Jornada Semanal, 28 de enero del 2001 

 
 
 

Claudia Gómez Haro
 

La Habana en happening mayor:
VII Bienal
 
 

“En La Habana de fin de siglo y en una bienal, todo, o casi todo, es posible”, nos dice Claudia Gómez Haro, luego de atestiguar cómo la ciudad de Martí, Lezama Lima, Desnoes, Estévez Caraza, Moltó y tantos más, se convirtió en un happening mayor donde tuvieron cabida las variopintas propuestas estéticas de mexicanos, uruguayos, argentinos... todo impregnado de un espíritu finisecular que admite lo mismo la globalización que un movimiento posmedieval. La VII Bienal de La Habana tuvo de todo, y de todo ello nos habla Gómez Haro en esta exhaustiva y erudita reseña.






Como se sabe en todas las latitudes una bienal es, primero que todo, un compromiso entre el arte y una ciudad. La Habana, por séptima vez, acogió en su seno al arte de distintas regiones geográficas, a creadores que responden a culturas y grupos étnicos que no forman parte de las grandes zonas de gestación y difusión de las ideas, los signos y las mercancías en el mundo finisecular. Es decir, el arte que no es usual encontrar en los grandes circuitos del mercado hegemónico. En este sentido, no es ocioso recordar que las tensiones creadas hace años han ido moviéndose hacia un solo lado. La idea surgida a finales de los ochenta e inicios de los noventa –década ésta de efervescencia de las bienales–, de crear un centro cultural desde la periferia, fue agonizando en muchos de estos proyectos al sucumbir a la dictadura del mercado del arte. Como han reconocido varios especialistas, la Bienal de La Habana fue la más ambiciosa y experimental de todas, así como la que realmente mostró mayor preocupación por los temas de la marginalidad y lo periférico. Una vez más se volvió sobre los mismos propósitos.

En esta ocasión un tema tan actual como el de la comunicación humana sirvió de motivo para los proyectos seleccionados por los curadores de la Bienal.

Nunca antes este tema estuvo tan al día en los derroteros de la Historia y ya algunos especialistas han teorizado sobre una nueva división de clases existente hoy en día, tomando como rasero no los vínculos del hombre con las relaciones de producción sino con el nivel de información. A saber: los sobreinformados, que viven en la turbulencia y el caos de las cifras; los desinformados, que seleccionan, ordenan y pueden pagar la información.

El arte es comunicación, es decir y es ver, es un lenguaje que es crítica y ruptura del lenguaje común; el arte es una piedra encendida que es, al mismo tiempo, un lenguaje propio. En este sentido estamos pues en un tiempo de encrucijada, en el empalme de dos tiempos en los que la comunicación y las tendencias uniformadoras parecen ser las piedras de toque. Sobre estas cuestiones reflexionaron las propuestas artísticas que se reunieron en La Habana. Fue interesante constatar cómo el arte aborda los citados procesos globalizadores en momentos en que coexisten también tesis teóricas que nos hablan de que ya el mestizaje y los conceptos culturales que propugnan la identidad han pasado a ser meros estereotipos característicos de las miradas exteriores y primermundistas sobre las culturas regionales convocadas a esta Bienal.

Dentro de las exposiciones especiales pudimos ver en el Convento de San Francisco una notable muestra de carteles cubanos. Con la fundación del icaic (Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos) se establecieron nuevas concepciones artísticas que significaron una apertura conceptual, además de que económicamente la producción cinematográfica fue enfrentada de manera diferente. Comenzó a manifestarse la voluntad de crear una cinematografía nacional con otros presupuestos, así como llevar a cabo una amplia política de exhibición tanto del cine nacional como extranjero que posibilitara la formación paulatina de un espectador más culto. Estos carteles del icaic significaron una revolución en la gráfica cubana en un periodo importante de las artes visuales en el país. Dentro del importante conjunto pudimos ver: Soy Cuba de René Portocarrero (1964), La dulce vida de Eduardo Muñoz Bachs (1966), Memorias del subdesarrollo de Antonio Saura (1968), Luz de esperanzas (1971) y Casta de malditos (1974), ambas de René Azcuy, entre otros.

