Jornada Semanal, 14 de enero del 2001 

Saúl Hurtado Heras
 
 

La biografía no escrita de Asturias
 
 

Saúl Hurtado Heras, profesor de la Universidad Autónoma del Estado de México (Unidad Amecameca), ha dedicado muchos y muy valiosos esfuerzos al estudio de la obra del injustamente olvidado Miguel Ángel Asturias, y ahora propone que se analice la posibilidad de reconstruir la biografía del escritor guatemalteco con motivo del centenario de su natalicio. Bastaría con El señor Presidente y con uno de sus personajes, "Cara de Ángel", para encomiar sin reservas a uno de los principales novelistas latinoamericanos del siglo pasado. Mucho se ha dicho sobre su vida, sus viajes, sus luchas, sus aciertos, contradicciones, exilios y embajadas. Hay que ponerlo todo en orden para que "se reconsidere un abierto debate sobre la vigencia de la obra asturiana, negada a veces por simple desconocimiento".




A quienes tengan en cuenta todo cuanto se ha escrito sobre la vida de Miguel Ángel Asturias, la aseveración de que no existe una biografía sobre el escritor guatemalteco, lo menos que les ha de provocar es desconcierto. Los estudios sobre su obra con frecuencia destacan varios aspectos de la vida del autor. Desde los textos inaugurales de Jorge Atilio Castelpoggi (1961), Giuseppe Bellini (1966), antes de concedérsele a Asturias el Premio Nobel de literatura, pasando por otros inmediatamente posteriores al galardón (Marta Pilón en 1968, Jimena Sáenz y Carlos Meneses en 1975), hasta llegar a otros más recientes, como el de Luis Cardoza y Aragón en 1991 –cuando, según Cardoza, la gloria del novelista estaba soterrada–, ha desfilado una cantidad considerable de libros que se han propuesto el estudio de la obra de Asturias junto con rasgos de la vida del escritor y que contribuyen a dilucidar el significado de su producción artística. Esto, sin considerar aquellos trabajos que, en el marco del estudio de una de sus obras o del conjunto, se han propuesto subrayar las distintas facetas del escritor.

Otros que han contribuido a enfatizar los rasgos biográficos de Asturias son Mario Alberto Carrera (1975) Juan Olivero (1980), Gerald Martin (1981) y Fedro Guillén (1984). La lista puede ampliarse con otros trabajos que en este momento no conocemos o que escapan a este rápido recuento. La cuota se expande si se incluye la infinidad de artículos cuyos propósitos interpretativos los han hecho acercarse a la vida del autor.

¿Por qué, entonces, proclamar la inexistencia de una biografía de Asturias? Sencillamente porque partimos del supuesto de que aún se carece de varios detalles específicos acerca del desempeño de Asturias durante sus casi setenta y cinco años de vida, incluyendo los aproximadamente cincuenta de producción ideológica y artística. Más aún, por la implícita coincidencia con quienes a la fecha están ocupados en hurgar todos los vericuetos asturianos. Si bien como interés familiar puede entenderse el entusiasta empeño de su viuda, la señora Blanca Mora y Araujo por publicar Las memorias de mis memorias: la vida insólita de Miguel Ángel Asturias (en preparación), y el no menos entusiasta esfuerzo de su sobrino, el periodista guatemalteco Gonzalo Asturias, cuyo libro biográfico sobre su tío, Miguel Ángel Asturias: más que una biografía, ha aparecido recientemente en Guatemala, por otro lado no se explicaría que un asiduo estudioso de la obra asturiana como Francisco Albizúrez Palma se preocupe actualmente por contribuir a dilucidar lo hasta ahora desconocido de Asturias. Tampoco sería comprensible que la profesora Gladys Tobar, de la Universidad de San Carlos de Guatemala, se proponga, con el auxilio de un equipo de colaboradores, recabar diversos testimonios orales (casi cuatro decenas) de amigos cercanos al novelista.

Más allá de preocupaciones familiares o nacionalistas, este pertinaz esfuerzo está vinculado a la urgencia de poner en claro varias cuestiones cuya difusa propagación contribuyó a fundar algunos mitos sobre el autor y su obra.

Hay quienes piensan con plena convicción que este tipo de material impacta y se vende más, no tanto por su importancia real, sino por cuanto supone de morbo inevitable. Sin embargo, en esta necesidad de contribuir a esclarecer la vida y obra de Asturias hay mucho más que morbo o simple impulso trascendentalista. Ante todo, tiene que ver con la necesidad de comprender las condiciones de producción, circulación y recepción de su obra completa para tener una idea más clara y libre de pasiones acerca del aporte fundamentalmente poético de Asturias a la historiografía literaria de América Latina.

