Jornada Semanal,  6 de mayo del 2001  
 
 
 
Tres fragmentos de "México"
 
Robert Lowell (Boston 1917-Nueva York, 1977) 
 
 
 
 
 3
Deseando alzar la cruz del Rey. Sacrificado 

en el monasterio de Emmaús en Cuernavaca- 

nombre mundano para su planta aerodinámica 

y sus crucifijos vanguardistas, los monjes, como Pablo, se han ganado 

con artesanías al costo de la transferencia de profundidad. 

Aquí acampó dos años una Comisión Papal, 

y emitió su decreto: el análisis no es obligatorio, 

su sereno Prior belga era herético, un desviado... 

No pudimos hallar el cadáver removido por un helicóptero; 

las celdas estaban vacías, pero el arte aún se vendía; 

legos neuróticos te acechaban como venados, 

alambres de púas en cabañas blancas e inmaculadas, cuyos 

nombres eran 

Sigmund y Karl... Viven la vida de los monjes, 

una revelación alivia el estrago de la anterior.

6
En medio del invierno de México. Sin embargo, altas flores rojas 

persisten en los árboles, y todo está en la hoja, 

el crepúsculo quema los ladrillos enormes como hogazas- 

en algún sitio debí encontrar este color, el rosa enfebrecido, 

y supe su mensaje: ¿o será que a tu casa veinte veces 

te he encaminado, y luego retorné sobre mis pisadas? 

Ningún momento vuelve y es manejable, ni dos veces ni una. 

Hemos esperado, pienso, toda una vida para este paseo, 

y el polvo blando bajo nuestros pies se deshace 

como la sal de la pureza, alba y estéril; incluso 

es sal tu blusa de encaje abullonado. Los ladrillos se apagan; 

al minuto más común no se divide, ni una ni dos veces... 

Cuando sales, te evoco, cada hora del día, 

cada minuto de la hora, cada segundo del minuto.

7
Tres almohadas, punta a punta, elásticas, curvas, y frías 

cubiertas por la sábana del diván. Por un segundo, 

la mano alucinaba- 

me pensé descubriéndote. En el crepúsculo, 

el lavabo despide su golpeante perfume, su dulzura, 

un enlace de ron y coca-cola. Oscuridad, querida, oscuridad: 

aquí siempre, lo ilusorio de la noche, las luces 

observan a los mexicanos, niños casi todos, conformados 

por habitaciones 

como cajas en una calle donde los autobuses devoran la acera. 

Y la medianoche del Año Nuevo; en el mercado tres beben 

cerveza 

en latas adornadas con limones y sal; una mujer azteca, 

canta sus baladas de adulterio; y llora porque 

su esposo la ha abandonado por tres mujeres para asumir 

la pobreza que todos los hombres deben enfrentar a la hora de la 

muerte.

Traducción de Carlos Monsiváis