Jornada Semanal, 4 de febrero del 2001 

Agustín Escobar Ledesma
extranjeros en su tierra
 

Sombrerete
 

El maestro Agustín Escobar Ledesma anduvo por los rumbos de Cadereyta y de Sombrerete, Querétaro; habló con Yolanda Martínez, subdelegada municipal de Sombrerete en 1987 y recordaron los tiempos de su presidente municipal que tenía el peregrino nombre de Luis Hitler Velázquez. En este ensayo de microhistoria van pasando los acontecimientos que nunca llevaron el progreso a la región y que fueron arruinando poco a poco la agricultura, el mármol y las artesanías. La saga de Sombrerete es fundamental para entender los trabajos, los gozos y las tragedias de los ñañho del centro del país.




A mediados del siglo XVII un pequeño grupo de familias peninsulares creó la Villa de Cadereyta para resguardar los reales de minas de El Doctor, Maconí, San Pedro Escanela y Escanelilla; en la fundación también participaron contingentes chichimecas, africanos y otomíes pastoreados por los españoles, cuyos descendientes, hasta la actualidad, continúan detentando el poder económico y político de la región, así como actitudes racistas y clasistas hacia la población indígena y mestiza.

Sombrerete está a treinta kilómetros de Cadereyta, ubicada en las estribaciones de la Sierra Gorda queretana. La población, que no figura en ningún mapa estatal, menos nacional, posiblemente fue fundada por otomíes provenientes de Xilotepec, ya que la variante dialectal es similar a la de los indios de Tolimán, cuyos habitantes, según las crónicas, llegaron con los conquistadores europeos a contener a los aguerridos chichimecas de la región. Sombrerete comprende los barrios El Membrillo, La Laja y El Soyatal con 140 familias de ejidatarios, 141 de comuneros y 320 avecindados. En el desnudo territorio difícilmente crecen el maíz y el frijol; sin embargo, existen grandes yacimientos de mármol que les han ocasionado grandes problemas de límites territoriales y enfrentamientos con las comunidades mestizas vecinas que dinamitan las mojoneras para despojar a la comunidad.

Los ñañho de Sombrerete sólo tienen un ojo de agua del que extraen el vital líquido para sobrevivir. Aquí, al igual que en el resto de las comunidades indias, los primeros en recibir a los visitantes son los perros, ejemplos vivientes de la miseria. Cuando llueve, si hay buen temporal una vez al año, los chuchos pasan en medio de la lluvia sin mojarse; son tan etéreos que parecen fantasmas aporreados por el viento septentrional que aúlla como coyote hambriento en el desolado páramo.

Gastronomía

Los ñañho de Sombrerete complementan su magra alimentación con la recolección de hongos que brotan bajo los árboles de piñón; han bautizado a los hongos con diferentes nombres: pata de pájaro, oreja de gato, varañitas y sombrero; los consumen guisados o asados en comal; a veces los deshidratan bajo los rayos solares para almacenarlos. Con las primeras lluvias también aparecen miles de hormigas aladas que comen tostadas con sal; los mezquites se llenan de tantarrias niñas que se tuestan o son comidas vivas para espantar el hambre; cada tres o cuatro años acuden a recolectar piñones que los coyotes se llevan por unos cuantos pesos como si fueran gallinitas asadas.

Los madre mayor

Una de las fiestas más importantes de Sombrerete es la de carnaval, espacio en el que se ritualizan antiguas manifestaciones de origen precolombino y europeo. La ceremonia inicia dos días antes del Miércoles de Ceniza. El lunes por la tarde una procesión recorre los empinados, disparejos y polvorientos caminos. Mostrando su verdadero rostro de madera, los xitás abren camino a la comitiva correteando perros y niños traviesos; ellos son los únicos que tienen permitido hacer desmadre al mismo tiempo que imponen respeto en el ritual. Rezanderos y músicos de música triste van por delante con la vista clavada en el suelo, seguidos de un pequeño contingente que se junta como ramillete de espinas para protegerse de las inclemencias de la vida. Por la noche todo mundo se dirige a la casa de los mayordomos de la corporación Madre Mayor, sitio en el que toman asiento en una larga mesa para compartir el pan y la sal bajo la tenue luz de una lámpara que ilumina la tristeza. En una mesa pequeña, cercana a la cocina, se sienta el xitá principal. A cada uno de los comensales le corresponden ocho platos de comida, uno por cada integrante de los cargueros entrantes: frijoles, garbanzos, carne de puerco y de res, mole con arroz y otros platillos que, bajo otras circunstancias, jamás aparecen en la mesa de los otomíes. Pulque, aguardiente y otras bebidas alcohólicas complementan el cuadro. A comer y a beber, que la vigilia es larga y la vida corta.

