Jornada Semanal, 4 de febrero del 2001 

León Guillermo Gutiérrez


Luis Mario Schneider: el hilo de un destino(1)

 
 
 
 

Doctor en letras, premio Xavier Villaurrutia, autor de La resurrección de Clotilde Goñi y Refugio, dos novelas tan olvidadas como muchos de los textos que él rescató para nosotros, Luis Mario Schneider fue además un incansable curioso que atisbó en todos los archivos, hurgó en todas las hemerotecas, se zambulló en todos los incunables, y cada vez volvió con la sonrisa del gambusino con una pepita de oro en la mano. En este puntual ensayo, León Guillermo Gutiérrez nos lleva de la niñez a la muerte de este mexicano nacido en Santo Tomé, Argentina.




Si alguna etapa de la vida es preponderante, sin lugar a dudas es la infancia. Lo vivido en los primeros años nos marcará de forma definitiva, es el sello que no podremos borrar. La infancia se convierte en escritura indeleble y, al paso del tiempo, volveremos irremediablemente a ella a través de los recuerdos que se fincan en los sueños y en el subconsciente que los registra y guarda celoso. La memoria de la infancia es un tigre agazapado que todos llevamos dentro. Luis Mario Schneider nació y vivió hasta los doce años en Santo Tomé, Provincia de Corrientes, un pequeño poblado al norte de Argentina que colinda con Brasil y Paraguay. Este lugar sigue siendo habitado por un pequeño grupo de pobladores que llegaron de Alemania, Italia y España. A falta de parentesco entre ellos pero con la necesidad de sentirse en familia, se bautizaron entre sí como primos, tíos y sobrinos. Los recuerdos de Luis Mario los consignó en una novela que destruyó: La ternura del alacrán, en ella hacía recuento de la vida cotidiana en la estancia paterna (equivalente al rancho mexicano). Narraba con minuciosidad el paisaje siempre verde, el clima caluroso, la rusticidad de los caporales y peones. Es decir, la vida campirana que siempre es la misma en cualquier parte del mundo.

A los doce años abandonó Santo Tomé para iniciar sus estudios secundarios y jamás volvió a vivir en este lugar, salvo en los periodos vacacionales. ¿Y qué es lo que motiva a emigrar a todo adolescente? La voluntad de romper, trastocar o cambiar un destino. Para los positivistas, uno de los elementos que marcaban el carácter determinista del hombre es precisamente el medio ambiente. Luis Mario Schneider no es la excepción; el aún niño se convertiría en un hombre con los más altos grados académicos2 , en un literato de inmensa erudición. Afincado por voluntad propia en México, se dedicó con vehemencia a la investigación y a la crítica literaria. Enfocó sus estudios principalmente a la literatura mexicana de los siglos XIX y XX, y también trabajó sobre escritores de otros países, así como en temas tan diversos como pintura, arte culinario, cultura popular, arquitectura, fotografía, entre otros. Sus trabajos bibliográficos y de investigación se convertían en una verdadera revelación, los asumía como algo personal, se transformaba en un verdadero detective que rastreaba el poema, el acta de nacimiento o de defunción, el texto del cual apenas había escuchado; hurgaba en archivos particulares, bibliotecas, hemerotecas, oficinas del registro civil y parroquias. No importaban el tiempo y la distancia. Su fervor lo llevaba al encuentro de lo que había intuido. Esta tarea titánica lo llevó a rescatar del olvido a autores y textos hoy fundamentales en la literatura mexicana. Octavio Paz escribió:
 

Luis Mario Schneider ni es pájaro ni vuela: excava, descubre, resucita. Con tacto, con inteligencia y perseverancia, frente a nuestra funesta manía de enterradores, exhuma, revela, revive. En México amamos a nuestros escritores a condición de que estén muertos; los sepultamos, a veces en vida, bajo montañas de elogios vacuos (otras bajo carretadas de vituperios) y construimos con sus obras suntuosos mausoleos que después nadie visita. Pero Schneider, explorador de los valles infernales y de las ruinas abandonadas de nuestra literatura, regresa de cada una de sus expediciones con un texto desconocido, un poema olvidado, un cuento rescatado, unas cartas perdidas. Nos devuelve la memoria, trabaja a favor de la vida.


Luis Mario Schneider era sumamente agudo y sabía que detrás del acto creativo existen corrientes subterráneas de poderosa fuerza que delatan en una palabra, en un verso o imagen los ocultamientos intencionados o casuísticos. Sabía que todo texto está cubierto de una piel y que debajo de ella se esconden los músculos y órganos que le dan vida. Esta percepción la utilizó para indagar en historias perturbadoras como la de Luis Carvajal El Mozo, un joven judío que al leer en la Biblia que el hombre incircundidado será borrado de los libros de los vivientes, se cortó casi todo el prepucio con unas tijeras de gastados filos. Aprehendido por la inquisición de la Nueva España por segunda vez en 1595, escribió sobre la misericordia de Dios en semillas de aguacate o papeles en los que le llevaban envuelta la comida. Al ser descubierto y confesarse él mismo como judío, el Corregidor sentenció: “Que sea quemado vivo y en vivas llamas de fuego hasta que se convierta en cenizas, y de él no haya ni quede memoria.” Schneider se pregunta: “¿Quién venció definitivamente? Las supuestas palabras vaticinadoras de la sentencia que dio el Corregidor, o este hecho que hoy compartimos, el del registro memorioso de la historia de Luis Carvajal El Mozo.”

