La Jornada Semanal, 22 de abril del 2001

 

(h)ojeadas

De amores en la ciudad posapocalíptica

Guillermo Vega


 
 
 
 

Luis Tovar,
Amor que crece torcido,
UAM Azcapotzalco, 
México, 2000.

En su célebre ensayo sobre el arte de escribir cuentos, Raymond Carver expresa su predilección por aquellos relatos en los que se encuentra algún sentimiento de riesgo o una atmósfera de amenaza. “Tiene que haber tensión, el sentimiento de que hay algo inminente, de que ciertas cosas se mueven ineluctablemente o si no, muy a menudo, sencillamente no hay cuento.” Esta tensión, explica uno de los mejores cuentistas contemporáneos, se crea en parte por la manera en que las palabras concretas se enlazan para conformar la parte visible del cuento. “Pero también las cosas que se dejan por fuera, las que están implícitas, el paisaje detrás de la lisa pero a veces quebrada y precaria superficie de las cosas.” Es decir: en el cuento importa tanto lo que se dice como lo que no se dice, y todo ello debe contribuir a la tensión que lleve al lector hasta la última línea del texto. Todo esto lo sabe, y lo demuestra muy bien, Luis Tovar en su primer volumen de cuentos titulado, muy acertadamente, Amor que crece torcido.

Y decimos que es muy acertado porque logra expresar el común denominador que unifica a este conjunto de historias, diversas en tratamiento y recursos narrativos, pero hermanadas en intención, espíritu y eficacia. Se trata de historias de amor, pero no en el sentido en que tradicionalmente se entiende el término. Tovar nos cuenta historias de amores torcidos, dañados, perdidos, arruinados, amenazados por la fatalidad, el miedo, la miseria, la pasión, el deseo, el tedio, la angustia y el sufrimiento, en una época (la última década) y en una ciudad (la de México), donde lo que menos se esperaría es que sus habitantes pudieran sentirse atacados por la soledad  y el aislamiento, dado que, como ha dicho Carlos Monsiváis, lo verdaderamente sorprendente en la capital del país (la primera ciudad posapocalíptica) es encontrar un lugar donde se pueda escapar de la gente, pues son precisamente las personas quienes invaden todo, y se aman, se sufren, se odian, se soportan y se sobreviven en una realidad cada vez más angustiante y desesperanzada.

A contracorriente de los escritores de su generación (nació en 1967), quienes se han mostrado mucho más preocupados por ambientar artificiosamente sus historias en espacios alejados de la realidad y las preocupaciones de su tiempo (en el mercenario afán de una bastarda “universalidad”, ávidos de premios y parcelas de poder cultural), Tovar se ha empeñado en reflejar en su escritura enrarecidas atmósferas urbanas, en las que deambulan sus personajes, quienes buscan enderezar, infructuosamente, esos amores desgarrados que nos cuenta el autor con singular destreza narrativa.

De hecho, en algún lugar se ha vinculado a la cuentística de Luis Tovar con una sensibilidad cercana a “el lado moridor”, como definió Evodio Escalante a la literatura de José Revueltas, en la que se ha desterrado la complacencia y el happy end para mostrar una realidad descarnada, habitada por personajes jodidos, losers, tránsfugas de la excelencia neoliberal, y que sin embargo siguen en la brega, aman, sufren y sobreviven, pues no les queda de otra; y que, sin embargo, nos pueden mostrar más acerca del género humano que cualquier historia de pretendida intención edificante o simplemente de “entretenimiento”. De esta forma, los personajes de Luis Tovar cogen en hoteles de paso, lloran, sudan, mientan madres, tienen arrebatos de ternura, son calientes, cobardes, apasionados, tiernos, se rascan los huevos, tienen enfermedades venéreas, se emborrachan, no tienen ni un quinto, viajan en Metro, asesinan, se enamoran de la mesera de un café de chinos, cantan, ligan en la calle, ríen, abandonan, se mueren…

Para algunos autores, el cuento se encuentra más cerca de la poesía que de la novela, pues mientras ésta es libertad y extensión, aquella es precisión y musicalidad. En un cuento, como en un poema, una palabra de más, un adjetivo mal utilizado, una frase mal construida, puede echar a perder el conjunto. Pero, además, en un cuento se debe mantener un tono, una cadencia, que es necesario sostener de principio a fin, para fascinar y convencer al lector, exactamente como si se estuviera interpretando una pieza musical. De hecho, tal como estableció Truman Capote, “la escritura tiene leyes de perspectiva, de luz y sombra como las tiene la pintura o la música”. Luis Tovar las conoce, las aplica y las ha ajustado a su arte narrativo.

