La Jornada Semanal, 12 de noviembre del 2000  
 Agustín Escobar Ledesma
extranjeros en su tierra
 
Mexquititlán

 

 

Santiago Mexquititlán es una población otomí o ñañho que se ubica al sur del estado de Querétaro, sobre la orilla del río Lerma. Entre su menú ancestral se encontraban un hongo modestamente alucinógeno (el jo dadäte) y la mariposa Monarca. Desprestigiados entre los españoles por los informantes nahuas; explotados como esclavos durante el porfiriato; menospreciados en la Ciudad de México, a donde van a pedir limosna y vender "chicles tipo americano", los y las ñañho de Mexquititlán a veces quedan atrapados en el inframundo del metro Insurgentes entre tragos de caguama e inhalaciones de cemento. El lingüista holandés EwaldHekking tomó su primera lección práctica de Severiano Andrés de Jesús hace veinte años: cómo espantar a las feroces bandas de perros que atacan a todo ser viviente en los despoblados. Ambos han publicado una gramática y un diccionario otomí-español, y Ewald no olvida llevar piedras en los bolsillos para arrojárselas al líder de la jauría, como Severiano le enseñó.

 

 

Santiago Mexquititlán, Amealco, es una población india a donde el servicio de electricidad llegó en 1967 y la carretera asfaltada en 1978. Es un mágico y misterioso lugar, cuyo toque de belleza corre a cargo de la multicolor vestimenta femenina que se suma al deleite visual de las flores del campo. Ubicado al sur del estado de Querétaro, separado de los estados de México y Michoacán por el río Lerma, sus dieciséis mil habitantes ñañho, distribuidos en las dispersas casas de los seis barrios, trabajan sin descanso.

Historia con minúsculas. Los ñañho de Mexquititlán pertenecen a uno de los pueblos más antiguos de Mesoamérica, y sus fiestas están directamente relacionadas con el ciclo agrícola. Entre sus prácticas figuraba la ingestión del jo nadäte, hongo alucinógeno que cambia la percepción de la realidad, y la mariposa monarca se incluía en su alimentación. A pesar de su antigüedad, es una de las culturas menos entendidas por los investigadores, debido, como lo apunta David Wright, "a los prejuicios étnicos de los nahuas, quienes dominaban el centro de México cuando llegaron los primeros europeos a la región. Cuando los hombres blancos preguntaron quiénes eran los otomíes, los nahuas contestaron que aquéllos eran "torpes, toscos e inhábiles", así como "muy perezosos" y hasta "lujuriosos". Las crónicas del siglo XVI, escritas en buena parte por nahuas (o por españoles trabajando con informantes nahuas), están llenas de opiniones denigrantes acerca de los otomíes".

Según Lydia van de Fliert, Santiago Mexquititlán fue fundado como tal en 1520 y perteneció a Xilotepec y, en 1942, pasó a formar parte del estado de Querétaro. También existe la versión de que la comunidad fue fundada por indígenas provenientes del valle del Mezquital, Hidalgo, lo que es reforzado por el nombre que lleva la población y que en lengua náhuatl significa "lugar de mezquites".

El porfiriato. Según la investigación de campo realizada en 1986 (titulada El otomí en busca de la vida) por el profesor bilingüe ñañho-español Severiano Andrés de Jesús, oriundo de Mexquititlán, y por la antropóloga Lydia van de Fliert, los lugareños más ancianos de la comunidad recuerdan que durante el porfiriato la vida de los ñañho valía menos que un comino. Francisco Monte Gachupín poseía siete haciendas: La Torre, San Felipe, Santa Teresa, La Concepción, Solís, San José Ixtapan y Molinos, en donde la población trabajaba de lunes a sábado en una época sin puentes vacacionales. El despertador de los peones era la destemplada y aguardentosa voz del mayordomo que gritaba a todo pulmón: "¡Ave María Purísima!", y ay de aquel que no atendiera la sagrada invitación al trabajo cuyo jornal diario era de veinticinco centavos para los hombres y ocho para los niños.