El martes a las seis de la mañana la comunidad se reúne en el atrio de la iglesia para encaminarse al desayuno en donde aparecen nuevamente los ocho platos para cada comensal, incluso para los gorrones que se dan maña para mover el bigote mientras toman apuntes, auxiliados por cámaras fotográficas y grabadoras, además de preguntar a tontas y a locas.

A las cinco de la tarde las pálidas sombras de los indios se alargan frente a dos hileras de tinajas en el atrio de la pequeña iglesia, separadas unas de otras por unos seis metros de distancia; una olla de charape (bebida elaborada a base de pulque condimentado con anís, cacahuate y piloncillo) va alternada con otra de galletas y dulces. Cada olla, tapada con pencas de maguey y coronada con banderitas de papel de china con los colores patrios, lleva al cuello rosarios de plátanos, dulces y manzanas. Los enmascarados dirigen el ritual para conducir a los cargueros salientes que esperan junto a las tinajas de barro para abrazar a los cargueros entrantes y hacerles la simbólica entrega de compromiso para la organización de la fiesta del año siguiente. Una vez cumplida su función, los xitás se abrazan y se besan. Enseguida convidan a todos los asistentes jarros de charape que se liban bajo la siempre nostálgica música de vara acompañada de tamborcillos. Una mujer advierte de los estragos que la bebida causa: “Quita el miedo a la vida, aunque al otro día muestra la sonrisa de la muerte.”

Historia debida

En Yolanda Martínez se asoma la sonrisa de la luna, tallada sobre su rostro moreno; a sus treinta y seis años tiene dos retoños y una historia de vida impresionante: “Apenas terminé la primaria y fui a trabajar de doméstica a México, sólo que no me gustó la forma en que los patrones me trataban. Le dije a mi papá que ese oficio no me agradaba, que me sacara de allí, que yo quería trabajar en la construcción. Sin embargo, por aquellos días mi mamá enfermó y tuve que regresar a Sombrerete. Así se perdió mi sueño de ser albañil.

”Tiempo después obtuve una beca del ini (actualmente el Instituto Nacional Indigenista ofrece becas para los contados estudiantes indígenas que logran arribar a alguna institución educativa de nivel superior. Da pena ajena citar la cantidad: mil pesos mensuales) para estudiar la secundaria en el internado bilingüe de La Llave, San Juan del Río (lugar en el que la honorable familia del legislador panista Diego Fernández de Cevallos tiene un pequeño vergel de miles de hectáreas cultivadas con tecnología de punta y mano de obra barata), pero que, en el momento en que fui con otros dos estudiantes de Sombrerete, ya no había lugar, razón por la cual acudimos a la secundaria técnica de Tolimán. A uno de nuestros compañeros que años antes había perdido un pie en un accidente, el director de la escuela le dijo que allí no aceptaban muchachos incompletos. Regresó a la comunidad con el alma partida.”

La autoridad

En 1987 Yolanda fue electa en asamblea como subdelegada municipal. “En aquellos años no se permitía la participación ni la presencia de las mujeres en las reuniones; no teníamos voz ni voto en las decisiones de la comunidad. Fue la primera ocasión en que una mujer ocupaba el cargo, yo tenía veinticinco años de edad. Hubo oposición de algunos compañeros, decían que a ellos no los iba a mangonear una vieja, pero me ayudó que en la comunidad casi no había hombres ya que la mayoría salían a trabajar a Querétaro, México o al otro lado. Mi gabinete de gobierno estaba integrado por un secretario, un tesorero, un comandante, un policía
y un auxiliar. Ninguno recibíamos salario, era un honor servir a la comunidad de esa manera.

