Jornada Semanal, 11 de febrero del 2001
 


 

Marcela Sánchez


Un protagonista de la danza: Manuel Stephens


Todos los días con su imagen de efebo entra al salón de clases, jamás llega tarde, lleva el cabello ondulado y recogido en la nuca, la sonrisa fácil y un dejo melancólico en los ojos. Su nombre: Manuel Stephens; profesiones: licenciatura en letras hispánicas, bailarín y coreógrafo. Manuel es un bailarín dotado con aptitudes naturales: calidad de movimiento, giros, fuerza y flexibilidad, salto, oído musical, y su pie muestra un empeine que
es la envidia de muchos. A pesar de ello, Manuel entrega, goza y sacrifica su cuerpo a la danza, es su instrumento de creación.

La mirada inteligente lo delata como un observador innato y dueño de una excelente memoria. Manuel, de pie junto a la barra, se dispone a tomar la clase de danza cotidiana, como siempre, desde que tiene catorce años. Recuerda que su gusto por la danza se remonta a la infancia; se desataba bailando en las reuniones familiares con la consecuente represión machista: “Bailar es cosa de viejas.” Sin embargo, su vocación fue más fuerte que cualquier regaño. Sus primeras clases de ballet clásico fueron con José Silva y Silvia Bernard en el Centro Técnico de Ballet, y sus primeras clases de danza contemporánea en La Paloma Azul. Un poco más tarde, aún estudiante de secundaria, Manuel siguió en la búsqueda de un buen maestro. Se enteró entonces de la existencia del Conservatorio de Danza, donde enseña el maestro Guillermo Maldonado; desde esos días y hasta la fecha Manuel Stephens ha sido fiel a sus enseñanzas.

A los dieciséis años, Manuel era un preparatoriano de piernas largas con sus libros bajo el brazo. Sin embargo ya se debate entre dos grandes pasiones: la danza y la literatura. Sus días se prolongaban con tal de poder cumplir con los estudios y con las tres clases diarias que se imponía para conseguir el nivel técnico que le permitiera bailar de forma profesional. Terminada la preparatoria ingresó a la carrera de letras inglesas en la unam. Fue una época difícil: la demanda de los estudios y las lecturas, por un lado, y los entrenamientos de danza, por otro, absorbían su tiempo. Pero Manuel no cejó en su empeño, planeaba irse becado para entrenarse en la ciudad de La Habana. En esos momentos sobrevino la crisis de Cuba con la urss y se suspendieron las becas. Manuel se quedó en México y terminó sus estudios académicos. En esos años obtuvo sus primeros reconocimientos en la danza. Participó en el Concurso de Jazz y Danza Contemporánea organizado por Virginia Sánchez Navarro, con el grupo de bailarines del maestro Guillermo Maldonado; la obra ganó el primer lugar y Manuel obtuvo el premio como Mejor Bailarín. Enseguida fue invitado por Concha de Icaza y Ema Cecilia Delgado para el montaje de la obra Arcidriche. En 1991 Manuel entró a formar parte del grupo de danza Aksenti, dirigido por el neoyorquino Duane Cochran, que se integró luego de obtener el XII Premio Nacional de Danza. Con ellos trabajó durante cinco años.

Manuel frunce el ceño cuando manifiesta una de sus preocupaciones mayores: el bailarín, afirma, parece reducido a una masa de carne que se moldea como un pedazo de plastilina para que los coreógrafos la incluyan en sus obras. Para él, se ha dejado de reconocer el trabajo creativo aportado por el bailarín a la creación de una coreografía. El bailarín toma las propuestas de un autor, se adueña de los movimientos, los transforma en algo vivo.

Por ello Manuel, hasta la fecha, mantiene una constante negativa a pertenecer a alguna de las compañías establecidas. No está de acuerdo con el sistema jerárquico que estas compañías mantienen y que ha convertido al bailarín en un empleado más que trabaja, sin cuestionar, los montajes de algún prestigioso coreógrafo. Por esta razón Manuel prefiere colaborar con distintos coreógrafos independientes. Además de los mencionados arriba, hay que añadir a Saúl Maya, Rodolfo Maya y Rafael Rosales, así como a Benito González, Evoé Sotelo de Quiatora Monorriel y a José Rivera del grupo La Cebra.

Sin dejar atrás su postura frente al papel del bailarín, desde hace cuatro años Manuel se unió a otros bailarines y coreógrafos que compartían la misma inquietud y conformaron el grupo Opus Nigrum, cuya dirección es colectiva. El grupo reúne a cuatro coreógrafos: Óscar Ruvalcaba, Isabel Romero, Nina Heredia y Manuel Stephens. Juntos concretaron un primer trabajo con el título de Sobres, donde la creación se dio en función de las inquietudes e intereses de los bailarines. El segundo trabajo surgido del grupo es Los poemas de Lucy , con coreografía a cargo de Manuel Stephens, Óscar Ruvalcaba, Rafael Rosales y Roberto Robles. Los bailarines son Mario Alberto Frías, Eurídice Goicoechea y el propio Manuel. Creada para tres personajes, cuenta con una historia y una estructura teatral que se ensamblan a la música. En esta obra inspirada en el romanticismo hay una reflexión en torno al individuo, su carácter contestatario, la experiencia frente a la muerte y el suicidio, la mujer y el hombre como forjadores y dueños de su destino.

A partir de este año, Manuel recibe la beca de Conaculta como ejecutante. Para él representa un paliativo, pues tendrá que seguir trabajando como maestro en El Foro de Teatro Contemporáneo de Ludwig Margules, además de cubrir ensayos y clases. Sin embargo, Manuel piensa alcanzar un antiguo deseo: conjuntar la danza y la literatura. Piensa escribir una investigación e interpretación sobre el proceso creativo de dos bailarines y coreógrafos: Benito González y José Rivera. El reto que se ha propuesto Manuel es lograr un trabajo donde la danza sea vista como un discurso permeado por su visión literaria.