Gabriel Gómez López, nuestro lector de literatura albanesa, pega un salto geográfico y anímico para colocarse al lado de Marina Tsvietáieva, niña de cinco años, con alma de nómada y ondina con su Diablo-Dios. La vemos con su Álbum vespertino entre las manos y con Sergei Efrón y su hija Alia. Más tarde vino el remolino y los alevantó y empezaron el abandono, la miseria, la persecución, el hambre, el frío: No es culpa mía si salgo a mendigar/ por las plazas ?pidiendo dicha. En medio de la desolación brilla su poesía con dioses, soles nocturnos y la ansiosa búsqueda de paisajes en los cuales el dios de su desesperación crece como un baobab. Gómez López nos entrega una biografía, reflexiona sobre una poética y todo lo ubica en el ambiente espiritual de su tiempo.
Primer acto: se levanta el telón, una niña de escasos cinco años, Marina, con alma de nómada y olor a viento en el pelo, una real amazona, sube hasta donde termina la escalera y abre la puerta de la alcoba de su media hermana, una habitación roja con una eterna y oblicua columna de sol, donde de manera incesante y casi imperceptible gira el polvo; ahí encuentra un hallazgo sorprendente que para siempre trastornará su vida: apoltronado, implacable, sentado sobre la cama, desnudo, con una piel gris como de dogo, ojos blancuzcos azulados, incoloros, indiferentes, inexorables, sentado tan apaciblemente como si posara, estaba su amo, el Diablo.
No tenía pelaje sino, por el contrario, una absoluta tersura y suavidad como de acero. Y no había acción, simplemente permanecía sentado, pero era más que suficiente, ella le amó y guardó para siempre el secreto de su pacto con él.
El Demonio dentro de mí!
En el cuerpo cual en una bodega
dentro de mí cual en una cárcel
En el cuerpo cual en un pantano
En el cuerpo cual en un ataúd
En el cuerpo cual en un secreto
El resto de su vida lo pasó reflexionando sobre lo aprendido en los primeros siete años, con el lenguaje impregnado de los huesos a la piel, buscando palabras, palabras mágicas, fuera de todo sentido, que no requirieran del cerebro sino del oído, el lenguaje de los animales, de los niños, de los sueños; las palabras serían su órgano de choque con la vida. Escribiendo simplemente para vivir, inmolando su vida a favor de la palabra. Su forma de amar era a través de las palabras, no con los actos, exactamente al contrario del común de los mortales. Como Ondina, ese personaje que ella tanto amaba, podría decir que cambió el vivir sin alma, es decir feliz, por volverse infeliz, es decir, amando.
Soy a priori culpable, me juzgan porque me dedico a la poesía, que es lo único que tiene el poeta
Su hija Alia, a la edad de seis años, la describe: Mamá es muy extraña, no se parece en nada a una mamá, es triste, rápida, escribe versos, tiene un alma grande siempre tiene prisa. Mirando con tantos ojos que ya no sabría quién miraba a quién, viviendo con tantos cuerpos que ya no sabría a quién amaba o quién la amaba. No se puede vivir con las palabras a pesar de lo que ella afirmaba: El amor vive en las palabras y muere en las acciones, al menos el amor de los poetas.
La poesía es una enfermedad irreversible, crónica, mortal. Existen seres de pasión, otros de sentimientos, algunos de sensaciones; ella era todos juntos. El demonio se ha apoderado de una persona. ¿Juzgar al demonio?, ¿juzgar al fuego que quema la casa?, ¿juzgarme a mí?
En el segundo acto, muy breve, vemos a Marina en la cúspide, en la cima de su montaña. Su primer libro, Álbum vespertino, con poesías escritas entre los quince y los diecisiete años, obtuvo un éxito clamoroso. Tiene el mundo a sus pies, es amada y admirada.
En 1911 conoció a Sergei Efrón, hijo de una familia judía de revolucionarios. Al año siguiente, en contra de la voluntad de sus padres, se casó y poco después nació su hija Alia, pero a la misma velocidad en que había sido creado su mundo se iba derrumbando, dejándole su sed intacta.
Y en el tercer acto vemos cómo la ola de la Revolución la barrió, convirtiéndola hasta el fin en un ser profundamente desdichado, que emitía un continuo alarido de dolor.
En 1917 su marido se unió al Ejército Blanco y ella quedó sola en Moscú con sus dos hijos pequeños, sin dinero y sin poder contar con la ayuda de nadie. Fue de decepción en decepción, balanceándose en una cuerda floja, la misma en la cual terminaría por colgarse. Una tragedia sucedió a otra hasta el aislamiento total, y conoció también la otra parte de la vida, también en forma absoluta, con el mismo sello de la desmesura, el hambre, el frío, el miedo; vivió en una casa comunal, trabajó en un comisariato con derecho a un plato de papas.
por las plazas ?pidiendo dicha
Me dirijo exigiendo fe, pidiendo que me amen Me tienen que escuchar, y amarme antes que muera [ ] ¿Sabes qué quiero cuando quiero? Quiero estremecimiento, aclaramiento, transfiguración, quiero lo inaudito, lo monstruoso, lo milagroso, el amor es calor y sangre, y nosotros somos los peones del tablero mientras arriba alguien juega con nosotros, quién o quienes, dioses benignos o ladrones.
