Jornada Semanal, 14 de enero del 2001 

(h)ojeadas

Quiere usted una pista

Enrique Héctor González

 
Justo Navarro,
El alma del controlador aéreo,
Anagrama,
Barcelona, 2000.
 
 
En uno de los breves relatos que Edmundo Valadés recoge en su indispensable Libro de la imaginación, un hombre es acosado sexual, si bien telefónicamente, por la esposa de su mejor amigo; ella le propone una huida de fin de semana a donde sea con tal de dormir a entrepierna suelta hasta donde el cuerpo aguante. El tipo no sabe decir que sí (ni que no) hasta que ella cuelga y él siente el imperativo moral de informarle al amigo lo que ha ocurrido o, más bien, lo que está a punto de ocurrir. Para su pasmo –nuevamente telefónico–, el esposo de la impaciente inguinal le dice que ¿por qué no?, que acepte, que no dramatice, que de su cuenta (la del cornudo cordial) correrían los gastos de la aventura. Sin poder, por segunda vez consecutiva, asentir o inconformarse, el hombre con escrúpulos alcanza apenas a articular: “Déjame consultarlo con mi mujer.”

Viene a cuento el textículo de Alfonso Ibarrola porque la más reciente novela del granadino Justo Navarro (1953) es, en cierto modo, una versión mucho más sofisticada y ampulosa de aquel microrrelato, sólo que aquí no se trata de dos amigos sino de dos primos que comparten, con la ignorante o socarrona aquiescencia del afectado en turno, a sus respectivas mujeres, acaso para completar la simetría de una trama que transcurre en el espejo: un ménage à quatre como suma de la inversión de un mutuo adulterio.

La ascendente carrera literaria del autor (como suele decirse para implicar que el oficio va produciendo algunos premios y ciertas traducciones con el paso de los años) no ha alcanzado, por lo menos a la luz de esta obra, el precio que presume la cuarta de forros, pues si nos halláramos “ante uno de los escritores españoles de mayor rango” habría que considerar que la narrativa peninsular de los últimos años, empeñada en cartografiarse como una de las más sólidas y de mayor marketing, empieza a caer en sus propias trampas, a repetir sus entusiasmos menos genuinos, a callejonear en el asombro de su propia sombra.

El alma del controlador aéreo deambula en una sintaxis de repeticiones verbales y autorreferencialidades cómodas como el insomne en los mismos meandros de su delirio peripatético. Eduardo Alibrandi, primo de Eduardo Alibrandi, libra mal la batalla del trauma de dos muertes (las de los hermanos mayores de ambos), si entendemos que el rosebud del accidente que fija su vida con infalibilidad de taxidermista se cifra en una clave que se desdobla incesante, a lo largo de más de veinticinco años, sin solución aparente. La historia contada se vuelve, entonces, una paciente reconstrucción de los hechos, un mapa de la memoria donde un auto ¿robado?, una decisión ¿casual? y una muerte ¿súbita? pelotean en la arcilla del recuerdo de los sobrevivientes –los primos homónimos, los dos Eduardos, un nombre que al final alude siempre a la dualidad.

Los cuentos de la Alhambra del controlador aéreo no son una nueva versión de los relatos de Washington Irving sino la impávida patología de quien vivió en Granada para contar su obsesión... y sólo para eso. El menor de los Alibrandi comparte con el otro la desventura de esa doble muerte de muy diverso modo, pues el primo es un ser remoto y perfecto, un mujeriego infatuado, una máquina de olvidar: para él no existen, si es que alguna vez existieron, aquel día de julio de 1972 y el descampado de la Real Sociedad de Tenis donde ocurrió el accidente. El empleado portuario, por su parte, es un ser que se desgarra en la obscenidad del recuerdo con precisión profesional: un alma atenta a los cruces de caminos.

