La Jornada Semanal, 10 de septiembre del 2000  
Naturaleza del ser en potencia

Hicimos en la entrega anterior algunas observaciones muy elementales, pero precisas, sobre la discusión del aborto. Quedamos en hacer ahora algunas consideraciones sobre el embrión como humano en potencia y vamos a cumplir. Vuelvo a advertir que no quiero convencer a nadie de nada, sino dar elementos para pensar en el asunto, si es que se quiere pensar en esto y no sólo andar vociferando consignas. Vamos, pues, a hablar un poco de metafísica. 

    ¿Qué fue primero, el huevo o la gallina? Aristóteles se inclina a pensar que la gallina. ¿Por qué? El ser en acto tiene una carga de realidad (por decirlo así) que no tiene el ser en potencia. Expliquemos qué es esto de “carga de realidad”. Miremos bien, sin prejuicios, el ser en potencia es borroso, impreciso, problemático. Por ejemplo: en el trozo de mármol estaba en potencia el David de Donatello, de esta primorosa escultura, que ya está en acto por acción de la talla del artista, podemos decir muchas cosas: qué tamaño tiene de ancho y de alto, cuánto pesa, qué edad le calculamos al muchacho representado, etcétera. Pero en ese mismo trozo de mármol había y hay otras esculturas diferentes en potencia, que podían haber tallado Donatello mismo u otros artistas diferentes. Y bien, de esas esculturas en potencia ¿qué podemos decir? Nada, y sin embargo ahí están. Por eso, porque no podemos decir nada de esas criaturas potenciales, decimos que su ser es borroso, sin carga de realidad, impreciso, poco más que un sueño. 

    ¿Qué realidad le concedemos a lo posible? He aquí el problema. ¿Qué realidad tienen las obras que Mozart, por su temprana muerte, no alcanzó a componer? Alguna tienen, podemos por ejemplo asegurar que no sonarían a Schoenberg, sino serían por fuerza mozartianas. Pero, dado que el ser de estas obras es conjetural, no queda sino jugar con posibilidades. Eso es lo malo, no hay nada firme aquí: si abrimos esa puerta nos llenamos de fantasmas. 

    Me explico y abro ya mi juego: el compuesto químico o embrión X, que decimos con razón, que es un humano en potencia, ¿cómo puedo distinguirlo de la mera posibilidad Y? Entendida esta posibilidad, por ejemplo, como el ser que podría haberse suscitado si A y B se hubieran apareado en el momento T. Suena fantástico, descabellado, hablar de este posible ser. Sin embargo, es consecuencia de conceder pleno ser al borroso ente en potencia. Esto es, abierta esa puerta, no hay cómo cerrarla y se cuelan por ahí todos los fantasmas. Tal vez por eso, ni San Agustín, padre de la iglesia, ni Santo Tomás, doctor de la iglesia, tan avisados, tan listos los dos, aceptaron que el embrión recién concebido fuera persona o tuviera alma inmortal. 

    Otras razones metafísicas de la primacía del acto sobre la potencia son las siguientes. En todo ser, afirman Aristóteles y Santo Tomás, hay materia y forma (tesis hilemorfista), la materia es receptividad plena, potencia pura de todo acto, no cognoscible y sólo definible negativamente. Cuando un trozo de madera se quema y se hace ceniza, hay tránsito de la potencia al acto: la ceniza, en potencia en la madera, se actualiza por acción del fuego. Eso que permanece en el cambio, es la materia, eso que cambia es la forma, antes madera, ahora ceniza, el cambio ha sido sustancial: madera no es ceniza (con ceniza no fabricas un palo de escoba). Entonces, la materia, capaz de serlo todo, no es algo sino cuando la determina la forma. Con ella el ser se realiza, empieza a ser lo que es. Y es, en definitiva, la realización de una idea (la voz griega “forma” se traduce habitualmente por “idea”). Esta idea, al abstraerla la inteligencia, al separarla de su modo de realizarse, hace nuestras ideas. 

    Así pues, lo que da realidad al ser, y al obrar para llegar a ser, es la forma. “Por naturaleza”, dice Tomás, “todo lo que está en acto, mueve, y por naturaleza todo lo que esta en potencia, es movido.” Por lo tanto, sin forma de gallina no habría huevo, el acto dirige, mueve a la potencia (el huevo por sí mismo no garantiza nada). Lo que es, ser realizado, pleno, es en acto. Dios, ser supremo, es acto puro, único con esta naturaleza, en él no hay potencia alguna. La potencia absoluta, un ser que fuera sólo potencia, potencia perpetua, según Aristóteles, no puede existir. 