”A Luis Hitler Velázquez, presidente municipal, tampoco [le] gustó mi designación porque yo iba a Querétaro o a México a dar seguimiento a los programas para Sombrerete. Dijo que me apoyaría para que yo siguiera estudiando si dejaba el cargo. No acepté y el hombre se enojó.

”Me tocó ser autoridad en un tiempo muy difícil ya que en aquellos momentos el Ministerio Público inició la práctica obligatoria de la autopsia de la gente que fallecía y aquí nadie estaba acostumbrado a eso. La medida causó un impacto muy profundo ya que nadie se explicaba por qué el gobierno, que nunca había prestado atención a las personas en vida, ahora que se interesaba sólo por los difuntos, algo malo debía de estar tramando. Algunos rumores sacudieron la espina dorsal de la comunidad: que el gobierno se llevaba los cadáveres para sacarles los sesos y venderlos a los fabricantes de mejorales para curar el dolor de cabeza.

Al maestro con cariño

”Como subdelegada tuve que lidiar con una pareja de maestros que sólo iban dos o tres días por semana a la escuela. Cuando les reclamamos su proceder contestaron que sólo daban cuenta de sus actividades al supervisor, que a nosotros no tenían por qué informarnos. También dijeron que iban esos días porque en Sombrerete no había agua, luz, letrinas, baños, ni cocina ni dónde quedarse a dormir. Les acondicionamos la escuela, les compramos una litera, les acarreábamos agua y leña para sus necesidades. Entre las madres de familia nos turnábamos para lavarles la ropa con tal de que atendieran a nuestros niños.

”Nos salió el tiro por la culata. Como los maestros ya no tenían pretexto para faltar, se desquitaban con los alumnos. Como casi nadie en Sombrerete se baña por falta de agua, los profesores desnudaban a un alumno diariamente frente al resto del grupo para ponerlo de mal ejemplo en el aseo corporal. En otros casos no les daban permiso de salir al baño y tenían que aguantarse hasta la salida de la escuela o de plano orinarse en su ropita. Debido a que los niños difícilmente aprendían, por la severa desnutrición que sufrían y por desconocer el idioma español, los profesores les decían: ‘Sal al patio y quítate el suéter para que se te refresque la memoria, a ver si así recuerdas la lección.’ No crea que afuera hiciera calor, qué va, eso se los hacían durante la temporada de frío en que la temperatura baja hasta a cero grados centígrados.

”Cuando reclamamos, los maestros dijeron que nosotros no sabíamos nada de pedagogía, que ese era su método de enseñanza-aprendizaje, que tenían el deber de que los niños no reprobaran el año escolar. Enviamos un escrito de protesta a la supervisión de Cadereyta reportando la situación; no hubo respuesta. Fuimos con el presidente municipal y tampoco nos atendió. Mientras intentábamos entrevistarnos con las autoridades educativas de Querétaro, los maestros, en complicidad con la presidencia municipal, nos acusaron del robo de lábaro patrio de la escuela.

”Los profesores dijeron a la policía que éramos tres mujeres las que alborotábamos, que nos aplacaran, que nos dieran un sustito. Nos encerraron en la cárcel dos noches en Cadereyta acusadas de golpear a los maestros y de la desaparición de la bandera; decían que nos esperaban quince años de prisión. Por fortuna un abogado nos ayudó a superar el problema. A los maestros los quitaron después de que enviamos cartas al gobernador y al presidente de la República. Aprovechando la coyuntura el presidente municipal me destituyó de la subdelegación, cargo en el que duré un año. Desde entonces a Sombrerete lo catalogan como una comunidad conflictiva.”

