Jornada Semanal,  27 de mayo del 2001 
Hugo Salcedo

Teatro y literatura 
dramática en el norte de México

Hugo Salcedo nos habla de las propuestas dramáticas que, cada día con mayor fuerza, se hacen en el south border de Estados Unidos y nuestra frontera norte, que son dos espíritus, dos cosmovisiones diferentes ubicadas en el mismo territorio conflictivo. Los mitos del desierto alimentan estas creaciones, aunque sus temas centrales se deriven de la espesa problemática de lo que se ha venido convirtiendo en un tercer país, distinto de los dos que se mueven en sus calles, caminos, trabajos, lenguas, aciertos, humillaciones, vejaciones y movimientos del instinto de conservación.

A partir de la década de los años noventa, la zona norte de nuestro país se ha visto robustecida por una verdadera explosión de manifestaciones escénicas, que van cobrando un matiz propio que la define con peculiares características. Ya sea la geografía física (particularmente la conjunción del mar, el desierto y las cadenas montañosas), o la relación de codependencia económica con el país más poderoso del mundo, o cierto interés de instituciones gubernamentales en apoyar –mediante sus variados programas– las labores de creación, investigación o capacitación artística, quienes permiten dar cuenta de una extendida como enriquecida propuesta teatral. Lo cierto es que este desarrollo tiene que ver con el oficio de quienes, durante años, han insistido en la realización de trabajos profesionales, intentando explorar otras vías que no obliguen a una forzosa estancia en la Ciudad de México. 

Durante muchos años y salvo contadas excepciones, el único teatro, y por consecuencia la única dramaturgia censada con relevancia, era la que se escribía dentro de los linderos de la gran metrópoli. Las cosas han ido cambiando. Por fortuna hemos podido observar una modificación en la apreciación crítica que permite dar sitio a las dramaturgias redactadas en otros rumbos de la geografía nacional.

En el norte sus protagonistas se han encaminado y comprometido con la potenciación de otro polo de desarrollo para la cultura teatral que se escucha fuerte en foros y conferencias no solamente de alcance nacional: la llamada south border de Estados Unidos o nuestra “frontera norte”, y que es la que marca con mayor decisión la pauta para las relaciones económicas y sociales de carácter binacional en este siglo que nace. 

En la porción septentrional mexicana se advierte un verdadero incremento de propuestas que experimenta con los mitos, los ritos y las voces populares en una cantata de imaginería heredada de la tradición oral; en discursos que describen la tenacidad de héroes caídos por las balas pero levantados por el furor colectivo; en el empeño de los hombres y mujeres de traspasar las barreras geográficas o cronológicas para alcanzar la meta de sus sueños perseguidos; en la transposición a contextos regionales de pasajes aprovechados de mitologías legendarias como pueden ser la hebrea o grecolatina; en la exposición fragmentada de la realidad que obliga al espectador a una particular reconstrucción de la historia o a la contaminación lingüística producida por el mestizaje de lenguas (el español y el inglés) y culturas (la mexicana y la angloamericana).

El trabajo literario de Hernán Galindo, autor nacido y radicado en Monterrey, ha hecho suyos los hallazgos de la propia Elena Garro en la composición de su pieza Los niños de sal, texto ganador del Premio Nacional de Dramaturgia en 1994, cuya propuesta invita a adentrarnos en parajes de significados contrapuestos: presencia/ausencia, encanto/frustración, vida/muerte. 

La obra Ampárame Amparo, del tamaulipeco Medardo Treviño es un texto de similar exhalación poética. El autor indaga precisamente en esta modalidad de literatura nacional a la que antes nos hemos referido, ahora echando vuelo a la memoria de la protagonista –Amparo– que da tridimensionalidad a los recuerdos de muertos no anónimos ni distantes. A partir de su gran capacidad de síntesis, el autor aterriza con fortuna en la exploración del erotismo más embrujador. Obra que clama por la sangre derramada en una recuperación del orden cósmico, de rituales atrapados en la evocación del pasado con una tristeza infinita. Un nuevo relato de sobrescritura acerca del ancestral mito de La Llorona, que aparece aquí rodeada por cierta atmósfera misteriosa en los desiertos del norte, y que se ocupa de describir al personaje femenino como una “Coyota que aúlla a la muerte”.

Manuel Talavera, en Chihuahua, hace uso de recursos como el desdoblamiento del personaje, aproximándose a la reflexión interior calderoniana. En Los granos de oro, pieza que germina a partir de la noticia criminal, de inmediato elude todo compromiso documental y toda categoría de la escuela realista, ubicando su discurso en otro patrón dado a partir de la contemporaneidad del enfoque. Talavera hace presente el elemento fantástico que, como lo menciona Louis Vax, irrumpe con violencia provocando el desconcierto y el espanto. Los personajes ya no respetan la propuesta dual del espacio para la ficción, sino que se internan decididos en el ámbito del protagonista, amenazando su propia integridad. Cuando canta la gallina, original de este mismo autor, se permite realizar ejercicios interdramáticos, exposiciones en doble perspectiva y árboles genealógicos corrompidos por los celos, el engaño o la insatisfacción. En ambos casos, al igual que en sus títulos más recientes, Manuel Talavera propone una recepción distinta del espectáculo que no se presenta como entidad unívoca sino que apunta al desarrollo de historias paralelas y a la consecuente participación crítica del auditorio.

