Jornada Semanal,  22 de abril del 2001 
 

Claudia Gómez Haro



Orígenes y la vanguardia cubana


 

Claudia Gómez Haro analiza en este bien documentado estudio, el papel que México desempeñó en el terreno de las artes plásticas en todos los países del Caribe, señaladamente Cuba y Puerto Rico. En otra parte de su análisis describe la forma en la cual Lezama Lima y Rodríguez Feo, “directores de Orígenes”, reunieron a un grupo de artistas sobresalientes y “modificaron sustancialmente los viejos conceptos estéticos planteando nuevos lenguajes”. Cintio Vitier, Fina García Marruz, Eliseo Diego, Gastón Baquero, Wifredo Lam, René Portocarrero, Amelia Peláez y Carlos Enríquez, son algunos de los creadores que decidieron unir a la tradición con el futuro y plasmar esa unión en su presente. Por eso la palabra eje de este ensayo es “vanguardia”



Resultan relevantes en la historia del arte del Caribe hispano las relaciones que se han establecido con México, país que ha operado en el sistema artístico de Latinoamérica como un centro de interdiscursividad con respecto a aquella región, según refleja el desenvolvimiento de las producciones artísticas de Santo Domingo, Puerto Rico y Cuba entre 1930 y 1960, por sólo citar un periodo clave en este sentido.

En especial en el caso de Cuba, México ha desempeñado un papel mediador asumido por los artistas e intelectuales insulares en diferentes épocas y atendiendo a situaciones contextuales determinadas. En la etapa colonial, el hecho de que la isla dependiera desde el punto de vista político, económico y religioso del virreinato de la Nueva España durante dos siglos, determinó muchos contactos artísticos y culturales. En el siglo xix los intercambios artísticos entre Cuba y México continuaron afianzándose; basta recordar la influencia que la Academia de San Carlos tuvo en Cuba, y que fue en México donde Martí definió sus conceptos acerca de “lo propio”, que cristalizarían posteriormente en su trascendental ensayo Nuestra América.

El proceso de vínculos histórico-artísticos entre Cuba y México tuvo un momento enfático en la primera mitad del siglo xx, etapa en la cual muchos de los países iberoamericanos comenzaron a definir sus proyectos de modernidad plástica, matizados con una clara decisión de incorporar elementos nacionales para identificarse como legítimos. A esto contribuyó la situación política y social convulsa que por esos años se vivió en América.

Acudieron a México los ilustradores cubanos Jorge Rigol y Rafael Blanco, los pintores Mario Carreño, Mariano Rodríguez, Julio Girona, Alberto Peña, Cundo Bermúdez, René Portocarrero, Marcelo Pogolotti; también visitaron México los escultores cubanos Alfredo Lozano, Fernando Boada Martín, Eugenio Rodríguez y Mateo Torrente. Entre los escritores de la isla vinculados con la crítica de arte en México en esos años sobresalieron Juan Marinello y Alejo Carpentier, además de otros que se dieron a conocer en las revistas de la época, como Fina García Marruz, Enrique José Varona y José Antonio Portuondo.

“Orígenes y la Vanguardia Cubana” no resulta por lo tanto la primera exposición de arte cubano que tiene lugar en México, pero definitivamente es la más importante. Representa una oportunidad única de disfrutar en nuestro país de una amplia y excelente selección de las obras mayores del arte moderno cubano, procedentes del Museo de Bellas Artes de La Habana, en actual remodelación.

Once artistas integran la muy significativa exposición: Eduardo Abela (1889-1965), Fidelio Ponce de León (1895-1949), Amelia Peláez (1896-1968), Víctor Manuel (1897-1969), Carlos Enríquez (1900-1957), Wifredo Lam (1902-1982), Marcelo Pogolotti (1908-1988), Arístides Fernández (1904-1954), Jorge Arche (1905-1956), René Portocarrero (1912-1985) y Mariano Rodríguez (1912-1990). A través de más de ochenta obras entre óleos, dibujos y tintas, esta muestra significa una de las alianzas estéticas más fructíferas en la historia de la cultura latinoamericana; la de la literatura y la plástica, y ofrece, además, una de las mejores imágenes de la modernidad artística en la cultura mestiza del caribe.

