LUNES Ť 11 Ť JUNIO Ť 2001

ƑLA FIESTA EN PAZ?

Leonardo Paez

SAN ISIDRO 2001: EXAGERACIONES

GRANDES AUNQUE NO anden, ha sido el criterio ganadero de la pretenciosa feria de San Isidro, en la plaza de Las Ventas de Madrid, que en la mayoría de los festejos que ofrece -unos treinta- cuelga en las taquillas el letrero de ''no hay billetes'' o, como decimos por acá, agotadas las localidades, si bien hace años con pobres resultados como espectáculo taurino, ya no digamos artísticos.

PERO COMO DIRIA el de la plazota de Insurgentes: ''Qué chiste llenar Las Ventas, si apenas tiene 24 mil localidades, poco más de la mitad de la Plaza México''. Aunque nuestra triste realidad taurina ya no dé para meter siquiera esa cantidad durante la mayoría de las corridas -unas veinte- en la dependiente temporada dizque grande.

EN MADRID SE lidia el torote con kilos y muchos pitones, es decir, sobrado de trapío aunque, salvo confirmadoras excepciones, sin bravura ni juego suficientes para permitir las faenas tres eme de los muleteros monótonos modernos y sus predecibles creaciones, u hombradas memorables.

CONVERTIDA EN ESCAPARATE esnob donde se encuentra gente bonita de los países taurinos del orbe -madrileños y poblaciones de los alrededores, algo de Francia y Portugal y unos cuantos de México, Colombia, Venezuela, Perú y Ecuador-, la otrora catapulta hacia la gloria que constituyó la isidrada, se ha convertido en soporífero desfile de torotes mansos e inválidos, antes que por los kilos de más, por falta de casta, de sangre auténticamente brava, de codicia bastante para arrancarle la cabeza al que se descuide.

LA NEFASTA AMABILIZACION de la fiesta de toros, esa moderna tendencia a reducir riesgos en la conducta de los animales de lidia por parte de criadores, empresas y apoderados, con la anuencia oportuna de crítica y autoridades, so pretexto de posibilitar faenas más artísticas (?), ha sentado pues sus reales también en las principales plazas de España, mientras un espectador frivolón y pretencioso prefiere dejarse ver en los tendidos a dejar de asistir a tamaños remedos de tauromaquia.

POR ELLO, A falta de una actitud más crítica ante el desbravamiento de los torotes, durante la feria el público de Las Ventas prefiere rasgarse las vestiduras con las inepcias de algunos diestros o con los percances de otros, que por algo paga los precios más caros del mundo para asistir a un espectáculo del que sólo recibe emociones a cuentagotas.

POR EJEMPLO, SI al pundonoroso José Tomás le tocaron los tres avisos en la corrida del primero de junio -al mejor cazador se le va la liebre, dice el lugar común-, dejando ir vivo a su segundo enemigo, espectadores y crítica especializada de inmediato le cayeron encima como si se tratara de un Cristo claudicante que rehusó morir en el calvario del heroísmo -circunscrito éste a la arena del coso venteño, claro está.

O SI EL enternecedor Juli -niño a los 19 años- sufre una cornada más aparatosa que grave -podrá reaparecer en diez o quince días-, espectadores y crítica se impresionan como si fuera la réplica de la tragedia de Linares, en esta solemne desorientación de un público que entendía pero, sobre todo, exigía la magia del toreo a partir de la bravura, y que hoy ya no sabe si va o viene.