Jornada Semanal, 28 de enero del 2001 

Cinco poemas
 

Ingeborg Bachmann

Ingeborg Bachmann nació en 1926 en Klagenfurt, Austria. Escribió poesía y prosa. En 1952 efectuó su primera lectura en el llamado Grupo 47. Recibió numerosos premios por su obra. Vivió muchos años en Roma, donde murió en 1973. La suya es una de las voces fundamentales de la poesía austriaca moderna. En ella, personalísima y sin alardes, resuenan los ecos de la poesía alemana de todos los tiempos, pues es romántica a su modo, expresionista, realista y surrealista en cada poema y en cada momento de su vida-obra. Las “vagas estrellas de la Osa Mayor” del canto de Leopardi tienen en los montes de Austria garras y agudos colmillos, pues son estrellas antiguas encendidas en la “noche greñuda”




 
 

Temprano al mediodía



Silenciosamente reverdece el tilo en el incipiente verano,
apartada lejos de las ciudades, centellea
la luna pálida y diurna. Ya es mediodía,
ya renace el chorro en la fuente,
ya se alza entre los añicos
el ala torturada del ave de los cuentos,
y la mano mutilada por el golpe de la piedra
duerme en el trigo que despierta.

Dondequiera que el cielo de Alemania ennegrece la tierra,
busca su ángel decapitado una tumba para el odio
y te ofrece el cáliz del corazón.

Un puñado de dolor se pierde sobre la colina.

Siete años más tarde
lo recuerdas nuevamente,
en el pozo ante las puertas de la ciudad,
no fijes demasiado la mirada,
se te fatigan los ojos.

Siete años más tarde,
en una casa de muertos,
apuran los verdugos de ayer
la copa dorada.
Tendrías que esquivar la mirada.

Ya es mediodía, en el rescoldo
se dobla el hierro, en la espina 
se izó la bandera, y sobre la roca
del sueño vetusto queda, de hoy en adelante,
forjada el águila.

Únicamente la esperanza, encogida y ciega, en la luz.

¡Desata su cadena, llévala
ladera abajo, protege 
sus ojos con tu mano, para que
la sombra no la queme!

Dondequiera que la tierra de Alemania ennegrece el cielo,
busca palabras la nube y llena el cráter con silencio,
antes de que el verano la oiga, en la llovizna.

Lo indecible recorre el campo con un murmullo:
ya es mediodía.


Prueba de nada

¿Sabes, madre, que cuando la latitud y la longitud
no descubren el lugar, tus hijos
te hacen señas desde el oscuro rincón del mundo?
Te detienes donde los caminos se entrelazan,
y colmado está tu corazón, más que otro cualquiera.
No rendimos mucho tiempo, creamos y tiramos obras
y miramos hacia atrás. Pero el humo sobre la estufa
no nos permite ver el fuego.

Pregunta, madre: ¿No regresa ninguno? Somos arrastrados hacia abajo por la plomada,
y no hacia el cielo, extraemos
cosas en las que habitan la aniquilación y la
fuerza de dispersión. Todo ello es una prueba
de nada reclamada por nadie. Si atizas
el fuego de nuevo, aparecemos irreconocibles,
caras ennegrecidas, ante tu cara blanca.
¡Llora ...! Pero no nos llames.
 

 

Invocación de la Osa Mayor



Osa Mayor, desciende, noche greñuda,
animal con vellón de nubes y antigua mirada,
mirada de estrellas,
rompiendo la espesura irrumpen resplandecientes
tus patas con garras,
garras con estrellas,
alertamos a los rebaños,
que son cautivados por ti una y otra vez, para que 
    desconfíen
de tus cansados flancos
y de los agudos
colmillos apenas mostrados,
osa vieja.

El fruto del pino: su mundo.
Ustedes: las escamas en él.
Los empujo, los ruedo
de los abetos del principio
hacia los abetos del final,
jadeo sobre ellos, los examino con el hocico
y los apreso con las patas.

¡Tengan miedo o no tengan miedo!
Depositen en el cepo de las limosnas y den
al ciego una palabra de aliento,
para que sostenga la osa de la cuerda.
Y condimenten bien a los corderos.

Podría ocurrir que la osa
se desate, y no amenace ya
y atrape todas las piñas que han caído
de los abetos, los grandes, alados abetos
que del paraíso fueron precipitados.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


Cuando retumban los cascos de la noche

Cuando retumban frente a mi portal los cascos de la noche,
   caballo negro,
tiembla, como antaño, mi corazón, y me ofrece en el vuelo 
   la montura,
roja como el cabestro que Diomedes me prestó.
Dominante me precede el viento en la calle oscura
partiendo la negra melena de árboles dormidos
y los frutos, húmedos de luz de luna,
saltan asustados sobre hombro y espada,
entonces arrojo
el látigo sobre una estrella apagada.
Una sola vez detengo la carrera, para besar  tus labios 
   infieles;
ya se enreda tu cabello en las riendas,
y tu zapato deja surcos en el polvo.

Y aún escucho tu aliento
y la palabra con que me golpeaste.

.

Tarde ebria

Tarde ebria, llena de azulada luz
se tambalea en la ventana y desea cantar.
Con miedo, los cristales se aprietan
donde sus sombras se enredaron.

Vacila, llevando la oscuridad hacia el mar de casas,
encuentra a un niño. Lo ahuyenta con gritos,
y jadea detrás de todo y de todos
susurrando cosas temibles.

En el patio húmedo circundado por opacos muros
retoza con ratas en los rincones.
Una mujer, vestida de un gris deslucido,
retrocede ante ella, escondiéndose en la penumbra.

Aún fluye, en la fuente, un hilo delgado,
una gota cae persiguiendo a la otra;
ahora la tarde bebe un líquido viscoso de la corroída cañería
y ayuda a lavar las negras cloacas.

Tarde ebria, llena de azulada luz,
se tambalea en la ventana y empieza a cantar.
Los cristales se rompen. Ensangrentado el rostro,
irrumpe y lucha contra mi terror
 

Traducción de Christine Hüttinger y María Luisa Domínguez