Y como todo ocurre por partida doble, literalmente, la muerte en 1999 del primo de marras marca el presente desde el que el otro Eduardo recupera la de la hermana y el primo distantes, el eco funesto de un dolor casi adorable por mera costumbre de la nostalgia. Contada como una trama que se desovilla, como un círculo que se cierra al enredarse, la novela circula por los mismos sitios, describe escenarios similares con un amor a la morosidad probablemente heredado del nouvaeu roman y su poética de la repetición significativa, donde nombrar es apenas enunciar la visibilidad que los objetos sólo alcanzan luego de una empeñosa insistencia en el trazo, un repaso recurrente del pincel que fatiga el lienzo hasta alcanzar la iluminación: “Había un cuadro blanco, como un espejo que reflejara una pared. Parecía sólo blanco, una única mancha blanca que se disolvía en la pared, el cuadro se convertía en pared o toda la pared se convertía en cuadro, pero estaba hecho de muchos blancos y según variaba la luz parecía distinto, como si el espejo hubiera sido puesto frente a otra pared nueva.” Al mismo tiempo, y como corresponde a un relato de desencuentros simétricos y oxímoros que se amalgaman hasta el cansancio, las figuras de comparación se imponen con tal frecuencia que terminan por perder toda eficacia; son inútiles torsiones del sentido en tanto excavan siempre del mismo lado de la realidad, favoreciendo el facilismo del “adentro es afuera”, “arriba es abajo”, que abrumó a veces la prosa y la poesía de Octavio Paz. “No podía herir porque no podía ser herido, y prestaba a cualquier asunto una atención tan reconcentrada que alguna vez me pareció adormilamiento o desdén.” Y un poco antes: “...era un mundo tan triste que teníamos que estar alegres siempre”; “...aquel miedo era un signo de que teníamos valor para estar allí”: discurso de oposiciones que, vuelto recurso recurrente, lastima y resta fuerza a la caracterización, como una madre o un maestro que de tanto repetir del mismo modo lo mismo terminan por ya no decir nada. (Llega a tal punto el parecido retórico con la sintaxis de Paz que uno se pregunta si es casualidad o intertexto del conocido poema “Aquí”, de Salamandra, el procedimiento de alteridad que alebresta a Alibrandi cuando, recordando a Dominique, la mujer de su primo, discurre: “Todavía oigo nuestra risa y nuestros pasos en la plaza, en este momento sólo existimos nosotros y oímos otros pasos en otras calles, y otras risas, como si pudiéramos estar y ser felices en varios sitios a la vez.”

Hasta aquí las citas, excusa cuasijurídica que no es sino una forma de la expurgación. El juego de ying-yang que ecualiza el libro, en todo caso, hace de la escritura que se enrosca sobre sí misma un estandarte formal que acaso vigorice una coherencia estética no del todo deleznable. Novela de viajes cortos (pero incesantes), de saltos de hotel en hotel, de asaltos de un amor asaeteado por la dicha de no ser dicho, El alma del controlador aéreo es un ejercicio, más que un libro acabado; un proceso de restauración de recuerdos esmerilados en el cristal de la conciencia culpable: un discurso defenestrado de raíz (por no decir de cabeza) en el deber moral de apropiarse de lo que fue, de reconocerse en una sigilosa tarea de reconstrucción para poder seguir siendo en la zozobra del presente.

Para la completud de este propósito, otros personajes alrededor del par de Alibrandis contribuyen a explicar el revés de la trama. En particular, tres de ellos: la madre del narrador, una belleza provinciana cuya voz deportiva se desperdiciaba en la locución de partidos de futbol; Blaque, un híbrido cultural y social, medio inglés y medio hispano, policía y tutor intelectual del narrador emocionado; y por supuesto Dominique, la esposa-amante de los dos Eduardos, cuya esbeltez proverbial, signada por unos metatarsos delicados que iluminaban la desnudez de su alma, aparece retratada de espaldas (es sólo un decir) en la portada de la edición del libro, sugerente ilustración en la que dos recuadros negros (uno vacío, oscuridad en ascuas, vertiginosa materia de la nada) se yuxtapone a otro cuyo fondo es igualmente negro, pero que sirve para destacar sin distorsiones el torso desnudo de una mujer sentada a la orilla de su piel indecisa: carne de espaldas al paisaje, al visaje del lector.

Los Velvet Underground, un grupo de rock lidereado por Lou Reed y por cuyos teclados respondió mucho tiempo John Cale, prestan una parte de “That’s the Story of My LIfe” para que sirva de virtuoso epígrafe a la novela de Justo Navarro, certificación de que, en efecto, de mentiras y verdades entreveradas esta hecha la historia del mundo. La del controlador aéreo, por lo menos, es la de una estratégica lección de la ética cotidiana: acostarse con la mujer de otro (y que ese otro sea tu primo del alma, tu odiado alter ego, la dudosa envidia de lo que no quieres ser: exitoso, guapo, astuto, tramposo, siniestro y admirable) no es un pecado del alma sino una artimaña del espíritu espurio que nos hace lamentar la suerte ensortijada del deseo cuando se vuelve contra uno mismo, cuando se enrosca como búmerang en una trayectoria intraducible: la de saber que ése a quien traicionas es quien te traiciona con tu mujer para que el cuadro se complete, salga el cazador cazado y el equilibrio del sexo a cuatro siga siendo una forma secreta del amor en los tiempos del órale, la manera –Sontag dixit– como vivimos ahora •



E n s a y o

La enseñanza del futuro
 

Guadalupe Bucio Gaona


Lauro Zavala (compilador),
Lecturas simultáneas,
Universidad Autónoma Metropolitana,
México, 1999.