Por ello no extraña la presencia recurrente de la música en la mayoría de los cuentos de este autor. Por ejemplo, en “La muñequita sensual” (uno de los mejores de la colección), una popular canción sirve como ominoso tema que recarga el infeliz destino de los protagonistas. O en “La canción de Alicia”, donde una melodía de Joaquín Sabina enmarca el tono de una triste historia de amor y olvido. O en “Yeah!”, donde la guitarra de un trovador semeja la flauta de Hamelin que convoca a una escalofriante personaje, especie de “paranoica al revés” (es decir, que cree que a todos les cae bien).

De hecho, puede decirse que Tovar armó su libro como una obra musical sui generis, un poco a la manera de los discos conceptuales de los grupos de rock de los sesenta y setenta, como El Sargento Pimienta de los Beatles, Sus Satánicas Majestades de los Rolling Stones o Arthur (o la caída del Imperio Británico), de los Kinks, en los que las canciones van surgiendo desordenadamente, como obras independientes, con valor por sí mismas, pero a la hora de armar el álbum están hermanadas por un concepto, una idea o un espíritu, y al leerlas en conjunto nos aportan, en un todo orgánico, con múltiples afluentes subterráneas, una visión más completa y exhaustiva del mundo que el autor ha creado.

Si Amor que crece torcido fuera un acetato de larga duración (un lp, no la aburrición de los discos compactos de la actualidad, en los que de setenta minutos de grabación, apenas la mitad puede considerarse música efectiva), el Lado A empezaría con dos textos cortos, armados sobre tonos similares, casi elegíacos: “De este lado” y “El rostro inmóvil”, exquisitamente emparentados con la prosa de intensidades, de lenguaje sedoso e imágenes sensuales y apenas esbozadas. En este último, Tovar utiliza ciertos recursos tipográficos que proporcionan un ritmo sincopado a la lectura, por lo que, si se me permite el símil, estaríamos frente a dos emotivos y desgarrados “blues”, a cual más intenso. Lo anterior nos abre la puerta a dos cuentos
de decidido aliento urbano: “Victoria” y “Viernes”. El primero podría ser una vigorosa balada rocanrolera sobre un efímero acostón, mientras la segunda sería una acelerada pieza de heavy metal, o mejor: un encendido punk rock, que expresa la rabia contenida de un defeño atrapado un viernes cualquiera en las entrañas del Metro citadino. El Lado A cerraría con “Para cuando te vayas”, donde nuevamente nos invaden esos “aires de blues” (Garibay dixit, con el que Tovar tienen múltiples zonas de contacto y coincidencia) ante el recuerdo estruendoso, contundente del cuerpo de la mujer amada pero también ya inalcanzable por la ausencia. Nótense en este último relato la sensualidad y la cadencia del estilo para corroborar el aserto: “Cuánto me has imaginado recorrida por tu lengua que me habla sin pasar por la aduana de mi entendimiento, directamente sobre el cuello y los hombros, humedeciéndome la piel entre los senos, este par de obsesiones que tus ojos han satelizado desde siempre; aquí los tienes, acércate, cede a la fuerza gentil de mis brazos y llénate
el cuenco de las manos con su carne, bésalos, imagínatelos recorriendo todo tu cuerpo, imagínatelos/”

El Lado B, sin duda, nos reserva lo mejor, en un crescendo notable, desde los ya mencionados relatos, hasta el último titulado “Por la mañana”, en el que Tovar se muestra como un narrador enérgico y contenido a la vez, dueño de su oficio, en una historia negra de pasión y muerte. En este sentido, cabe mencionar que el autor se ha destacado por su rigor y acuciosidad como crítico de cine, por lo que se esperaría, con total y arbitrario prejuicio (a fin de cuentas, todos los prejuicios son arbitrarios), que en su arte narrativo utilizara recursos propios del lenguaje cinematográfico, los cuales, por otra parte, se han convertido en moneda corriente en muchos escritores de nuevo cuño. La verdad es que Tovar dosifica muy bien la influencia fílmica y recurre a lo mejor de ella, para relatarnos historias de manera brillante, tersa y decididamente actual. Con firmes pinceladas, con unas cuantas palabras y frases, el autor nos sitúa en el ambiente de la historia y el conflicto de los personajes. Aquí es necesario destacar dos de las principales cualidades de Luis Tovar como cuentista: la destreza con que construye las atmósferas en que se desarrollan sus historias y el buen oído con que retrata la personalidad de sus personajes, ya sea mediante el diálogo o el monólogo interior.

