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México, D.F. lunes 11 de junio de 2001
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Discrepa de la opinión de Carlos Monsiváis sobre el sida en Cuba

Señora directora: He seguido con atención la polémica que despertó la carta publicada por el escritor Carlos Monsiváis en las páginas de La Jornada (06.06.01), relativa al aislamiento de los VIH-infectados y VIH-sida en Cuba. Con ello, Monsiváis hace una drástica y apasionada condena a un procedimiento sanitario que se usa en todo el mundo desde hace muchos siglos, y perdura en la actualidad en varios países y para distintas enfermedades.

Al margen de cualquier consideración política y hablando sólo en términos de salud pública, el aislamiento es un método útil en la lucha para controlar algunas enfermedades infectocontagiosas o al menos alguna de sus fases clínicas. La utilización de este modo depende de varios factores epidemiológicos, a saber: la mortalidad y morbilidad que causa tal enfermedad, la resistencia de la población ''sana'' a ese agente infectante específico, si existe o no una vacuna y otros métodos efectivos capaces de prevenirla, si hay medicamentos que puedan curarla o al menos bloquear su contagio, y finalmente la decisión que toma la mayoría de una población para enfrentarla epidemia y la responsabilidad de cada enfermo en cuanto a su conducta frente a los demás.

Ahora bien, el aislamiento de enfermos contagiantes, sigue siendo un recurso vigente para proteger los derechos humanos de quienes los rodean.

El problema es más serio de lo que parece a simple vista y desde un mirador tan extraño como el de Monsiváis, las cosas pueden verse sumamente distorsionadas; se le disculpa porque no es especialista en salud pública, pero precisamente por eso debería ser más prudente al opinar sobre asuntos tan complejos.

Además, ¿quién preferiría, padeciendo cualquiera de las infecciones que hemos mencionado, sufriría en la calle con toda la libertad, pero sin protección alguna, como están ahora miles de enfermos en México, o estar en un centro de salud adecuado, rodeado de las atenciones que la condición humana y de salud reclaman?

(Carta resumida)

Atentamente

Dr. Mario Rivera Ortiz


La salud es un derecho de los cubanos, dice

Señora directora: Siempre he admirado a Carlos Monsiváis como escritor. Sin embargo, discrepo de su percepción del trato a pacientes seropositivos en Cuba. Pocos seres humanos, en este mundo de democracias neoliberales gozan el privilegio de tener derecho a la salud de forma gratuita -como la tienen los cubanos-, con todo lo que ello traduce: 1. Hospitales dignos que cuenten con tecnología de punta, que permitan un diagnóstico oportuno, conllevando a su vez un tratamiento expedito y correcto. 2. Medicamentos de alta especialidad (no limitarse a un cuadro básico insuficiente e incompleto para enfermedades como el mismo sida). 3. Especialistas altamente capacitados que consecuentemente mejoran la calidad en la atención de los enfermos.

La Cuba ''castrista'' es uno de lo pocos países (quizás el único) que puede presumir en voz alta del otorgamiento de sus servicios de salud a toda su población, con estándares de calidad por arriba de lo establecido por la propia OMS. Ningún país en América Latina tiene los niveles de salud que disfruta el pueblo cubano. Y a los médicos mexicanos nos consta cómo el sistema de salud en Cuba ha logrado controlar no sólo al sida, sino muertes infantiles asociadas a desnutrición, enfermedades diarréicas (en nuestro país sigue siendo la primera causa de muerte en la población menor de 5 años), la muerte materno-infantil por embarazos de alto riesgo, tuberculosis que, dicho sea de paso, en nuestro país jamás hemos logrado detener y se incrementa día con día (al igual que el sida).

Cabe señalar que en los 70, la tuberculosis en México se logró parcialmente controlar, creándose hospitales exclusivamente para el manejo, tratamiento, control y curación de los pacientes, proyecto que se abandonó durante el sexenio de Echeverría bajo argumentos similares a los expuestos por Monsiváis en relación con los sidatarios cubanos: el agravio a los derechos humanos de los enfermos, pero se ocultó la verdadera razón: los recursos económicos que implicaban mantener toda una infraestructura con un equipo multidisciplinario de especialistas y los propios requerimientos e insumos de este tipo de hospitales.

Sin embargo, tampoco la solución a estas enfermedades es la segregación de los enfermos a determinados centros hospitalarios, pero sí es una medida epidemiológicamente ética para el control de las pandemias.

(Carta resumida)

Xicoténcatl García Jiménez, médico neumólogo


Una cosa es el sistema de salud y otra el régimen castrista, opina

Señora directora: La carta firmada por Carlos Monsiváis, el 6 de junio, refleja cómo alguien puede no leer un texto y se dedica a criticar el contenido de la nota del día 5, respecto al manejo de los enfermos de sida en Cuba. El escritor va del problema de salud a discutir el sistema castrista que, quiérase o no, ha logrado mantener la cohesión del pueblo cubano.

