La Jornada Semanal, 24 de septiembre del 2000
 
Carlos Monsiváis
 
Discurso de Puebla
(pensar bien para vivir mejor)
 
La Universidad Autónoma de Puebla nombró recientemente Doctor Honoris Causa al ya varias veces doctorado, Carlos Monsiváis, colaborador y amigo de este humilde suplemento. Sin duda que es merecedor del título, pues, en su tiempo, apoyó con decisión y talento a una universidad sitiada por la furia ultramontana y por los gorilas de un gobierno estatal que conservaba todas las mañas y crueldades maximínicas y diazordácicas. En este discurso, el doctor novísimo recuerda al señor arzobispo Márquez y Toriz, quien se quejaba de la "lamentable debilidad de Trento" y que, entre otras muchas gracias, fundó al MURO, grupo de gorilas bautizados que asolaron la vida universitaria de nuestro país.

Agradecer una distinción es, en mi caso, reconocer mi alegría y, también, mi desconcierto ante lo inmerecido. Por eso, refrendo con celeridad mi gratitud y así evito cualquier posible arrepentimiento de la Universidad Autónoma de Puebla o, menos sintéticamente, uap.

Es ya largo mi trato con esta institución. Vine por vez primera el 14 de junio de 1961, en medio de una campaña muy enconada en contra de la uap, de lema un tanto ideológico: "Cristianismo sí, comunismo no." La revista Política, dirigida por Manuel Marcué Pardiñas, me envió a cubrir el acto con que culminaba la secuela de acciones "antisubversivas", la misa y el sermón tonitronante a cargo del arzobispo de Puebla monseñor Octaviano Márquez y Toriz. Aún no circulaban las tesis de la Teología de la Liberación, que a posteriori sospecho no le hubiesen agradado a esta feligresía, y el clero tendía a ver en cualquier hecho del laicismo la conjura de moros con tridente. De ahí la intensidad de los ataques a la uap y a todo lo vinculado al México posfeudal. Sobre la concentración del 14 de junio, he leído un dato que no me persuade: acudieron cien mil personas. Mi memoria visual registra muchas menos, dicho sea esto sin alabar mi precisión estadística ni menospreciar aquella capacidad de convocatoria. Quizás, y esta es otra hipótesis, uno tiende a disminuir el número de sus antagonistas, a semejanza de los candidatos que patrocinan encuestas a su favor para no desmayar durante la campaña... Resumo: sin ser cien mil la catedral de Puebla desbordaba fieles y en el atrio los campesinos bailaban y se ideologizaban a los acordes de una canción infantil con letra nueva: "Cristianismo, cristianismo, cristianismo sí; comunismo, comunismo, comunismo no."

Ya sabía algo del conflicto entre la uap y la derecha. Los ángeles del chaco y los palos (así les digo para unir su fe con sus procedimientos) tras agredir con furia a un grupo de estudiantes de la uap, acusaban a las víctimas de persuadir sin tregua al pueblo mexicano. La ciudad se colmaba de exigencias de exterminio. Pasmado, oí los cánticos y los gritos. Y de pronto la voz de monseñor Márquez y Toriz:

ƑCreéis que vuestro arzobispo os engaña?

Me disponía a gritar "¡Nooo!" para no faltar a las reglas de hospitalidad, cuando la muchedumbre se me adelantó. Y, según mis notas, el arzobispo explicó que no se trataba de un mitin político ni se atacaba a nadie. Menos mal. Pensé entonces, con lucidez asistida por un artículo a mi disposición, que la virulencia del acto también dependía de la reacción fundamentalista contra el (muy anticomunista) presidente Adolfo López Mateos por aprobar los libros de texto gratuito, y por su declaración de extravío geometrizante: "Mi gobierno es de extrema izquierda dentro de la Constitución."

A la hipótesis anterior la apuntalaba un hecho: la izquierda comunista en la uap era arrojada, valiente, muy doctrinaria, pero ni su número ni su capacidad organizativa, sea esto dicho con tanto respeto, le significaban problema alguno a las instituciones terrenas o ultraterrenas. De la catedral me fui al edificio Carolino por calles solitarias, sin radios prendidos, sin niños que jugaran. La tensión inequívoca era para mí indescifrable. En el Carolino había tal vez veinte estudiantes y dos o tres autoridades de la uap. Los sentí animosos, lo que los volvía admirables sin multiplicarlos. Hablamos –algo de esto retuve en mis notas– del tradicionalismo poblano, de los riesgos para una apertura educativa, de la cercanía con la fortaleza conservadora. Me hablaron de un grupo de señoras que se persignaban al pasar frente a la universidad, y yo recordé la antigua costumbre provinciana, la de las beatas que, para no herir el pudor, en vez de anunciar la ida al baño, decían nada más: "Voy a ver a Juárez."

