costo: $500.00. Lugar: Áreas verdes y explanadas del CENART.
  Música: Festival de cuerdas. Cuarteto Arianna, Estados Unidos. Invitada: Eleonor Weingartner, clarinete. El programa incluye el Cuarteto op. 18, núm. 4, de Ludwig van Beethoven; Night fields, de Joan Tower, y el Quinteto para clarinete y cuerdas en si menor, op., 115, de Johannes Brahms. Viernes 27 a las 23:00 horas.
  Teatro de las Artes. Los cuentos de Hoffman. Música de Offenbach. Elenco sivam. Dirección escénica de Ragnar Conde, con la participación de la Orquesta Juvenil de México bajo la dirección de Jaime Demster. Jueves 26 y viernes 27 a las 23:30, sábado 28 a las 19:00 horas y domingo 29 a las 18:00 horas. 
Costo $ 60.00, preferente, $ 40.00, galería.
  Teatro. Foro de las Artes. La casa del Teatro. Intervalo de Luis de Tavira y Antonio Zúñiga, inspirada en textos de Strindberg y Bergman. Dirección de Saúl Meléndez. Del 5 al 29 de julio, jueves a viernes, a las 20:00 horas. Sábado a las 19:00 y domingo a las 18: 00 horas. Costo: $ 40.00
  Mayor información sobre estas y otras actividades del cenart a los teléfonos 5420 4466 y 5420 4407. Conmutador: 5420 4000, extensiones 1038, 1155 y 1192. Fax: 5420 4514.

El Centro Internacional de Guionismo de Cine y Televisión invita al taller de actuación en cine que impartirá Leticia Huijara. Inicia el 6 de agosto y tendrá una duración de tres meses, una clase por semana, de las 19:00 a las 22:00 horas. Para mayores informes, comunicarse a los teléfonos 5550 3233 y 5550 9308, o acudir personalmente, de las 14:00 y las 20:00 horas, de lunes a viernes, a la sede del cigcite, en San Carlos 7, San Ángel, o en la página web www.cigcite.com. Cupo limitado.
 
 
 

n o v e l a


De la vigilia a la ensoñación

Gabriela Valenzuela Navarrete
 Felipe Montes,
El vigilante,
Plaza y Janés,
México, 2001.
¿Cuántas veces al salir con las prisas mañaneras o al regresar por las noches, con el portafolio lleno del cansancio del día, reparamos en esa sonrisa mecánica que nos saluda al abrir la puerta o bajar la cadena, o le dedicamos siquiera un minuto de nuestros pensamientos al silbato que arrulla nuestro sueño por las noches? ¿Cuántas veces intentamos penetrar en la vida de esos anónimos vigilantes que en cualquier ciudad y en cualquier colonia parecen pertenecer más al mobiliario urbano que a los habitantes humanos que tienen a su cargo?

Felipe Montes, el autor de El vigilante, penetra precisamente en ese mundo oscuro e inexplorado de los cuidadores nocturnos, en esos vecindarios de la noche tan distintos a los que se nos presentan en el día. Entre ronda y ronda, un vigilante de un barrio en Monterrey revive su infancia ya casi olvidada, su juventud perdida, un primer y único amor que nunca se decidió a conquistar; y entre las curvas y las esquinas de las privadas le esperan, listos para asaltarlo, el recuerdo de su madre, el asesinato de su padre y el accidente que terminó con la miserable vida de su abuelo convertido en limosnero. Jornada tras jornada se presentan en apariencia iguales, tan rutinarias como la disciplina que él mismo se ha impuesto para mantener en forma su cada vez más cansado cuerpo; sin embargo, uno nunca sabe cuándo hay una desviación escondida en la carretera más recta: la linealidad de esa rutina se rompe el día en que un crimen siega la vida de una niña... y amenaza con desmoronar al supuestamente sólido vigilante.

El vigilante de esta primera novela de Montes se nos presenta como un símbolo de seguridad, como el eje en torno al que gira la maquinaria del Barrio de los Nogales, como ese tornillo sin el cual nada podría funcionar. Pero lejos de representar a un hombre duro y sin sentimientos, el autor nos muestra a un ser extremadamente sensible debajo de esa coraza de piel curtida por el clima, de músculos endurecidos por el ejercicio; un anónimo que se vuelve entrañable conforme nos adentramos en su historia. En su ensayo titulado Tres géneros narrativos, Mario Benedetti explicaba, a propósito de la novela, que “el protagonista siempre se halla rodeado (aunque sólo sea de su propia soledad), siempre existe en un mundo (aunque ese mundo menosprecie su existencia)”. Felipe Montes ejemplifica esta teoría con su solitario personaje siempre rodeado por los ausentes habitantes, existente en un mundo dormido que ni siquiera aparece en los sueños de los vecinos.

