Jornada Semanal,  31 de diciembre del 2000



 
 

ANTESALA




Los mitos del week end. No hay secretos en las canchas de basquetbol de Los Viveros. Sólo aparecen signos ominosos. Por ejemplo, aunque los tableros y la cancha tienen dimensiones oficiales (má o meno), de pronto llega uno el lunes por la mañana y todas las canastas menos una se encuentran rotas o desprendidas, señal de que durante el fin de semana han jugado allí sujetos que saltan lo suficiente para sumir el balón en el aro, y pesan bastante como para romperlos como si nada. Así se crea el mito del week end. Durante las vacaciones o a lo largo de los ocho meses que duró la huelga más reciente en la UNAM, los chavos aparecían entre semana y se armaban largos juegos de cancha completa y varias retadoras. Pero el chiste del fin-de-semana es que llegan los pesados, los adultos llenos de mañas y poder. Todos los conocen y ellos conocen a unos cuantos, con los que les gusta jugar. Pronto me di cuenta de que la experiencia es mejor que las facultades; pero que aunadas experiencia y facultades, nadie puede ganarles. Más allá de los buenos jugadores, hay experiencias y vidas ilustres. Por ejemplo don Eric, un sujeto de setenta y seis años que juega lento pero seguro, anota si lo dejas tirar y da pases excelentes. O el Teporocho Special, un homless como dicen los gringos o clochard como los franceses. Nuestro Teporocho Special aparece de cuando en cuando; peina largas canas grises en cabellera y barba. Tiene unos ojos inteligentes y huele a mierda pero no a alcohol. Se despoja de una de sus tres chamarras y se pone a tirar conmigo demostrando buena figura al saltar y un gancho cósmico bastante regular. Un día le dije que ya tenía que irme a trabajar pero que le invitaba un refresco. Dijo que yo era afortunado en tener chamba y dio a entender que él había ido cayendo en la escala social a partir de que perdió un trabajo. Yo nada pregunté, porque con estos personajes temo que mi vida sea demasiado semejante a la suya. Eso me aterra. Terminamos el refresco y nos despedimos. Me dijo: “Bueno, yo voy hacia la Plaza de La Conchita para echarme una siestecita.” Yo subí a mi carro consciente de que T. Special me había arruinado el día, qué les puedo decir.

La Legión Extranjera. Después de cinco años de asistir asiduamente a las canchas de Los Viveros apenas puedo decir que conozco a la extraña comunidad que ahí florece. La separación sigue siendo drástica: una cosa son los días entre semana y otra los sábados y domingos (y ciertos días festivos). Una cosa son las mañanas y otra las tardes. Este último universo aún no lo exploro a fondo. Tampoco el de las madrugadas (de siete a nueve am). El de la media mañana y el mediodía es mi elemento. Ahí pululamos un agitado inframundo de enfermos cardiacos, rucanruleros, panzones sobregirados, crudotes que no regresarán en años, mudos, niños y niñas de pinta, autistas, sordomudos, mamadotes que hacen músculo en el gym sui generis de al lado y les gusta jugar basquet para aflojar la bronca tensión de la carne, parejas de adolescentes que ponen como pretexto la buena salud y que terminan besuqueándose a un lado de las canchas, sin pensar en el condón. Llegan empresarios, güevones, asesinos, prospectos de la nba, narcotraficantes, periodistas, ingenieros, desempleados de a montón... A veces se dignan visitarnos algunos míticos veteranos del week end, como para confirmarnos que existen, que están vivos y son de carne & hueso, que nadie los inventó.

