La tarde me está viendo,
Sueñan los árboles
Una silueta pasa por la imagen de lo oscuro
Una historia que no se escribe
Son las siete de la noche
¿Hacia dónde una vuelta y otra?
La noche atrapa el corazón
Se llega por unos ojos que miran en el espejo
La irrealidad lee sus líneas en tu cuerpo
Hoy estamos aquí en el espacio abierto de un paisaje
La madrugada aprieta los últimos minutos de oscuridad
Allá está la banca solitaria
en el umbral azul de su memoria
entro a un pasillo largo
huelen a viejo las paredes blancas
antiguas oraciones en el sillón de espera
se escuchan sus ramas en el silencio de abril
son las tres de la tarde
llegan las charolas de comida
las batas blancas
el caos aparece en el candado que cierra las palabras
nada hay en el portón de la esperanza
sólo la mirada que quiere ser unos ojos y no es nada
sólo el recuerdo que pasa por la piel queriendo encontrarse
un paisaje que no se camina
una mano que se pierde en el azul oscuro de la memoria
la soledad mirando en el espejo de unos ojos ajenos
están por llegar las charolas
ritmo que esparce su aroma en el piso de cemento
caminos que van de un pasillo a otro
sólo los árboles testifican su dirección
el médico llega sonriendo
unos brazos asoman la calidez de su gesto
un día y otro son cadenas en el silencio de la luz
tiembla de miedo a no salirse
el espanto tiene alas
el infierno existe
queriendo encontrar una mirada
ahí se comienza a descender
nada existe
somos seres que venimos del mar
no hay ninguna explicación a la cordura
el dolor tañe cruje
se pega en el estómago como un perro mordiendo su presa
que habla de la distancia
una playa que teje su arena con la brisa
un cuento lejano que no podemos entender
llegan las cubetas llenas de agua
una y otra vez se pasa el trapo por el pasillo
nadie escucha
la palmera extiende sus manos
una ardilla toma el dátil del piso
abre la primavera sus ojos brillantes
la vida sigue el ritmo
los oficios del sol
las enfermeras
las últimas visitas
la memoria del pulso
en el olvido
Hija y madre somos un mismo venero. Cuando el iris de luz en los ojos de ella coincidió con la luz roja en mis pupilas, ambas fuimos traspasadas por algo más doliente que el hierro. Desde ese mismo punto rojo, el insomnio marcó ambas cabezas y pudieron llorar. Y un halo de paz por estar juntas amainó aquella especie de agonía.
Las palabras hija y madre, que cada una hizo surgir del desierto en garganta y corazón, acallaron los insultos e injurias de otros, y ulularon renaciendo en el instante en que ella pronunció: ``Hágase en mí según Tu Palabra...'' Y desde ese momento madre e hija saben lo que van diciendo los ojos. En ella, color de Dios. Y volví a mirar el rostro iluminado de mi madre, como si sonriera a los afanes de nuestra sencilla casa y del hombre también de pan, que es mi padre. Contemplé la santidad de la vida diaria y también sonreí. El destello en la mirada se cerró al grito de una voz que me obliga a continuar huérfana.