Posrevolución. Después de la Revolución de 1910, latifundistas y achichincles que los acompañaban huyeron a la Ciudad de México, ante el temor de que los otomíes colocaran reatas en sus blancos y finos pescuezos en vez de corbatas de seda. Veintidós años después de iniciado el movimiento armado y después de engorrosos trámites ante la Secretaría de la Reforma Agraria, el latifundio se convirtió en ejido y la comunidad india vivió quince años de progreso dentro de una relativa independencia social y económica.

La fiebre. En 1947 apareció en Mexquititlán la fiebre aftosa, acompañada del rifle sanitario y avionetas que sobrevolaron la comunidad con el pretexto de combatir la epidemia, pero lo que realmente hicieron fue envenenar los pastizales. Con la fiebre llegó el glorioso ejército mexicano con asesores gringos, quienes se robaron el ganado fingiendo que mataban a los animales. Al darse cuenta de que el relieve de los entierros no mostraba que las bestias estuvieran sepultadas, un otomí se resistió a entregar su ganado, lo que le costó la vida. Fue asesinado a sangre fría por los soldados frente a su mujer e hijos. Nada pudieron hacer palos y piedras contra las balas del ejército.

Días después, una comisión de siete otomíes fue a la capital de la república y permaneció tres días frente a Palacio Nacional con la finalidad de que les pagaran los daños. Por respuesta, la policía los echó con la promesa de ser ahorcados ahí mismo si no regresaban a su tierra. Desde entonces los habitantes de Santiago, por las pérdidas sufridas, emigran a distintas ciudades en busca de trabajo o limosna.

Dos Santiago. Una de las fiestas más representativas de Santiago Mexquititlán es la del Jueves de Corpus, celebración que también se realiza en las principales calles de la ciudad de Santiago de Querétaro, en donde los jerarcas católicos desfilan trepados en carros alegóricos tirados por tractores Masey Ferguson. Sentados en sillas de maderas preciosas, bajo un fastuoso templo de columnas dóricas de cartón, lucen regios mantos orlados de hilos de oro y empuñan báculos del mismo metal. El cortejo es escoltado por una procesión integrada por los Adoradores de Cristo, monjas y algunos fieles que sahúman a sus eminencias con aromáticas nubes de incienso, pétalos y papel de china picado.

Aunque en Mexquititlán el ritual también es católico, es totalmente distinto. Los cargueros salen de madrugada a ríos, montes, milpas y bosques para capturar animales vivos que colocan en ermitas provisionales (parecidas a las estructuras de los vendedores ambulantes de las ciudades) alrededor del templo mayor. Cada ermita tiene al centro una imagen sagrada a la que le cuelgan flores, ceras, frutas y panes en forma de águilas bicéfalas, tortugas, ranas o redondos soles, y es rodeada de listones multicolores.

Del marco de las ermitas los cargueros cuelgan los animales atrapados: conejos, tortugas, culebras, tlacuaches, ardillas, camaleones, pájaros, peces, etcétera. Algunos están enjaulados, embolsados o amarrados con alambres o hilos para que no huyan. La celebración se llama dängo ya zuÕwe (la fiesta de los animales). La comunidad lleva en andas a las divinidades al interior del templo mayor. La Dolorosa parece decir que las penas con pan son menos; el sangrante Cristo quisiera desatarse las manos para comer un plátano; a Santiago Apóstol el espadón se le convierte en un ramo de perfumadas gladiolas rojas.

Finalmente, los cargueros devuelven los animales al sitio en que los atraparon y los dejan escapar sin aplicarles la ley fuga, para que busquen la vida. Después, todo mundo comparte alegremente la comida y la bebida alrededor del templo, hasta que la luz solar se desbarranca en la profunda y negra noche para velar alegrías y tristezas.

La vida en rosa. Aquí, al igual que en otras comunidades indias, persiste la costumbre de usar los nombres propios como apellidos: "Yo me llamo Pablo Máximo Florencio porque mi bisabuelo se llamaba Gregorio Máximo, mi abuelo Francisco Máximo y mi papá Nicolás Máximo. A mi abuelo le tocó trabajar con los hacendados, cuando los peones se levantaban a trabajar primero que el sol.