La actual línea fronteriza del norte, con ciento cincuenta años de historia y más de tres mil kilómetros de longitud, divide a las dos economías tan dispares propiciando el flujo migratorio y el consecuente incremento demográfico que se deja sentir en las ciudades del lado mexicano, porque son muchos los migrantes que fracasan en su intento de cruzar al país del american dream, o bien, porque son deportados día tras día mediante los sofisticados controles que se han instalado en la franja, como el doble muro de contención, los helicópteros nocturnos dotados de rayos infrarrojos o la construcción de una autovía a manera de cicatriz transversal, proeza de ingeniería que pretende unir ambos océanos –el Atlántico y el Pacífico– para el tránsito eficaz de la Border Patrol. 

La elaborada vigilancia ha hecho que los migrantes intenten el cruce por otro puntos menos supervisados, obligando al desplazamiento por rutas antes inexploradas en el desierto y cuya peligrosidad da ahora la cifra de fallecimientos múltiples por insolación, con cadáveres que se recogen hasta semanas o meses después de ocurrida la tragedia.

Los contrastes hacen aflorar una carpeta de temas, personajes y situaciones fundamentalmente violentas, que dan razón del acontecer en la vida fronteriza y el tránsito de indocumentados. Obras de nuestra autoría como El viaje de los cantores, de 1990, que anecdóticamente expone la tragedia real de dieciocho jóvenes que mueren sofocados al cruzar ilegalmente en un vagón de ferrocarril a una temperatura estival de cuarenta grados centígrados, se utilizan para experimentar una disposición en la recepción lectural o espectacular, de forma tal que, como se explica en la nota inicial, la obra invita a la ordenación mediante una modalidad que sugiere el sorteo, para conseguir combinaciones diferentes en cada noche de representación o en cada ejercicio de lectura. El recurso intenta una participación activa del receptor en esta suerte de Tablero de Dirección, traspolado de Rayuela, la novela de Cortázar, que dispone en nuestro caso del juego voluntario echado al azar de las diez secuencias que integran el libreto, con un total de combinatorias resultantes de la operación aritmética de diez exponencial; es decir, diez por nueve por ocho por siete, etcétera. 

De esta manera se intenta otorgar una modalidad expositiva que permita cierta distancia para reflexionar sobre este hecho lamentable y cotidiano, sobre las condiciones de violencia a que se expone el tránsito migratorio y que, desde que entró en marcha el Gatekeeper (Operativo Guardián) en octubre de 1994, más de quinientas treinta personas han muerto en el intento de llegar “al otro lado”, cruzar el muro de metal oxidado construido con placas que el ejército de Estados Unidos utilizó para que sus vehículos avanzaran sobre las dunas durante la Guerra del Golfo, y que ahora no sólo sirven para delimitar el espacio fronterizo sino también para intimidar, para mostrar a los ojos del mundo la diferencia entre dos formas de vida tan distintas. Pero es un hecho que la afluencia de indocumentados no cesará, aun cuando los medios den a conocer el número de muertos por asfixia en el desierto de Arizona, los ahogados en su intento de cruzar el río Bravo; o bien, los aniquilados mediante proyectiles de francotiradores apostados desde sus granjas particulares que pretenden contener el cruce irremediable. Con el trabajo de Enrique Mijares, dramaturgo duranguense acreedor en 1997 del premio Tirso de Molina que otorga España, el teatro del norte ha refrendado su impacto internacional. La obra ganadora, Enfermos de esperanza, es la primera en atreverse a hablar frontalmente del movimiento propiciado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional; en sus diálogos habla de la vergüenza de una nación que olvida muy pronto, del desprecio y sometimiento de los indígenas de Chiapas, la mentira y palabrería de los gobernantes. El texto es una sugerente inundación de musicalidad, una partitura ilimitada hacia la confección de un brillante espectáculo. Una voz que bajo el embrujo coral de los indios chamulas se expande en múltiples tonalidades. Una fuerza valiente que se hermana con los sometidos pueblos mexicanos en una contagiosa enfermedad de rebeldía, enfermedad de lucha, enfermedad de esperanza.