Todo lo bueno en la vida algún día termina, incluidos los buenos discos, las buenas películas, los buenos libros y los torcidos amores, por lo que Luis Tovar nos deja con ganas de seguir leyendo más, en espera de su próxima obra que lo reafirme como una de las voces más vigorosas de la narrativa mexicana actual•
 

e n s a y o

De bonanza y miseria

Abelardo Gómez Sánchez



 
 
 
 
 

  Viviane Forrester,
  Una extraña dictadura,
  Fondo de Cultura
  Económica,
  México, 2000.

El punto de partida para el análisis del megasistema económico mundial –el rechazo indignado– es la constatación preliminar de un conjunto de hórridas paradojas: la vasta riqueza, sin precedentes, acumulada por el orden mundial (léase las élites neofinancieras, bursatilizantes y con vocación de tahúres) produce miseria a decenas de millones de seres humanos que viven bajo el umbral de la pobreza; el crecimiento económico, cacareada premisa para la creación de empleo, produce su contrario: el desempleo masivo; los discursos internacionales y nacionales de políticas públicas son una mascarada para facilitar las estrategias omnívoras y omnipresentes de intereses cada vez más particularizados y privados. En suma, lo que hasta hace unas décadas denominábamos economía política, ha sido reemplazada por una economía ficción que, con un efecto de torbellino, se desentiende de todo y de todos a su paso y, en su impulso centrípeto, crece de manera implacable sin importarle su capacidad de devastación.

Lo inquietante de este torbellino es su carácter intangible, su naturaleza abstracta de fuerza económica y su publicidad simuladora que, mientras más deletéreos y vagorosos más fortalecen su presencia. En Una extraña dictadura, libro reciente de la escritora francesa Viviane Forrester –autora de El horror económico, que indigestó a las cultivadas certezas de las élites económica, política e intelectual de su país– se nos presta el espectroscopio para mirar, frente a frente, el ojo de este huracán: la especulación, esa mirada sin fondo y fariseica de la hiperusura de gigantoestrategas internacionales difrazados de genios económicos, adalides de las finanzas públicas armados con una panoplia propagandística impresionantemente eficaz para escamotear, ocultar y maquillar la realidad económica planetaria. El reino de la especulación es el producto de la ideología ultraliberal, un tipo específico de gestión que se nos presenta como el único posible, inevitable, irreversible e indiscutible y que se hace pasar como consustancial a la globalización. Sin embargo, la globalización es un estado de cosas perfectamente distinguible del ultraliberalismo: “régimen político nuevo”, dictadura extraña porque no necesita de instituciones gubernamentales. No es el triunfo de la economía sobre la política –como dice acertadamente Forrester–: es el triunfo de políticas (económicas) que abandonan la economía, en su sentido clásico, para dejarla a merced de modelos y estrategias falaces y esquizofrénicas que, en su loca carrera por seguir el imperativo de la ganancia para la ganancia para la ganancia... se olvidan gananciosamente de que la riqueza es un medio, no un fin; que no es una carrera sin fondo ni un casino virtual donde se apuesta con fondos públicos internacionales, sino un espacio interactuante y consensuado de convivencia pública.

Una dictadura extraña constituye una investigación ya no sobre la riqueza de las naciones, cómo decíamos antiguamente, sino sobre la riqueza del mundo virtual de “la economía”: el juego onanista, especulativo, despótico que ahora padecemos. Viviane Forrester clarifica, desde diversas perspectivas, el sistema de propaganda mundial, las sumisiones y complicidades gubernamentales, los despidos masivos en todo el orbe, el desmontaje de políticas sociales y la instalación de otras aberrantes como el workfare en Estados Unidos, la mistificación de los discursos oficiales y oficiosos, los sistemas educativos diferenciados y profundamente discriminatorios, la cauda de carencias de millones de seres desempleados, semiempleados y los llamados work poors, personas que aún con trabajo viven en la línea de la sobrevivencia, pero que justifican las bajas tasas de desempleo. También analiza la criminal imposición y utilización de los fondos para pensionados que han lastrado a muchas poblaciones en esa etapa de indefensión absoluta que es la vejez, la estigmatización de los desempleados, los flujos y reflujos de capitales reales o virtuales como mecanismo de chantaje, el desensamble de vastos sistemas de seguridad social, el tránsito del fetichismo de la mercancía al fetichismo de los valores virtuales, el casino bursátil: todo esto configura los efectos de la gran impostación de esta extraña dictadura. 

