La Jornada Semanal, 7 de enero del 2001 
   
Tres poemas
 
Juan Gustavo Cobo Borda
 
Meteora
Serás hueso 
y el monje 
continuará con su lectura. 
Serás polvo 
y la monja repetirá 
el hermético versículo. 
Ambos besarán 
la sagrada página. 

No quedará memoria 
y el viento 
con saña 
continuará redactando 
la piedra viva 
del monasterio 
aislado 
en lo más alto 
de la montaña. 

Más cerca del cielo 
cada siglo 
la tierra se pierde 
en la distancia.

Puesta de sol 
en Cabo Sunion
De golpe la tinta se queda quieta 
y el viento araña los viejos templos 
con amapolas y violetas. 
El prisionero de su mente 
ve llegar la primavera. 

Asfixiado en la prisión 
que tejió con tanto empeño 
siente un hálito perfumado: 
el viento seco del desierto. 

Con grave aquiescencia 
algo se tiende del lado bueno: 
no el mismo mar 
pero similares pensamientos. 

La torpe brusquedad 
debe hallar su tema. 
Ese tono que diga: "estoy pendiente". 
No que me descubras. 
Sólo que me pulses 
al crear un ángel en cada silencio.

 
Ulises vuelve a casa
Arrugas en tu cuello 
mientras un remoto hálito de tabaco 
marca piel y labios. 

El tiempo pasa y desgasta, inexorable. 
Pero cuanto percibo 
en una ráfaga instantánea 
no disminuye 
el dichoso empecinamiento 
al volver a ti. 

Lúcido sonámbulo 
exploro valles y hondonadas. 
Esos dominios 
donde la sumisión 
se acepta encantada. 

El peso de quien también usado 
obtiene la dicha 
a la vez rabiosa y plácida. 
¿Qué digo? Digo la confianza. 
La complicidad 
que llega 
hasta el tembloroso límite de lo inexpresable. 

La dicha rasga el pecho 
y un tembloroso vuelo 
de ave acezante 
obliga a cubrirnos 
con las desnudas alas de los brazos. 
Esas alas que tantas veces se han tendido 
por encima del ronco océano 
y sus monstruos falaces.

Estos poemas son parte del libro A la musa inclemente o la dictadura del amor, que Tusquets Barcelona está por publicar.