Salinas

En 1989, en un arranque de populismo neoliberal, el entonces presidente Carlos Salinas de Gortari arribó en helicóptero a Sombrerete cuando antes ningún mandatario se había posado ahí. Los integrantes de los cuatro barrios le presentaron varios proyectos que fueron aprobados. En palabras de Yolanda, el visitante “nos cayó como Santa Claus con un costal de juguetes a crédito”. Salinas autorizó varios proyectos: el empedrado del camino, la compra de un microbús para transitar a la cabecera municipal, la construcción de una biblioteca y un plan para la explotación intensiva de mármol. A la comunidad también llevaron un fax que está arrumbado, ya que nunca ha existido línea telefónica.

A partir de la visita, las faenas para sacar adelante los proyectos se multiplicaron, las cargas de trabajo para la comunidad fueron intensas, las dependencias gubernamentales hacían juntas a cada rato; la gente llegó a estar hasta en cuatro o cinco comités al mismo tiempo, con el consabido desgaste que ello representaba. Los migrantes, que tenían varios años fuera, regresaron a trabajar a Sombrerete al saber del dinero para los proyectos, pero como no estaban compenetrados con el ritmo de la comunidad surgieron conflictos.

Los banqueros

En la comunidad existe un grupo de trece personas que se autodenominan “banqueros”, que detentan bancos en donde se explota mármol con martillos de aire movidos por compresoras de diesel. En esos lugares trabajan alrededor de cien peones (muchos de ellos adolescentes que apenas terminaron la instrucción primaria) en la extracción de mármol, sin equipos de protección y sin prestaciones sociales de ningún tipo. Los accidentes están a la orden del día. Se cuenta que en cierta ocasión a un trabajador le explotó la dinamita y quedó moribundo; el dueño del camión que estaba cargando mármol no lo quiso auxiliar porque le iba a manchar de sangre el vehículo en el traslado a la clínica de Sombrerete.

El video de Abelardo Rodríguez Las orillas del desarrollo. La pobreza en las comunidades indígenas del semidesierto queretano (editado por Arco Comunicación, Querétaro, 2000) ilustra la manera en que grandes cantidades de mármol son trasladadas al parque industrial de San Juan del Río, donde es procesado para ser utilizado en la elaboración de plástico para tenis, para adicionarlo a la leche, para hacer cierto tipo de papel, entre otros usos.

De la comunidad diariamente salen decenas de camiones con miles de toneladas de mármol; cada camión tiene un costo unitario de setenta pesos y en promedio carga diez toneladas; los “banqueros” deben aportar a la comunidad veinticinco pesos, pero el dinero no llega a su destino. En las asambleas comunitarias, cuando se les piden cuentas a los banqueros, siempre contestan con evasivas y al final terminan enfrentando a los inconformes gritándoles que son zapatistas, que se vayan a Chiapas con Marcos. Otro de los problemas de Sombrerete es el endeudamiento con Banrural. La cantidad exacta sólo la sabe el grupo de “banqueros” y jamás han querido revelarla. Algunos creen que son más de mil quinientos millones de pesos y temen que de un momento a otro el banco embargue los bienes comunitarios por la cuantiosa deuda, herencia de la visita de Salinas a la comunidad.

La irracional sobreexplotación del mármol puede terminar por dejar a la comunidad todavía más pobre y deforestada, ya que en la zona marmolera se talan cientos de árbol piñoneros y la desertización avanza cada vez más puesto que no hay ningún programa de reforestación.

Encaje fino

Las jóvenes ñañho de Sombrerete ya no trabajan solamente de sirvientas en las ciudades. Ahora existen nuevas formas de contratación de la hábil mano de obra indígena. Una transnacional textilera que elabora prendas íntimas explota a las muchachas en una maquiladora asentada en Cadereyta. Es el “desarrollo” que las políticas gubernamentales han llevado a la población. Los gritos histéricos de las antiguas patronas han sido sustituidos por los alaridos enajenados de los supervisores de la maquiladora, los bajos salarios y las draconianas condiciones de trabajo. Las finas prendas femeninas son confeccionadas por las obreras otomíes a las que, por si fuera poco, diariamente les son escamoteadas dos o tres horas diarias de tiempo extra.