El ensayo de Forrester reacciona ante una prosa nada convencional en este tipo de literatura; se trata de una prosa de casi incontenible tensión e indignación, que al incauto lector de economía puede resultarle sobreemocionalizada y sobreadjetivada. Nada extraño si pensamos que también se trata de un llamado a la resistencia ante esta lógica narcisista de la acumulación por la acumulación y que, por lo tanto, podría llevar como epígrafe un fragmento de una de las seis maldiciones de Isaías: “Ay, los que juntáis casa con casa,/ y campo a campo anexionáis,/ hasta ocupar todo el sitio/ y quedaros solos en medio del país.” Esto, desde luego, no conmoverá ni espantará a ninguno de los beneficiarios del orden económico mundial, pero sí nos sitúa en el tono de este ensayo que aspira a la autoredención, la autogestión y la autopoiesis de millones de seres humanos expoliados por el neocapitalismo de fin de siglo. Banalización y legitimación de la ganancia, ésta como primer motor universal y justificación de la economía mundial, y normalización de la pobreza generalizada, son los temas que acuciosa y apasionadamente nos brinda este nuevo libro de Viviane Forrester •
 

e n s a y o

Fumando espero…

Leo Mendoza


 
 
 
 
 
 

  Guillermo Cabrera Infante,
  Puro humo,
  Alfaguara,
  México, 2000.

En “El brindis del bohemio” –poema que Gabriel Zaid considera superior en su construcción al mismísimo “Nocturno a Rosario”– podemos leer o recitar, si aún recordamos los discos de Rafael Bernal: “El humo de olorosos cigarrillos se elevaba al cielo, simbolizando al disolverse en nada, la bruma de los sueños.”

La cupletista Sarita Montiel cantó: “Fumar es un placer genial, sensual.” Pero claro, eran otros tiempos cuando aún el tabaco no era enemigo público ni la pacata sociedad estadunidense llegaba a los extremos que hoy amenazan a todos los fumadores.

Así que nadie se llame a engaño con la versión al español de un libro que el escritor cubano –súbdito de su majestad– Guillermo Cabrera Infante publicó hace ya algunos años en inglés: Holy Smoke –exclamación que en inglés puede considerarse una blasfemia. Hoy, en versión castellana del propio autor y de Iñigo García Ureta, finalmente aparece con el título de Puro humo.

La casualidad, que no existe, ha hecho que una película de Jean Campion –sí, El piano– lleve el mismo nombre de esta obra cabreriana que es exactamente lo que su título en español indica: puro humo. Prosa que nos seduce, que en espiral constante sube, retorna, se abre y regresa al punto de partida: el momento en que Rodrigo de Triana vio a los indios caribes con tizones encendidos y aprendió de tal manera el arte de fumar que a punto estuvo él mismo de convertirse en humo cuando cayó en manos de la Santa Inquisición, porque ya desde entonces fumar era considerado pecaminoso; como bien canta la Montiel, fumar acaba por encender la llama ardiente del amor (y eso que ella sólo fumaba cigarrillos y no los puros amados por Cabrera Infante).

Cine, literatura, historia, autobiografía se entrelazan en este ensayo antológico o disgregación fumadora y nos llevan a descubrir la verdad del tabaco: las plantaciones, la historia de la fabricación de los habanos –donde jamás hubo ¡ay!, torcedoras como la Carmencita sevillana que se pinta en la ópera de Bizet y, por supuesto, en la novela de Mérimée–, además de bucear en la vida del escritor –cuándo y cómo dio su primera fumada–, repartir consejos para los fumadores –el refrigerador es uno de los mejores sitios para guardar los puros, como bien lo saben los enterados– y recomendaciones para mejorar el estilo a la hora –siempre tranquila, deliciosa– de fumar, aspecto muy alicaído, dice Cabrera, desde que personajes como el Che Guevara y Fidel Castro adoptaron la costumbre de encender habanos. Claro que en un libro de estas dimensiones no podía estar ausente el cine: tanto por las inclinaciones del autor como porque, a lo largo de un siglo, en la pantalla hemos visto a los más diversos fumadores: quién no recuerda a Peter Ustinov y Humphrey Bogart fumando sus puros robados en No somos ángeles, o todos esos cowboys que poblaron las mañanas de matinés –que no maitines– y de cuyos labios siempre colgaba un cigarrillo. La prodigiosa memoria de Cabrera le permite describir a la perfección aquellas escenas donde un buen habano fue protagonista o, por lo menos, testigo fundamental.