Con tenor más plañidero que intelectivo compara la situación de los hospitales cubanos con los que hubieron de padecer los leprosos en la época medieval. Cabe recordarle la existencia de un hospital para leprosos en Zoquiapan, en donde no sólo los enfermos han encontrado un sitio para vivir dignamente, sino han recibido tratamiento adecuado. Como quiera que sea, las dos entidades son diametralmente diferentes, una es curable y no es mortal, aunque sí segrega al que la padece, mientras que la otra es mortal, y sabido es que existen los portadores sanos, y aun cuando es factible que ellos no lo sepan, son vectores que transmiten fatalidades. Esto es combatible mediante el trabajo de los grupos de autoayuda que, según el informe cubano, funcionan en sus hospitales y que, visto de manera objetiva, es el único camino para ayudar a prevenir algo que aún no podemos curar.

Daniel Vasconcelos, médico-neurólogo


Respuesta de Monsiváis

Señora directora: A propósito de los sidatorios en Cuba, coincido en un punto con los doctores Mario Rivera y Xiconténcatl García Jiménez: la preocupación por las muy débiles y timoratas políticas de salud en México en relación al sida y muchas otras enfermedades; discrepo en cuanto a su apoyo a la estrategia de contención del sida en Cuba que, todavía hoy en alguna medida, propone la internación obligatoria de seropositivos y enfermos. En su respuesta a mi crítica, los doctores señalan lo no aludido o discutido en mis cartas, los avances de la medicina en Cuba y la atención a los pacientes en medio de la escasez crónica.

Si esto sucede así, es de elogiarse, pero mi alegato es muy específico; no hallo razón para celebrar la política de reclusión obligada de los afectados por la pandemia, a los que brutalmente se cercena de su entorno sin que en su gran mayoría se hallen en condición terminal. Al respecto, el doctor García Jiménez no discrepa en lo básico de mi posición: ''Sin embargo, tampoco la solución a estas enfermedades es la segregación de los enfermos a determinados centros hospitalarios, pero sí es una medida epidemiológica ética para el control de las pandemias''. Si no es la solución, ¿por qué le resulta ética? ¿Por qué hubiese podido serlo? La internación obligatoria, al principio incluso de los familiares, asegura Francoise Escarpit, viola con severidad los derechos humanos, equipara a la enfermedad con un delito grave, da por terminada la capacidad productiva y de hecho las esperanzas de los enfermos que, en adelante, serán ya sólo eso... y, además, no resuelve el problema.

El doctor Rivera, de manera irrefutable, no me considera especialista en salud pública. Sin embargo, no se requiere serlo para hallar éticamente inadmisible lo que el propio doctor García Jiménez halla médicamente inviable, la segregación de los enfermos por orden estatal, en función de una política de salud deshumanizada y de una cuarentena inexistente. (Insisto ¿y el control epidemiológico de los turistas? Si es imposible deben reconocerlo). Dice el doctor Rivera: ''El aislamiento de los enfermos contagiantes sigue siendo un recurso vigente para proteger los derechos humanos de quienes los rodean''.

¿Esto tiene algo que ver con el sida, o, más bien, el doctor se aisla en su desinformación? Afirma: ''¿Quién preferirá, padeciendo cualquiera de las infecciones que hemos mencionado, sufrirla en la calle con toda la libertad, pero sin protección alguna, como están ahora miles de enfermos en México, o estar en un centro de salud adecuado, rodeado de las atenciones que la condición humana y de salud reclaman?''. La disyuntiva es nada más del doctor Rivera. Creo posible la libertad con protección, porque no me convencen ni las restricciones totalizadoras intentadas en Cuba, ni la indiferencia de las autoridades de salud en México, uno de cuyos argumentos vendría a ser: ''No mencionen ni el condón ni el sida en los medios electrónicos, porque se ruborizan nuestros ancestros''.

El doctor Daniel Vasconcelos me achaca una comparación absurda entre los hospitales cubanos y los leprosarios medievales, cuando sólo propuse otro término adecuado: sidaretos, a semejanza de los lazaretos. Luego, sugiere para seropositivos y enfermos de sida el ejemplo del hospital para leprosos de Zoquiapan, y finalmente describe a los portadores del VIH: ''Vectores que transmiten fatalidades''. ¿Todos ellos? ¿Siempre? Y Vasconcelos, para combatir la pandemia, se solidariza con la técnica aplicada en Cuba: grupos de autoayuda que le parecen ''desde el ángulo más humano, más útil y efectivo de la práctica médica, es el único camino para ayudar a prevenir algo que aún no podemos curar''. ¡El Santo y Blue Demon contra el Virus! De manera que, en internación obligatoria, los enfermos, constituidos en grupos de autoayuda, son el único camino. ¿Pero cómo van a prevenir los que no pueden salir?

Atentamente

Carlos Monsiváis
 

 

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