Jornada Semanal,  6 de mayo del 2001  
 
 
 
Gaspar Aguilera Díaz 
 
El discurso de las literaturas regionales  
 
 
 
Gaspar Aguilera sostiene, acertadamente, que las literaturas latinoamericanas siempre "han sido enriquecidas con el aporte de las obras que se han creado y producido en las diferentes regiones de cada país". Esto, que sigue siendo verdad en México, Brasil, Colombia, etcétera, es acotado entre otras cosas por el hecho de que "nadie renuncia a su propia tradición por la ajena, pero nadie hipoteca tampoco su propia, humilde personalidad, a la de los antepasados gloriosos", como afirma Enrique Díez-Canedo, citado por el autor de este ensayo donde se define bien el juego de influencias y equilibrios que suelen darse entre las literaturas regionales y las metrópolis culturales. 
 
De este lado y del otro del Atlántico, veo y confieso, en la gente de lengua española, nuestra dependencia de lo francés, y, hasta cierto punto, lo creo ineludible; pero ni yo rebajo el mérito de la ciencia y de la poesía en Francia para que sacudamos su yugo, ni quiero, para que lleguemos a ser independientes, que nos aislemos y no aceptemos la influencia justa que los pueblos civilizados deben ejercer unos sobre los otros. Lo que yo sostengo es que nuestra admiración no debe ser ciega, ni nuestra imitación sin crítica, y que conviene tomar lo que tomemos con discernimiento y prudencia.
Juan Valera
 
Algunas preguntas surgen respecto a este tema siempre polémico: ¿Actualmente se pueden subestimar las llamadas literaturas regionales, cuando todas las literaturas latinoamericanas -sin excepción- han sido enriquecidas con el aporte de las obras que se han creado y producido en las diferentes regiones de cada país? 

¿Se puede ignorar el hecho de que si se realizara un estudio estadístico, el ochenta por ciento de los escritores más representativos de un país proviene de regiones que se encuentran fuera de las metrópolis, y en muchos casos han iniciado su trabajo literario en sus lugares de origen? 

¿No es significativa la circunstancia de que en las literaturas de países como Perú, Guatemala y México, sus antecedentes iniciales hayan sido las primeras manifestaciones poéticas en la época prehispánica? 

La diversidad y la unidad del idioma español es evidente en las literaturas latinoamericanas por encima de la preocupación valorativa, respecto al detalle de si su autor radica en la capital o en el interior del país. 

Evidentemente, la cultura de América Latina adoptó el idioma de los vencedores, y éste se ha venido enriqueciendo a lo largo del tiempo, con las expresiones indígenas, mestizas y populares que se hablan en cada región. Ante esta perspectiva, nadie dudaría de que ese diverso, amplio, heterogéneo mundo cultural y espiritual conformado por la riqueza de cada lengua ha ido integrándose al corpus de la literatura latinoamericana en ese singular y valioso sincretismo que ya describía el poeta español Bernardino Fernández de Velasco: 

                                                 Más ahora y siempre el argonauta osado 

                                                 Que al mar arrostra los furores 

                                                  Al arrojar el áncora pesada 

                                                  en las playas antípodas distantes 

                                                   Verá la cruz del Gólgota plantada 

                                                   Y escuchará la lengua de Cervantes... 

Respecto a esa dependencia de nuestras literaturas de las europeas, no se trataba del rechazo automático y discriminatorio de los nativismos hacia las formas literarias extranjeras o importadas, sino de la exigencia de elegir temas nuevos, sentimientos distintos, como bien lo señala el crítico brasileño Antonio Cándido. 

Y tratándose de esas interrelaciones permanentes y revivificadoras de la literatura latinoamericana con las europeas, es importante recordar que en los casos del modernismo, encabezado por Rubén Darío, y el neorralismo portugués, con Jorge Amado, José Lins do Rego y Graciliano Ramos al frente, más que corrientes originales y novedosas, aquí se modificaron, perfeccionándolos, los "instrumentos" recibidos de Europa. 

A partir del surgimiento de las vanguardias en la década de los años veinte, en las dos décadas posteriores, en Brasil, por ejemplo, la influencia de poetas importantes como Carlos Drummond de Andrade o Murilo Mendes, es visible en las generaciones posteriores que han enriquecido su trabajo con la lectura de poetas europeos imprescindibles como Paul Valéry, así como de los poetas españoles de la época; nos referimos a Joao Cabral de Melo Neto. Y mientras en París Huidobro inventaba el creacionismo escribiendo en francés y tomando como modelos a italianos y franceses, en Latinoamérica un grupo de excelentes poetas como Borges, el propio Huidobro, Mario de Andrade, Oswald de Andrade, y Manuel Bandeira, entre otros, fundaban con un nuevo impulso vanguardista el ultraísmo argentino, y el modernismo brasileño, como pruebas evidentes de la importancia y vigencia de las innumerables interrelaciones, contactos e influencias que se establecen entre las distintas literaturas, sean regionales o no. 

Desde cierta perspectiva, si valoramos el nativismo y el regionalismo sólo como un atractivo literario para el lector urbano o europeo, de pronto puede caerse en el error, sin darse cuenta, como apunta César Fernández Moreno, "de que el nativismo más sincero se arriesga a hacerse manifestación ideológica del mismo colonialismo cultural, que su cultor rechazaría en el plano de la razón clara, y que pone de relieve una situación de subdesarrollo y consecuente dependencia". 