    Por todo esto, hay amplio espacio para estimar que el embrión recién concebido no tiene realidad plena ni valor ni derecho alguno, y quien esto sostenga no es un criminal o un loco, sino, a lo más un equivocado (y no lo creo) en asunto sutil y disputado. 

    Lo que caracteriza al fanatismo, se ha dicho, es “tenacidad y furia”, pocos espectáculos humanos tan inquietantes y desagradables como el del fanático. Porque este humano reniega de sus facultades racionales, estrecha su visión y presiona sobre un solo punto. No hay persona más peligrosa que la que no duda de tener toda la razón. Por eso me animé a escribir estas observaciones para airear el asunto y dar elementos de duda y discusión. Nada más. 
 



 
 
Carlos López Beltrán
 

De tramas, trampas y tranvías 

Vivimos en un mundo en el que no todo está conectado íntimamente con todo. Más que una danza continua en la que fluyen de las causas primeras los efectos, las apariencias, las cosas, de modo elegante y eficiente y dócilmente aprehensible por nuestras intuiciones y capacidades mentales, la naturaleza es una complicada dispersión de grumos, de estructuras disímbolas relativamente inconexas; aunque estén hechas todas de lo mismo. Galaxias, planetas, volcanes, ligas de futbol, tranvías, flamas, células, electrones, tienen cada uno su singular modo de articularse y danzar, que exige avances y rodeos específicos (más complicados y arduos de lo que a veces se quisiera) de las personas que se ocupan de representarlos y entenderlos (tan bien y bonito como puedan). 

    El observador de la ciencia llega a darse cuenta de que lo conocido siempre es fragmentario y acotado. A pesar de que las diversas ciencias se reparten las porciones distintas del mundo natural, con su aprendizaje no viene incluido un manual para armar la gran visión de conjunto. Esto no niega que a menudo haya consistencia y apoyo entre las ciencias naturales, sino acepta que quedan siempre zonas grises y espacios sin cubrir. La parcelación misma, necesaria para investigar y explicar, implica esta incompletud que algunos filósofos ven como virtud indispensable. 

    Sin embargo, algo atávico en nuestro espíritu aspira a la totalidad, a la unidad. Hay siempre tipos de talante unificador y ambición totalizadora. Ese anhelo de sistemas completos secreta internamente los ácidos de la emoción, y promete quitarle las asperezas a lo diverso, fundirlo todo en un gran caldo; acomodarlo pulcramente en un gran vitral, nítido y claro, que cubra el hueco entero. 

    Las ciencias modernas han vivido siempre sobre un péndulo, cuyos extremos hemos llegado a nombrar holismo y reduccionismo. “No me gustan (esas palabras) porque apestan a política, a ismos superficiales”, escribe Luca Cavalli-Sforza. Pocos científicos hay como él que para resolver sus enigmas sepan echar mano de conocimientos provenientes de disciplinas muy refractarias y alejadas. En su obra logra trenzar la genética, la lingüística, la arqueología, para desentrañar los vínculos históricos y genealógicos entre los humanos. El verdadero holismo, afirma, es la multidisciplina. Combinar sabiamente distintos modos del reduccionismo para que se amarren de veras, y friccionen y saquen chispas contra las pruebas. 

    Pero lo new age, lo de hoy, es condenar las rudas reducciones y exaltar el aleteo holista. De ahí la estela de seguidores que ha logrado tramar el físico y místico Fritjof Capra con su proyecto de fundir el espiritualismo oriental y las partes de la ciencia occidental que resuenan metafóricamente con éste. Su afán de unir bajo un mismo espacio imaginario un sinnúmero de propuestas de físicos, biólogos, filósofos y místicos, tiene un nuevo capítulo en su libro La trama de la vida. Se trata de una “unificación” en la que se deforman, y desinforma sobre, los elementos que se toman prestados para perseguir una meta esencialmente ajena a la ciencia o al conocimiento. 