Bajo el signo de la amistad y las afinidades intelectuales, alrededor de Lezama Lima y José Rodríguez Feo, directores de Orígenes, se reunieron escritores, pintores, músicos y otros artistas sobresalientes (entre los escritores destacan Cintio Vitier, Fina García Marruz, Justo Rodríguez Santos, Eliseo Diego, Gastón Baquero y Lorenzo García Vega) que modificaron sustancialmente los viejos conceptos estéticos y plantearon nuevos lenguajes y nuevas relaciones a través de la perfecta simbiosis entre los valores de la tradición y de la universalidad. Arte y literatura confluyeron en Orígenes para revelar la esencia de la cultura cubana sin soslayar su proyección universal.

El marco histórico de esta muestra abarca desde la “Exposición de arte nuevo”, en 1927, de la llamada primera generación de la Vanguardia, hasta la obra de madurez de la segunda generación plástica, misma que irrumpió hacia 1937, año de fundación de otra publicación que es antecedente directo de Orígenes: la revista Verbum.

Para Cuba estas son décadas políticamente muy convulsas, desde la dictadura de Gerardo Machado, derrocado en 1933, hasta la primera aparición de Fulgencio Batista como militar temerario capaz de gobernar tras bambalinas con presidentes asignados.

En mayo de 1927 la “Exposición de arte nuevo” en La Habana marca el inicio de la modernidad cubana y el reconocimiento público de una vanguardia. El arte moderno en Cuba ha sido historizado a partir de tres momentos: esa primera generación; un segundo momento hacia 1937, conformado por un segundo grupo que también incluye esta muestra; y una tercera etapa hacia 1953, con la irrupción de la abstracción en el escenario plástico nacional.

Algo muy interesante de esta exposición es que agrupa indistintamente estos momentos. Podemos apreciar la obra de aquellos primeros pintores que pautan un impulso antiacadémico, en busca de una visualidad moderna a la manera expresionista y generalmente lírica del modelo parisino. Eduardo Abela, Carlos Enríquez, Antonio Gattorno, Víctor Manuel García y Marcelo Pogolotti fueron partícipes de la “Exposición de arte nuevo”. Fidelio Ponce de León, Domingo Ravenet, Jorge Arche y Arístides Fernández, aunque no participaron, también forman parte de esta primera generación de vanguardia. De la segunda época, que comienza a aglutinar a jóvenes artistas a partir del Primer Salón Nacional de Pintura y Escultura en 1935, y que alcanza mayor solidez y representatividad en la “Primera exposición de arte moderno” en 1937, tenemos a las figuras fuertes de la plástica cubana del siglo xx y que identificaron los patrones modernos de una visualidad nacional: Amelia Peláez, Mariano Rodríguez, Agustín Cárdenas, René Portocarrero, Wifredo Lam, Rita Longa, Cundo Bermúdez y Luis Martínez Pedro.

La diversidad y sofisticación de los lenguajes individuales que conforman este periodo, por lo cual se les ha etiquetado como la Escuela de La Habana, tienen un interlocutor de gran densidad intelectual en la revista Orígenes. Es indiscutible el acierto de Aimée Labarrere de Servitje, curadora de la exposición, al unir una importante selección de obras con la revista Orígenes, ya que muchos de estos artistas colaboraron y maduraron sus perspectivas y sus búsquedas de identidad plástica nacional a partir de dicha revista. La modernidad cubana como construcción mítica está fundada en la tradición decimonónica, en la sublimación del mestizaje y en un espíritu isleño y cosmopolita, que sin duda fue esencialmente fabulado por los escritores origenistas.

La museografía está inteligentemente realizada a través de cuatro bloques centrales: “Ceremoniales y festines”, “Coordenadas habaneras”, “Mitologías imaginarias” y “Arquetipos criollos”, que no sugieren marcos temáticos en sucesión sino una red de convergentes que se expande para rescatar la esencia del sistema poético de Lezama Lima. Son nombres que concibieron, a la manera de los propios origenistas, intentando establecer correspondencias entre las imágenes y sus símbolos que buscan descubrir los alcances de un arte que es paradigma de la identidad cubana.