Tarde o temprano la vida se desquita. Muy pronto recibió la cuenta y ya no dejó de pagar el alto precio.
en lo alto de la Montaña
Los dioses se ensañan con sus semejantes.
Con la montaña empezó la pena
Pesa ahora, sobre mí, la montaña, como una lápida
Leamos ese testimonio estremecedor que es Indicios terrestres, dominados por el hambre, el desamparo, la sensación de vivir en el tiempo y lugar equivocados. Su hija Irina murió de hambre en un asilo para niños. Marina se vio enfrentada a la decisión de Sophie, el personaje de Styron, pero no era ficción sino la vida real; debía desprenderse de una de sus dos hijas para sobrevivir, y eligió a Alia sobre Irina. Mas agarrando a las dos con furia ?como pude? a la mayor salvé de la oscuridad, a la menor no la pude salvar.
En 1921 se encontró de nuevo con su marido en Berlín y vivió en Bohemia hasta finales de 1925. Colaboró en revistas de exiliados para sobrevivir, luego se trasladó a París con su hija Alia y el recién nacido Georgui. Se fue aislando más, si esto es posible; le perseguían la miseria y las desgracias, y se enfrentó a la realidad con la única arma que conocía y que de nada le servía: su Palabra.
dos soles se extinguen ?Oh Señor, ten piedad
uno en el cielo, otro en mi pecho
ambos se apagan ?no duelen sus débiles rayos
se enfrían como los más candentes
Su hija fue arrestada y confinada a un campo de concentración en las regiones más inhóspitas de la urss, donde permanecería diecisiete años. Sergei fue ejecutado poco después, y su hijo murió en el frente.
Nadie la comprendía, no tenía otro interlocutor que ella misma, los poemas en los que proclama ser diferente a los demás y estar orgullosa de serlo permiten presagiar su desenlace fatal. Los periódicos la acosaban, no tenía nada que comer, se alimentaba de poesía. Pero, como dice ella misma, Poesía es como hundir una aguja en el corazón Casi al fondo del abismo alcanzó la madurez poética en ese famoso brindis a Rilke recién muerto.
¿El paraíso es montañoso, borrascoso? No es desde luego aquel al cual las viudas aspiran, no hay un solo uno. ¿Hay otro paraíso por encima, son altas sus terrazas? Y de pronto llega a una insólita conclusión, intuición maestra que sólo puede originar el auténtico pensamiento poético: Dios es un baobab creciendo. No conozco imagen más sorprendente de la divinidad, únicamente un místico pudo haberla conseguido, Dios como un árbol monstruoso, incapaz de contener su crecimiento, de liberarse de las fuerzas desatadas.
¿Cómo son allí las montañas? ¿Y los ríos?
¿Son hermosos los paisajes sin turistas?
El paraíso ¿es montañoso?
¿Hay otro paraíso por encima?
¿Son altas sus terrazas?
Dios es un baobab creciendo.
¿Ni un solo dios porque encima hay otro
¡Y entre tanto nos borraremos de la tierra, la vida estará allí, su pan, su sal, olvidadas jornadas, y todo pasará como si bajo el cielo no hubiéramos existido!
Y entonces el tiempo la alcanzó, ese tiempo que ella había pretendido ignorar porque fuera del tiempo he nacido.
¡Soberano por un momento!
¡Tiempo, para mí no existes!
El matrimonio del poeta con el tiempo es un matrimonio forzado porque está destinado al fracaso, un matrimonio del que el poeta se avergüenza y busca desesperadamente salir.
El infierno era ella, esas llamas que le brotaban a borbotones y escapaban a toda prisa del incendio eran sus poemas y todo lo demás era hielo alrededor. La muerte de la muerte.
Lo último que escribió fue una solicitud de empleo como lavaplatos en una cantina de Elabuga donde había sido concentrada. Pero lo pensó mejor y, cual Fausto inverso, comprendió que la vida era insoportable, la vida es un lugar donde no se puede vivir, el horror había llegado a la última frontera, quedó sin gusto el pan/ ya la nieve no es blanca, el pan no sabe a nada Entonces pudo decirle a la vida: Detente, pues eres tan repugnante. Dejó pues la pluma y en vez de escribir decidió ahorcarse; tal sería su último poema porque ni los versos ni los niños se encargan a Dios/ ¡ellos eligen a sus padres!
En realidad no era necesario que muriera para estar muerta. Fue enterrada en una fosa común. No reposó, como ella había querido, en el cementerio de las flagelantes, en Tarusa, a la sombra de un matorral de saúcos, en una de aquellas tumbas con una paloma de plata en donde crecen los más grandes fresones de su región, ni tampoco se pudo poner una piedra de cantera en aquel cementerio que había dejado de existir y que expresara: Aquí hubiera querido reposar Marina Tsvietáieva. Así, mientras cae el telón escuchamos su voz.
me subí al ferrocarril
la máquina resoplaba
y el triste ruido que hacía
sólo a pensar me ponía
que el Diablo me había llevado