Una tendencia desmitificadora de los estudios sobre la vida y la obra asturiana ha puesto en claro, por ejemplo, el mito tanto tiempo difundido acerca del origen indígena del autor, que él mismo (¿intencionalmente?) contribuyó a configurar. Para colmo, su apariencia física lo hacía aparecer como un descendiente maya directo, cuyo descubrimiento por el profesor francés Georges Raynaud, lejos de incomodarle, le satisfizo tanto que mucho debió repercutir en el viraje que Asturias experimentó en su concepción sobre lo indígena. De otra manera no se explicaría fácilmente cómo el "hijo unigénito de Tecún Umán", el "Gran Lengua" de la década de los sesenta, se manifestó con planteamientos muy diferentes en la década de los años veinte cuando en su tesis "El problema social del indio" proclamaba la disolución de lo indígena.

Cómodas veleidades, han dicho sus detractores, de un escritor que tras haber desestimado la condición indígena, poco después la enaltecería con un empeño inusitado. Cómodas veleidades, han dicho, de un escritor cuyo impulso juvenil de fervorosa participación en la Asociación de Estudiantes Universitarios había contribuido en 1920 a deponer la asfixiante dictadura de Estrada Cabrera que durante veintidós años mantuvo en el sopor a Guatemala, mientras que en 1944, el mismo Asturias no sólo se abstuvo de participar en el movimiento que derrocó la dictadura ubiquista (su nombre no figuró en el llamado manifiesto de los 311), sino que años antes había manifestado su complicidad como diputado en la Asamblea que autorizaba al general Jorge Ubico a prolongar su mandato. Cómodas veleidades de quien, autodeclarado como un escritor de denuncia, puso ante los ojos del mundo las atrocidades ejercidas contra los sectores desprotegidos en el persistente proceso de sojuzgamiento y humillación de la clase trabajadora, y que no obstante habérsele reconocido con el Premio Lenin de la paz en 1966, cometió la aberración de aceptar la embajada de Guatemala en Francia durante la gestión de un gobierno señalado como uno de los más sangrientos en la historia del país. Cómodas veleidades, todas ellas, para quien se contente con la primera impresión, porque seguramente mucho hay detrás de cada una de sus controvertidas decisiones, como lo prueba el hecho de que su aceptación de la embajada en 1966 tuvo la anuencia del Partido Guatemalteco del Trabajo (de orientación comunista) del cual Asturias era militante. En fin, toda una serie de circunstancias cuyo desconocimiento nos lleva a asumir una idea equivocada sobre él.

Curiosamente, muy poco es lo que se conoce acerca de su desempeño tras su regreso de París a Guatemala durante el régimen de Jorge Ubico. En su momento, ciertas declaraciones sobre el régimen, a la par de su actuación consecuente como colaborador en el diario radiofónico del gobierno y como diputado de la Asamblea que dio la anuencia a Jorge Ubico para prolongar su mandato, desató diversas consideraciones, desde las que lo ubicaron "luchando contra la tiranía" hasta las de quienes simplemente, como José Manuel Fortuny, lo recuerdan como un timorato o, con palabras del propio Asturias, falto de "vena política" para oponerse a los vaivenes del poder.

Considerando la posibilidad de valorar sólo su obra, parecería ocioso ocuparse con tal meticulosidad en dilucidar la vida y la ideología de Asturias, toda vez que no necesariamente coincide con la ideología de su producción artística. No obstante, la necesidad de comprender, como dice Bourdieu, todo lo que está inscrito en la posición a partir de la cual surgen los textos, nos hace ver la urgencia de una biografía exhaustiva, por cuanto permitirá valorar la obra y su inserción en el contexto donde surgió.

No importa que haya que discriminar entre la diatriba que caracteriza a El río: novelas de caballería, de Luis Cardoza y Aragón, quien no desaprovecha el poco espacio que (¿extrañamente?) le dedica a Asturias para magnificar la versión, que dice Cardoza que dice Monterde que le dijo González de Mendoza, acerca del paupérrimo apoyo en la traducción que al parecer Asturias y González de Mendoza hicieron en 1927 del Popol Vuh, con base en la versión francesa del mayista Georges Raynaud; no importa que deba toparse con el agotador esfuerzo de autorreivindicación de Cardoza en su "casi novela", muchos años después de haber roto sus vínculos con Asturias, precisamente cuando el novelista asumió el cargo de embajador en Francia.

