La  Jornada Semanal, 15 de abril del 2001


Agustín Escobar Ledesma
extranjeros en su tierra

El cimatario: coyote macho
 

Agustín Escobar, maestro queretanólogo convicto y confeso, ahora nos habla del cerro tutelar de la ciudad barroca. Su nombre significa, en lengua chichimeca, coyote macho, y su genio y figura de montaña lesionada por la mancha urbana que se le trepa a las barbas, preserva las memorias de la conquista y del negociador Conin (Conan the Destroyer en su estatua cerretera); de las salidas de Miramón, que con frecuencia rompía el cerco, hasta que escuchó el sonido de los rifles de repetición del batallón de Sóstenes Rocha, y ya no volvió a salir. Su última excursión fue hacia el Cerro de las Campanas. Lo acompañaban Max y Mejía. Todavía entre las antenas de las televisoras y los teléfonos, se escucha a veces el aullido de un coyote anacrónico.



Sin el Cimatario, la ciudad de Querétaro estaría huérfana, perdida. Desde cualquier punto que se le vea sobresale la montaña que le da identidad a la ciudad. El cerro es el dios tutelar de los queretanos en el que, desde tiempos inmemoriales, han aparecido dioses chichimecas, teotihuacanos, toltecas, otomíes, purépechas y mexicas que parecían representar la eternidad; sin embargo, el verdadero y único dios es el majestuoso Cimatario. Los queretanos deberíamos ser animistas y venerar a la montaña sagrada que nos verá desaparecer con nuestro dios nacido en el Medio Oriente.

Ubicado en el valle de Querétaro, antigua zona de frontera de pueblos sedentarios y cazadores-recolectores, desde el siglo xii el Cimatario estuvo bajo la influencia del pueblo chichimeca-jonaz, situación que fue modificada ante la invasión europea en el siglo xvi. Del valle desapareció la cultura chichimeca al ser aniquilada a sangre y fuego por los europeos o al ser transculturizada por los otomíes que llegaron de Xilotepec en su aventura conquistadora de la mano de la Corona española. Los nómadas no fueron una perita en dulce con los europeos; Ramos de Cárdenas, en su Relación de Querétaro, escrita en el año de 1580, los vio con miedo: “Hay entre éstos [se refiere a los otomíes] algunos indios de la generación de los chichimecas que están de paz y acuden a la doctrina. La tengo por generación tan impía y maldita por las causas que arriba he dicho [saqueadores, salteadores, asesinos], que aunque se han convertido, no se ha podido hacer de ellos cosa buena, y cierto que ha sido la causa que hasta hoy no ha habido más de dos sacerdotes que hayan entendido su lengua: el uno Juan Sánchez de Alanis, ya difunto, y el otro un fraile de San Francisco que se llama fray Juan Maldonado, que hoy vive.”

De nuestra ciudad y poblados aledaños fue erradicada la cultura chichimeca-jonaz y con ella una visión diferente del mundo. Cuatro centurias después, en las primeras décadas del siglo xx, también desapareció el idioma otomí. Bajo el castellano quedó sepultada la memoria de cerros, montes, valles, pájaros, ríos, flores, animales y estrellas. Miles de árboles de la montaña fueron convertidos en carbón para cubrir las necesidades hogareñas de los queretanos y, los que corrieron con mejor suerte, fueron utilizados para sostener templos, edificios, conventos y casas de la ciudad.

El que con coyotes se junta...

Recordemos que los chichimecas fueron pueblos con una cultura nómada similar a la de los gitanos y la de los beduinos del Sahara, pueblos con una serie de códigos y valores distintos a los sedentarios, situación que no los hace mejores o peores sino solamente diferentes. Incluso existe una fuerte identidad entre coyotes y chichimecas debida a condiciones del medio geográfico. Los chichimecas eran muy astutos, cazaban de la misma forma en que lo hacían los coyotes, cánidos que, cuando encuentran a alguien en descampado, lo paralizan con el vaho para orinarle y defecarle encima y marcharse sin más. En las noches, cuando alguien duerme a campo abierto, la única protección que tiene contra los coyotes es la de hacer un círculo con una cuerda de ixtle; quién sabe por que causa estos animales no se atreven a cruzar esa barrera. Los habitantes de Misión de Chichimecas, en recuerdo de su antigua vida de cazadores-recolectores, todavía cuelgan la cola de los coyotes en su sombrero, para adquirir la magia del animal y su protección. Los coyotes también poseen virtudes curativas que han sido empleadas desde tiempos remotos: el cebo cura reuma y erupciones en la piel y el excremento las anginas; el cebo, los huesos molidos y la sangre son utilizados por los curanderos para hacer “trabajos”; pezuñas y colmillos del coyote se utilizan a manera de amuleto, lo mismo que la piel de la frente del animal, ya que existe la creencia de que tiene un tercer ojo, por su astucia y por la capacidad de advertir riesgos y peligros con mucha anticipación; los chamanes y curanderos ingieren la carne, que tiene propiedades alucinógenas.