¿Elegible? Después de veintinueve años de no practicar el basquetbol, ahora resulta que casi me siento en el draft de jugadores de la nba. Ahora juego cuatro veces a la semana, yo, que acabo de cumplir el medio siglo. Mi tienda favorita es Deportes Martí, donde ya soy cliente consentido y recibo todos sus catálogos y ofertas. Me fascinan las nuevas telas y los avances ortopédicos en los tenis. No puedo ver a alguien con unos anteojos para el sol de más de mil pesos sin dejar de envidiarlo. Ya he roto o perdido varios. El colmo es cuando me descubrí sacando la lengua como Michael Jordan. Comparativamente, soy mucho mejor ahora que cuando tenía catorce años. Veo con ojo crítico los partidos de la nba, y veo muchos porque estoy inscrito en el paquete de Directv que ofrece dos partidos todos los días. Antes, quedaba exhausto después de cada sesión de parejas, sencillos o tercias. Ahora, descaradamente, consumo sustancias prohibidas por el Comité Olímpico Internacional. Si me aplicaran el antidoping probablemente ya estaría en la cárcel. Sin embargo, por qué no usarlas, si estas sustancias más bien están hechas para gente de mis características. Si usted ya está rucón(a) y practica algún deporte, aunque sea la caminata sin mover tan exageradamente las nalgas, le recomiendo ampliamente los aminoácidos, las supervitaminas, los esteroides. Todo se vale para sentirse peor que nuevo. Así, pues, no sea ranchero. ¡Éntrele!

Vámonos respetando. Apenas hace poco me atreví a incursionar en el mundo de los Días Santos (sábado y domingo). Ya lo había intentado hace años y fracasé porque perdí los estribos. Y entre veteranos, el que se enoja, pierde. Ahora, ya conozco a “los Luchadores”, “al Viejo”, a “los Porky Bros.”. Me respetan porque no muevo mal la pelota y tiro bien de lejos. ¿A qué más puedo aspirar? Cierto que cometo numerosos faules pero eso no es más que falta de reflejos. Para acabar pronto, me respetan más que usted, querido(a) lector(a) que todo lo ha leído. (Continuará.)
 
 

CarlosGarcía-Tort

 
 
 
 
 

 


 

     

    PALABRAS SOBRE HIERRO

    A principios de octubre de este año que es el último del siglo XX o el primero del siglo xxi (yo no sé nada de estas cosas del tiempo. Lo único que sé es que a mis años les toca ahora empezar con un dos. Señal ésta (e inequívoca) de que la fiesta ya se anda acabando), me encontré con Pepe, Lines, Paca Aguirre y Guadalupe Grande en el vestíbulo del antes elegante y ahora charterante (300 italianos desayunando al mismo tiempo son un caso grave de contaminación acústica) Hotel Eresin de la siempre Constantinopla. Íbamos (españoles, mexicano y Shimose, el boliviano) a reunirnos con los poetas del Turquestán (zona lingüística turca con más de 200 millones de parlantes) y a asestarnos poemas los unos a los otros ante un público prodigiosamente amable y despierto. Por otra parte la cisterna de la Basílica de Justiniano hizo menos difícil el largo recital a los muchos y valerosos constantinopolitanos (¿recuerdan aquello del “arzobispo de Constantinopla”...?) ahí reunidos.

    Pepe se conectaba al tanque de oxígeno todas las noches y se resignaba a su servidumbre con buen humor y mente filosófica. Por otra parte, durante el día jugaba con las palabras, pintaba sus flores en servilletas (usaba crayones, lápices, agua y hasta cognac), bromeaba constantemente, decía poemas de memoria y, cuando el oxígeno fallaba, se recetaba un vaso de brandy que es, todo el mundo lo sabe, “un notable vasodilatador y lo recomiendan mucho los médicos inteligentes”.

    Cuando nos despedimos, le dije que muy pronto nos veríamos en la fil de nuestra Guadalajara. Como era su amable costumbre replicó: “No sea usted imbécil, mi señor, para esas fechas ya estaré muerto.” En el avión que me llevaba a Atenas pensé en sus premoniciones y me ganó la risa. Estaba seguro de que ese tronco de pino montañés nos iba a enterrar a todos. Hace unos días sufrió un infarto y lo superó. Sigue luchando por su vida y, a pesar de que no pudo viajar a Guadalajara, de alguna manera llegó a la fil por medio de sus poemas, de la memoria de su honestidad y de su inflexible pasión por lo humano.

    Al enterarme de su enfermedad, propuse a las autoridades de esta formidable feria del libro que no canceláramos esta sesión y me ofrecí para leer poemas de Pepe, sabedor de que le gustaba el estilo con el que los leo. Me contestaron que era necesario tener a otros lectores. Nada repliqué y me limité a esperar su decisión. Viajé a Guadalajara y llegué con mis papelitos en la mano esperando el fallo de la autoridad ferial.

    Como no pude leer la semblanza, ahora la publico en este terreno por el cual, a últimas fechas, pasan mis contados aciertos y pacen mis frecuentes burradas (gracias doy a Lope de Vega por la paráfrasis).