"Yo empecé a los nueve años. A esa edad mi mamá me llevó a mí y a mi hermana a vender chicles tipo americano en la Zona Rosa; en dos horas vendía cinco cajas. Rentábamos un cuarto en San Juan de Aragón en donde dormíamos después de vender toda la noche. Había ocasiones en que una camioneta nos quitaba la mercancía y yo me ponía a llorar.

"A los doce años dejé a mi familia y me junté con unos vagos que también eran de Mexquititlán y que le entraban a las caguamas y al cemento. El Metro Insurgentes era nuestra guarida. Nos subíamos a un escondite en la parte alta de la estación formando una pirámide humana. Cierta ocasión que bajamos a comprar caguamas en una vinatería de las que abren las veinticuatro horas, nos apañó la policía, pero, aunque yo me pude escapar, dejé abandonadas mis cajas de chicles.

"A los catorce años regresé a Mexquititlán y a los quince me casé pero seguía tomando. Una vez en la fiesta de Corpus me puse pedo en las carpas de cerveza de los mestizos. Cuando se me acabó el dinero un amigo me invitó un trago, pero en lugar de coca, le puso petróleo a la bebida, por poco y me ahogo. Cuando me quedaba tirado mi mujer se sentaba a mi lado y de ahí no se movía hasta que yo despertaba. En cierta ocasión, ante una caguama, me pregunté: "Si me muero, ¿qué les voy a dejar a mis cinco hijos?" No quiero que mis niños vayan a la Zona Rosa a vender chicles tipo americano."

Lengua. En Mexquititlán existen jaurías que deambulan por los parajes solitarios. Son perros bravos que parecen policías, corretean a la gente para morderla. Cuando el lingüista holandés Ewald Hekking conoció este lugar, hace veinte años, lo primero que aprendió de Severiano fue la manera de defenderse de los canes. Cuando se encontraban con los perros, Severiano lanzaba con gran tino una piedra dentro del hocico del líder canino. "Así, Ewald, fíjate." Enseguida el cabecilla se iba con la cola entre las patas, al igual que sus seguidores. De ese modo, entre vocablos, sustantivos, adjetivos, perros bravos y secretos ancestrales, Ewald se fue familiarizando con el mundo otomí.

Ewald y Severiano trabajan en la reconstrucción del fragmentado espejo de obsidiana otomí. Después de varios años, como producto de sus investigaciones tienen dos libros publicados: uno de gramática y un diccionario otomí-español (aunque desde hace años tienen lista una ampliación del diccionario que ahora incluye la variante dialectal de Tolimán, no hay instituciones que lo editen). Con su obra han demostrado que el concepto negativo que los primeros españoles tenían del idioma ñañho era sólo un prejuicio. En la Relación de Querétaro, Francisco Ramos de Cárdenas afirma que los otomíes de Querétaro "son muy bárbaros y tardos en entender las buenas costumbres que les enseñan, y es muy grande parte la barbaridad de su lenguaje porque aunque han trabajado en esto los ministros del santo Evangelio con mucha curiosidad, no se han podido imprimir libros de las cosas tocantes a nuestra santa fe católica como las demás lenguas de esta tierra, por la dificultad de la ortografía en la pronunciación, porque una cosa diciéndola aprisa o despacio, alto o bajo, cada una de estas maneras tiene su significación y quiere decir cosa distinta, apartada una de otra, y aunque se ha probado a imprimir una doctrina cristiana [que] verdaderamente la entendieron los naturales, y así es gente más incomunicable e intratable a los españoles que las demás naciones de esta tierra" (Wright, 1989).

Como los antiguos marineros, Ewald y Severiano luchan contra viento y marea para impartir el idioma otomí en la Universidad Autónoma de Querétaro y en las aulas del videobachillerato de Mexquititlán, escuela que durante varios años estuvo en una maquiladora abandonada. Ewald llega a la comunidad con piedras en los bolsillos de su chamarra, para ahuyentar a las jaurías.

