Jornada Semanal, 1o. de abril del 2001 

Carta abierta al subcomandante Marcos

Hugo Gutiérrez Vega

Un pensamiento para ser realmente sano –sin importar a qué se refiera–
debe resistir a la intemperie. Y no sólo eso. Al mismo tiempo en nuestra
sensibilidad debe ser verano.
Odysseas Elytis
Es fácil observar el desasosiego que se apodera de las clases política y empresarial (siempre agarradas de la mano) cuando ven o intentan escuchar los movimientos y las palabras de la comandancia Zapatista (la peor armada y casi siempre desarmada fuerza rebelde de las montañas del sur). Sus intelectuales orgánicos se encargan de las descalificaciones y minimizaciones, se empantanan en argumentos ideológicos, se indigestan con panfletos marxistas, leninistas, guevaristas, maoistas, trotzquistas, jesuitas y de la teología de la liberación y acaban eructando unos flácidos ataques a un movimiento social que no encaja en sus rígidos esquemas o lanzando aburridas pullas retóricas.

Siempre entendí las razones de tanta preocupación política y financiera, pues era claro que el zapatismo les había aguado la absurda fiesta primermundista y neoliberal. Sin embargo, en estos días, colmados por la presencia zapatista en el monstruo creado por el centralismo, he descubierto algunas cosas y reflexionando otras sobre el significado de un movimiento rebelde que debe ser objeto de un estudio especial, pues si bien muestra influencias de diversos pensamientos revolucionarios, sus planteamientos son tan originales que hunden en la perplejidad a los archivistas siempre dispuestos a meter en sus fichas y apartados a cualquier intento de organización social o política. Para tratar estos temas escribí una carta al Subcomandante Marcos:

Esta carta tiene el propósito de reflexionar en voz alta sobre el zapatismo, sus comandantes y, en particular sobre usted, subcomandante Marcos. Voy a ponerles números a estas observaciones, pues si no lo hiciera correría el peligro de irme por los cerros de Úbeda o, lo que es más grave y usual en mi caso, montarme en la luna de Valencia:

1- Debo refrenar la admiración y el asombro que me produjeron las palabras pronunciadas por usted en la explanada de la Universidad de todos nosotros para poder hacer un juicio equilibrado. Soy un viejo y bastante puntilloso maestro de retóricas varias y, apoyado en ese discutible prestigio y en una sinceridad que considero indiscutible, le aseguro que su discurso marcó un hito en la historia de la rebeldía social y en los anales de la oratoria política. Encontré ecos de Gandhi, Bakunin y Albert Camus y me hizo usted gozar con su buen humor, su unamuniano embate contra esto y aquello, su humanismo radical y la originalidad de su pensamiento. Escuchándolo entendí que los políticos profesionales y los señores del dinero no entiendan nada (o se nieguen a entender) y se apresuren a colgarle etiquetas escritas por sus intelectuales orgánicos. De esta precaria manera lo descalifican y ponen en movimiento sus fanfarrias patrioteras, militaristas, economicistas y leguleyas para enfrentar algo que está por encima de los estereotipos en que consiste su organización mental y de los prejuicios fundamentalistas en los cuales se basa su visión del mundo.

2- Hizo usted en su discurso la mejor defensa posible de la unam, de la educación pública y gratuita y de los aspectos esenciales del estado de bienestar. Puso en su sitio a los inmovilistas y a los irreflexivos, encomió la importancia del estudio y la investigación y convocó a los estudiantes para que, al terminar sus carreras, se entreguen, con generosidad y espíritu crítico, a las causas más urgentes de nuestro pueblo. Para quienes lo llaman con clara intención peyorativa, “místico” o “redentor”, esta fue una lección de cordura y de sensatez de la que nunca serán capaces los enajenados por el poder político y económico. En ese momento fue usted el más razonable e inteligente de los universitarios mexicanos. Gracias por su clarividencia, por su bien meditada actitud crítica.

3- Los más lúcidos discursos de ese pensamiento humanista que dio forma al ideal del anarquismo libertario, estuvieron en el fondo de sus palabras sobre la tecnocracia, los números que nos deshumanizan y la necesidad de que las individualidades se unan para la lucha colectiva tendiente a mejorar la sociedad humana. Los grandes utopistas dieron fuerza a sus palabras y, de nuevo, nos obligó a pensar en que lo único que vale la pena de ser propuesto es la utopía. Esto causa risa a los bien instalados en la realidad y a los defensores de un pragmatismo tan sólo beneficioso para sus personas y bolsillos. La utopía indígena levantada por el zapatismo es posible en el pensamiento y en la realidad y exige una buena fe y una inteligencia inalcanzables para la mayor parte de los políticos y de los personeros de los poderes fácticos.

4- Ignoro hasta qué punto le molesta un protagonismo que, por otra parte, ya no puede ni podrá evitar. Algo dijo usted, en la entrevista hecha en Televisa por el señor Scherer, sobre los riesgos de la trivialización producida por el exceso de presencia en los medios masivos, especialmente los electrónicos. Me puso usted a pensar en el profeta canadiense McLuhan y en sus ideas sobre “el medio es el mensaje” o “el medio es el masaje”. Sin embargo, la limpieza del movimiento zapatista y su sinceridad, talento e información fueron más fuertes que el medio trivializante, aunque la entrevista tuvo el formato clásico de esa vulgaridad llamada Televisa y fue interrumpida cada cinco minutos por los anuncios de un tratamiento contra la disfunción eréctil.