En esta aproximación a la nueva, más reciente y tan diversa escritura teatral, hemos de mencionar el particular caso de Gerardo Navarro: actor, dramaturgo y artista plástico, cuya obra se encarga más fecundamente de incorporar en sus obras el espanglés fronterizo, una fusión natural y dinámica de términos en español y en inglés, una ensalada fonética. El espanglés es la más clara muestra de la hibridación social y cultural; convivencia de personas y contrapunto a veces violento, que dan testimonio de la incorporación del latino en la sociedad estadunidense, y de la modificación de éste en su intento de adecuación. Sin embargo, en la obra de Navarro no se trata de un experimento lingüístico sino del retrato oral que da cuenta de esa modalidad emergente; mezcla plurilingüe que se refiere al mestizaje inevitable del fin y principio de milenio. La violencia como tinta indeleble es la constante de este autor, que aflora inmisericorde en sus textos, donde encontramos manifestaciones envilecidas del hombre contemporáneo como gruñidos, tatuajes grotescos, ripiosos poemas escritos con navaja, tinas que almacenan orines, alegatos de irreverencia clerical, mutilaciones físicas producidas por las guerras, atrocidades sexuales, antropofagia que con tenebroso gusto practican algunos de sus personajes.

Gerardo Navarro, autodefinido como poeta esquizoétnico, continuará en la búsqueda de otras formas expresivas que resulten emparejadas a los pasos gigantes de la inminente globalización, marcando el compás de un teatro “fronterizo” no ya solamente en el implícito sentido geográfico referido, sino también en los linderos del espectáculo unipersonal, el performance, el teatro/danza y la conferencia cultural. Sparky G, monólogo estrenado en 1999 e interpretado por este mismo autor, es un producto que combina las habilidades del ejecutante mediante el soporte de un texto polisémico que se arriesga en una exposición fundamentada en la superposición de personajes. En la representación se describe el contacto con el mundo de la droga y el trayecto del protagonista entre el alucine y la verdadera huida por un freeway de Estados Unidos. 

Para la conformación de un auténtico fenómeno no solamente dramático sino escénico en el norte de México, han sido varios los factores que han tenido lugar. Mientras que hasta hace un par de años la Muestra Nacional de Teatro tuvo continuidad en tanto su sede más recurrente fue Monterrey, los encuentros regionales y universitarios en otras ciudades como Culiacán, Tijuana o Hermosillo han coadyuvado a la confrontación de los hacedores locales con trabajos facturados en otros puntos del país. Mención aparte merece la actividad continua del Taller de Dramaturgia realizado en Baja California durante 1996 y 1997, del que resultó un volumen antológico y la puesta en escena de varios ejercicios propios de un grupo de jóvenes autores antes completamente desconocidos. 

En otros estados fronterizos de México, la aparición de un buen número de autores da razón del trabajo en la modalidad de activos talleres dramatúrgicos, como el que comanda Coral Aguirre en Monterrey, cuyos alumnos han logrado importantes reconocimientos. Tales son los casos de Mario Cantú Toscano y Hernando Garza. En Chihuahua Luis Heraclio Sierra y en Tamaulipas Demetrio Ávila, son otros ejemplos de que la incidencia del oficio de sus maestros se ha dejado sentir, fortaleciendo un movimiento regional mediante las propias propuestas escritas para el teatro.

Para cerrar esta breve reseña, deben consignarse los trabajos de la agrupación civil Teatro del Norte, que tienen la intención de establecer permanente contacto entre los hacedores de la escena, a fin de encontrar efectivas y productivas asociaciones. Fundada en 1996, Teatro del Norte, a.c. ha intentado ser un vínculo entre los realizadores de las distintas áreas y el público en general. Quizá la tarea de mayor relevancia sea la coordinación de los coloquios binacionales “Teatro y Literatura Dramática Frontera Norte/South Border”, realizados ya en Tijuana, Monterrey, Ciudad Victoria y Saltillo. A estas reuniones anuales asisten creadores de ambos lados de la frontera, y la confrontación entre críticos e investigadores intenta conferirles un carácter académico.

Por lo expresado arriba, el teatro del norte se manifiesta como una propuesta cuyas metas se alejan del reconocimiento efímero que podría conseguirse con cierta visita a la capital mexicana. Prefiere, por otro lado, el intercambio y la formación de otros públicos mediante asuntos que atañen a situaciones contextuales más particulares.

Ya sea por nacimiento o por tránsito de vida, el oficio de los autores “norteños” mencionados, así como de otros tantos que no se han mencionado aquí, está encaminado y comprometido con las circunstancias históricas y sociales que otorga el tiempo en que vivimos, así como con su ubicación en esa extendida frontera mexicana: barda infranqueable, lindero con la desesperanza, muro de la vergüenza; pero también punto de encuentro, zona de transformaciones constantes, abrevadero temático, multiculturalidad artística, inclusión necesaria, invitación a la tolerancia, abolición de patrones hegemónicos, abogacía y defensa por la diversidad.