Puro humo es un ejercicio de estilo que, en su versión inglesa, se adelantó a la moda yuppie de fumar puros. En todo caso, tanto para los viejos fumadores como para los recién llegados, Puro humo es un libro vital y divertido. La prosa de Cabrera Infante forma volutas, se eleva, vuela y finalmente desaparece. Se esfuma. Su realidad es, como todo placer, efímera. Y es uno de esos pocos casos donde la literatura puede ser acusada de provocativa: leyendo esta enciclopedia acerca del arte del puro el lector cae irremediablemente en 
la tentación de fumarse un habano. Puro humo es, en todos los sentidos, un libro que nos induce al vicio. Digamos que vicioso, en resumidas cuentas •
 
 
 
 
 

 

FICHERO
LOS LIBROS QUE LLEGAN A NUESTRA REDACCION

educación

• Saberes científicos, saberes cotidianos. Claves para la educación ambiental, Jenny Beltrán Casanova, Col. Biblioteca, Editorial Universidad Veracruzana, Veracruz, México, 2000, 149 pp.

ensayo (literario)

• Vientre, manos y espíritu: hacia la construcción del sujeto femenino en el Siglo de Oro, Dámaris M. Otero-Torres, Col. Biblioteca, Editorial Universidad Veracruzana, Veracruz, México, 2000, 242 pp.

ensayo (político)

• Los últimos años del Partido Comunista Mexicano (1969-1981), Enrique Condés Lara, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/Dirección General de Fomento Editorial, México, 2000, 224 pp.

ensayo (sociológico)

• Puente México. La vecindad de Tijuana en California, Mayo Murrieta y Alberto Hernández, Col. México Norte, El Colegio de la Frontera Norte/Plaza y Valdés Editores, México, 2001, 277 pp.

historia

• La diplomacia de la anexión I: Texas, Obregón y la guerra de 1847, David M. Pletcher, traducción de Jorge Brash, tomo I, Col. Biblioteca, Universidad Veracruzana, Veracruz, México, 1999, 545 pp.

• La diplomacia de la anexión II: Texas, Obregón y la guerra de 1847, David M. Pletcher, traducción de Jorge Brash, tomo II, Col. Biblioteca, Universidad Veracruzana, Veracruz, México, 1999, 560 pp.

• Los orígenes coloniales de la violencia política en el Perú, Jorge Lora Cam, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/Universidad Autónoma de Tlaxcala, México, 2000, 377 pp.

narrativa

• Arcoiris de cuentos. De la tristeza al humor y la aventura, Rocío Violeta R. Lugo, Plaza y Valdés Editores, México, 2001, 121 pp.

pedagogía

• El yo musical infantil, Cuitláhuac Salazar, Plaza y Valdés Editores, México, 2001, 104 pp.

 

poesía

• Comarcas, Miguel Huezo Mixco, Universidad Tecnológica de Panamá, Panamá, 1999, 99 pp.

• Cuerpos poemármoles, Mario Islasáinz, Serie José Yurrieta Valdés, Universidad Autónoma del Estado de México/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 2000, 70 pp.

• Las irreales omegas, J.V. Foix (edición bilingüe), versión de Martí Soler V., Col. El naranjo, núm. 4, Libros del Umbral, México, 2000, 95 pp.

• Los puentes del aire, Carmina Rioja, Serie José Yurrieta Valdés, Universidad Autónoma del Estado de México/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 2000, 49 pp.

• Neblina para cegar ángeles, Javier España, Serie José Yurrieta Valdés, Universidad Autónoma del Estado de México/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 2000, 72 pp.

• Tarde o temprano, José Emilio Pacheco, Col. Letras mexicanas‚ fce, México, 2000, 655 pp.

• Todo el afán, Joel Mesa Falcón, Serie José Yurrieta Valdés, Universidad Autónoma del Estado de México/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 2000, 55 pp.

revista

• Cantera verde, núm. 31, enero-marzo 2001, año 13, textos de Alejandro García de León, David Horacio Colmenares, Bertha Cenobio, entre otros, Órgano del Taller literario de la Biblioteca Pública Central de Oaxaca, México, 36 pp.

• Disfraz, núm. 20, 24 de marzo al 6 de abril de 2001, Año I, Diversidad, México, 48 pp.

• Poesía y poética, núm. 38, otoño 2000, textos de José Luis Bernal, Elizabeth Hulverson, Jorge Zepeda, entre otros, Departamento de Letras de la Universidad Iberoamericana, México, 219 pp.

• Tropo a la uña, núm. 17, marzo-abril 2001, año III, textos de Norma Quintana, Dominique Pivont, Ambrose Bierce, entre otros, Asociación de Escritores de Quintana Roo, México, 62 pp.

teatro

• Miscast o ha llegado la señora Marquesa..., Salvador Elizondo, Col. Letras mexicanas 128, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, 143 pp.