La Jornada Semanal, 29 de octubre del 2000  
 
Cuatro poetas eslovacos
 
 
 
Cuatro poetas eslovacos, cuatro voces de un país antiguo y modernísimo, cuatro escritores preocupados por la independencia y la reorganización sociopolítica de su patria; cuatro pensadores que se comprometen con la palabra poética. Eso son Richter, Rufus, Vadkerti-Gavornikova y Feldek. Richter dedica su poema al utopista Dubcek, Rufus redescubre las cosas pequeñas de la naturaleza, Lydia nos habla del viento y las palabras y Feldek navega por su Orava, mira a los ángeles que juegan con bolas de nieve mientras Juan Trueno, borrachito politizado, es perseguido por las brujas y por la policía política.
 
 
 
Sueño del hombre que salta al agua
Milan Richter
Para Alexander Dubcek
  Una de mis hijas de repente ha crecido, tiene veinte años
como yo (de repente me he quitado otros tantos de encima),
está sentada conmigo al borde de la alberca,
nos mojamos los pies...
            "¿Quién es ese señor de nariz larga,
por qué todo el tiempo lo fotografían?
¿Y por qué sólo salta él?"

El hombre saltó y llegó hasta nosotros,
nos salpicó el agua y como si fuera
agua de vida, todo en torno revivió:
por todas partes, sentada en las mesas
y en las toallas, la gente discute,
veo caras conocidas, pero son muy jóvenes,
también mis enemigos están rejuvenecidos
y en su aplauso el hombre que salta
podría bañarse...

            "¡Por Dios, papi, ayúdale!",
oigo decir a mi hija. Veo al hombre que salta
debajo del agua, trata de salir,
pero la superficie ondulada es ahora un vidrio liso,
lo golpea con los puños, grita,
no se oye, nadie le ayuda,
la gente en torno a nosotros ha desaparecido
o está de repente envejecida
y pone cara de no ver nada,
los que se mojan los pies en la piscina
están sujetos al vidrio,
también mi hija y yo estamos metidos en él,
el hombre que salta, ese señor de nariz larga,
da golpes al vidrio, cada vez más
y más débilmente,
y todo el tiempo nos mira,
no se mueve, pero todo el tiempo
nos mira...
a mí, que envejezco en el crepúsculo que aumenta,
a mi hija, que pierde años, se hace pequeña y desaparece...

Y luego, por largo tiempo, nada,
sólo el crepúsculo gris, el vidrio gris y
en él, cristalizados, cientos de pies
y de cabezas...

Y el trampolín que aún oscila.

Versión de Alejandro Hermida
 
El árbol de la vida
Milan Rufus

 

¡Cuántas cosas tan diversas hay en el mundo!
Y todas ellas verdaderas maravillas.

¿Por qué las aves cuando cantan
levantan el pico hacia el cielo? ¿Por qué?
¿Quién lo sabe?

Así cantan siempre,
en verano, primavera y otoño.
En el árbol donde se albergan.

¿Acaso adivinaron de quién es su canción?
¿Y para quién es nos dirán algún día?

 
Versión de Vladimír Oleríny, Miroslav Lenghardt
y Justo Jorge Padrón
 
Creo en las palabras
Lydia Vadkerti-Gavornikova

 

Creo en las palabras
perdidas en el viento
se transforman igual que
el vapor–
en lluvia las importantes
en nieve las livianas

Porque este año
acaso hemos dicho demasiadas cosas
sin ton ni son
ya que cayó tanta nieve

Pero el tronar amenazador por encima de nuestras cabezas
y el retumbar oscuro bajo las ventanas
causó hasta ahora sólo un deshielo
soltando de los techos
pequeños aludes.

Versión de V. Oleríny, M. Lenghardt, J.J. Padrón
 
Luna de madera
Lubomír Feldek

 

Se ahogó en el Orava Juan Luna
cuando a través del río hendido
regresaba desde la taberna a su casa.

Pero ¿qué cielo sería el del Orava
si tuviera que quedarse sin luna?

Tallaron pues los oraveños otra
de madera de abeto.

Cuatro hombres la pusieron en el cielo,
Allí encontraron a los ángeles de alas blancas–
No descendieron nunca del cielo a la tierra.

Abandonaron a cuatro mujeres en la tierra
y con ellas también a sus treinta y siete hijos.

Cuando hacen el amor con los ángeles en el cielo
sus hijos le lanzan bolas de nieve al claro de luna.

En invierno, en verano nieva en Orava
de día, de noche allí brilla la luna de madera.

 
La muerte como un trueno
  Juan Trueno sentado en la taberna, no tiene fuerzas para levantarse del vino.
Y en la pared del local el abrigo se inclina hacia su copa,
Desde el perchero el abrigo se inclina hacia su copa,
se le abre el cuello –¡dame un sorbo al menos!

Su sombra bebe por motivos políticos.
Ya estuvo en chirona varias veces –no enmendarás con nada a esa sombra .
La última vez fue por ofensa al Jefe del Estado.
Les gusta denunciarle –así se quitan de encima
a un alborotador.

  Y su abrigo bebe porque las brujas desnudas
cerca revolotean con sus escobas, y siente la comezón de poseerlas.
Ya cien veces gritó "¡Te atrapé!" –pero es como un hechizo.
Siempre pesca con la manga sólo una vara de la escoba.

Y Juan Trueno –sólo tiene vino en la cabeza.
¿Hay cabezas del Estado? ¿Brujas? Él no se da cuenta.
Apura su copa. Se desploma bajo la mesa. Oh, ¡qué gran trueno!

...Un año después las moscas del vino todavía rondan
sobre su tumba.

 
Versiones de V. Oleríny, M. Lenghardt y J.J. Padrón