La Jornada Semanal, 22 de octubre del 2000  
 
Odysseas Elytis
 el cielo en la tierra
Pedir lo imposible
 
 
Odysseas Elytis, el gran poeta lírico, soñó su utopía, cumpliendo así sus obligaciones neoplatónicas. En este fragmento de su libro Lo público y lo privado, el poeta pide lo imposible: “Que de vez en cuando la sesión del Parlamento adquiriera los alcances que adquiere una lágrima cuando refracta todas las miserias y permanece brillando como una sortija.” Su utopía es luminosa: “medir la importancia de los pueblos no por el número de cabezas de que disponen para el matadero, como sucede en nuestros días, sino por cuánta nobleza producen incluso bajo las condiciones más brutales
 
 
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Ahora el trino de los pájaros que escuchaba en la madrugada debe haber llegado lejos, moverse a veces aquí y otras allá, e hilvanar los pedacitos de la realidad, que a eso la hemos reducido. Para que puedan los dioses leer lo que ocurre aquí. En las mesas a mi lado los lugareños se han sumido en la lectura de los diarios que acaba de traer el avión del mediodía. Gente misteriosa. Los conozco hace años, los observo, los estudio como a animales de laboratorio. En sus relaciones sociales, las familiares, pero también en las profesionales, se comportan con una franqueza y una nobleza de alma que revelan yacimientos de oro en su suelo ancestral.

Su juicio es puro cuchillo. Corta las cosas en buenas y malas, blancas y negras, como nos lo enseñó nuestra madre. Pero apenas se involucran con las consignas que les ofrecen a su manera dolosa los partidos políticos, se pierde esa claridad. Tanto lo uno como lo otro todo es bueno, si se encuentra de nuestro lado; y todo es malo si se encuentra del otro. No hay otra manera de separarlos. Tampoco ningún bioquímico u oftalmólogo podría explicarnos cómo es posible que cosas tan dispares adquieran de pronto el mismo color y enturbien el mismo cerebro. Y lo mejor es que en última instancia los platos rotos los pagas tú, que eres de los de afuera.

Apenas te atreves a sacar uno de los valores que crees que satisfacen tu amor propio nacional, y ves surgir con él un montón de gente de la bolsa de valores que sube y baja del infierno como por su casa. No osas tocar uno de los valores que satisfacen tu sentimiento de justicia social, y te encuentras “haciendo una marcha” con una chusma que no tiene pensamiento propio, pero que lo espera de su dirigente.

Sin embargo, así, nuestra alma se ve obligada a fluir en dos líneas que nos es imposible hacer paralelas. El descarrilamiento es inevitable. ¡Dios mío! ¡Y yo que soñaba que otro tipo de líneas se hicieran paralelas, que aspiraba a las coordenadas del cuerpo desnudo y de la justicia, del vigor y la santidad, de lo virginal y lo voluptuoso! Que quería que en el santuario de cada particular primero se santificara lo “público”, y sólo así se hiciera norma de vida para todos, con el mismo carácter y la misma fuerza.

¿Utopía? Puede ser, ¿por qué no? Entre las otras, esta es también una interpretación, sólo que tiene menores posibilidades. Y después se acusa a los poetas de que no tienen la fuerza para hacer frente a la realidad, de que no hacen nada y sólo sueñan. Hacen bien. Para concebir cosas delicadas, y sobre todo verlas por el revés, es necesario que seas severo. ¿O acaso la naturaleza no ha mostrado ser siempre indiferente y severa en nuestras desgracias? Pero, ¿lo es? ¿O pide lo imposible? ¿Cumplir su cometido sin dejarse perturbar por las palpitaciones de nuestro corazón? Eso es. Lo sentí con fuerza en la guerra, durante la retirada del ’411, en el esplendor de la primavera, cuando me zambullía al pie de arboledas en flor para cubrirme de los aviones alemanes. Con la mejilla en la tierra húmeda pedía ayuda, compasión, protección; que aquellas ramitas en botón me murmuraran unas palabras de consuelo. Nada. Lo único que buscaban era sugerirme lo “eterno” que habían sido llamadas a representar.

Así el poeta. Severo. Y que pida lo imposible.

¡Oh! que pudieran, digamos, incluso los estados organizados conformar una vida pública con leyes como las que rigen al individuo. Que iluminara el alma en lo público, y que una orden del Ministerio de Salud enviara a las plantas de tratamiento de desechos todas las bicocas de los intereses creados para que salieran siquiera algunos gramos de belleza. Que de vez en cuando la sesión del Parlamento adquiriera los alcances que adquiere una lágrima cuando refracta todas las miserias y permanece brillando como una sortija.

En pocas palabras, que pudieran medir también la importancia de los pueblos no por el número de cabezas de que disponen para el matadero, como sucede en nuestros días, sino por cuánta nobleza producen incluso bajo las condiciones más brutales y adversas, como nuestro pueblo en los años de la dominación turca2, cuando la más pequeña camisa bordada, el calzón más barato, la iglesita más humilde, el iconostasio, la jarra, la colcha, todo exhalaba una realeza en algo superior a la de los Ludovico.

¿Qué detuvo aquellos movimientos del alma que lograron llegar hasta las comunidades? ¿Quién obstruyó una virtud como ésa, que un día podía conducirnos a un régimen peculiar cortado a la medida del país? Donde el sentido común coincidiera con el de los mejores. ¿Qué ocurrió con la naturaleza que adivinamos pero no vemos? ¿Del viento que escuchamos pero no respiramos?

Me he cansado de decirlo. Quisiera ya no tener nada que decir, pero cómo, si siento que todavía estoy lleno, cargado de toneladas de vientos, costales de julios, canastas de flores... Los morados se derraman. Los oscuros me cortan los codos. Muchos colores tierra humedecen mi ropa. Otros, más suaves, se vuelven galerías, aldabas, puentecillos, cúpulas. Es necesario que me descargue. Pero ¿cómo, si ya se han vuelto elementos de mi organismo?

Apenas los descargue, me extingo.

Nota: Tercer capítulo de Lo público y lo privado de Odysseas Elytis. Traducción realizada gracias al apoyo del Conaculta y el Fonca (1999-2000).

1 Elytis luchó en la frontera de Albania contra el ejército invasor italiano en 1940. El ejército griego logró rechazar a los fascistas, lo que generó la decisión de Hitler de emprender la invasión y ocupación de Grecia (1941-1944).

2 De 1453 a 1821.

Traducción de Francisco Torres Córdova