Como tampoco importa que haya que deslindarse de las aseveraciones de Juan Olivero, autodeclarado, como Cardoza, amigo cercano del autor de Hombres de maíz, pero con el empeño de destacar en Asturias "su infantil ignorancia de intrigas políticas" ante los acontecimientos de junio de 1954 en Guatemala, defendida por "unos cuantos soldaditos muertos de miedo" ante una agresión que, según Olivero, fue magnificada.

No importa asimismo que haya que tomar con las reservas del caso versiones como la del periodista Enrique Noriega, acerca de la extraordinaria capacidad de Asturias para escribir en tan sólo seis meses Viento fuerte, El papa verde y Week-end en Guatemala sin que su autor haya puesto un pie en la región bananera, y atenido sólo al testimonio del periodista Noriega acerca de la vida de los trabajadores agrícolas en Guatemala.

En fin, tanta información que habrá que descartar por poco convincente, sumada a toda aquella que enfatiza los lugares comunes acerca de la vida de Asturias, no tienen por qué inhibir una tarea tan necesaria como la reconstrucción de la vida y el pensamiento asturianos, sobre todo cuando la publicación en 1989 de gran parte de sus artículos periodísticos de la década de los años veinte pone al descubierto varias especulaciones que la ignorancia de este material había propiciado.

Que las biografías acerca de Miguel Ángel Asturias son incompletas, no cabe duda. Esta opinión ha sido respaldada recientemente por uno de los estudiosos de la obra de Asturias en Guatemala, el doctor Francisco Albizúrez Palma, que también sugiere la carencia de datos que pudieran ofrecer un panorama más claro sobre el novelista. Paradójicamente, a fortalecer estas limitantes han contribuido sus más acérrimos defensores, preocupados por enaltecer la imagen de un hombre que a fin de cuentas fue un sujeto social, con las pasiones y debilidades inherentes a todo ser humano. La colección Archivos también ha enfatizado la carencia de una biografía "fehaciente" sobre el escritor guatemalteco. Publicado en 1999, el catálogo La riqueza de la diversidad: vida, obra y herencia de Miguel Ángel Asturias reúne, junto a un amplio acervo fotográfico, notas diversas que podrían contribuir a precisar varios aspectos de la vida y la obra asturianas.

No se trata de especular sobre el valor de Asturias y los reconocimientos a que se hizo merecedor. Postular la necesidad de una biografía sobre Asturias no significa ubicarlo ni por encima ni por debajo de otros escritores. Se trata de atender la necesidad de advertir rasgos vitales que pudieron tener resonancia en su producción narrativa. Se trata, sencillamente, de repensar el contenido de su obra desde un panorama más amplio, alejado de clichés. Con ello no intento reducir mi opinión a considerar la producción artística de un escritor sólo a partir de su biografía, sino de pensar ésta en el marco de un amplio campo que ofrezca más posibilidades de interpretación y explicación de la obra literaria. Se trata no sólo de ver la vida a partir de la cual se articulan los productos artísticos, sino la biografía en el marco de un contexto social (un campo cultural, pensando en Bourdieu) con sus determinaciones para estructurar el contenido y la forma de los textos artísticos.

Tampoco pienso ilusoriamente en una sola biografía que sustituya las precedentes y se erija como la más confiable o, más exagerado, como la única válida. Como producto humano, toda reconstrucción biográfica de Asturias tendrá que ser sometida a la concepción particular del biógrafo: inexactitud o escamoteo de datos por ignorancia o por afinidad familiar o de estrecha amistad que impidan tomar la necesaria distancia en relación con el biografiado o, como en los casos extremos de Cardoza y Olivero, tomar tanta distancia al grado de convertir su trabajo en una diatriba fundada en interpretaciones muy personales de acontecimientos elucidados contundentemente por investigaciones paralelas.

Algunas precisiones que sobre la vida del novelista se han hecho en los últimos años, han contribuido enormemente a reorientar el rumbo de las interpretaciones sobre la obra de Asturias. Por ejemplo, la mencionada desmitificación del origen indígena del autor ha significado asumir su obra no como algo vinculado a la mentalidad indígena sino como un producto generado en la cultura letrada que asumía lo indígena como un fundamento ideológico y artístico, contra las imposiciones de la cultura dominante.

Por otro lado parece sospechoso que, ya muerto Asturias, comenzara a circular la versión de su paupérrima participación en la traducción de 1927 del Popol Vuh. Llama la atención el hecho de que los dimes y diretes de este supuesto, sumamente magnificados por Cardoza, hayan sido tomados desde entonces como una verdad absoluta por algunos. Para colmo, Asturias nunca se refirió a la posibilidad de no haber colaborado en la citada traducción. En una oportunidad que tuvo, en un artículo publicado en los cincuenta –recogido por Richard Callan en América, fábula de fábulas–, no dice nada al respecto. Por el contrario, lleva sus observaciones por la vía tan difundida de su estrecha relación con las culturas tradicionales del país.