Otro de los platillos fuertes dentro de las exposiciones especiales fue El tercer mundo, El sur, La gente en casa. Por primera vez, desde que se iniciaron las bienales de La Habana en 1984, se brindó al público lo que se había necesitado desde siempre: el arte cubano. Algo que sirviera de referencia, de deleite, de información, de historia, de contraparte, dentro de ese maremagnum que nos muestra tan brillantemente el mundo de la Bienal. Pudimos ver un conjunto de obras importantes de los últimos cuarenta años del arte cubano, procedentes de la colección del Museo Nacional, dado que la reinstalación total de esta institución se producirá hasta inicios de 2001. Y, por supuesto, la colección más amplia y ambiciosa del arte cubano que existe, no podría nunca esquematizarse ni reducirse a los estrechos límites de una muestra temporal. De manera que esta exposición es una antología de la contemporaneidad cubana, a través de artistas y obras claves. En ella se abordan, sobre todo, las principales poéticas emergentes a partir de los años sesenta, los frutos artísticos que han ido imponiendo el tono más alto de cada momento. La elección curatorial está basada en las formulaciones artísticas de más impacto renovador que han ido conformando el arte cubano reciente. Entre otras obras pudimos apreciar: El tercer mundo de Wilfredo Lam (1966-67), El dueño de los caballitos de Antonia Eiriz (1965), Quince repeticiones de Martí de Raúl Martínez (1966), El hombre del napalm de Alfredo Sosabravo (1967), Obba de Manuel Mendive Hoyos (1967), y Todo lo que ud. necesita es amor de Flavio Garciandía de Oraa (1975). Entre los pintores que conforman esta muestra estuvieron Zaida del Río, Tomás Sánchez, Ricardo Rodríguez Brey, Rubén Torres Llorca, Tomás Esson Reid, Alexis Leyva Machado, y los carpinteros Alexandre Arrechea, Dagoberto Rodríguez y Marcos Castillo.

Jean-Michel Basquiat: ¿Ficción o realidad? estuvo en la Galería Haydée Santa María de la Casa de las Américas y en el Museo del Ron. Jean-Michel Basquiat fue hasta hace poco una realidad. Ya es un mito. Y ahora también fue convertido en un personaje de ficción que nos enseña que las cosas a las que la humanidad concede una enorme importancia –amor, muerte, religión, sexo, familia, cultura...– se pueden contemplar con humor.

Dentro del marco de la Bienal visitamos la Galería Habana que exhibía una exposición homenaje a la recién fallecida Belkis Ayón. La muestra, titulada La resurrección de los cuerpos marcados, comprendía treinta y un colografías de su más reciente trabajo; entre ellas pudimos apreciar el célebre Sikán (202 x 138 cm). Penetrar el reservado universo de Belkis Ayón nos reconfirmó una vez más el enorme rigor de su trabajo; un trazado minucioso, con la puesta en práctica de un procedimiento colográfico impecable, depurado y estricto en cada fase de su particular método. A todo esto se suma además la perspicacia de haber sabido elegir dentro del acervo cultural cubano una leyenda poco abordada por las artes plásticas: La sociedad secreta Abakúa, en cuyo núcleo cofrádico la mujer está totalmente excluida.

La cerámica artística cubana contemporánea participa de inquietudes propias de otras disciplinas consideradas mayores por la costumbre, la inercia y los malos hábitos conceptuales respecto a aquélla, considerada una especie de cenicienta o pariente pobre. Dentro de las propuestas más interesantes vale la pena mencionar ese extraño Aquarium, mezcla de museo marino y acuario tradicional, donde Nelson Domínguez sumergió espléndidas piezas de cerámica en las peceras y aprovechó el ambiente que ahí existe logrando una exposición muy singular en la historia de la plástica cubana y, desde luego, una de las propuestas más interesantes dentro de la Bienal, en defensa del patrimonio natural.