Después, en Tonanzintla, vi a un hombre muy admirado por mis amigos Fernando Benítez y Guillermo Haro: el científico Luis Rivera Terrazas, una excentricidad en la entonces llamada –muy peyorativamente– provincia. En vez de coleccionar Talavera, o encontrar vocablos que ignoraba incluso don Artemio de Valle Arizpe, don Luis era comunista, algo sin contextos inteligibles para una sociedad que no creía en la lucha de clases, calificaba a la Unión Soviética de un horror (se quedaban cortos), y se estremecía ante lo "antimexicano" (todo lo que no eran). El ingeniero Rivera Terrazas me resultó lo opuesto a los comunistas que conocía, que abominaban del idioma porque le sobraban palabras (si ya se tienen revolución, materialismo histórico y proletariado, ¿quién necesita de estípite o connubio?), y que a pesar de la generosidad de sus intenciones primeras, vivían disminuidos por el sectarismo. Don Luis me simpatizó enormemente pero, así son los reflejos condicionados, en algo me decepcionó porque no se refirió una sola vez al "Poema pedagógico" o al renegado Kautsky, señas entonces del paso por la militancia.

¡Ah, los recuerdos! Lo que me consuela es sentir que los años no se pierden, simplemente se almacenan.

* * *

Evoco sin mayor precisión un cúmulo de visitas a la uap entre 1972 y 1975. La primera vez me invitó Joel Arriaga, al que había conocido fugazmente en 1968. Arriaga fue a mi casa, me contó del proyecto de Universidad Pueblo y me animó a dar una conferencia sobre literatura mexicana, o eso quiere creer mi gremialismo. El ambiente de la uap era ya muy distinto al de 1961, la época –por lo menos en su dimensión verbal– estaba a favor de la militancia y los jóvenes utilizaban sin cesar los adjetivos "crítica, democrática y popular", aplicados a su Casa de Estudios. Con todo, su radicalismo no me pareció tan extremo como el que percibí en universidades sin un cerco tradicionalista tan acentuado, Guerrero y Sinaloa digamos, que no vivieron la exasperación ultramontana ni una tragedia como la de los excursionistas de San Miguel Canoa, los trabajadores de la uap asesinados junto al campesino que los albergó, por el fanatismo de la comunidad y de su guía, el cura Enrique Meza Pérez, tan protegido por las autoridades eclesiásticas.

No sitúo con claridad la fecha, pero no invento las sensaciones atmosféricas. Un día Arriaga me pidió acudir a un acto de intelectuales en defensa de la uap, acosada y a punto de ser víctima de un asalto. En retrospectiva, me sorprende mi confianza en que nada iba a pasar. Acudieron también otros amigos, entre ellos Carlos Pereyra, Rolando Cordera, Hugo Gutiérrez Vega, David Huerta, Jorge Medina Viedas. En las intervenciones, no muy breves, se subrayó la solidaridad, qué más se podía hacer. Los de la uap parecían decididos, nada lúgubres, más convencidos del ejercicio de sus libertades que de su ideología. Luego, a la salida, las autoridades nos pidieron que saliéramos rápido. No fuera a ser. Eso ofendió mi coraje, pero satisfizo mi instinto de sobrevivencia.

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Según creí notar, Arriaga era austero, no muy dado a las expansiones, convencido de su causa. Era un militante de inspiración bolchevique, sin ser estalinista, lo que en rigor eliminaba la inspiración bolchevique. En breves visitas o en conversaciones telefónicas, me tuvo al tanto de la uap, y del rector Sergio Flores, el primer rector comunista del sistema universitario, y de las amenazas de la derecha, muy afirmada en su diazordacismo pétreo y su alianza con el gobierno. Al enterarme del asesinato de Arriaga, supe en el acto quiénes habían sido, no sus nombres ni los motivos muy específicos, pero sí su ubicación social, su perfil ideológico, su odio a lo distinto. Como hoy se diría, era el país homogéneo y monopolítico que abominaba del país diverso.

