Jornada Semanal, 1o. de abril del 2001 


Rafael Vargas

El material de los sueños
de Revueltas
 

El maestro Rafael Vargas considera que Revueltas escribió los cuentos de Material de los sueños valiéndose de una prosa poética en la cual hay “un hilo anecdótico que contiene una serie de indagaciones acerca de la introspección y la memoria, la percepción del dolor, la culpa, la enajenación, la locura...” La poesía fue para Revueltas “el ángulo que adoptó, hacia el final de su vida, para continuar transformando sus meditaciones en literatura”.



¿Qué es lo que singulariza la obra de José Revueltas en la cultura mexicana? La respuesta, sencilla y sin rodeos, es: su compromiso con la revolución. Su compromiso, es decir, su palabra dada, su fe empeñada, su obligación (libremente contraída) con la revolución. “El régimen actual cree que cuando se habla de revolución hablamos de tomar las armas; eso lo cree en la misma medida en que para combatir esta revolución hace lo que nos atribuye: se lanza a la subversión”, le dijo a Margarita García Flores en una entrevista realizada en la cárcel de Lecumberri en mayo de 1969. La revolución que le interesaba a Revueltas, como lo podemos constatar en su obra literaria y política, era una revolución que iba más allá de las armas
–aunque tal vez no sea posible sin éstas–: la revolución de la conciencia. Al final del muy célebre pasaje de Los días terrenales donde Gregorio y Fidel conversan sobre el futuro del ser humano, Gregorio dice:

Los hombres se inventan absolutos, Dios, Justicia, Libertad, Amor, etcétera, etcétera, porque necesitan un asidero para defenderse del Infinito, porque tienen miedo de descubrir la inutilidad intrínseca del hombre. Sí, lo asombroso no es la inexistencia de verdades absolutas, sino que el hombre las busque y las invente con ese afán febril, desmesurado, de jugador tramposo, de ratero a la alta escuela. En cuanto cree haber descubierto esas verdades, respira tranquilamente. Ha hecho el gran negocio. Ha encontrado una razón de vivir. ¡Bah! Hay que decirlo a voz en cuello: el hombre no tiene ninguna finalidad, ninguna “razón” de vivir. Debe vivir en la conciencia de esto para que merezca llamarse hombre. En cuanto descubre asideros, esperanzas, ya no es hombre, sino un pobre diablo empavorecido, amedrentado ante su propia grandeza, ante lo que puede ser su grandeza, indigno por completo de ella, indigno de ser “la floración más alta” de la materia. ¡Valiente comunismo el tuyo si se reduce tan sólo a pretender la desaparición de las clases sociales! ¡Desaparecerán las clases, no te quepa la menor duda! ¡Claro está! Pero esa sólo es una etapa hacia el advenimiento del hombre. El hombre no ha nacido aún, entre muchas otras cosas, porque las clases no lo dejan nacer. Los hombres se han visto forzados a pensar y luchar en función de sus fines de clase y esto no los ha dejado conquistar su estirpe verdadera de materia que piensa, de materia que sufre por ser parte de un infinito mutable, y parte que muere, se extingue, se aniquila. ¡Luchemos por una sociedad sin clases! ¡Enhorabuena! ¡Pero no, no para hacer felices a los hombres, sino para hacerlos libremente desdichados, para arrebatarles toda esperanza, para hacerlos hombres!

A la luz de estas palabras es fácil ver por qué a los comunistas de la hora (1949), Los días terrenales le cayó como un alud de piedras en la cabeza: decir que la Justicia y la Libertad (la principal oferta de todo movimiento social reivindicatorio) no son más que simples asideros, no podía ser más que una muestra de nihilismo. Pero el compromiso de Revueltas con la revolución era tan grande, y su ánimo intelectual siempre tan proclive a la autocrítica que, en un gesto equívoco y triste, pero comprensible, accedió a las presiones de retirar su novela de la circulación. No volvería a equivocarse así, por lo menos en el plano literario, y justamente con Los errores (1964), una crítica feroz y conmovedora del comunismo mexicano, hizo lo necesario para enmendar de manera definitiva aquella concesión. Y podría decirse –sin intención de negar la pareja calidad de su obra literaria– que con ella se abre una etapa específica en la obra literaria de Revueltas, una etapa centrada de manera cada vez más concreta en las operaciones de la conciencia. Por ejemplo, aunque en la mayoría de los cuentos de Material de los sueños (por darle un denominador común a los textos incluidos en ese libro) hay un hilo anecdótico, éste es las más de las veces un pretexto; lo que en realidad leemos es una serie de indagaciones acerca de la introspección y la memoria, la percepción del dolor, la culpa, la enajenación, la locura. El verdadero protagonista es el lenguaje. En este sentido, Revueltas se aproxima aquí, mucho más que con cualquier otro de sus anteriores libros, a la poesía. Y no es que ésta haya estado ausente; de hecho, en todos sus escritos literarios hay fragmentos de un lirismo concentrado que bien podrían aislarse y presentarse como poemas (y no hay que olvidar que Revueltas también intentó la poesía como tal). Pero en este libro el ingrediente poético es determinante. Sólo “Sinfonía pastoral” (un cuento del género negro que podría dar lugar a una película sensacional en manos de un director del corte de Alfred Hitchcock) se adscribe a las formas narrativas más habituales. Por ello cabe hacer hincapié particularmente en “Material de los sueños”, el capítulo –valga llamarlo así– que da nombre al libro, compuesto por cuatro breves textos (“Virgo”, “El sino del escorpión”, “La multiplicación de los peces” y “Nocturno en que todo se oye”) que con justicia debemos considerar poemas en prosa. Están ordenados de una manera que acusa una especie de progresión de carácter lingüístico. El primero emplea un lenguaje plenamente lógico, que se conserva en buena medida en el segundo, un fantasioso ejercicio de taxonomía. El tercero, sin embargo, es ya un acto de libre asociación, y en el cuarto las reminiscencias surrealistas son tan notables que hacen pensar en Pulqueria quiere un auto, el libro de cuentos de Benjamin Péret. Misteriosamente, el “Nocturno...” aparece entrecomillado en su totalidad, como si se tratase de una extensa cita. El siguiente texto del libro, “Reojo del yo”, que lleva por subtítulo “Géminis”, como para acentuar su cercanía y pertenencia al conjunto de Material de los sueños, reza al final: Cárcel Preventiva, 31 de enero de 1969. Y el último texto del pequeño volumen, “Ezequiel o la matanza de los inocentes”, indica que fue escrito en octubre de 1969. Estos datos permiten suponer que la segunda parte de Material de los sueños fue escrita poco antes y durante el periodo comprendido entre esas dos fechas. ¿A qué impulso obedeció la creación de estos poemas en prosa, de esos textos que se antojan raros dentro de la obra narrativa de Revueltas?

En la misma entrevista citada líneas arriba, Margarita García Flores le preguntó si podía trabajar en la cárcel, y Revueltas le respondió que por primera vez contaba con algunas condiciones favorables para trabajar, y que estaba escribiendo algunas cosas sobre temas relacionados con la cárcel, “pero los he vivido tanto que me fatigan. No me gustan. Habría que buscar otro ángulo que no fuera el de la cárcel misma. Es un material agotado.” Hacia el final de su vida, el ángulo que adoptó Revueltas para continuar transformando sus meditaciones en literatura fue el de la poesía. Desde ese ángulo, desde ese impulso, nació una de sus mayores novelas: El apando, una verdadera joya que puede orientar a los lectores a puerto seguro a través de la neblina de baratijas de esta época.