La Jornada Semanal, 19 de noviembre del 2000   
 
 
 
 

 CON BONIFAZ EN LA BIZARRA (I)
 

 Rubén Bonifaz Nuño recibió de manos del secretario de Educación del gobierno de Zacatecas el Premio de Poesía Iberoamericana Ramón López Velarde, el día 11 de octubre.

Este bazarista, convocado por el Seminario de Cultura Mexicana, presentó una semblanza de Rubén, el poeta, el maestro, el traductor, el fundador.

Así comenzó su perorata: (como broma espiritista) Sr. Dr. Don Rubén Bonifaz Nuño, representante personal del Sr. Lic. Don Ramón Modesto López Velarde y Berumen.

Dicho esto, el bazarista atacó de nuevo y habló de sus nueve encuentros con Rubén Bonifaz Nuño en el camino de López Velarde:

1. En la capital de México, lugar de horas ojerosas y pintadas, calaveras catrinas con boas de marabú trágico, el teléfono (¿Ericson? ¿Mexicana?) de Ramón López Velarde, funcionario de la Secretaría de Gobernación, pregunta por “consabidas náyades arteras que salen del baño al amor” y se tienden sin reticencia alguna en los lechos situados bajo la luz violácea de una alcoba submarina. Rubén Bonifaz Nuño ve a la mujer en el cuarto trasmutado en claustro prenatal, mientras las ondas bienhechoras del agua tibia oscilan y aquilatan el milagro del cuerpo recorrido por los tocamientos cuidadosos que lo vuelven cóncavo y convexo. Para ambos, unidos en el camino de las sensaciones cuya originalidad es la que levanta la ágil arquitectura del poema, el cuerpo femenino, húmedo, acariciado por las propias manos, por la lascivia del jabón perfumado, ocupa el centro de los deslumbramientos. Así, la poesía brota del cuerpo, del amor, el deseo y todos los emblemas de la vida que vivimos.

2. La carta de López Velarde es la sota moza, la que en piso de metal vive al día, de milagro como la lotería. La carta de Bonifaz Nuño es el siete de espadas, el siete, número cabalístico, conteo de horas en la fosforescencia del esoterismo. Ambos se unen, desde distintas perspectivas, en el asombro por el mundo azteca. Ramón lo ve en el momento de la derrota, cuando los ídolos se escapan a nado, sollozan las mitologías y el tlatoani se desata del pecho de la emperatriz, viendo cómo su mundo se hunde en las aguas que iniciaban su repliegue. Rubén, cordobés, cercano al trópico, vecino de esa afirmación de la vida que son las caritas sonrientes del Totonacapan; académico en el buen sentido de la palabra, ve los propósitos triunfales de los padres aztecas, de sus órdenes militares y de los jóvenes guerreros recién salidos del Calmecac y dispuestos a conquistar el mundo hasta más allá del Tlayacapan que era la nariz de la tierra. “Todos somos grandes señores”, contesta el noble azteca al eurocentrista don Hernando Cortés. Por eso el tlatoani no se cubre de rubor patricio y su cabeza desnuda es aún nuestra moneda para apostar a la sota de oros o al siete de espadas.

3. López Velarde se asume como el “mendigo cósmico y mi inopia es la suma de todos los voraces ayunos pordioseros”. En su Tebaida recibía la visita del cuervo que no lograba calmar su desasosiego y sólo dejaba la sombra de su paso en forma de “una flor inaudita, un rizo prófugo y una migaja”. Por eso, en el falso festín volcaba su cornucopia, sí, pero sobre un cadalso. Años más tarde otro poeta grande, Bonifaz Nuño, se acercó al tema, con su propia e intransferible manera, y encendió el fuego de pobres. El poeta aguanta como los hombres “tanta pobreza, tanto oscuro camino a la vejez; tantos remiendos, nunca invisibles, en la piel del alma”.

Ambos necesitaban una mujer para sobrevivir y creer en la vida. López Velarde pedía que le fuera “periférica y central” y estaba seguro de que su ángel guardián era un ángel femenino. En la eclosión de elogios a la amada le llama “torcaz amable que zureas al alba en un tono menor para ti sola...”, “aliada tímida, criatura pequeñita e insigne apoderada de la cumbre del corazón...” Rubén la celebra como “poderosa y benigna, blanda como amapolas, consistente como hermosas corazas; casta copa de placer, fuente sin tregua de inundaciones cadenciosas”. Y todo esto para conjurar la amenaza de no tener “ni traje que no apriete, ni mujer en que caerse muerto”.