Algo que resulta una afortunada contradicción, pero en lo cual se basa buena parte del éxito de la novela, es el hecho de que el título, El vigilante (y en sí el único nombre del personaje), se oponga al estado de ensoñación, de inmersión en las profundidades del recuerdo por el que transcurre la novela... hasta que una pesadilla dibujada en los cuerpos oscuros y sin rostro de seis violadores acaba con la placidez de ese sueño. Y como en un sueño, el recurso de un estribillo remarca la idea de repetición, de enfrentarse siempre a aquello que más se teme.

Además de una unidad de impresión bien mantenida a lo largo del relato, una virtud más de la novela de Felipe Montes es la maestría con la que sostiene el narrador en segunda persona plena que eligió. Un narrador que nunca descubre su circunstancia ni su relación con el protagonista, que se dirige a él y lo increpa, que actúa como una voz de conciencia que confiesa cosas que el personaje intenta olvidar y cuenta su historia en partes, pero que, hablando desde el punto de vista del escritor, es especialmente difícil de mantener por cuestiones estilísticas y fonéticas. Pese a estas dificultades “técnicas” y a las limitaciones que impone la propia estructura temporal de la novela (durante sólo cuatro noches de vigilancia, el lector puede adentrarse en todos los años de la vida del cuidador), Montes sale victorioso del reto de El vigilante, que, como adecuadamente apunta David Toscana en su comentario al libro, es una “obra extraña y fascinante; un duro poema épico (en prosa), mezcla de violencia y melancolía”


p o e s í a 

Los cantos al silencio
María Baranda
Ricardo Venegas,
Caravana del espejo,
Instituto de Cultura de Morelos,
México, 2000.
Atisbar una búsqueda es la parte fundamental de la tarea de un poeta. Búsqueda que significa desplazamiento y sentido como espacio de vitalidad y crecimiento. Ahí radica la libertad y la condena de la escritura.

En la historia de nuestras letras ha habido varias fases de devastación y de endurecimiento, así como de inclusión y de incisión de diversas tendencias líricas que han permitido a las nuevas generaciones de poetas asumir prácticas más formales o, por el contrario, deslizarse hacia estéticas menos convencionales. Sin embargo, es cada vez más palpable en la poesía mexicana del momento la necesidad de entablar un diálogo con la tradición que ha marcado la naturaleza misma de la poesía de Occidente. Tradición que significa también una combinación de tradiciones. Nuestro linaje poético ha sido el logro y el dominio de un mestizaje cultural e intelectual que nos ha hecho recorrer el territorio de la ortodoxia más crítica y el de la ambigüedad más llana. Hablar de poesía en esta época nos hace vislumbrar un péndulo que oscila entre el despliegue escritural de un texto y el desarrollo de una poética-visión que enfrenta el pasado y el presente lírico de un autor. Esta actitud presupone una renovación, un redescubrimiento de uno mismo y una significación, ante todo verbal, pero inseparable del sentido crítico de la realidad. Sólo la poesía reconcilia estas dos orillas. Sólo la poesía recupera este tiempo físico y espiritual del momento. Nada más alejado de ella que la visión acomodaticia del poeta. Nada más ajeno a la máscara de la exaltación del sentimiento. Ricardo Venegas lo sabe y por eso, desde su libro anterior, Signos celestes (Fondo Editorial Tierra Adentro, 1995), traza un puente escritural con Caravana del espejo. No es fortuito que en el último poema de Signos celestes escriba: “Mi rostro es una caravana/ de peregrinos muertos.” El poeta marca un vínculo de actitud y delinea el ámbito donde sucederá su poesía.

Escritura contra y desde el dolor, Caravana del espejo presupone el desplazamiento de todos aquellos seres que pueblan su mundo. Su sentido no es el de la pretensión ontológica sino, por el contrario, el de la humildad del tiempo. La travesía de un hombre que se atreve a cantarle al silencio. Principio y fin coinciden en un acercamiento y una reflexión en torno a textos más bien formales que funcionan como puertas de entrada y de salida. La tradición enmarca el sentido inicial del libro y el fin del mismo, como si se pudiera predicar una distinción entre forma y contenido. Sin embargo, esta diferencia no ha permitido jamás que olvidemos la parte fundamental de un poema: la experiencia. Componer un libro en el acoplamiento de estas dos posturas presupone una lectura de formas clásicas en donde Vengas consigue, así, darnos un sentido de referencia. En la primera y en la última parte del libro se habla del espejo. Ambas enmarcan un tiempo que parece ser el mismo. Presencian el recorrido de una caravana que sucede en el interior del texto tal y como se forman los rasgos del recuerdo. Venegas nos habla de la incertidumbre como opción de vida, del infortunio como medio de aproximación a su escritura. El lugar donde verifica y cimenta sus hallazgos es el de una gota de agua, en donde cae y encuentra aquel vacío original que le permite confirmarse como poeta, donde “El tiempo ha sucedido/ con veintitantos años en los ojos: yo nunca olvidaré este musgo de la pila/ ni el peso de la gota/ ni la llave.”


FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION
antropología
• La civilización zapoteca. Cómo evolucionó la sociedad urbana en el Valle de Oaxaca, Joyce Marcus y Kent V. Flannery, traducción de Jorge Ferreiro Santana, Sección de Obras de historia, México, 2000, 324 pp.

artes plásticas
• La imaginación del instante: signos de José Luis Cuevas, Miguel Ángel Muñoz, Col. El horcón, Museo José Luis Cuevas/Editorial Praxis, México, 2001, 60 pp.

ensayo
• De cara a la muerte. Cómo afrontar las penas, el dolor y la muerte para vivir plenamente, Isa Fonnegra de Jaramillo, Editorial Andrés Bello, Barcelona, España, 2001, 296 pp.
• El triunfo de la masculinidad, Margarita Pisano, Surada Ediciones, Santiago de Chile, 2001, 151 pp.
• Estrategias sagradas, Danubio Torres Fierro, Col. Los tres mundos. Memorias, Seix Barral, Barcelona, España, 2001, 157 pp.
• Mors repentina. Ensayos sobre la grandeza y miseria del cuerpo humano, Francisco González Crussí, traducción de Verónica Murguía, Col. Vagaluz 19, Verdehalago/Universidad Autónoma de Puebla, México, 2001, 203 pp.

narrativa
• Beber del espejo, Héctor Cortés Mandujano, Col. Aquí enfrente, Jaiser Editores, México, 2001, 107 pp.
• El mensaje devastado, Adolfo Echeverría, Ediciones Cal y Arena, México,
2001, 119 pp.
• Muerte en la casa de baños, Wilfried Horwege, traducción de J.A. Bravo, Ediciones Martínez Roca, México, 2001, 313 pp.
• Nada que ver, Jorge Dorantes, Biblioteca Era, Ediciones Era, México, 2001, 125 pp.
• Relicario mexicano. Episodios inéditos de la historia nacional, Alejandro Rosas, Editorial Planeta, México, 2001, 160 pp.

poesía
• Algo sobre la muerte del mayor Sabines/Maltiempo/Otros poemas sueltos, Jaime Sabines, Editorial Joaquín Mortiz , México, 2001, 116 pp.
• Miscelánea II. Obras completas, Octavio Paz, Col. Círculo de lectores. Letras mexicanas, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 428 pp.

revistas
• Alforja, núm. XVI, primavera 2001, textos de Javier Ponce, Aleyda Quevedo Rojas, Rosa Aurora Chávez, entre otros, Fraternidad Universal de los Poetas, México, 154 pp.
• Casa del Tiempo, núm. 29, junio 2001, volumen III, época III, textos de Thomas Bernhard, Ricardo García A., Carlos Gutiérrez Angulo, entre otros, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 78 pp.
• Crítica, núm. 87, mayo-junio de 2001, nueva época, textos de Alberto Garrandés, Mario Calderón, José Israel Carranza, entre otros, Universidad Autónoma de Puebla, México, 144 pp.
• Crónicas y Leyendas, tomo I, tercera época, Sucesos y leyendas de La llorona, El difunto ahorcado, La manchincuepa, entre otros textos, Colectivo Memoria y Vida Cotidiana, a.c., México, 2001, 64 pp.
• Etcétera, núm. 8, junio 2001, textos de Julio Chávez Sánchez, José Carreño Carlón, Irving Berlin Villafaña, entre otros, Análisis, Ediciones y Cultura,
México, 72 pp.
• Los Universitarios, núm. 7, abril de 2001, nueva época, textos de Jaime Avilés, Arnoldo Kraus, Ignacio Solares, entre otros, unam, México, 64 pp.
• Los Universitarios, núm. 8, mayo de 2001, nueva época, textos de Bruce Swansey, Alberto Vital, Gonzalo Celorio, entre otros, unam, México, 64 pp.
• Los Universitarios, núm. 9, junio de 2001, nueva época, textos de Juan Ramón de la Fuente, Ruy Pérez Tamayo, Vicente Herrasti, entre otros, unam, México, 64 pp.
• Origina, núm. 100, junio 2001, año 9, textos de Alonso Arreola, Ricardo Guzmán Wolffer, Jermán Argueta, entre otros, Gilardi Editores, México, 80 pp.
• Patek Philippe, núm. 8, otoño-invierno 2000, textos de Artemy Troitsky, Seima Takanashi, entre otros, Condé Nast Forward Publishing Agency, Suiza, 88 pp.
• Textos, núm. 4, enero-marzo de 2001, textos de Javier Sicilia, Rosa Beltrán, Rubén Rivera, entre otros, Suntuas Académicos, México, 190 pp.
• Universidad de México, núm. 602-604, marzo-mayo de 2001, textos de Marcos Moshinsky, Antonio Velázquez, Guillermo Sheridan, entre otros, Universidad Nacional Autónoma de México, México, 107 pp.

video
• Caracol de Plata. Reconocimiento Iberoamericano al Mensaje de Beneficio Social, memoria I, edición/año 2001, México.