    En principio no sería un mal menú, aunque tal vez un tanto pretencioso y anacrónico, el de un libro que intentara exponer en lenguaje accesible las propuestas de biólogos teóricos como Bertalanffy, las de los chilenos Maturana y Varela, las de los matemáticos de la complejidad y los geómetras de los fractales, las del físico Prigogine. Todas ellas provienen de exploraciones licenciadas por la buena fe y la creatividad (y bastante conocidas). Menos clara es la ubicación y el valor del trabajo de ecólogos grandilocuentes como Bateson o Lovelock, pero en aras de la pluralidad digamos que complementan el aceptable curso. El hecho es que cada una de estas aportaciones tiene un alcance descriptivo específico fuera del cual su valor se desliza hacia la vaguedad y la bruma. Suena por ello descomunal la propuesta de Capra de que todos pueden conectarse armónicamente. Si fuera posible, el trabajo de hacerlo implicaría la obra de décadas de muchos tejedores multidisciplinarios como Cavalli-Sforza. Pero Capra conoce una manera menos agotadora: declarar que toda esas propuestas, y otras, son producto de un nuevo “paradigma” sistémico, holista, integral, cósmico, y lindezas así. Visión orgánica que se opone al perverso paradigma reduccionista, parcelador, mecanicista, que ha dominado a las ciencias frígidas hasta hoy. ¿Quién querría defender a tal espantapájaros? 

    Capra es uno más de una serie de autores que consiguieron descubrir vetas explotables en la mentalidad contemporánea, que permite ensaladas mixtas de ideas de casi cualquier tipo. Con su libro inicial El tao de la física logró urdir un acercamiento metafórico sugerente, aunque resbaloso, entre el mundo cuántico y la filosofía oriental. Por los tratos con sus agentes y sus sastres ha derivado hacia servir sedosamente a una clientela más interesada en llenar sus vacíos místicos que en encararse con las imperfecciones del saber y la duda científicos. 

    Sabemos que Thomas Kuhn se queja desde la tumba por las trampas que posibilita su invención del concepto “paradigma científico”. Sabemos también que la pregunta de si se deben, o pueden, seguir siempre estrategias reduccionistas de explicación para conocer todos los grumos y sistemas con los que nos confronta la naturaleza, genera una discusión que debemos seguir teniendo. Quizá uno de los precios pagaderos para hacerlo es sobrellevar el parasitismo de los vendedores que se trepan al tranvía. 
 
 

 
 
     La Jornada Virtual
    Naief Yehya
    La cruzada contra Napster
     

    Una causa poco popular 
    Imaginemos que un sábado por la mañana un grupo de limusinas se detienen frente a la terminal de ferrocarriles Buenavista y de ellas bajan nada menos que Madonna, los integrantes de Metallica, Dr. Dre, Elton John, los Foo Fighters y media docena más de superestrellas quienes en vez de repartir autógrafos o saludar al público se dirigen a clausurar los puestos del mercado de discos del Chopo y a requisar todo disco que haya sido llevado ahí para ser intercambiado o revendido. La realidad es que difícilmente estas celebridades se tomarían la molestia de desmantelar al Chopo. No obstante, esto es precisamente lo que están tratando de hacer en el caso de Napster, el software que permite intercambiar música en forma de archivos binarios a través de internet (www.napster.com). Como comentamos en esta columna en mayo, el hecho de que las estrellas mismas hayan decidido dar la cara en un asunto que puede perjudicar seriamente su imagen se debe a que aparentemente la existencia de Napster representa pérdidas millonarias para los artistas y sus disqueras. Tras meses de debate en los tribunales y un tenso estira y afloja, un panel de tres jueces decidirá este mes si Napster deberá ser puesto fuera de circulación. 

    Arte = dinero 

    Si bien parece que los músicos antiNapster sólo tratan de proteger su propiedad intelectual, en realidad están reaccionando violentamente a un fenómeno que les causa terror porque escapa de su control y porque parece anunciar el fin de una era y el comienzo de otra en la que todo el poder estará en manos de nerds y geeks, es decir de expertos, adictos y obsesivos de la computación. Por ahora Napster no es una amenaza a nivel masivo, aunque se puede intuir la magnitud de los cambios que tendrán lugar en el mercado del entretenimiento en un futuro cercano, cuando el acceso a alta velocidad a la red sea más sencillo, aumente la amplitud de banda de internet y haya alrededor de mil millones de cibernautas. La lógica de los enemigos de Napster es que si se eliminan o reducen notablemente las regalías que perciben los artistas por su trabajo, éstos perderán el interés en crear. Este razonamiento rabiosamente materialista y mercantil no es falso; eso sí, resulta difícil entender que la creatividad artística moriría sin el estímulo monetario. Entre los enemigos de Napster resulta muy significativo que se encuentren músicos rebeldes y contestatarios como el niño malo del rock industrial predigerido Trent Reznor (alias Nine Inch Nails), Tracy Chapman (quien hace poco le cantaba a la revolución), Ziggy Marley (cuyo padre seguramente se revuelca en su tumba), el rapero Puff Daddy (quien sin duda prefiere las pistolas a las computadoras) y, por supuesto, Sting (uno de los mayores oportunistas de la historia del rock y actual portavoz de la megacorporación Compaq y de la empresa de autos Jaguar), entre otros. La lucha en contra de Napster es el mejor ejemplo de cómo el idealismo que regía a la red se ha diluido en la ambición sin límite de la era de los dot coms o negocios en la red. Muy pronto, oleadas de inversionistas, yuppies y policías expulsarán del universo que les da sentido a los hackers, ciberpunks y demás cibernautas quienes, como los indios de Norteamérica, quedarán confinados en reservaciones digitales y cubículos corporativos desde donde prestarán sus servicios a las transnacionales voraces que están convirtiendo a la red en un centro comercial. 