Uno de los grandes problemas en nuestro país es la escasez de lectores. Las ofertas editoriales son pocas si se comparan con el número de habitantes. México es un país donde los analfabetas funcionales forman mayoría.

En 1920, cuando José Vasconcelos inició su lucha contra el analfabetismo, lanzó una circular apremiante: "Los países en vísperas de guerra llaman al servicio público a todos los habitantes. La campaña que nos proponemos emprender es más importante que muchas guerras […] el país necesita que lo eduquen para salvarse."

El sueño de Vasconcelos no se ha cumplido cabalmente; los maestros de primaria y secundaria tienen como objetivo principal enseñar a leer y escribir; en la práctica, los estudiantes apenas aprenden a acomodar las letras para formar palabras con sentido lógico.

Las estadísticas demuestran que la mayoría de estudiantes egresados de la escuela básica no vuelven a tomar un libro durante el resto de su vida, y que su ejercicio de lectura se limita a los anuncios luminosos o las historietas. Ese es el problema que muchos pedagogos han tratado de resolver.

Los planes y programas de estudio que se aplican en las escuelas mexicanas intentan formar una cultura general sobre los autores clásicos y sus obras, de tal suerte que El Quijote de la Mancha, de Cervantes, La Celestina, de Fernando de Rojas, el Poema del Mio Cid, por citar algunos ejemplos, se convierten en verdaderas torturas para la mayoría de los adolescentes que, además de no tener desarrollado el gusto por la lectura –ya no digamos por la literatura–, se ven obligados a leer fragmentos escritos en español antiguo que son tomados al azar y no muestran la belleza de la obra literaria completa. La consecuencia de dicha práctica es el desinterés e incluso el desdén por la lectura.

En el libro de Lauro Zavala Lecturas simultáneas: la enseñanza de la lengua y la literatura con especial atención al cuento ultracorto, se encuentran ocho ensayos de autores procedentes de Canadá, Brasil, Estados Unidos, México y Argentina. La diversidad geográfica no les impide estar de acuerdo en la eficacia que tiene la lectura de cuentos cortos en el transcurso de la clase para motivar a los alumnos en los cursos de redacción, lenguas extranjeras o teoría y análisis literario.

Irene A. Machado de Brasil, Lady Rojas-Trempe y Monique Lebrun de Canadá, Margaret Lee Zoreda y Lauro Zavala de México, Rosamel Benavides y Alicia Sánchez-Epple de Estados Unidos, Graciela Tomassini y Stella Maris Colombo de Argentina, demuestran las ventajas del cuento corto aplicado en el proceso de enseñanza-aprendizaje, ya que logra motivar en pocas líneas al lector por varias razones: la historia leída es completa, la anécdota relatada es visible, la narración es cautivadora, emociona por igual a los auditorios infantiles y a los adultos, la parte no contada estimula la expresión oral y escrita de los participantes, la creación del cosmos literario se da en un proceso individual, los lectores identifican metáforas y emplean símiles para explicar los sentimientos del personaje...

El profesor de español y letras, en general, sabe por experiencia que la emoción no se puede enseñar, que se vive de manera personal y se da con los recuerdos individuales. La lectura de los cuentos cortos tiene tantas respuestas como seres humanos existen; la tarea del maestro consiste en conducir las emociones por el camino adecuado ayudando al estudiante a reconocer las cualidades cognoscitivas que le permitan contextualizar lo que lee.

El cuento ultracorto es una innovadora creación literaria latinoamericana, narrada con diversas estrategias para señalar la presencia o la deliberada ausencia de la epifanía. Se caracteriza por su fuerza de alusión, su ironía y la complicidad que establece con el lector. Entre los más destacados autores de cuento corto están Julio Cortázar, Juan José Arreola, Jorge Luis Borges, René Avilés Fabila, Augusto Monterroso, Silvina Ocampo, Adolfo Bioy Casares, Edmundo Valadés, Marco Denevi, José Leonardo Urbina y muchos más.