La muerte de Joel Arriaga me deprimió considerablemente. Eran tiempos en que la lucha por la democracia pasaba por el enfrentamiento con el determinismo impulsado por las instituciones y las creencias íntimas. "Nada se puede hacer/ El Sistema es todopoderoso/ A los autores intelectuales de los asesinatos nunca se les castiga." A lo más a lo que se llegaba era a musitar: "Ni autores ni intelectuales, simplemente criminales." Escribimos artículos exasperados, firmamos desplegados, ritualizamos la protesta, pero todo bajo la impresión asfixiante de la inutilidad de lo que haciamos. Según el criterio prevaleciente, los mártires ni siquiera nutrían la memoria histórica, eran las señales de la impotencia de las generaciones disidentes.

* * *

Intermedio para reproducir el texto de un volante que copié de una pared del zócalo de Puebla.

LUIS RIVERA TERRAZAS.
Enemigo del pueblo.
Se busca.
DELITOS:
COMUNISTA: Autor de conjuras
contra el pueblo desde hace años.
SAQUEADOR: Envía malos estudiantes
a sabotear puestos misceláneas, etc.,
para pagar así su apoyo incondicional.
EXPLOTADOR. De menores,
utiliza a su yerno, el químico Sergio Flores en el puesto de Rector.
ASESINO. Intelectual de acciones estudiantiles en diferentes conflictos
que él ha dirigido e inspirado.
TRAFICANTE. Ha convertido al Carolino en un gigantesco burdel cuyas aulas sirven de hotel y fumadero de homosexuales y drogadictos. En aras de su locura dialéctica varios de nuestros compañeros se han convertido en pistoleros.
Y han matado contra su patria.
SIMULADOR: Se esconde detrás de sus muñecos: Valerdi, Ornelas, Vélez Pliego
y Joel Arriaga de la UAP.
COMUNISTA. Odias al ejército de nuestro país porque sirves a tu madre adoptiva:
la URSS y los gorilas asesinos
Breshnev y Kosygin.
¡¡LARGATE ASQUEROSO TRAIDOR!!

Luego de copiar el documento, comencé a dudar de los sentimientos cristianos de la derecha en Puebla.

* * *

Fui con Hugo Gutiérrez Vega al entierro de Joel Ortega. Si me fío del recuerdo, el acto equilibró la tristeza y la combatividad. Todo me parecía irreal, "La Internacional", los discursos, los llantos, los volantes. Lo único que poseía la realidad de lo implacable era la foto del gobernador Bautista O’Farrill en El Sol de México. En la nota, el gobernador prometía justicia.

* * *

Poco después del asesinato, se me invitó a un acto en la uap de homenaje a Joel Arriaga. Evoco imágenes del clima nocturno en el Carolino, la multitud agolpada, el silencio y el estruendo que se alternan, y algunos de los participantes. Raquel Tibol los saluda, José Revueltas subraya las particularidades del militante y los deberes de sus camaradas y yo expreso otra vez mi solidaridad. Luego, Enrique Cabrera, ex preso político, militante y funcionario de la uap, se embarca en un discurso frontal, devastador, donde recrimina al gobernador Gonzalo Bautista O’Farrill como si allí estuviera: "Sí, me refiero a ti, chango, gorila represivo. Tú ordenaste el asesinato de Joel Arriaga, tú has perseguido a la universidad, tú mantienes a tus pistoleros al acecho. Te hablo a ti, asesino." Las palabras no son exactas, el sentido del discurso sí, se me grabó a fuerza de sorpresa, admiración y temor.

A los pocos meses, Enrique Cabrera fue asesinado al llegar a su casa. El gobernador, novedosamente, promete investigar el crimen "caiga quien caiga", la prensa venal (mayoritaria entonces) olvida el crimen o habla vagamente de pleitos internos entre los subversivos, y la niebla de la impunidad desciende como de costumbre, pesadamente.

* * *

El primero de mayo de 1973 los pistoleros del gobernador desatan una balacera contra los estudiantes. Mueren varios, la movilización nacional es intensa. Preparamos en La cultura en México un número especial de textos febriles que coordinamos Alfonso Vélez Pliego y yo. Al principio, se intenta lo de siempre: responsabilizar a las víctimas. Los documentos gráficos son contundentes y Bautista O’Farrill renuncia muy a la fuerza. Luego de este mínimo sacrificio, la derecha y el gobierno (si en Puebla eran dividibles) una vez más se ufanan de su triunfo.