    Estrategias de sabotaje 

    Por el momento, ante la posibilidad de que no se ejerza acción legal en contra de Napster, disqueras, organizaciones e individuos han lanzado una ofensiva (no sólo en contra de Napster sino también en contra de quienes utilizan ese servicio) que va desde campañas informativas en las que exponen el marco legal que prohibe compartir archivos de materiales protegidos por el derecho de autor y previenen en contra de los peligros de la promiscuidad que representa compartir archivos con desconocidos, hasta la acción directa en forma de: 1) huevos de cucú (cuckoo’s eggs), que son archivos inservibles o modificados (es decir que, tras invertir minutos u horas bajando canciones de la red, uno encuentra en vez de la música deseada archivos de basura, mensajes burlones o regaños); y 2) bombas de Napster, archivos con títulos erróneos. Este sabotaje tiene la intención de aniquilar la confianza de los usuarios en un sistema que ha sido considerablemente eficiente y que se ha desarrollado en la mejor tradición de la ciberanarquía. 

    Fantasías de consumo compartidas 

    Uno de los principales problemas de la era de la información y la globalización es la creación de una gama de necesidades y deseos que trascienden culturas, ideologías, nacionalidades, razas y, especialmente, clases sociales. Hoy más que nunca, los ideales de consumo de pueblos con un ingreso promedio per capita  de veinticinco mil dólares anuales son los mismos de otros pueblos que apenas llegan a los 500 dólares per capita anuales. Si bien es legítimo pensar que el trabajo intelectual debe ser retribuido, no es razonable ni realista esperar que los adolescentes de Somalia, Uzbekistán o Neza puedan o deban comprar el nuevo disco de Britney Spears. Y así como las disqueras argumentan que compartir (sharing) canciones es en realidad robar, también podemos asegurar que bloquear la comunicación e intercambio de ideas y conocimiento entre la gente es simple y llanamente ejercer la censura. Con esto no se trata de decir que Napster sea el estandarte de la libertad en el ciberespacio, pero si los enemigos de Napster llegaran a triunfar se establecerá un precedente legal en contra de toda actividad gratuita que tenga lugar en la led; asimismo, se legalizarán nuevas y poderosas formas de acoso, espionaje y vigilancia por parte de gobiernos y corporaciones, que vigilarán nuestras acciones (desde lo que bajamos de internet hasta el contenido de nuestro correo electrónico) para impedir que usemos cualquier tipo de productos y servicios sin pagar por ellos. 

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    Ana García Bergua
    Una novedosa división social

    ¿Se acuerdan de aquellos burócratas de caricatura, mantenidos por los impuestos de toda una población, dueños de unas prestaciones laborales infinitas que les aseguraban durante toda su vida un lugar en una oficina a la que podían ir a grillar, a dormir o a comer tortas enormes y grasosas para mirar mejor el sufrimiento ajeno, encarnado en muchos pobres solicitantes de un servicio, un papel o una información que tardarían mucho en obtener, pues para eso estaban, justamente, los burócratas? 

