La Jornada Semanal, 5 de noviembre del 2000
 
 
 
 
6 MEDALLAS 6

La televisión mexicana cubrió con amplitud técnica y zafiedad sentimentaloide (“contenido humano”, dicen los comunicólogos de los grandes monopolios) los juegos olímpicos de Sydney. Todos los países lo hicieron y se ocuparon, por razones de tribalismo elemental, de sus propios competidores. El chauvinismo de los locutores estadunidenses, británicos, australianos, españoles, brasileños, etcétera, compite con el “sí se puede” de la inseguridad nacional.

Es claro que México ocupa un lugar modesto en el cuadro deportivo mundial. Algunos especialistas en estos temas, por ejemplo Carlos Monsiváis, me han enseñado que nuestro fuerte son las competencias individuales y, sobre todo, las de largas caminatas o carreras (recuerdo el bello título de una novela de Sillitoe: La soledad del corredor de fondo). En cambio, en los juegos de equipo somos una verdadera desgracia. Esto delata nuestro egoísmo y discolería, así como nuestra falta de disciplina y de solidaridad. Tengo la impresión de que en estas olimpiadas recuperamos nuestro lugarcito situado por debajo de la mitad del medallero y eso estuvo muy bien. La joven que levantó pesas, los andarines (y eso que a Segura, un juez con sensibilidad de paquidermo le hizo una incalificable faena. Vázquez Raña y sus cipayos fingieron indignación, pero no hicieron nada efectivo para protestar. Es obvio que el zar de los aglomerados observa como zopilote el inminente declive del catalán volador) y los atletas de otras especialidades ganaron lo que debían ganar. Para ellos una oda pindárica como la dedicada a Hierón de Siracusa y todos los himnos píticos, ítsmicos y olímpicos. Se merecen todos esos festejos, así como los apoyos de las autoridades deportivas (descubrimos que algunos de estos campeones han logrado sus éxitos a pesar de la casi total falta de ayuda del Comité Olímpico. Uno de los premiados comentó que su única patrocinadora fue su ahorrativa madre (merecedora del Premio “Doña Gamucita”), inspirada creadora de un itacate contenedor de las calorías necesarias para que su muchacho se mantuviera en pie y caminara hasta su meta olímpica.

Para los medios, sobre todo los electrónicos, la obtención de medallas, con su cauda de historias familiares con lágrimas, tacos de barbacoa frente al aparato de televisión, tías ancianas y piadosísimas y padres y madres en pleno striptease emocional, es básica para mantener a los espectadores en estado de agonía y al honor nacional en trance de afirmarse o de caer por tierra vergonzosamente junto con una desventurada atleta que se la pasó dándose nalgazos o narigazos feroces en una de las pruebas dominadas por las ex burocracias centrales.

Los reporteros encargados de la “parte humana” de los juegos se meten hasta la cocina de las humildes casas de los atletas ganadores y, sin miramiento alguno, sacan trapos, miserias, conmovedoras torpezas verbales, cursilerías epopéyicas y otras boberías para conmover al espectador. Para su desgracia (y la de los productos patrocinadores y anunciantes) estas efusiones, dado el nivel de nuestro deporte, sólo pueden celebrarse tres o cuatro veces al año. Por eso algunos locutores insisten en ampliar el festejo hasta los quintos o sextos lugares y en utilizar al máximo el talante lacrimoso de algunos deportistas sabedores de que, al perder, la televisión se olvidará de ellos y los anunciantes ya no se interesarán en sus servicios, pues proponer la compra de un par de tenis utilizando la figura de un señor que llegó en último lugar es muy poco “creativo”.

Algunos atletas se defienden muy bien de los paparazzi (verbales o con cámara) y protegen su intimidad con una actitud digna e inteligente. Ana Guevara, por ejemplo, nunca cayó en el juego sensiblero y no buscó excusas para justificar su fracaso. En una entrevista puso en su sitio a un “cómico” (cómo extrañamos al Loco Valdés y a los Polivoces. “Cualquiera tiempo pasado fue mejor”, decía don Jorge) bastante lelo, y resistió con entereza a los otros comicastros contratados por los monopolios en pugna (uno de ellos encontró un gag verbal clamorosamente ingenioso: decía “Astralia” en lugar de Australia. Corrió peligro de sufrir un derrame cerebral). En cambio el señor Alejandro Cárdenas fue víctima de todos los excesos lacrimógenos y su esperado fracaso fue convertido en un nuevo espectáculo consistente en demostrar que no se puede y que hay en esa impotencia un novísimo masoquismo nacional.