Los grandes maestros de las letras son, al mismo tiempo, los instructores del futuro. Nuestros autores contemporáneos han descubierto no sólo una nueva forma narrativa, también saben llegar en pocos párrafos al sentimiento humano y generar preguntas y respuestas llenas de imaginación. Los pedagogos, preocupados por generar una cultura sólida, educan al pueblo con la fórmula más antigua: contando cuentos, generando emociones. El material lo proporcionan aquellos cuya pasión son las letras y el lenguaje: los escritores.

En estos ensayos se demuestra que el gusto por la lectura se genera con relatos cortos, historias cercanas e identificables que acompañan al lector por mucho tiempo, motivándolo a seguir leyendo, pues con ello se encuentran a sí mismos y expanden su universo cultural. Bienvenidos, pues, los educadores del futuro •
 
 
 


N o v e l a

Un sueño de la razón o la razón de un sueño

Michelle Solano

Agustín Ramos,
La visita,
Océano,
México, 2000.

La novela de Agustín Ramos constituye un hallazgo deleitoso, porque suele suceder que las novelas históricas son desdeñadas a causa de la gran cantidad de nombres, fechas, sucesos y referencias geográficas que las componen. Ramos supo entrelazar de modo certero la novela histórica, el relato de aventuras, de amores y pasiones humanas, al borde de un tema por demás trillado y del que sale airoso: el encuentro de dos mundos ajenos que, aún hoy, no acaban de sobreponerse al choque místico y cultural.

La novela transcurre a mediados del siglo xviii, en México y España, durante el periodo virreinal. A través de capítulos breves, sólidos, Ramos va tejiendo los hilos anecdóticos que conforman La visita, presenta a los personajes, los vuelve entrañables, permite que el lector conozca sus más íntimos recovecos, arma las historias en un sistema de vasos comunicantes que resultan en un todo armónico de sumo interés para el lector.

José de Gálvez, huérfano a los ocho años, es obsequiado al obispo don Diego González Toro, quien lo toma bajo su tutela y lo lleva a estudiar con los jesuitas para que se haga sacerdote. El amor que el niño siente por María Magdalena Grimaldo, hija de una familia noble, y los primeros fervores amorosos de la adolescencia, le hacen desistir de su vocación como sacerdote y contraer matrimonio con ella, aunque ya no la ama, pero pensando en los privilegios que esa unión puede darle:

En junio de 1749, un día después de haber tenido un dulce sueño de amor, ella muere de lo que entonces se llamaba insulto, sin dejar testamento ni descendencia. El abogado de los reales consejos, don José de Gálvez Gallardo, la entierra en la parroquia madrileña de la Santa Cruz.

Al tiempo que esto sucede, los misioneros jesuitas llegan a Sonora a evangelizar a los indios seris o kmcaac. El padre Jacobo encuentra en la tribu a un niño llamado "Brisa de Tetacahui" que le sirve de traductor y es designado por los ancianos seris para vigilarlo y protegerlo; más tarde sería conocido como el "general Tiemblalatierra" y habrá de enfrentar a don José de Gálvez Gallardo, nombrado visitador de la Nueva España para restituir la mermada autoridad de la corona, cuando Carlos III decide expulsar a los jesuitas de territorios españoles.

Uno de los aciertos de Agustín Ramos se pone de manifiesto en la recuperación del lenguaje de la época, en el trabajo de investigación de las costumbres de los indios seris, plasmadas con una pluma magistral, con una prosa irreprochable y momentos poéticos dignos de mejores elogios:

Cinco años después la nieta dejará de andar con uno y otro y otro guerrero, porque el nuevo guerrero del grupo pelícano, Tiemblalatierra, la habrá solicitado para mujer. Los abuelos han de orinar en la lumbre, echarán tizones de senita al mar y bailarán en seña de aceptación. Ella no tendrá que aceptar porque ha aceptado, ya, desde hace mucho, desde la noche en que, a la orilla del río, le cogió los dedos a Tiemblalatierra.

La urdimbre del poder, la vileza, la traición, son elementos aprovechados con destreza por el autor para dar cohesión a la trama, al nudo que al final amarra cada uno de los conflictos planteados sin dejar de lado la belleza de un estilo que Ramos ha hecho propio.

Una reflexión inteligente del pasado que cobra una vigencia inaudita en la realidad nacional: el uso y abuso del poder y la eterna actitud paternalista hacia la integración forzada de las etnias indígenas.