4. “Entonces era yo seminarista sin Baudelaire, sin rima y sin olfato”, y ahí en el Seminario de Aguascalientes López Velarde se acercó a los clásicos latinos. Tal vez los leyó en las traducciones de los arzobispos Montes de Oca y Pagaza y, por lo mismo, anduvo más por los terrenos de Virgilio y Horacio (algunas de sus odas no eran muy bien vistas por el claustro académico. No olvidemos que nuestro amado poeta se autodefinía como “un cerdo criado en las piaras de Epicuro”) que por los de Ovidio o Catulo.

Rubén Bonifaz Nuño, poeta amoroso como él solo, tiene un amor indoblegable por el mundo clásico grecolatino. Lo ha plasmado en sus traducciones, en las enseñanzas que prodiga a sus alumnos y en esa colección que enorgullece a una universidad entera: la Grecorum et romanorum. Gracias a ella se mantienen abiertas las puertas del más vivo de los panteones, el del mundo grecolatino. Tan vivo que su canon provoca todavía sanas discusiones y, para nuestra fortuna, sigue sin ser un caso cerrado.

5. Tiene Rubén, en estas materias, muchos pendientes que, sin duda, cumplirá con el entusiasmo otorgado por Palas Atenea o por otra de esas diosas o dioses tan detalladamente descritos por ese erudito, desenfrenado, piadoso e irreverente que fue el exiliado Ovidio, capaz de entretener el tedio de los grandes y vacíos bosques de la Dacia con sus lecturas y recuentos de fastos, metamorfosis y tristezas. Ahora bien, conociendo a este académico sin miedo, sin tacha, sin concesiones ni pedantería, creo que deberíamos celebrar con la seriedad del humor este fasto que a todos nos ha llenado de júbilo. ¿Qué hacemos, maestro de palabras? ¿Una oda como la de Píndaro a Hierón de Siracusa?, ¿un epigrama de Marcial?, ¿una épica tirada de Lucano? No. Lo mejor será buscar un lírico griego por esas islas del Dodecaneso que ahora se asfixian bajo el peso del desenfreno turístico. Pensemos en Arquíloco de Paros y en su amor que le duró toda la vida y, tal vez, toda la muerte. Amor por otra persona, por la obra de una vida, por las generaciones nuevas que deben ser mejores que la nuestra, por la fragilidad de nuestras vidas y por la permanencia del destino humano. Así, en medio del azar, del hado, nuestros amores seguirán siendo clásicos.

 
 
Hugo Gutiérrez Vega
 
 
 
 
 
 
 
 
ANTESALA
 
  
     
     

    Como dijo McArthur… Recordará usted, lector(a) memoriosa(o) como personaje borgiano, que hace algunos meses hablamos aquí del arbitrario despido del maestro y poeta Hugo Gola, hacedor de esa magnífica publicación llamada Poesía y poética, que –ya nos extrañaba de una universidad privada– llevaba muchos años publicando sobre todo traducciones de y sobre poesía. Sin embargo en México existe una especie de enfermedad o síndrome que gusta de atacar a aquellas personas o equipos de trabajo que se encuentran laborando a gusto y en armonía, y deshacer sus logros y empeños… ¿por qué? Pus nomás. A veces me figuro a un oscuro burócrata que ha pasado sus mejores noches inventando un buscador de trabajos felices y/o armoniosos; de vez en cuando echa a funcionar su aparatito y recorre oficinas y secretarías, universidades y laboratorios, hasta que la aguja del contador empieza a moverse como loca y el localizador emite un zumbido agudo y penetrante, una especie de grito histérico que congela la sonrisa de aquellos que señala: no volverán a ser felices, parece anunciar ese tétrico sonido. Entonces aparece en escena una nueva directora de área, otro subdirector ignorante pero envidioso, un investigador que siempre deseó formar parte del dream team y que trata de apoderarse de él para su propia gloria; ¿qué logra al final?, únicamente desbaratar o abaratar el proyecto. No sé qué pase en otros países, pero en México este parece ser, con honrosas excepciones –este antesalista trabaja en una de ellas, cuyo fruto tiene la (el) lector(a) en la mano–, el modus operandi del subconsciente colectivo; así parece alimentarse la extraña dialéctica de la fuerza de trabajo y la plusvalía. Recuérdese que en la superestructura, la meritocracia y el prestigio forman parte orgánica del sistema.
     