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Seguí el proceso de la uap con interés y advertí la descomposición de la ultraizquierda, las incursiones de aquel grupo, "la tropa galáctica", el monstruoso asesinato de un policía, el rectorado del ingeniero Rivera Terrazas. Más tarde he advertido las transformaciones, la normalización de la vida académica y el fin del enfrentamiento directo con la sociedad conservadora. Y en los años recientes he observado lo usual: como todas las universidades públicas de América Latina, la uap padece el acoso presupuestal, propagandístico y cultural del neoliberalismo. ¡Cuidado! Estoy a punto de hundirme en el vértigo del lugar común que siempre acaba por significar nada. Si se quiere ser mínimamente preciso, debe reemplazarse neoliberalismo con lo que cada caso aporta: la disminución de los recursos año con año; la santificación de la enseñanza privada (que no exageren, si algunas de estas universidades funcionan adecuadamente, lo más abundante son las high-schools de criterio sólo excelencia determinado por las altas colegiaturas); el menosprecio empresarial a los egresados de las universidades públicas, la "selección de las especies" que se inicia por las relaciones de clase y de familia de los estudiantes privilegiados, y la convicción hoy prevaleciente: si quieres hacerla en la vida, apresúrate a nacer en el seno de una familia que ya la haya hecho. Si no te heredan como es debido, lo más probable es que a tus descendientes les dejes como legado una serie de disculpas.

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El lema de la UAP es elocuente: "Pensar bien para vivir mejor." Es decir, por mi poder de precisión intelectual y científica hablará mi calidad de vida. Hasta ahora, a las generaciones de mexicanos que han vivido en la Era del pri les ha constado algo levemente distinto: una minoría vive de modo excelso para gozar de la ilusión de que piensan; los que no, que se consigan otra existencia donde en algo les reditúe pensar bien, porque ésta ya se les fue por falta de recursos. Así es: si algo corroe o difama o acosa el neoliberalismo es la noción de "pensar bien". Este darwinismo social, más feroz y jactancioso, desconfía o rechaza todo conocimiento no rentable de inmediato, con lo que a mediano y largo plazo expulsa a la vez al conocimiento y a lo rentable.

El culto a la eficacia comienza por la incomunicación. En las entrevistas de los medios informativos con los altos funcionarios y con algunos de los que serán altos funcionarios, lo comprobamos sin lugar a dudas. Si Wittgenstein tiene razón, y los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo, el mundo del poder en México está muy circunscrito verbal y conceptualmente, y sus facultades de razonamiento se engendran en la autocomplacencia. (Generalizo, porque si me da por particularizar el panorama empeora.)

¿Qué es lo que se percibe en las legiones de los que la han hecho? Desdén por las formas verbales; autoritarismo que quiere hacer las veces de sello de garantía de sus afirmaciones; vocabulario que se reduce para que las sensaciones de dominio se expandan al emitirse las cifras ("En la presente administración, el 82.7 de los ciudadanos se ha beneficiado de la posibilidad de despertar al lado de una persona conocida"); impaciencia ante la crítica porque ésta nunca dispone de los verdaderos elementos de juicio (dice el gobernante: "Ya los quisiera ver a estos criticones de café ante el dilema de qué iniciativa de ley firmar primero"); chistes que se ahogan mucho antes de llegar al sentido del humor; certeza absoluta de saber lo que le conviene a la nación, aunque jamás se precisa para qué año; invención de palabras que corresponde a la mala memoria ("Ya sé que no se dice haiga sino haigamos")... A la clase gobernante no le ha hecho falta pensar bien, porque el poder les ha significado el encumbramiento de las ideas truncas, a retazos, interrumpidas casi siempre por silogismos que vienen de las conversaciones de al lado o de los murmullos espectrales de un curso de posgrado. Y por lo mismo, la clase gobernante sólo se ha esforzado, sin incluir a nadie más en su propósito, en vivir mucho mejor.

* * *

El resultado está a la vista: una sociedad empobrecida, a la que el Presidente de la República, en su último informe, le concede graciosamente la libertad para alimentarse; una nación saqueada, educada en la resignación y la desesperanza; un porvenir selectivo, cada vez más privatizado. Y con todo, pensar bien es una actividad tan irrenunciable que, por ejemplo, lleva a ese brote de salud mental que el 2 de julio consolidó la alternancia y el propósito de vigilar la conducción de la alternancia, y conduce también a la sociedad abierta cuya primera manifestación es la tolerancia. Dígase lo que se diga, pensar bien, creer en los intereses colectivos, analizar la sociedad desde la perspectiva de la justicia social y no de la acumulación, es todavía, y seguirá siendo, una actividad primordial. Y dicho esto, que no es de modo alguno un mensaje sino una comprobación, me concentro en el agradecimiento a la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, y en el gozo secreto que me causa mi alegría evidente.

Uno sólo piensa desde una tradición, la que sea, y uno –creo– sólo piensa bien desde una tradición crítica y libertaria. Y afirmado lo anterior, les recuerdo: el respeto al apotegma ajeno es también la paz.