En esta edición de la Bienal de La Habana, el happening se extiende más allá de una acción puntual convirtiendo a la bella ciudad en un happening mayor. En La Habana de fin de siglo y en una Bienal, todo, o casi todo, es posible. Hasta los environments que provocan aguda reflexión y cautivan profundamente la atención. Fue muy seductora la acción presentada por los creadores cubanos Manuel Piña y Fernando Fors, en el Piano-Bar Delirio Habanero del Teatro Nacional de Cuba. En la Cuba de hoy, las artes visuales se han afanado en la búsqueda de canales expresivos quizá más “sofisticados”, elaborados o tecnicistas, al mismo tiempo que sutiles, audaces, arriesgados y abiertos. Este happening no viene más que a evidenciarlo: un piano-bar elegante y habanero, con cristalería de un lado y pantalla para proyecciones del otro, con buena acústica y acogedor, se convirtió en lugar propicio para la materialización de dichas búsquedas.

Hace tiempo comenzó a circular en estrechos espacios del campo artístico cubano la denominación de pintura posmedieval. Con ella se ha hecho referencia a la obra de artistas cubanos en la que se aprecia una notable intención historicista ya descrita por Frederic Jameson en su importante obra Teoría de la posmodernidad. En el Convento de San Francisco se exhibió la exposición Pintura posmedieval cubana. Se incluyeron piezas de Eduardo Moltó, cuyo referente genérico es la escultura clásica así como obra de María del Pilar Reyes y Arturo Montoto.

Más que como una muestra colectiva, la Casa de la Cultura de Plaza funcionó como espacio de yuxtaposición de proyectos individuales. Así, cada artista (ocho en total) se apropió de un área. Aunque no existe un presupuesto temático que justifique la confluencia de estos creadores, y aunque no se distingue éste de otros espacios, la problemática del consumo como elemento obsesivo en la sociedad contemporánea se hace recurrente. Con discursos independientes en esta ocasión, los argentinos Beatriz Torre y Óscar Kalf presentaron un proyecto común: La revolución del bien estar, instalación que apela al desgaste visual del receptor en su condición de consumidor agobiado por los mensajes que constantemente lo acosan. Todo contribuye a este fin, tanto las grandes dimensiones de las piezas que cubren el espacio, como la incorporación de objetos en los cuales el signo de la trampa que predice el consumo queda al descubierto. Por otra parte, el impacto de la tecnología en el mundo contemporáneo fue recreado por Deborah Nofret con un mural de dieciocho metros cuadrados con impresión en Deskjet. En medio de obras que demuestran una acusada preferencia por los grandes formatos, se destacaron las piezas de Joy Gregory, que, en un menor tamaño y a partir de la sencilla confrontación entre la fotografía y un texto, revelan las relaciones del modelo y la apariencia femenina, suministrada por la cultura de masas que exige de la mujer continuas metamorfosis de acuerdo con parámetros específicos para valorar su belleza. El espejo, soporte expresivo recurrente, pero válido en este caso, traslada la reflexión hasta el espectador. Elvis López, ya conocido en otras bienales anteriores, abordó el tema de la castración visceral de la existencia reforzada por la condición de insularidad, elemento que se calza en la utilización del espacio, la iluminación, el acceso a la instalación y la presencia del texto. El proyecto de Kcho hizo alusión a su propia obra al retomar la imagen que realizara a partir de la espiral de Fallin, utilizando ahora la pared como soporte para, de esta manera, obstruir el acercamiento a la pieza. La dificultad de acceder al dibujo, de percibirlo en su totalidad aun cuando se halla en un importante punto de encuentro, refuerza el sentido de lo imposible, de la utopía como estrategia discursiva del artista.