La necesidad de clarificar varias cuestiones sobre Asturias no sólo tiene que ver con su desempeño político o literario, sino también con su esquema axiológico y religioso. Si la naturaleza de su obra pudiera hacernos creer en la negación de la fe católica de Asturias, estimulada por la dualidad maíz/barro de su producción, actualmente resulta exagerado creer en la negación del cristianismo por parte del autor. Junto con varios escritos de juventud y de madurez, la frecuente insistencia del Mal Ladrón advierte cuán estrecha era la relación del autor con el cristianismo, cuyo ejercicio religioso no escapa, ése sí, de sus críticas más severas, como lo prueba el papel que le atribuye a la Iglesia y el símbolo que sugiere la figura del Mal Ladrón: desmentir el falso fundamento de propagación de la fe católica que asumió la conquista de América. Por el contrario, la leyenda del Mal Ladrón le sirve para sugerir la expansión de la doctrina cristiana como fundamento de todo despojo derivado de la conquista.

Hay quienes preferirán seguir viviendo con el mito, intocable por donde se le quiera ver. Hay quienes preferirán humanizarlo, hacerlo aparecer con las contradicciones humanas evidentes. Sólo hay que advertir que una supuesta desmitificación no tiene por qué caer en la distorsión de acontecimientos por el simple afán de presentar como novedoso un enfoque que en lugar de contribuir a clarificar varios aspectos oscuros a nuestra comprensión, los ensombrezca más y termine por confundirnos.

Si hemos de confiar en la fidelidad de las cartas que Asturias le enviaba a su segunda esposa, Blanca Mora, y recopiladas en
el libro Cartas de amor entre Miguel Ángel Asturias y Blanca Mora y Araujo (1948-1954), por tratarse de un conjunto de expresiones espontáneas de Asturias, entenderemos lo que pasaba por su mente en relación con los significativos cambios que suponía el trabajo de composición artística entre Hombres de maíz y las novelas de la trilogía bananera.

Sería deseable que quienes lo conocieron personalmente y, sobre todo, quienes tuvieron un estrecho contacto con las preocupaciones del autor (por ejemplo Giuseppe Bellini y Amos Segala, entre otros), ampliaran toda la información disponible. En México, uno de estos esfuerzos lo ha asumido el escritor guatemalteco Otto-Raúl González, cuya obra sobre Asturias –de reciente aparición en la editorial Praxis– contribuye a forjarnos una idea mucho más específica del Nobel de literatura guatemalteco, primero como sujeto social y posteriormente como productor artístico.

Es de esperarse que el centenario de Asturias contribuya no sólo a trascender los lugares comunes acerca de su vida y su obra, sino a emprender un debate tendiente a clarificar, junto con sus obras hasta hace poco desconocidas, otra vía para interpretar la concepción poética-ideológica de su autor y valorar la vigencia que en estos años su propuesta pudiera tener en la historiografía literaria de América Latina.

Guatemala declaró 1999 como el año de Miguel Ángel Asturias. En el marco de estas celebraciones se organizaron y se realizaron actividades diversas, entre ellas dos concursos de ensayo, uno internacional y otro centroamericano, además de un simposio internacional sobre su obra. Comparado con celebraciones más modestas en otros países, el esfuerzo emprendido por Guatemala resulta todavía más significativo si se toman en cuenta las constantes resistencias que la obra de Asturias enfrentó y hasta la fecha todavía enfrenta. Resistencias de quienes no han podido analizar con profundidad los diversos acontecimientos que contribuyeron a configurar la obra y el pensamiento del autor; de quienes no han podido deslindar, si ese fuera el caso, el trabajo de composición artística del desempeño político social, pues aun aceptando como válidas las significativas contradicciones que los detractores de Asturias han encontrado en su desempeño social, ante todo hace falta entender y enfatizar el aporte fundamentalmente poético del autor, antecedente de las orientaciones del boom latinoamericano, no obstante el exaltado esfuerzo de algunos protagonistas de este movimiento literario por negar el hecho.

En oportunidad del centenario del natalicio del escritor guatemalteco, sería sano plantearse la posibilidad de reconstruir su biografía con todos los datos a nuestro alcance, incluyendo los testimonios de familiares y amigos que le sobreviven. Es de esperarse que en el marco del centenario y a partir de él, varios de los malos entendidos sobre la obra de Asturias se clarifiquen al máximo posible. Y, sobre todo, que se reconsidere –con la seriedad del caso– un abierto debate sobre la vigencia de la obra asturiana, negada a veces por simple desconocimiento.