    “Si funciona bien, descomponlo”. Esta es la Primera Ley de Bartlett, nuestro equivalente criollo a las conocidas Leyes de Murphy. La Segunda Ley dice: “Cuando lo hayas descompuesto, cámbiale de nombre, arrúmbalo en un rincón y finge que funciona –gracias a ti.” ¿Será que en nuestro país no existe un mundo transexenal? Eso, ahora lo veremos con el reinado de Fox. Por lo menos Tabasco y casi Jalisco parecen demostrarnos que no, o que si existe, es nueva, arrolladora, infinitamente priísta. El que esto escribe no se dio cuenta cuándo cambió, en el mundo de la política, el licenciado especialista en todo que saltaba alegremente de una a otra secretaría, y parecía poseer un conocimiento integral, desde la profunda solución de los problemas agropecuarios hasta la nueva dinámica de los turismos especializados, por el especialista en una sola cosa pero que sirve para solucionar todo: si la macroeconomía funciona, la microeconomía caminará por sí misma; si ajustamos el corto, el largo engrosará un poco más que medianamente (y sin albur); si mantenemos una política fiscal y monetaria rigurosa, no habrá sobrecalentamiento de la economía… qué es todo esto si no una jerga críptica en donde se menciona todo menos a la gente. El dinero pareciera crearse solo, los productos reproducirse por ósmosis, la oferta y la demanda ser entidades metafísicas que se encargan de enfrentarse ciegamente, sólo para que los especialistas practiquen cómo controlarlas, o dejarlas vivas a sus propias veleidades que son las que forman las leyes de la libertad y el mercado. Curiosamente, aquí se presupone un individuo estándar, homologable: por una parte, al consumidor ideal, aquel que persigue todas las ofertas incansablemente, las veinticuatro horas del día; y, por la otra, al perfecto empresario, ése que sabe delegar tan bien las responsabilidades que prácticamente no trabaja. Otros, expertos, experimentados y sobre todo honrados, lo harán por él. Si esto no es el cielo en la tierra, como titulamos en este semanario a las propuestas utópicas que han perseguido a la humanidad a lo largo del tiempo, no sé qué lo será.
     

    Otro Talk show. ¿Cómo llegué hasta este punto si sólo quería hablar de Hugo Gola y su “nueva” revista? No lo sé. El caso es que nos quedamos en donde el trabajo de Hugo había sido detectado y arruinado, para no hacerme quedar mal. Pero a nuestra sociedad, amante del espectáculo en sí, le encantan también los grandes retornos. Y ahora, toca el regreso de Hugo para el o la que quiera algo de él. Acaba de llegar a esta redacción la revista El poeta y su trabajo, la actual empresa de Gola que no tiene otro objetivo que continuar con el trabajo emprendido durante años y al que nos tenía gozosamente acostumbrados. Pareciera que el oscuro burócrata y su detector de felicidades sólo pretende ponernos a prueba y templar nuestros corazones. Flaco favor y vano objeto hacer sufrir sólo para continuar haciendo lo que ya se hacía, pero con mayor esfuerzo. Es seguro que Hugo salió fortalecido del trance –otros más no logran reponerse y quedan tirados en el camino hasta que los levantan y los emplean como espantapájaros; algunos cambian de giro y agradecen a los dioses no haber tenido a mano una pistola, para dar o recibir–. Sin embargo, ¿valió la pena? Digamos un rotundo ¡sí! sus lectores y recibámoslo como es debido: apoyando la revista con nuestras suscripciones. Desembolse usted la módica suma de 140 sobrecalentados por cuatro impecables números al año. Para mayores informes hable al teléfono 5593-4509, escriba al fax 5651-9028, o al emilio: [email protected]. Vale.