Los coyotes son matreros, burlan a la gente, la engatusan. Son tan hábiles para robar que por esa causa ha nacido el verbo “coyotear”, conjugado principalmente por los intermediarios del comercio, tanto informal como establecido, lo mismo que por quienes gestionan oficiosamente asuntos en dependencias gubernamentales.

El Cimatario y los poetas

El Cimatario es un cerro que históricamente ha atraído la atención de propios y extraños, de historiadores y poetas. Valentín Frías consigna que las faldas del cerro fueron disputadas, en 1867, por el ejército imperial de Maximiliano de Austria y los chinacos del general Mariano Escobedo, por haber sido un punto estratégico durante el Sitio de Querétaro. Por su parte, la tradición oral consigna que en una cueva del cerro existe un tesoro escondido por el ejército intervencionista del marido de la Loca de Miramar, custodiado por un horrible serpiente de lengua bífida.

Los poetas han encontrado un sentido mágico, animista, y un factor muy importante de identidad. Roberto Chellet Osante refiere el sexo masculino del monte: “...Y allá lejos, en tus desdibujadas lontananzas,/ tu lebrel impasible –el Cimatario–/ altivo levanta su silueta/ como un viejo, muy viejo Minotauro.” El destacado periodista y poeta Carlos Septién García ve la parte femenina del lugar al que se refiere como doncella curva, Eduardo Ruiz Gutiérrez lo aromatiza: “La ciudad abajo brilla/ como si fuera diadema/ y el Cimatario se envuelve/ con olor a hierbabuena.” Estos son fragmentos de Querétaro. Poemario, obra póstuma de José Guadalupe Ramírez Álvarez, compilador (Presidencia Municipal de Querétaro y Universidad Autónoma de Querétaro, Querétaro, 1999).

En las páginas de Bazar de asombros, el maestro Hugo Gutiérrez Vega menciona que detrás del Cimatario está Alejandría, que afilando el oído es posible escuchar las sirenas de los barcos, el rumor de los trabajos, el ajetreo de grúas y montacargas, las voces gruesas de los estibadores y todas las lenguas alternando en el Mediterráneo; al otro lado del Cimatario la poesía griega es acompañada por los trinos de las castixicas que vuelan esquivando las espinas de los huizaches.

Etimología

Durante largos años mucho se ha especulado sobre el nombre del cerro del Cimatario. Algunas personas afirmaban que la denominación era debida a la mítica existencia de un cacique indio llamado Cimatar que sacrificaba doncellas al numen del agua todavía en la época de la Colonia; otros conjeturaban que el nombre tal vez se debía a una derivación de cimitarra, palabra de origen árabe. Sin embargo, el topónimo “cimatario” es de origen chichimeca-jonaz. El doctor Jesús Rivera, director de Educación Bilingüe del Estado de Guajanuato, asegura que en 1995, cuando se hicieron las primeras investigaciones sobre los hablantes de otomí y chichimeca-jonaz del norte del estado, en Misión de Arnedo conocieron a las hermanas Licea, ancianas que recordaban el idioma chichimeca-jonaz. Las mujeres sólo pronunciaron algunas palabras, debido a que casi todas tenían una fuerte connotación sexual y, como afirmaron ser muy recatadas, no soltaron prenda. El doctor Rivera describe así a las mujeres: eran de un carácter muy fuerte, no se andaban con miramientos para realizar cualquier actividad lícita o ilícita, fácil o difícil. Tal cual eran los chichimecas. Entre los vocablos que pronunciaron figuró el de simaethe que significa coyote. En Misión de Chichimecas, San Luis de la Paz, Guanajuato, sitio en el que sobreviven alrededor de tres mil chichimecas-jonaces, Jaime Martínez y los profesores bilingües Juan Baeza y Marcos Mata Quevedo mencionan que Cimatario es la castellanización de simaethe (se pronuncia cimata) que significa “coyote” e iro “macho”. Cimatario: coyote macho.

Es muy probable que a la llegada de los conquistadores el cerro del Cimatario haya sido habitado por una gran colonia de coyotes, ya que en la página 188 de Querétaro en el siglo xvi. Fuentes documentales primarias, David Wright, en su estudio crítico de la Relación Geográfica de Querétaro, de Ramos de Cárdenas, consigna: “Hay mucha suma de unos animales que en lengua mexicana llaman cóyotl, que es como lobos pequeños, parecen zorros aunque mayores. Comen muchas ovejas y terneras.”

Es una verdadera fiesta saber que el nombre del Cimatario-Coyote macho sea de origen chichimeca; es como descubrir una veta de oro enterrada durante cientos de años, que ahora brilla con luz propia. No olvidemos que los coyotes también fueron venerados y temidos por las culturas mesoamericanas; las raíces de Nezahualcóyotl, el Rey Poeta, eran chichimecas; en la Ciudad de México todavía está el antiguo reino de Coyoacán, “lugar de quienes tienen o veneran coyotes”, que al paso del tiempo ha devenido en “lugar de intelectuales”.

El Cimatario o Coyote macho, es el único topónimo en nuestra ciudad que conserva la presencia del idioma chichimeca-jonaz.