5- Fue difícil abrir las puertas de la Cámara de Diputados (la del Senado se quedó cerrada. Así fue mejor. Qué iba usted a decirles a esos “padres de la patria” que, con lenguaje de notario y mala fe entre pícara y fundamentalista, defendieron la pureza de una tribuna que ellos lesionan cotidianamente con sus trampas, marrullerías, prejuicios, conflictos de egos desaforados e inmadureces emocionales), pero, al fin, gracias a la heroica terquedad de la diezmada y errática izquierda y sus aliados momentáneos, la tribuna de los diputados volvió a ser un lugar en el cual, con riguroso republicanismo y solemnidad ciudadana, se pudo escuchar la voz silenciada por siglos de nuestros grandes olvidados. Parece ser que este acto humanitario violó un reglamento y violentó una disposición procesal. Sobre este tema pensé en Sancho Panza en la Ínsula Barataria. Recordará usted que el mayordomo, siguiendo instrucciones de los duques, hace a Sancho una pregunta “algo intrincada y dificultosa” para probar su ingenio y su buen juicio. La tal pregunta presentaba un problema tan peliagudo que no tenía solución. El jurista instantáneo, Sancho, fue el único que encontró la salida y así la enunció: “Si no hay manera humana de que se cumpla con la ley, lo que sobra es la ley.” En fin, subcomandante, o la ley sirve al hombre o no sirve para nada. Esto nunca lo aceptarán las almas retorcidas que la usan para intentar cubrir sus artimañas o suplir su falta de imaginación y de espíritu de justicia y de benevolencia.

6- No saben esta sociedad de consumo, este reino de la compraventa, estas conciencias empedernidas que niegan lo humano, cómo acercarse al discurso zapatista y a su visión de la rebeldía social. Reconozcamos que sus pensamientos estereotípicos se los impedirán constantemente. Usted habló de los muertos que luchan por la vida al referirse a nuestras naciones indígenas. Apenas terminó el acto en la explanada universitaria, corrí a mi casa, saqué El hombre rebelde de Albert Camus y leí estas palabras: “Luchar contra la muerte, equivale a reivindicar el sentido de la vida, a combatir por la armonía y por la unidad.” Eso estaba en su discurso, subcomandante. Gracias por ese momento de inteligencia dado en medio de una reunión multitudinaria.

7- Habló usted de un niño indígena llamado Pedro, de cuatro años y zapatista. No faltará el intelectual orgánico que lo acuse de sensiblero, pero yo creo que puso usted el dedo en la llaga más dolorosa, la del sufrimiento de los niños que son, según ese nihilista generoso que fue Pessoa, “lo mejor del mundo”. El mismo Camus nos dice: “No es el sufrimiento del niño el que es irritante en sí mismo, sino el hecho de que este sufrimiento no esté justificado. A los ojos del rebelde, lo que falta al dolor del mundo, como a los instantes de su felicidad, es un principio de explicación.” Eso es lo que usted sembró en esta ciudad terrible, lo que usted propuso a los desatentos, lo que tanto molestó a los demagogos, los tinterillos y los cangrejos (de nuevo se escucha el “cangrejos al compás, marchemos para atrás”): un principio de explicación de tantos males, sufrimientos e injusticias.

No sé lo que venga después, no sé cuánto tardará en aprobarse la ley indígena, no sé qué vayan a hacer los zapatistas, no sé por qué caminos van a caminar su espíritu rebelde y su humanismo radical. De momento leo otra vez el discurso de la explanada en el que usted, como dice Camus (siempre Camus), “al mundo de los condenados a muerte, a la mortal opacidad de la condición”, opuso, como todos los rebeldes verdaderos, “su exigencia de vida y de transparencia definitivas”. No estoy sacralizando la rebelión, pues pienso, volviendo a Camus, que “no es la rebelión en sí misma la que es noble, sino lo que ella exige”.

Debo decirle que no soy partidario de los movimientos armados y de la violencia. Estoy muy lejos de ser un revolucionario y tengo miedo de hacer daño y de que me hagan daño. Por estas razones, su actual rebeldía, con todos los matices hermosos y terribles que esta palabra tiene, me parece admirable así como es, sin armas, con un valor sereno y el apoyo del sector del pueblo que cree en la libertad y en la justicia siempre unidas, pues cuando se separan suelen suceder verdaderas atrocidades. Usted nos hizo ver la grotecidad de los excesos eclesiásticos perpetrados por los extremos de la geometría ideológica. Por todo eso nuestra ciudad ha sido mejor con ustedes, por todo eso nos pusieron a pensar y nos hicieron ver en esta rebeldía algo distinto al maximalismo revolucionario que puede derrumbarse en el totalitarismo. Los intelectuales que han visto claramente la originalidad de este movimiento, deben sistematizar pronto sus ideas y entregarnos una teoría capaz de explicar esta nueva forma de búsqueda de la libertad y de la justicia social.

Por lo pronto, el autor de estas especulaciones les dice “Di Jamödi”*, comandantes zapatistas, “Di Jamödi”, subcomandante Marcos.
 

Hugo Gutiérrez Vega

*“muchas gracias”, en lengua ñahñú.