La Jornada Semanal, 24 de diciembre del 2000

LAS   ARTES  SIN  MUSA
You´re the One, nuevo  disco de Paul Simon


Francisco  Cuevas Almazán





Paul Simon, uno de los mejores compositores del rock norteamericano, regresa con un nuevo disco: You’re the One, álbum en el que, aunque parece no pasar nada, sucede absolutamente todo. Esa es la principal trampa de su música llena de sutilezas.

Mientras que su disco Graceland (1986) fue, es y será considerado como una de las obras cumbres de la música popular norteamericana del siglo XX, "curiosamente, gracias a la espectacularidad con que su autor integró sonidos africanos sobre imaginería neoyorquina", los comentarios ambiguos, las introspecciones y las delicadezas de su nueva producción parecen prepararle un pronto olvido. Sin embargo, se trata de un engaño: aunque carente de arrebatos dignos del Grammy, el disco es una mina con muchos tesoros bajo la superficie. Y, como tal, puede brindar abundantes riquezas a quien la sepa explotar.

Luego de caer en la tentación de crear canciones-souvenirs, divertidas y pegajosas, como Proof para su disco Rhythm of the Saints (1990), la secuela brasileña del Graceland, y tras experimentar con The Capeman (1997), un musical con afán de Broadway, sonidos de Puerto Rico y letras del caribeño Derek Walcott, este ex integrante del dueto Simon & Garfunkel apuesta por la sencillez (que no simpleza).

Con una alineación virtuosa pero elemental que incluye la guitarra de Steve Nguini (ya sin la pirotecnia de Ray Phiri, principal atractivo del Graceland) y los fieles tambores de Steve Gadd, You’re the One se disfruta más por los arreglos que por las líneas melódicas. Tal como sucede con los metales de Michael Brecker en "The Cool River", posiblemente el mejor tema del Rhythm of the Saints, la tensión casi monotonal de estas nuevas canciones se rompe maravillosamente con factores simplísimos. Basta una nota aislada, un aplauso constante, un jadeo repentino, un respiro apenas, para que todo se refresque. Oleaje de una sola gota, la música se adhiere entonces a los oídos. Y luego, para unirla al alma, siguen las historias.

Aunque especialmente ambiguas, las canciones de You’re the One usan la fresca voz de Simon para desplegar sus complejidades. El disco abre suavemente con "That’s Where I Belong", una suerte de arte poética en la que el autor se admite víctima de una resonancia como de musa: "¡En algún glorioso estallido / el sonido deviene en canción / estoy obligado a contar historias / ahí pertenezco yo!"

Más adelante, en el tema "Old", Simon canta a la relatividad de la vejez, indeterminación que es muy evidente en él mismo, ya que, a pesar de que acaba de cumplir cincuenta y nueve años y de que su fotografía requirió minuciosos retoques rejuvenecedores en el cuadernillo del disco, la juventud reina tanto en su voz como en su actitud. Hay algo desatado en él. Desde los días en que se ofrecía como puente sobre las aguas revueltas, pasando por los momentos en que enumeraba las maneras que hay para dejar a los amantes hasta los días en que se le podía llamar Al, este músico norteamericano ha cometido payasadas muy serias. Por ejemplo, las que hizo en los videos de "You can call Me Al" o "Proof", donde aparece junto con los comediantes Chevy Chase y Steve Martin.

Con la salvedad de One Trick Pony, disco y película (protagonizada por él mismo, y con actuación especial de Lou Reed), que es un tanto solemne, el resto de la obra de Simon contiene burlas tanto a la sociedad como hacia sí misma. Así sucede incluso en The Capeman, que trata la historia verdadera de un joven portorriqueño que fue sentenciado a muerte en el Nueva York de los cincuenta por haber asesinado a alguien durante una riña entre pandillas. Los personajes de este musical se debaten constantemente entre el perdón y la posibilidad de redención, al ritmo de canciones tipo "Amor sin barreras" (West Side Story).

En la obra de Paul Simon el amor nunca se resuelve fácilmente. Por ejemplo en "Darling Lorraine", del nuevo disco, un tal Frank pasa casi toda la canción en medio de recriminaciones que no sabemos si son para sí o para su amada esposa Lorraine. Al final nos enteramos de que ella ha muerto, y esa noticia da sentido a la inicial inconsistencia de las quejas de Frank. De esa manera, recordamos que estos personajes son seres humanos. Y entonces, nuevamente, a pesar de la ausencia de tonadas pegajosas u orquestaciones grandilocuentes, estas canciones se aferran a nuestra alma.

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