La visita es, sin duda, una gran novela, huella irrepetible de las letras mexicanas•
 



 


N o v e l a

Sólo fantasmas

Ricardo Jacobo Medina Robledo


 
 
 
  Dante Medina,
Feminus,
Conaculta,
México, 2000.


En Feminus el fantasma de un hombre, o el fantasma del estereotipo de cientos de hombres, intenta morir, intenta convencerse de que ha sido lo suficientemente “hombre” (o macho), para mantener en cautiverio a todas las mujeres que han pasado por su vida (o a todas por las que él ha pasado). En Feminus hay decenas de especímenes de “ese animal feroz que se llama mujer”, son fantasmas estereotipados por un tal Juan que envía flores, cartas y correos electrónicos a Julieta, la de Romeo, a Beatriz, la del Dante, a La Celestina, al Hada Morgana, a Marilyn Monroe, lo mismo que a Madame La Pompadour, la Papesa Juana, Anaïs Nin, Coco Chanel, Cleopatra, Evita Perón, Lucha Reyes, La Malinche... en fin, a los fantasmas de las mujeres que habitan la mente de Juan y que también viven en la casa de los espantos.

En Feminus el estereotipo del tal Juan (aquel que un día fue “Don”) divaga, se pierde, alucina y recuerda que vivió para encantar a las mujeres, hoy cautivas en su casa; se percata de haber hecho todo por y para ellas. Sin embargo, ellas se burlan, por lástima le masajean la espalda mientras él escribe en su computadora portátil... y el fantasma de Juan sólo quiere morir sabiéndose “un eterno esclavo de los senos... buscando su alimento”.

Con una prosa matizada de erudición, glamour, frivolidad y excentricidades, Dante Medina (Jalisco, México, 1954), delinea fantasmas femeninos y masculinos que de tan muertos resultan vivos; los personajes de Medina poseen una clara identidad que nunca se pierde, cada uno posee y obedece a sus símbolos, colores, aromas, flores, sonidos, vestuarios, bebidas, etcétera. Sin perder la elegancia del lenguaje, Dante juega con el lector y sus fantasmas; una y otra vez le da vuelta a la tuerca, y las mujeres, todas, al mismo tiempo son amantes, hijas, madres y esposas de Juan, Quincho, Lencho, Mario, Ernesto y Jorge. Y los muertos parecen vivos, pero no lo están, y los vivos parecen muertos, pero nunca se sabe si lo están.

Valiéndose de recursos literarios que sutilmente van entretejiéndose para luego desaparecer, Medina nos induce al desvarío de las relaciones psicológicas entre hombres y mujeres, sin pretender explicar, sin pretender esclarecer: sólo indaga, juega, esquematiza y continúa, mostrándonos a los fantasmas femeninos y masculinos que siempre están de fiesta y nunca saldrán de aquella casa donde espantan, donde nadie vive y sólo hay fantasmas.

Feminus juega con el tiempo de los vivos, para inducirnos en la muerte donde los hombres y las mujeres siguen siendo diferentes; ellos, pusilánimes, hambrientos de poder, con la clara necesidad de controlar su propia muerte “que dicen es mujer, así que debe necesitar de mí, sin duda, o de lo contrario descubriré que también nos hemos equivocado al darle un sexo femenino”; y ellas, las brujas, las santas, las inteligentes, las inventadas, las hipócritas, las históricas, siguen burlándose de sus machos.

En Feminus los personajes se contraen y se expanden en sí mismos, contándolo todo en su frívola fiesta de muertos donde Juan se quedará esperando la muerte •
 
 
 


FICHERO
Los libros que llegan a nuestra redacción

Antología

• Literatura mexicana hacia el tercer milenio. Poesía, narrativa, ensayoprólogo de José Agustín, selección y notas de Agustín Cadena y Gustavo Jiménez Aguirre, Col. Generación del 2000, Fondo Editorial Tierra Adentro/Conaculta, México, 2000, 374 pp.

Ciencia

• El burro de Sancho y el gato de Schrödinger. Un paseo al trote por cien años de física cuántica y su inesperada relación con la conciencia, Luis González de Alba, Col. Amateurs/1, Editorial Paidós, México, 2000, 271 pp.

Ensayo (político)

• Una introducción a Los cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci, Dora Kanoussi, prólogo de Giuseppe Vacca, Universidad Autónoma de Puebla/Antonio Gramsci, A.C./Plaza y Valdés, México, 2000, 212 pp.

Narrativa

• Cómo vencer a la muerte en treinta días. Diario de Sinforoso Cantera, Francisco Blanco Figueroa, Universidad de Colima, México, 2000, 159 pp.

