La Jornada Semanal, 27 de agosto del 2000 
 Sashka, historia gatuna

Para Reuben Bakas
No es fácil escribir la biografía de un gato. Conocemos los datos de su nacimiento, sus viajes, sus costumbres, sus males y su muerte, pero ni siquiera podemos acercarnos al misterio de su nombre secreto. (The naming of cats is a difficult matter, decía Eliot). Podemos darles un nombre, pero sólo ellos conocen el verdadero. Por eso, Eliot dice que, cuando los vemos en rapt contemplation es por que están meditando sobre ese nombre y todas sus implicaciones.
Sashka fue, como todos los gatos, un ser excepcional. A veces hacía concesiones, pero siempre intentó imponer las reglas del juego de la convivencia. No lo logró del todo, pues la mayor parte de su vida consistió en despedidas, viajes, llegadas y difíciles procesos de adaptación a las nuevas casas y sus alrededores.
No fue zalamero, pues sabía que era merecedor de sus alimentos y del buen trato que siempre recibió. Cuando necesitaba manifestaciones de cariño las solicitaba de una manera digna y se retiraba al darse cuenta de que la situación se estaba poniendo melcochosa. Sus afectos eran profundos y abominaba de lo sentimentaloide.
No gozaba de buena fama entre los amigos de la casa, pues su humor era variable y  sus colmillos rápidos (cuando los perdió mejoraron sus relaciones con algunas personas). Los constantes cambios lo obligaron a marcar su territorio perentoria y frecuentemente.
Nació en Madrid y hasta Washington se enteró de que sus colores eran white and ginger y de que pertenecía a la raza de los european short hair, decente manera de decir que era un hermoso, fuerte y belicoso gatito callejero, defensor de su individualidad y convertido en doméstico por el destino o por Liu Shiu, el dios gato del mundo chino; de su arbitrio dependen las vidas gatunas. En Madrid hizo vida de apartamento y contempló los prodigiosos crepúsculos velazquianos desde la ventana de la casa  de la calle Capitán Haya, situada en un barrio que pugnaba por modernizarse dejando atrás las siniestras beaterías del espadón que, antes de firmar las sentencias de muerte por garrote vil, besaba el brazo incorrupto de Santa Teresa colocado bajo un capelo en su mesa de trabajo.
En Washington conquistó sin alardes una amplia libertad. Vivía cerca del Rock Creek Park y todas las tardes salía a pasear por el bosque (casi amazónico en verano, helado en invierno. No en balde la capital del Imperio está sentada sobre un pantano en el cual crecen magnolias y abetos). Peleaba con perros, gatos y mapaches, aspiraba elegantemente los efluvios del catnip, tuvo algunos amores restringidos por la operación practicada para asegurar su domesticidad, hizo amigos y enemigos y observó los avances pavorosos del neoliberalismo dirigido, con mano dura y elocuencia barata, por el señor Reagan.
Brasil significó su regreso a la vida doméstica, pero su ventana daba a la playa de Leblon y el paisaje era inmejorable. Ahí fue llamado “puma” por Male Puig, señora casi perfecta (su única falla es su temor a los gatos), maestra y madre de nuestro amado Manuel.
Pasó de la juventud a la madurez en Grecia y eso le permitió cultivar una buena mente filosófica y un sentido del humor roto por algunos refunfuños y por su natural desconfianza hacia las personas que (lo averiguaba por puro instinto) temen o no gustan de los gatos. Por esos días inició su complicada relación con Tilo, gatita gris llegada de Nueva York e hija de Nina Hagen, belly dancer de Central Park y de Rapopport, gato callejero de la capital del Imperio. Nunca se quisieron, pero se estableció entre ellos un modus vivendi roto a veces con un zarpazo o un bufido amenazador. Viajaron juntos en varias ocasiones y pasaron por dos huracanes puertorriqueños. Estas circunstancias fortalecieron su convivencia más o menos pacífica.
Sashka hizo buenas amistades entre los miembros del grupo zoológico humano: José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis y Sergio Pitol (recuérdese que el enorme perro, originario de los montes Tatra, que vive en casa de Sergio, se llama Sasho). Ignacio Arriola reprochaba a Sashka su indolencia natural y cultivada con esmero. En su descargo me veía obligado a preguntarle: “¿Qué pretendes, que salga a vender seguros?” Los gatos nacen y crecen para ser vistos (nunca pierden la figura, pues tienen el talento de la pose y conocen sus ángulos más favorables), cazar, comer (son gourmets y adoran los bocados especiales), hacer el amor con la actitud clamorosa que la biología les asignó, tener aventuras, evadirse un poco con el catnip, y llevar una buena vida en una casa segura y bien conocida. Sashka lo tuvo todo, menos la casa segura. Por lo mismo odiaba las jaulas, los coches y los aviones y se tardaba en conocer y aceptar sus nuevos domicilios. Apenas lo lograba, ahí estaba de nuevo el viaje. Esto lo convirtió en un crítico duro de los avatares de la diplomacia que violentaron su naturaleza doméstica y le impidieron consolidar los datos esenciales de su gaticidad.
Era sobre todo (y a su muy personal manera) un gran compañero. Formaba parte del alma de la casa y resulta difícil concebir su lugar en el sol, su puesto en la ventana o su sillón predilecto sin su figura y el brillo de sus ojos, a veces inquisitivos, a veces pícaros, y generalmente tranquilos y preparados para relajarse con el resto del cuerpo y entrar en una de esas siestas capaces de entregarnos el repaso de toda una vida. Le gustaba apoyar la cabeza en las manos y, desde esa actitud, contemplar el paso del mundo y de las gentes. Así se enteró del intento de golpe del zafio coronelito Tejero, de la reelección de Reagan y las tropelías neoliberales de la señora Thatcher, de Salinas, Menem, Fujimori, Bush, Zedillo y el Fobaproa priísta y panista. Poco antes de morir se dio un alegrón con la llegada de la democracia a México y mejoró su opinión sobre este pueblo humillado y ofendido, pero le preocupó el discurso neoliberal del señor Fox y la presencia de los integristas de la extrema derecha dispuestos a cobrar sus apoyos electorales.
En fin... sus últimos días tuvieron un sabor agridulce, pero no tuvo tiempo de pensar, pues se encerró en su enfermedad, en su cuerpo lleno de toxinas que sus ancianos riñones ya no lograban eliminar y en su creciente debilidad. Lo ayudamos a morir. Este fue un último acto de amor, pues ya era un puro sufrimiento. Ojalá que el grupo zoológico humano tuviera también acceso a ese beneficio hecho problemático por la demagogia médica y por el integrismo de sacristía. Todos sabemos que hay un momento en el proceso de las enfermedades en el cual terminan la compasión y el auxilio de la medicina y se inicia el puro tormento antecedente del final.
Sashka, gato español, muerto a los veinte años de tu edad, así como cuando llegábamos a una nueva casa te metías en un clóset o debajo de la cama y aventurabas poco a poco una patita, la cabeza y el cuerpo entero, y empezabas a caminar por tu nuevo lugar para la vida hasta que te sentías totalmente seguro, tienes que hacer lo mismo ahora que entras a una nueva morada: saca una patita, la cabeza, el cuerpo entero y empieza a caminar en el terreno de tu propia muerte. Desde aquí te pedimos que no tengas miedo.
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Hugo Gutiérrez Vega