La Jornada Semanal, 15 de octubre del 2000

 
 
Germaine Gómez Haro
 
Javier Arévalo:
“Solas las cosas van diciendo”
 

En la sala de exposiciones del Centro Médico Nacional Siglo XXI se presenta la exhibición "Solas las cosas van diciendo" del artista Javier Arévalo (Guadalajara, 1937), que incluye más de un centenar de obras de las últimas tres décadas, en su mayoría acuarelas sobre papel, así como algunas pinturas y esculturas en madera y bronce. Conocí el trabajo de Arévalo hace diez años en su gran exposición retrospectiva en el Museo del Palacio de Bellas Artes, y en esa ocasión me sorprendió muy favorablemente. A partir de entonces, casi no se ha visto su trabajo en el DF, salvo algunas pinturas que de repente salen a la venta y su participación esporádica en muestras colectivas en la Galería López Quiroga. Viajero incansable, Arévalo ha trabajado en periodos intermitentes en varias regiones de Oaxaca, donde también ha expuesto en diferentes galerías. Por estos motivos me pareció importante y oportuna la organización de una amplia muestra como la presente, aunque, en mi opinión, contrariamente a lo que esperaba, el resultado es más bien decepcionante.

Comencemos por hablar de este espacio de exhibición. Por tratarse de un lugar público con una impresionante afluencia de gente de diferentes estratos sociales –entre las miles de personas que entran y salen del Centro Médico, me ha tocado ver un número considerable de visitantes en la galería–, este es un espacio atractivo para quien tiene interés en captar a un público amplio y heterogéneo, a todas luces distinto al que regularmente visita las galerías comerciales y los museos. Sus extensas salas laberínticas divididas en tres niveles resultan un auténtico reto para la conformación de una museografía coherente; no obstante, los organizadores parecen poco conscientes de esta limitación y no hacen nada por resolverla, sino más bien se lanzan a presentar exposiciones por demás ambiciosas que, lamentablemente, han resultado caóticas. Recordemos las macro exhibiciones de plástica contemporánea de Oaxaca y de Zacatecas que fueron ampliamente reseñadas y criticadas por su delirio de grandeza y absoluta falta de criterio curatorial. En esta ocasión ha sucedido algo similar: en vez de resaltar el trabajo del maestro Arévalo que, en mi opinión, ha tenido reconocibles aciertos en diferentes momentos de su quehacer artístico, se hizo una paupérrima selección de obras de mediana calidad que no convencen ni al espectador más ingenuo y menos exigente. Resulta incomprensible: habiendo excelentes obras del artista tapatío, bellas y propositivas, ¿por qué no recurrir a ellas? Del centenar de piezas exhibidas, yo rescataría menos de una decena.

Javier Arévalo tiene un currículum bien nutrido en cuanto a su formación artística, su participación en exhibiciones individuales y colectivas en México y en el extranjero, y su experiencia docente en la Escuela de Bellas Artes de Morelia, en la Academia de San Carlos y en La Esmeralda (1978-1984). En esta última formó a muchos de los artistas contemporáneos más exitosos de nuestros días, como Roberto Parodi, Sergio Hernández, Germán Venegas y la oaxaqueña Laura Hernández, quien fue su discípula más cercana y después su pareja durante algunos años. El maestro tuvo una fuerte incidencia en esta magnífica pintora, y si bien se encargó de guiarla y formarla, también la impulsó a volar sola, cosa que la talentosa oaxaqueña consiguió con fortuna en cuanto logró trascender su influencia.

De su sólida formación en el dibujo se deriva la destreza del tapatío en el trabajo sobre papel, particularmente palpable en sus acuarelas que alcanzan una óptima calidad. Su gusto por la acuarela me remite a los oaxaqueños, quienes trabajan mucho esta técnica y se han revelado magníficos exponentes. Tengo la impresión de que el paso de Arévalo por la ciudad de Oaxaca ha dejado huella en algunos artistas jóvenes; en particular encuentro cierto eco en el trabajo temprano de Guillermo Pacheco. En sus acuarelas, Arévalo hace alarde de su espíritu lúdico con gracia y humor en composiciones muy libres y de excelente factura. Por desgracia, en esta muestra contamos con pocos ejemplos relevantes –"Ocumichu de noche", "El caballo de Esteban", "Corazón, corazón", "Eva y el árbol"– que se pierden entre la vorágine de interminables y repetitivas variaciones de "cabezas de cabeza" que casi provocan indigestión. También extrañé más pinturas sobre tela; se incluyeron unos cuantos lienzos poco espectaculares, en relación con otros cuadros que he visto anteriormente y que recuerdo con agrado. Finalmente, considero que de plano la escultura no es su fuerte. Ni formal ni técnicamente encuentro propositivos sus bronces y, algo nunca antes visto, las mismas piezas se repiten en dos diferentes secciones de la exposición, lo que me incita a suponer que fue un recurso para "llenar" el espacio... Para terminar, sugiero a los organizadores que incluyan las fechas de las obras en sus fichas técnicas para facilitar la lectura cronológica del trabajo a los espectadores quisquillosos como esta servidora.

Desconozco qué tanto participó el maestro Arévalo en el guión museográfico y curatorial de esta exhibición pero, a mi parecer, no le hicieron un gran favor: existe obra de Arévalo que supera por mucho lo que se incluye en esta vasta muestra. Conviene volver a una vieja pregunta: ¿por qué no presentar pocas piezas seleccionadas con más rigor? La consigna no falla: definitivamente menos es más.

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