La Jornada Semanal, 1 de octubre del 2000 
 
Sandro Magíster
 
El imposible mea culpa del papa Wojtyla
 
Nuestro especialista en la Corte Vaticana, Sandro Magíster, nos habla de los grandes olvidos en las listas de perdones formuladas recientemente por el Papa. Se trata de los sacerdotes que abandonaron el hábito, pero han manifestado su voluntad de permanecer dentro de la Iglesia católica. Destaca Magíster la lucha de Reinhold Stecher, obispo emérito de Innsbruck, por defender a los ex sacerdotes de su diócesis. “Desde años no se permite otorgar la paz del alma a un cura casado. Su condición es peor que la de un asesino”, afirma el obispo austriaco que pide a Roma repasar sus nociones de misericordia.
 
 
 
Juan Pablo II se da golpes de pecho por todos. Pero no por los cien mil sacerdotes que en los últimos treinta años han abandonado el hábito o se han visto obligados a abandonarlo, o a quienes todavía se les hostiga. La misma actitud mantiene frente al modernismo teológico, cuyos mayores representantes (Loisy, Burri, Bonajuti) fueron perseguidos, e incluso excomulgados, como Loisy.

El Papa pide perdón a todos: judíos, brujas, heréticos, cismáticos. En el Corriere della Sera, Ernesto Galli della Loggia le reprocha haber olvidado un mea culpa por los católicos modernistas de principios del siglo xx, que de hecho fueron duramente perseguidos por la Iglesia. Excepcionalmente, el papa Karol Wojtyla hizo algo por ellos: beatificó a uno de sus campeones, el cardenal de Milán Andrea Ferrari, a quien el Papa de la época, Pío X, no dejó de atormentar juzgándolo un “semillero de modernismo”.

Sin embargo, hay una categoría de víctimas de la iglesia a las que Juan Pablo II no quiere dar ni pedir perdón. Son los sacerdotes que abandonaron el hábito. Su predecesor Pablo VI los había tenido cerca del corazón: concedía rápidamente dispensa del celibato autorizándolos a casarse dentro de la Iglesia, en secreto se acercaba a ellos, los ayudaba en las dificultades (inclusive dio una suma al enemigo de la Iglesia Carlo Falconi, el vaticanista del Espresso en los años sesenta). Karol Wojtyla hace todo lo contrario. Apenas llegó a la silla de San Pedro, volvió una quimera la dispensa: cuando menos diez, doce años de espera, que a menudo concluyen en una negativa. Con el Papa actual, para el ex sacerdote sólo queda una manera para obtener un camino veloz al matrimonio: decir una mentira. Basta con que escriba que cuando tomó las órdenes estaba bajo presión o que sufría enfermedades psíquicas, para que el asunto se resuelva. En este caso, El Vaticano reconoce que su ordenación es inválida y el sacerdote se ve libre de continuar su nueva vida en paz con la Iglesia.

Sin embargo, de los alrededor de 100 mil curas católicos de todo el mundo que en los últimos treinta años han abandonado el estado sacerdotal, la mayoría no quiere plegarse a una mentira, a costa de quedar expuesta al bando y sin matrimonio religioso. Juan Pablo II lo sabe, pero se mantiene firme. En sus veintidós años de reinado muy pocos son los secularizados que ha querido perdonar. Uno de ellos es Giovanni Gennari, hoy periodista de la Rei, bajo el nombre de Rosso Malpello, escritor de una mordaz rúbrica cotidiana en Avvenire, el periódico de los obispos. En reconocimiento de la acción generosa del Papa escribió un artículo en un número de Jesús, el mensuario de los paulinos.

En cambio, ninguna gracia está a la vista para el último de los ex sacerdotes: Ezio Colombo, de setenta años, que fue cura hasta marzo del 2000 en la pequeña aldea de Fabio, en la diócesis de Prato, amigo e imitador del célebre don Lorenzo Milani y de su escuela de Barbiana. Colombo se fugó con una mujer de treinta años, divorciada y madre de dos niños, y escribió a un par de diarios: “Abandono la empresa a la que dediqué cincuenta años de mi vida.” De él, su obispo Gastone Simone continúa hablando bien: “Me siento como un padre que no logró detener en casa a un hijo tan juicioso.” Pero se sabe que en El Vaticano el réprobo no logrará misericordia, y no por culpa de los burócratas de la Curia.

Reinhold Stecher, austriaco y obispo emérito de Innsbruck, defiende inútilmente la causa de los ex sacerdotes de su diócesis, comprobando que “la responsabilidad de este estado de cosas es del Papa en persona” y no de la curia, a la que considera mucho más humana. Estaba tan escandalizado que tomó la pluma y el papel para denunciar públicamente: “Como sacerdote y obispo escuché algo así como cuarenta mil confesiones. Absolví a adúlteros, apóstatas, persecutores de la Iglesia, ladrones e inclusive a asesinos. Pero desde hace años no se me permite otorgar la paz del alma a un cura casado. Su condición es peor que la de un asesino.”

Sin embargo, recuerda Stecher, “Jesús dijo que ‘quien no perdona no será perdonado’. Entonces, ¿cómo no quedar aterrorizados por estas palabras del Juez del mundo, si el Papa muere sin haber contestado antes a demandas y súplicas de reconciliación? ¿O cree tal vez que las decisiones de la Iglesia no están supeditadas a las enseñanzas de Jesús?”

El obispo Stecher hizo pública su acta de acusación de 1998. Desde entonces muchos ex sacerdotes le han escrito; entre ellos un italiano: “Espero la dispensa desde hace trece años y mientras tanto, apurado por la necesidad, busqué obtener un cargo de sacristán. Me lo negaron porque no estoy casado por la iglesia.” Desde El Vaticano sólo llega silencio, incluso en el año del Jubileo del perdón. Stecher comenta: “Con estos suyos a los que no ha concedido clemencia, Roma ha perdido el rostro de la misericordia y asumido el del dominio ostentoso y duro. Ningún lujo en la celebración milenaria y ningún discurso grandilocuente, podrán borrar este pecado.”

Traducción de Annunziata Rossi