    Basta de preámbulos (no quiero parecerme a los glosadores que acaban autoglosándose cuando glosan a otros que fingen admirar). Paso a hablar de Pepe, montañés nacido en Madrid y llegado en pañales a las cercanías del Sardinero. Ahí vivió la mortífera guerra incivil, su padre fue encarcelado y el joven poeta luchó al lado de la Unión de Escritores y Artistas Revolucionarios. En el ’39 empezó su recorrido carcelario: Santander, Santoña, Navarra, Alcalá de Henares. Es liberado en 1944, en plena posguerra de boniato y garrote: “Lo quiso todo o nada. Por eso dejó todo: para tenerlo todo.”

    Se instala en Valencia y trabaja en la revista Coral. En ’46 colabora en Proel. Su primer libro, Tierra sin nosotros se publica en ’47 y su segundo, Alegría, recibe el emblemático premio Adonais.

    De ’47 a ’52 hace de todo en Santander: velador, tornero, profesor en la uimp, huesero en revistas de obreros, comerciantes y agricultores. En ’49 le sucede una cosa maravillosa: se casa con Lines, compañera de toda la vida y admirable mujer.

    En 1952 vienen Madrid, la radio, la Editora Nacional, El Ateneo (sala de exposiciones y tertulia poética). En los sesenta le cerraron la tertulia por motivos políticos y se refugió en su exilio interior y en su poesía. Desde entonces ha recibido premios y más premios: El Príncipe de Asturias, el Nacional, el Reina Sofía y el Cervantes. Es ya muy doctor, pues la mp de Santander lo entogó y embirretó en ’95. Por esos años escribe:
     

      Toqué la creación con mi frente.
      Sentía la creación de mi alma.
      Las olas me llamaron a lo hondo.
      Y luego se cerraron las aguas.


    “Mi poesía no quiere parecer poesía. No busco un verso o una metáfora brillante. La gente, cuando recuerda un poema, no debe pensar que es un poema, sino algo que le han contado. Tiene que quedarle la emoción cuando las palabras se le hayan borrado.” Este vitalismo lo hermana con Ungaretti, Machado y nuestro Jaime Sabines. Pepe confía más en el oído que en la vista. Por eso gusta de decir sus poemas.

    “La poesía siempre es experiencia, la que yo he vivido o la que o lo que puedo vivir en la vida de otros.” En su experiencia está presente su amor por la música (Palestrina, Gerswin, Shubert, el cante jondo) y la obsesión hispánica por New York que comparte con García Lorca y Luis Rosales, quien no llegó a acabar su Nueva York después de muerto. Así canta en Yidish: “Recupero sones, palabras olvidadas./ Me asfixiaría si no las cantase ahora.” Y lo hace, también, en prosa: “Sin nada que me permita suicidarme, oigo el rumor del río que no me dejan ver, el East River, el East Tiber que me trae palomas de Roma.”

    Su terrible New York tiene, a veces, la ternura que recuerda a Julia de Burgos, muerta de frío en Battery Park: “Yo ya no lloro,/ excepto por aquello que algún día/ me hizo llorar...”

    Y está, además, su forma de rezar: “y la niña mendiga de Lisboa/ que me pidió un besiño...” Aquí es clara su cercanía con el East River que lo lleva al llano en llamas: “y la voz de Juan Rulfo: diles que no me maten...”

    Tengo en mi casa una vieja foto tomada en el ici hace muchos años. Posamos Pepe Hierro, Luis Rosales, Félix Grande, Paca Aguirre y Antoñito Hernández. Pepe se ve atlético y bromista y vivo como él solo. En mi ejemplar de Agenda me dibujó unos cardos españoles y por esos días me hizo tres sugerencias que les dieron vida verdadera a tres poemas de los Cantos del Despotado de Morea.

    Con él mucho he querido, y lo extrañé hasta las lágrimas en la tarde de Guadalajara. Pepe, si crees que esto vale algo, aférrate, sigue viviendo. Te rodea el amor y eso es lo único que vale. Esa tarde te recordamos García Montero, Benítez, Brines, González, Hernández y este bobo bazarista leyendo tus poemas.
     
     

    Hugo Gutiérrez Vega