Se acepta sin discusión que el regionalismo ha sido y seguirá siendo un gran impulso estimulante en la literatura latinoamericana, aun cuando en el subdesarrollo, según Fernández Moreno, "funcione como presencia y después como conciencia de la crisis, motivando lo documental y lo político"; aquí podría recordarse la literatura de emergencia que Ernesto Cardenal justificaba en la Nicaragua sandinista, e, igualmente, el testimonio del portentoso narrador peruano José María Arguedas: 

Mientras la fuente de la obra sea el mismo mundo, él debe brillar con aquel fuego que logramos encender y contagiar a través del otro estilo, del cual no estamos arrepentidos a pesar de sus raros, de sus nativos elementos [...] La universalidad pretendida y buscada sin la desfiguración, sin mengua de la naturaleza humana y terrena que se pretendía mostrar sin ceder un ápice a la extensa y aparente belleza de las palabras. [...] No se trata, pues, de una búsqueda de la forma en su acepción superficial y corriente, sino como problema del espíritu, de la cultura, en estos países en que corrientes extrañas se encuentran y durante siglos no concluyen por fusionar sus direcciones, sino que forman estrechas zonas de confluencia, mientras en lo hondo y lo extenso las venas principales fluyen sin ceder, increíblemente [...] contando en cambio con una ventaja especialmente de un acto de creación más absoluta. 

Realmente, por otra parte, sólo en las grandes naciones como Argentina, Chile, Uruguay, donde no es tan predominante la población indígena, la llamada literatura regional ha pasado a formar parte de una forma literaria en desuso, después de haber conformado corrientes como el gauchismo en Argentina o el sertanejismo en Brasil. 

"El regionalismo fue una etapa necesaria, que dirigió a la literatura, sobre todo la novela y el cuento, a la realidad local. Algunas veces fue oportunidad de tener buena expresión literaria, aunque en su mayoría sus productos han envejecido." A este juicio de Antonio Cándido habría que contraponer que, con excepción de cierto regionalismo pintoresco, teniendo como telón de fondo las características de su propia región y desmitificando su múltiple y compleja realidad americana, se han escrito obras fundamentales en las que se universaliza la región que se describe, como sucede en El mundo es ancho y ajeno, de Ciro Alegría; La vida inútil de Pito Pérez, de José Rubén Romero; Canek, de Ermilo Abreu Gómez; Huasipungo, de Jorge Icaza; Redoble por Rancas, de Manuel Escorza; Cien años de soledad, de García Márquez, Hombres de maíz, de Miguel Ángel Asturias, y esas dos obras maestras de la narrativa contemporánea: El llano en llamas y Pedro Páramo, de Juan Rulfo, entre muchas otras. 

El perfil, la fisonomía literaria de los países latinoamericanos trasciende y va más allá de una superficial definición regionalista, folklórica o nativista, en la medida en que es el resultado de la imaginación creativa de muchos hombres y mujeres, y de ese misterio de siglos que sólo los escritores nos han sabido revelar. Un ejemplo contundente sería la universalidad lograda por la poesía del nicaragüense Rubén Darío, escrita desde una de las regiones más pequeñas de Centroamérica y cuya dimensión resalta el escritor español Juan Valera: "Los hispanoamericanos separados de la metrópoli hace ya setenta u ochenta años, tienen menos arraigo, menos savia española, y tienen el espíritu más abierto al pensar y al sentir de lo extranjero. Hasta cierto punto, el hispanoamericano culto se ha hecho cosmopolita." Ya el propio Rubén Darío lo anunciaba así: 

                                                Un continente y otro renovando las viejas 

                                                prosapias 

                                                en espíritu unido, en espíritu y ansias y lenguas, 

                                                ven llegar el momento en que habrán 
 
                                                de cantar nuevos 

                                                 himnos. 

Cada lengua, como se sabe responde además al espíritu de la comunidad que la habla, la escribe y la asume como legítima y propia, aun frente a aquellas que de pronto resultan avasalladoras. Pero como lo señala el maestro Enrique Díez-Canedo: "Nadie renuncia a su propia tradición por la ajena, pero nadie hipoteca tampoco su propia, humilde personalidad, a la de los antepasados gloriosos." Mario Benedetti puntualiza y ubica estos planteamientos: 

Partir de la región no significa obligatoriamente una literatura regionalista. Ésta ya cumplió su ciclo en casi todos los países de América Latina, y hoy puede decirse que es cosa del pasado [...] Partir de la región, a los efectos de la creación literaria, no implica la sumisión a (ni el descarte de) modos dialectales, vetas del folklore, monumentos de la historia zonal. Partir de la comarca, es asumirla en tanto ser humano, tal como en su momento la asumieron Quiroga, Martí, Martínez Estrada, Gabriela Mistral, y tal y como hoy la asumen Rulfo, Cardenal, José María Arguedas, Roa Bastos. 

Finalmente, es importante señalar que gracias a estas vertientes y entrecruzamientos afortunados de los diferentes contextos que han enriquecido ?permítase la necesaria reiteración? la obra literaria, hoy la literatura latinoamericana se encuentra en uno de sus momentos más altos y vitales. Esto nos lleva a reflexionar sobre lo definitivo y válido de sus propuestas y a revalorar los elementos que sustancialmente integran una literatura que nos identifica y da sentido en esta nuestra patria del lenguaje: su originalidad, su imaginación desbordante, sus aportes al idioma español, sus resonancias en el alma individual y colectiva, la sincronía histórica con el momento en el que aparece, para seguir conformando y confirmando la madurez creciente de una literatura necesaria para todos, y reinventada en cada obra por el genio de nuestra lengua.