La muñeca fea. En casi todas las casas de los barrios de esta comunidad, tras cumplir con las labores del hogar, las mujeres y las niñas ­en algunos casos ayudadas por los hombres­ elaboran hermosas muñecas de trapo, fieles retratos de la multicolor indumentaria femenina que llevan a vender a diversas ciudades del país: Salamanca, León, Morelia, Puerto Vallarta, Mexicali, Cabo San Lucas, Monterrey, Tijuana y Matamoros. Hay dos urbes que evitan: México, por la inseguridad, y Querétaro, desde que es gobernada con orden, honradez y ornato por las autoridades panistas que no permiten a los otomíes ganarse la vida en la vía pública.

Y yo que me la llevé al río... Cerca de Donicá corre el río Lerma, que en época de estiaje lleva escasa agua color Coca Cola. Aunque en la temporada de lluvias el caudal es enorme, a nadie en su sano juicio se le ocurre bañarse, ante el temor de adquirir ronchas en la piel. Cuando borregos, vacas, y chivos llegan a beber estas aguas, se enferman. Es por eso que sólo son utilizadas para regar algunas milpas en las que florece maíz, frijol, chile, garbanza, lenteja, etcétera.

De algunos años a la fecha, los otomíes cultivan de manera intensiva la cempoalxóchitl, flor que durante miles de años ha mantenido una importante función ritual en torno a las ánimas. Bachoco y Pilgrims compran la producción de flor para alimentar pollos de engorda. Los fabricantes de pastas comestibles también la adquieren para teñir sus productos.

En Mexquititlán hay lo mismo ejidatarios que comuneros y pequeños propietarios. Los más afortunados (unos cuantos) tienen parcelas de riego con el agua del río; otros deben pagar por el agua de los pozos y la mayoría sólo posee parcelas de temporal. Casi todos prefieren el cultivo de la flor, ya que les reditúa mejores dividendos que el maíz en el que invierten tres pesos y recuperan dos. Sin embargo, con la cempoalxóchitl también tienen pérdidas, ya que los compradores se llevan la producción y no la pagan.

Salucita. Los médicos del centro de salud que atienden a Barrio Centro, Barrio II, Barrio III y Barrio IV informan que los niños son los que más sufren las consecuencias de la pobreza en la que se debate la comunidad. Para empezar, hay cientos de infantes con desnutrición que la ciencia médica califica como leve; durante la temporada de calor y lluvias atienden por semana a cerca de treinta niños enfermos de diarrea; durante el invierno alrededor de veinte niños por semana padecen de las vías respiratorias. Comparadas con el promedio en núcleos de población urbana, estas cantidades son completamente desproporcionadas.

Para la mayoría de las mujeres la violencia intrafamiliar es "normal", tanto como las infecciones vaginales. Al año fallecen cuatro personas en promedio por cirrosis hepática, tanto hombres como mujeres. El año pasado hubo tres muertes causadas por el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida, por sus macabras iniciales), enfermedad que ha aparecido en la zona debido a que se ha incrementado el número de personas que van a trabajar a la frontera y a los Estados Unidos.

La resistencia. A Juan y Nicolás Pérez Domínguez les ha tocado bailar con la más fea. Pertenecen a la agrupación de fiscales, cantores, cargueros y mayores de Mexquititlán, grupo conservacionista (que no es lo mismo que conservador) que históricamente ha luchado porque no desaparezca la cultura ñañho. Los hermanos incluso han sido perseguidos por la ley debido a su oposición ante la intromisión de instituciones eclesiásticas y gubernamentales en Mexquititlán. En 1987 vivieron a salto de mata por las denuncias interpuestas en su contra cuando se opusieron al sacerdote Manuel Paniagua, quien intentó prohibir las festividades comunitarias.

Actualmente hay una fuerte polémica, que ha dividido a la población y que puede generar violencia. El pretexto gira en torno a la utilización de velas en el interior del templo mayor, práctica ancestral en los rituales a las divinidades, que un grupo de personas pretende erradicar, apoyado por el Centro Regional del INAH de Querétaro, ante la preocupación de cargueros, fiscales, cantores y mayores.

A pesar de todo, en Santiago Mexquititlán, cuyo imaginario colectivo es habitado por naguales, seres sobrenaturales que con su poder se transforman en burros de cinco patas, la vida no se detiene ni se acaba.