        Pues bien; ya no hay burócratas de esos y casi nadie posee un puesto de trabajo en algún lado. Casi todos somos, entonces, empresarios. Los que venden el periódico en la calle son microempresarios, y lo mismo ocurre con los que ofrecen peluches afuera del metro, los que reparan satélites, los que bordan trajes tiroleses, hacen trabajos de carpintería o traducciones del islandés. Como los sendos miniempresariotes que somos, nuestro capital es nuestra vida entera; la sede de nuestra augusta compañía, nuestro comedor, y nuestros empleados son, si acaso, Fido y Micifuz, fieles guardián y velador, respectivamente, de la Yo & Me Company. Ah, la soledad del microempresario, dirán algunos… 

        Y los que tienen un empleo de esos con escritorio, teléfono y botecito para los lápices, aunque no saben cuánto les durará, son, por supuesto, ejecutivos. Nuestros ejecutivos están atendiendo a otro Cliente, ya les dije que dicen, o nuestra Prioridad en la Vida es darle un buen Servicio a nuestro Cliente, etcétera. Todo con mayúsculas de esas que no dicta ninguna regla gramatical, sino la eterna ley de la lambisconería. También hablan mucho de optimizar, eficientar y maximizar: nuestros Ejecutivos están Eficientando su peinado en el baño y ahorita regresan. Y es que ahora a las compañías les importa mucho dar servicio y atender al cliente (perdón, al Cliente). Uno siente que hasta lo fueran a dar gratis, de tan preocupadas que parecen. No sé si han visto la listita que los cajeros del banco tienen a un lado, como un catecismo numerado de hipocresía: 1. Sonríale al Cliente. 2. Háblele por su nombre. 3. No eructe frente al Cliente. 4. No lo pise. Es que como ellos son ejecutivos y nosotros microempresarios, pues nos tratamos con muchísimo respeto. De hecho, uno también, mientras tiene que hacer una cola de horas en el banco, por escasez de ejecutivos en las cajas, no tiene otro remedio que actuar como microempresario: agarrar el celular y suplicar a su ejecutivo (a) personal que hoy albóndigas no, mejor chiles rellenos y de queso. Quien no tenga celular puede comprar uno de plástico en el mercado; son igualitos. O pegarse a la oreja la lechuga que traiga en la bolsa y hablarle: para lo que va a decir, dará igual, y los demás microempresarios de la cola fingirán no sorprenderse, hablando como estarán con sus celulares-celulares, celulares-lechuga o celulares-paquetito de kleenex. 

        Como microempresaria que soy, yo me siento muy feliz. Mi vida laboral es eterna: comienza al despertarme, continúa en cada minuto que puedo cazar entre telefonazos, cambios de pañales y capítulos de Seinfeld, y podría durar hasta el día siguiente si este cuerpo de burócrata no insistiera en dormir ocho horas, pero ya ven, nunca faltan resabios del viejo populismo para arruinarle a uno su microempresariato particular. Lo bonito es que la mitad de los telefonazos que llegan últimamente a esta su humilde compañía, son de ejecutivos que hablan ya con la mayúscula incluida: le Quiero Ofrecer a Usted una Promoción, recitan aplicadamente. Por ejemplo, nos hablan mucho de un banco que nos ofrece una tarjeta de crédito; ya dijimos que sí, pero no la tramitan ni nada. A los dos días, vuelve a llamar otro ejecutivo y vuelve a ofrecernos la Tarjeta de Crédito. Volvemos a decir que sí, y de nuevo ocurre lo mismo al día siguiente. A lo mejor formamos parte de una obra de Ionesco y no hemos volteado hacia la sección de butacas: por eso nos damos cuenta. Y si uno se enoja es peor. El ejecutivo le dice: muchas gracias, que tenga buen día, me llamo Escapulario Ortega y estoy para servirle. Mientras, seguramente mira su listita: 1. No le retache los insultos al Cliente. 2. Dígale su nombre. 3. No tema quedar como un idiota: es usted un Ejecutivo. Pobrecito. Eso le pasará por ser, en la realidad, un ejecutivo con minúscula, como todos nosotros. 

        Pero ya no hay realidad, y ni siquiera burócratas que la nieguen. Los burócratas de antes, aquellos que no querían sonreír, ni dar servicio, ni los buenos días, ni nada, y contestaban de pocas pulgas y eran malos malísimos, deben estar muertos de la risa, desde su aviaduría que les ha durado hasta después de la muerte, manchando con sus tortas y enchiladas las instalaciones del Purgatorio (yo apuesto a que el purgatorio es priísta), o repartiendo puestos y prebendas en el cielo y el infierno, mientras nosotros aquí perecemos asfixiados por tanta amabilidad y, en el fondo, recibimos y nos damos la misma esmeradísima atención que cuando había burócratas. Quién lo creería. Quién fuera uno de ellos.