Como a todos los seres de este mundo me gusta la destreza física y entiendo que el gran espectáculo olímpico mantenga pendientes del televisor a millones de seres humanos. Querer que ganen los de nuestra tribu es normal y viene desde la época de las cavernas. Todo esto lo sabe la televisión buhonera y lo usa para ganar audiencias y hacer negocio. Vivimos en una sociedad capitalista y neoliberal y, por lo mismo, estamos en las manos de los comerciantes. Lo único que pedimos es que los medios electrónicos coloquen la crítica deportiva por encima de los chauvinismos que, a la postre, son desastrosos, pues exacerban la sensación de impotencia en la población. De esta manera nos permitirán gozar, sin la angustia de la inevitable derrota o del sentimiento de haber sido despojados sistemáticamente por jueces enemigos del Imperio Azteca, la belleza de los juegos olímpicos que, para nuestra desgracia, ya no son capaces de suspender las guerras y la violencia durante los días de su celebración. Será mejor así, pues nos producirá una equilibrada alegría enterarnos de nuestros modestísimos éxitos. Sabemos que los países ricos son los que mandan en las olimpiadas y somos conscientes de que nuestra desnutrición de siglos y la falta de seriedad del Comité Olímpico no nos permiten logros mayores. Gocemos, pues, los éxitos de los otros países pobretones y celebremos a los paisanos que, a pesar de tener poco apoyo, obtienen algún reconocimiento. No sé que opine usted, amigo lector, pero a mí me da vergüenza ajena escuchar a los familiares de los ganadores que hablan en los monopolios buhoneros, pues esto pertenece al zafio mundo de los talk shows dirigidos por pillastres como Rebeca de algo o la priísta desaforada de apellido funesto.

Al desasosiego de los locutores de los monopolios televisivos opongamos la actitud crítica necesaria para regresar al puro goce deportivo. Al chauvinismo, la vulgaridad comercial y la ignorancia irremediable de los equipos informativos, opongamos una actitud filosófica y una sana conciencia crítica. Tomando en cuenta nuestras carencias, la inseguridad casi patológica de nuestros atletas y la intolerable costumbre de crearles tensiones e inflarlos o ignorarlos totalmente de acuerdo con sus éxitos y sin tomar en cuenta sus esfuerzos, ocupemos nuestro modestísimo lugar y no pongamos el honor nacional en los “Nike” de unos atletas que ya hacen bastante participando en los juegos y enfrentando diariamente nuestra casi arqueológica propensión a la derrota. Además, seis medallas fueron muy buenas. Debemos felicitar a nuestros heroicos deportistas.
 
 

 
 
Hugo Gutiérrez Vega
 
 
 
 
 
 
 
 
ANTESALA
 
 
     

    ¿Becas? Es martes 31 de octubre por la noche cuando tecleo estas azarosas líneas y me repito a mí mismo: “Mí mismo, nada hay ya que me sorprenda o me llame a asombro.” Soy un hombre impávido. ¿Por qué fingir sorpresa ante la lista del Sistema Nacional de Creadores de Arte 2000? Busco el significado de la palabra “beca” pensando que a lo mejor algo se me escapa, una vuelta de tuerca insospechada, un giro lingüístico imprevisto, alguna rareza paradójica que no he detectado a lo largo de ¿cuántos?, ¿diez años?, viendo cómo se ha ido desgastando y deteriorando la calidad de vida literaria en la antes no tan poblada República de las Letras nacional.

    El eterno Larousse. “Beca. 3. Ayuda económica que percibe un estudiante, investigador o artista para cursar sus estudios, realizar sus obras, etcétera.” El que esto teclea, así como muchísimos(as) otros(as) más, me imagino, entienden por beca esto que acabo de transcribir. Sin embargo, el primer significado que aparece en el diccionario enciclopédico Larousse 2000 podría ser el que realmente le dan los funcionarios que se van sin terminar de irse y los escritores que dictaminan porque ya no tienen nada que escribir. “Beca. Insignia que usan los colegiales.” Claro, para identificarse entre ellos, para identificar que pertenecen a la misma escuela aunque no vayan a la misma clase. O, mejor, para saber que comparten la misma clase, así, a secas.