Sólo para ejemplificar referiré una historia más, la del pintor Abraham Ángel, fallecido en 1924 antes de cumplir veinte años. Aunque otros estudiosos ya se habían dedicado a la recuperación de su vida y obra –como Olivier Debroise, José Juan Tablada y Salvador Novo–, es Luis Mario Schneider quien, a través de una investigación detectivesca que envidiaría el mismo Sherlock Holmes, nos informa todos los detalles relacionados con la vida del pintor, desde el origen escocés de su padre hasta las cartas familiares en donde se descubre la dramática miseria, la hipocresía del gambusino protestante y, más allá, la escabrosa relación sentimental entre Abraham Ángel y el pintor Manuel Rodríguez Lozano, en cuya casa se encontró el cadáver de Abraham, y de quien extiende el doctor Raoul Fournier un certificado de defunción diagnosticando como causa de muerte una cardiopatía congénita. Schneider documenta las razones y causas de la muerte, la primera, el engaño que sufre por parte de su amante, y la segunda, la cristalización de la sangre debido a una inyección de cocaína que él mismo se suministró. Del joven pintor escribió: “En la historia del arte mexicano, Abraham Ángel tuvo el más exclusivo destino: muerte adolescente, fama madura. Crueldad y regocijo. En vida comenzó y vivió leyendas, enseguida mitos, hoy transita por una gloria única.”

De manera velada o sugerente, Luis Mario Schneider dejaba entrever una de las grandes preocupaciones del hombre: la imposición del destino contra la fuerza de la voluntad o viceversa, y no me refiero a una predestinación antes del nacimiento, sino a lo que se fragua en los primeros años de la infancia, donde se teje la profusa red de elementos que serán constitutivos del hombre adulto. En una entrevista con Adela Salinas, Schneider afirmó:
 

La relación de lo inconsciente con el consciente es lo que nos hace humanos y grandes a la vez, en el sentido de que hacemos muchas cosas totalmente memorizadas, y otras cosas totalmente inmemorizadas, y es una paradoja porque nunca sabes realmente cuándo es consciente y cuándo es inconsciente, se vive en contradicciones. En mi vida yo he jugado siempre estas polaridades.


Este juego de polaridades, que más bien se traduce en una lucha cotidiana, Luis Mario lo llevó a su obra narrativa. En la primera novela que publica, La resurrección de Clotilde Goñi, con la que obtuvo en 1978 el premio Xavier Villaurrutia, nos lleva al interior de una mujer que por voluntad propia decide desposarse con Cristo a través de una vida dedicada a la religión y a la veneración a su amado Dios, pero la fuerza de su instinto y su destino de mujer la hacen invertir los mundos de la santidad y del apremio de la carne en una alucinada relación con un niño.

En su segunda y última novela, Refugio, Schneider utiliza el género epistolar a través del cual una “señorita” de pueblo entabla una relación amorosa con un joven de la capital. El final nos revela que Refugio es un hombre que ha permanecido paralítico por más de treinta años y que el día previsto para la llegada del novio se quita la vida. Esta novela nos enfrenta a un destino de doble humillación; si acaso, la voluntad del amor correspondido fue una tregua convertida, de manera perversa pero también auténtica, en una guerra cuya derrota estaba escrita de antemano.

Este tema también es recurrente en los seis cuentos de Schneider recién publicados bajo el título Cuentos del amor infinito. En uno de ellos, un joven poeta decide matar a su novia para poder seguir escribiendo poemas de amor; en otro, un embalsamador de animales, queriendo ganarle a las fuerzas de la naturaleza, lleva a la práctica su oficio dando muerte a su propio hijo con la intención de ser él quien le devuelva la vida. En su prólogo al libro, Felipe Garrido retoma la idea de Borges de que la obra de todo artista traza la imagen de su cara. Dice: “Que nadie se sienta sorprendido. Estoy seguro que Luis Mario sabía que estos relatos lo dibujaban; era demasiado buen lector; tenía demasiada experiencia para no saberse retratado en ellos.”

A principios de los ochenta, sin proponérselo, Luis Mario encuentra el puerto definitivo: Malinalco, un pequeño poblado del Estado de México. Lo que inició como una casa de campo se convertiría en un conjunto de edificaciones donde reunió su vasta biblioteca, el inmenso acervo pictórico que acumuló a lo largo de los años, así como colecciones de exvotos, diablos, armadillos, etcétera. Seguramente Malinalco no fue casualidad pues tenía grandes afinidades con el Santo Tomé de su infancia; entre otras, el clima caluroso, el siempre verde de sus paisajes y uno más contundente: el trato sencillo de sus habitantes, con quienes suplió el parentesco por el compadrazgo y la amistad sincera. De ésta, que sería su última y querida morada, escribió:
 

Exuberante naturaleza, paisajes protegidos entre serranías, peñascos y verdores, arropados por un cielo solar y azul, por noches de estrellas centelleantes, sitio de murmullo de aves, resonancia de aullidos, de sabores de frutas, de aire cálido, de olores de vegetación tropical, pero más todavía de habitantes generosos, recónditos de mística, trabajadores y divertidos, sinceros y acogedores. Sí, Malinalco es un territorio de prodigalidades y purezas, adánico, cargado de magia y energía, agradecido.


Esta pequeña ventana que hemos abierto nos deja ver que los pasos y el quehacer de Luis Mario Schneider siempre fueron líneas que dibujaron su rostro interior, conocido de memoria por él, así como la huella indeleble del zarpazo de la memoria infantil, y que hace que nos preguntemos: ¿quién venció, la imposición del destino contra la fuerza de la voluntad o viceversa? Quizá de ahí su respuesta: “Hoy después de mi muerte sigo siendo cuerpo transferido.”

Notas

1 Frase tomada de un verso del poema “Letanía ingenua” de Luis Mario Schneider.

2 En 1969 obtuvo el grado de doctor en letras por parte de la Universidad Nacional Autónoma de México.