• El misterio de la fiesta sorpresa, Col. Así es la vida, libro 1, Conapo/Libros del Rincón, sep, México, 2000, 33 pp.

• En el filo, José Revueltas, selección de Andrea Revueltas, Col. Confabuladores, unam/Ediciones Era, México, 2000, 260 pp.

• Nuestra misión: fiesta imposible, Col. Así es la vida, libro 2, Conapo/Libros del Rincón, sep, México, 2000, 33 pp.

• Mientras son palmas o son manzanos… nuestra misión continúa, Col. Así es la vida, libro 3, Conapo/Libros del Rincón, sep, México, 2000, 33 pp.

Poesía

• Cuaderno para celebrar, Margarito Cuéllar, Editorial Altamar, Sinaloa, México, 2000, 80 pp.

• Herencia de hombre libre, Jaime Augusto Shelley, selección, introducción y bibliografía de Lorena M. Larenas, Col. El pez en el agua, uam/oak Editorial, México, 2000, 156 pp.

Revistas

• Alforja, núm. 14, otoño 2000, textos de José Ángel Valente, Roger Wolfe, Juan Manuel González Zapatero, entre otros, Fraternidad Universal de los Poetas, México, 148 pp.

• Autodafe, núm. 1, otoño 2000, textos de Jacques Derrida, Enrique Vila-Matas, Assia Djebar, José Balza, ente otros, Parlamento Internacional de los Escritores, Francia, 274 pp.

• Ensayos y experiencias, núm. 35, septiembre-octubre 2000, año 7, textos de Celia Conde, Ana María Luzzi, Rosario Ortega, Elina Dabas, entre otros, Centro de Publicaciones Educativas y Material Didáctico, Buenos Aires, Argentina, 94 pp.

• Equis, núm. 33, enero de 2001, textos de Adriana Malvido, Patricia Pineda, Fabiola Morales, Cecilia Soto, entre otros, Ulises Ediciones, México, 80 pp.

• Fundación Arturo Rosenblueth, núm. 13, noviembre 2000-enero 2001, año 2, textos de Néstor de Buen, Rolando Ramírez, Norma Salazar, entre otros, Fundación Arturo Rosenblueth, México, 48 pp.

• IPN, núm. 34, noviembre-diciembre 2000, año 6, nueva época, vol. II, textos de Jorge Herrera Espinosa, Luis Felipe Bustamante Vega, Margarita Delgado Martínez, entre otros, ipn, México, 80 pp.

• Los Universitarios, núm. 3, diciembre del 2000, nueva época, textos de Mauricio Molina, Ignacio Solares, Rafael Doniz, entre otros, Difusión Cultural unam, México, 64 pp.

• Nexos, núm. 277, enero 2001, año 24, vol. XXIV, textos de Soledad Puertolas, Soledad Loeza, Carloes Fuentes, Angeles Mastretta, entre otros, Nexos, Sociedad, Ciencia y Literatura, México, 96 pp.

• Novedades educativas, núm. 117, septiembre 2000, año 12, textos de Michele Artigue, Margarita Poggi, Sylvia Schmelkes, entre otros, Novedades Educativas, Buenos Aires, Argentina, 70 pp.

• Novedades educativas, núm. 118, octubre 2000, año 12, textos de Jarmila Havlik, Silvia Inés Demaría, Adriana Desatnik, entre otros, Novedades Educativas, Buenos Aires, Argentina, 70 pp.

• Origina, núm. 94, diciembre 2000, año 8, textos de María Teresa Priego, Giomar Cantú, Ernesto García Cabral, entre otros, Gildardi Editores, México, 80 pp.

• Pauta, núm. 75-76, julio-diciembre 2000, vol. XIX, textos de Sergio Vela, Pablo Helguera, Joel Caraso, Martha L. Canfield, entre otros, inba, México, 240 pp.

• Tierra Adentro, núm. 107, diciembre del 2000-enero del 2001, textos de Juan Domingo Argüelles, Verónica Zamora, Elena Enríquez Fuentes, Sergio Cordero, entre otros, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, México, 80 pp.

• Tropo a la uña, núm. 15, noviembre-diciembre 2000, año III, textos de Bettina Cetto, Michele Moreno, Irma Stavinski, Dominique Pivont, entre otros, Asociación de Escritores de Quintana Roo, México, 60 pp.

• Un mundo que ganar, núm. 26, 2000, A World To Win, Inglaterra, 88 pp.