    La crema y la nata. Esta lista, como las anteriores, como la primera, donde dos grupos identificados por los nombres de sus revistas se repartieron el pastel: primero cinco y cinco, pero como una se aferraba a negociar un sexto, terminaron por ser doce el total de becas; esta lista, repito, parece ser el fin de la mentalidad priísta en su forma más decantada. Salvo honrosísimas excepciones, los y las seleccionada(o)s pertenecen a la crème de la crème de la burocracia priísta y/o gobiernista (pasando, but of course, por la UNAM). Aquí sí hubo bono sexenal. Me pregunto, me preguntan, ¿no será tiempo ya de redefinir y actuar de acuerdo con criterios democráticos (es decir, iguales para todos) de selección? Ojo: no digo que se premie democráticamente (esto sería una aberración) sino que los criterios sean democráticos, y no amañados, clientelistas, caprichosos. Miro la lista y me parece ver tras ella, como un espejismo afiebrado, ratones locos, mapaches agazapados, urnas embarazadas, caídas de sistema, acarreados…

    Cuando el futuro nos alcance. No soy tan inocente para pensar que las próximas becas, si las hay, serán mejores o más justas (quizás llegó la hora de los lobos con piel de oveja, de los obispos decretando lo que es bueno para la familia mexicana en cuestión de arte; quizá llegó el tiempo del realismo providista y los artistas tecos, los músicos cristeros y los investigadores guadalupanos), pero al menos es mi deber ciudadano exigir (¿soñar?) que suceda.

     
    Mi altar de muertos. Por fin le llegó el día a este antesalista de entender por qué existe un día de muertos, de santos difuntos, y por qué hay que agradecerlo. He llegado a la edad en que debo considerarme un sobreviviente. Pertenezco a la era de la autodestrucción y las plagas bíblicas, de la soledad de las drogas prohibidas y el flagelo de las aceptadas. Mi generación creció esperando sacrificarse por algo grande y heroico, cualquier cosa antes que crecer, madurar y aceptar responsabilidades. Los que hemos llegado, no digamos vivos, sino al menos caminando por nuestro propio pie, dejamos atrás una cauda de amigos caídos. Vaya para ellos una ofrenda de licor (que ya no puedo ingerir) y de comida (que cada vez me resulta más dañina). Apenas acaba de pasar el aniversario luctuoso número seis de Álvaro Quijano, amiguísimo poeta que cayó a los 39 de su edad. Antes, el pintor y escenógrafo Cleomenes Stamatiades, el xalapeño ilustre Pelón Bautista, el actor minúsculo Cobitos, más otros conocidos de mis años mozos en Xalapa; después, Tony Graham, mi jefe en Publicaciones de la SEP; Santiago Ramírez Castañeda, hermano de mi entrañable amiga Elisa. Vaya también un recuerdo especial (donde quiera que esté) para mi tía-madre Carlota Tort Esponda. Al hacer este recuerdo contemplo, con azoro y placer, que las mujeres que me han sido cercanas gozan de cabal salud y obcecada resistencia a partir al Más-Allá.

     

    Hay de abortos a abortos. Ya está en línea la nueva edición de la revista virtual ¿Cómo cambiar el mundo?, en el sitio www.francia.org.mx/debates/. No se la recomiendo nomás porque sí. En este portal de la Web podrá usted encontrar este mes el espinoso asunto de la despenalización del aborto en México y en Francia. Bueno, en este último la discusión ya no es por la despenalización sino por la extensión del periodo de diez a doce semanas para abortar legalmente y evitar que cinco mil mujeres francesas vayan a Suiza cada año, en lo que se conoce popularmente como “turismo abortivo”. Sobre México tiene la palabra la ex diputada y actual presidenta de la Comisión de Equidad y Género de CEN del PRD, Martha Lucía Micher, quien hace un recuento de la batalla que sostuvieron en la pasada legislatura en Guanajuato y explica por qué no van a pedir la despenalización del aborto en México. En la sección de cultura de ¿Cómo…?, Víctor Ugalde cuenta una de vaqueros: qué se ganó, qué se perdió y qué hace falta en la nueva Ley de Cinematografía. Órale.

CarlosGarcía-Tort