La sección “Ceremoniales y festines” reúne pintura de tendencia abstraccionista y geometrizante con otra explícitamente  figurativa, distinciones académicas que se entrecruzaron en nombre de una temática: el sensualismo interiorista cubano. Los cuadros de Portocarrero, La cena de Lam, las naturalezas muertas de Amelia Peláez, son festines cubanos, goce de los sentidos, deleite que se produce a través del color, de la luz interior, expresando una manera de ser, una esencia: la cubanidad. Recordemos las fiestas gastronómicas descritas por Lezama Lima en Paradiso como un desfile de bandejas del horneado, del café venido de oriente y del rotundo punto final de la hoja de tabaco. Esos banquetes eran también literarios; el grupo de Orígenes en torno a la mesa que compartieron con el padre Gaztelu en su iglesia de Bauta.

“Coordenadas habaneras” homenajea aquellos memorables artículos de Lezama (“Sucesivas” o “Coordenadas habaneras”), nos habla de los parques donde brotan los recuerdos. Áreas de recreo, calles, construcciones que nacen de la voluntad de plaza. El espíritu de Víctor Manuel, el de Mariano, el de Portocarrero, se adueñan de estos elementos para convertirlos en ceremonial de una ciudad ecléctica. Colonizada y colonizadora, ciudad con árboles que sacralizan el espacio, lo tornan germinativo; catedrales, barrios y plazas que descubren pasajes de un “idilio cubano” de una “mitología insular”.

El bloque “Mitologías imaginarias” hace alusión a un concepto que Lezama Lima desarrolló ampliamente en sus ensayos: “Eras imaginarias”. Ámbitos espacio-temporales que se entregan al hombre como imágenes. En Cuba, la multiplicidad mitológica es el sustrato permanente de la cultura y éste se nos descubre en la voluntad artística de pintores como René Portocarrero y Wifredo Lam. Con los dos elementos, imagen y mito, estos pintores hilaron la red capaz de atrapar aquello que creían fugaz. Sus personajes son viejos mitos con rostro desconocido y constituyen un absoluto intemporal, el entramado sobre el cual Cuba teje su historia. Al integrarse a la isla, la imaginería del esclavo creció paralela a su origen, tornándose redundantemente imaginaria.

Orígenes no se ocupó en particular del elemento afrocubano; sin embargo, la exposición sí lo incluye como parte de una esencia nacional, sobre todo porque en estos cuadros, en particular los de Wifredo Lam, reconocemos el afán de infinito cubano expresado en los rostros de su mitología.

El conjunto de cuadros agrupados en el bloque “Arquetipos criollos” nos muestra la campiña y los guajiros que la habitan, tema recurrente en la pintura cubana de los años treinta, también objeto de reflexión de los origenistas. Para Lezama Lima la naturaleza no es sólo escenario o punto de contraste con la civilización, sino que, en su infinita unión con el hombre, constituye un ámbito de cultura que es triunfo sobre el tiempo histórico. Los personajes de Arístides Fernández no encarnan a un ser individual, son arquetipos de la cubanidad criolla; Mariano y Víctor Manuel han poblado el paisaje con una mirada cubana; las figuras de Amelia esperan la aparición de la lluvia y de sus fisonomías nace una plástica, la del mar cubano nutrido por corrientes mediterráneas. Dice Lezama Lima que el barroco americano tiene vida propia, un gusto único para el tratamiento de los manjares, que aun errante en la forma es arraigadísimo en sus esencias, y así es como expresa la mezcla que engendró al criollo.

Esta exposición con la que México y Cuba prosiguen su diálogo cultural se logró gracias a la colaboración de sus instituciones, catalizada en esta ocasión por el interés entusiasta de Aimée Labarrere de Servitje, a quien felicitamos por brindarnos la oportunidad de admirar una de las expresiones más fecundas de la modernidad artística de América Latina, y ningún sitio es más adecuado que el Museo de arte Moderno para presentar al público mexicano este episodio cimero del arte continental.