En el espectacular Complejo Histórico-Militar Morro-Cabaña se reunieron performances e instalaciones como la del cubano Carlos Alberto Estévez Carasa, Botellas al mar 2000, que comprende dibujos sobre papel con manuscritos poéticos y botellas de cristal. El mexicano Guillermo Gómez Peña, que reside en Estados Unidos y es miembro fundador del Taller de Arte Fronterizo que participó en la Bienal de Venecia en 1990, presentó un performance titulado El mexterminator con la colaboración de Roberto Sifuentes y Juan Ibarra, donde el protagonista es un híbrido de charro tapatío y terminator. De Montevideo, Uruguay, Ricardo Lanzarini presentó una instalación con calentadores eléctricos, ollas, cables, micrófonos, amplificador de sonido y guisos, llamada Diálogo interguisal, que recordaba el ajiaco de nuestras culturas. También interesante fue la instalación Toloache: territorio de la mente de Miguel Ángel Ríos (Argentina), donde el artista nos encierra en un cuarto a prueba de sonidos para hacernos escuchar la grabación digital de un viaje de hongos alucinógenos que él experimentó con una chamana en Huautla, Oaxaca. Esta instalación rescata el gastado tema de las tensiones entre cultura mestiza y cultura indígena.

Dentro de todo este maremagnum artístico vale mencionar las intervenciones en los espacios públicos. En el Malecón habanero la Galería Dupp presentó 1,2,3, probando, donde este grupo de artistas nos propone sentarnos a conversar con el mar. Dupp es un modo de decir, de plantear; Dupp es el acto mismo de hablar. De algún modo las generaciones de artistas cubanos de los últimos veinte años se propusieron una nueva forma de participación en el decir de la isla.

El diálogo y la polémica artística fueron los rasgos que definieron estos encuentros. La crítica de arte, a su vez, estuvo presente en los debates y las publicaciones de la Bienal, así como los foros de reflexión, entre los cuales destacó un ciclo de conferencias en homenaje a la Revolución Mexicana denominado “Reflexiones sobre México”, auspiciado por la Cátedra Benito Juárez de la Universidad de La Habana. Para este ciclo fueron invitados, entre otros, Friederich Katz, que habló sobre Villa; José Woldenberg, que disertó sobre la democracia mexicana, y Eduardo Matos, que tocó temas de arqueología. Acompañaron a este homenaje una muestra de obra gráfica del taller de Payán y otra de fotografía del Archivo Casasola, así como la presentación del video Sergio Hernández y la pintura en Oaxaca, producido por Casa Lamm y tvunam. Este video se presentó en la Casa Benito Juárez con la presencia del embajador de México en Cuba y del prestigiado artista oaxaqueño, quien, junto con Germaine Gómez Haro, la realizadora del video, habló de la escuela oaxaqueña de pintura.

Además, esta edición de la Bienal, la última del siglo y del milenio, se ha propuesto seriamente una importante intervención urbana, una puesta al día de las extensas y profundas labores de reconstrucción de La Habana antigua. La arquitectura fue otra de las protagonistas de este encuentro.

Durante la jornada de inauguración de la VII Bienal de La Habana fue entregado el Premio UESCO Fomento de las Artes. El jurado que valoró las obras presentes en el certamen, y que finalmente seleccionó a los galardonados, estuvo presidido por Pierre Restany, prestigioso crítico de arte y redactor de la importante revista Domus International. Además, el riguroso jurado estuvo integrado por Brahim Alawi, director de la sección de arte contemporáneo del Instituto del Mundo Árabe de París; Yusuke Nakahara, director del Instituto de Historia del Arte Contemporáneo de Kyoto; Alanna Heiss, directora de P.S.1: Centro de Arte Contemporáneo de Nueva York; y Julia Navarrete, pintora y profesora de arte del Departamento de Bellas Artes de la Universidad Católica de Lima. Los laureados fueron los grupos cubanos Los carpinteros y Galería Dupp, la brasileña Diana Domínguez y el francés Jean Pierre Raynaud.

A propósito de la entrega de tan importante premio, el director de la Oficina Regional de Cultura UNESCO (ORCALC) y representante de la UNESCO en Cuba, Francisco José Lacayo Parajón, pronunció un elocuente discurso en el que afloró la simpatía y el reconocimiento a la Bienal de La Habana y la ciudad que la acoge.