Elek' k'op
El ladrón de palabras

Josías López K'ana

Xmaruch, Xmaruch, por favor, tráeme un poco de pox, está reseca mi garganta. ¡Apúrate, Xmaruch!, ¡apúrate!, quiero un poco de caña, te digo. Todavía me sobra vida, porque soy el nido de las palabras.
Gracias, Xmaruch, gracias. Ya es tarde, el sol alumbra la punta del cerro donde está enterrado el héroe de nuestro pueblo. No importa, no me interesa cómo van amontonándose las horas. Hemos vivido juntos desde que nuestros padres lo acordaron, seguiremos así, hasta que el ser creador decida por nosotros.
Ya no llores Xmaruch, no llores más. Me he de morir de todos modos, ya me toca, descansaré bien cuando esté muerto. Quisiera ver cómo se ilumina el rostro de un joven cuando sepa que el saber del hombre no se puede heredar ni lucrar con él, es un producto prodigioso. Sí, para él es cosa del pasado y un misterio enormísimo. Para nosotros es la esencia de nuestra vida, de nuestra inmortalidad, el saber nos reúne, nos da conciencia de lo que somos.
A los jóvenes de hoy aún les falta conocer la esencia de nuestra vida, aunque digan todo lo contrario, es la verdad, balbucean al hablar, manejan mal las palabras, las palabras de nuestros primeros padres.
¿Te acuerdas Xmaruch, cuando el joven Lázaro llegó a la casa, el hijo de don Miguel Wakax? Sí, el mismo Miguel que mataron hace cinco años. Vino acompañado de su joven esposa, traía vendado con trapos el pie derecho. Temblaba y gemía de dolor. Según él, cuando iba a su milpa, resbaló y se hirió con su machete. Sí, traía enjuta la cara de tanto dolor. Me suplicó que lo curara; pues no me negué, acepté atenderlo, es mi deber ayudar a mis semejantes. Así me enseñaron mis antepasados.
Le pedí con afecto que quitara la venda de su pie, él se negó, aseguraba un tan inmenso dolor y se arqueaba para demostrarlo. No le rogué más, pero en sus labios alcancé a leer algo extraño. Tarde o temprano descubriría la verdad.
Usé tabaco molido con cal. Nuestros antepasados lo nombraban may, lo sigo usando, y nos protege de los espíritus malignos que ululan por las noches en busca de almas perdidas, ayuda a sacar la enfermedad, aminora el dolor de cualquier herida o torcedura. También usé copal. Con el aroma y el humo del incienso oja-dulosahumé a mi paciente. Con el humo rastreo las huellas del mal. Al encontrarme frente a frente con la causa, la atrapo y la acabo de una vez. No es fácil, a veces el mal se resiste y todavía carcajea burlonamente. Pero mi conciencia es limpia y pura, y el mal termina por postrarse.
A la semana regresó Lázaro. Estoy seguro que no se te ha olvidado, Xmaruch. Era un muchacho calmado y serio, le gustaba trabajar la milpa. Ya vez, Xmaruch, nuestras tierras son empinadas laderas, el sol se ha encargado de desmenuzarlas, aún así hemos sabido cosechar suficientes alimentos. Vivimos gracias al maíz, ese grano es la base omnipresente de nuestra historia. Es cierto que soy un hombre respetado y me buscan frecuentemente, por mis años de peregrinación. Poseo un lenguaje que traspasa el límite de lo terrenal y se adentra al mundo misterioso de los dioses. Voy a la iglesia, enciendo velas y entono cantos que rompen el silencio y alegran el corazón de nuestros ancestros, ellos nos custodian cotidianamente del más allá, y prohiben la tristeza en nuestra comunidad. Y a través del sueño vago en las profundidades del cielo y de la tierra, recorro las recónditas moradas de los autores de la vida. El viento que sopla lo sabe, a veces viajamos juntos hacia lo infinito. Pero me gano el alimento como todos los hombres humildes que siguen ejerciendo su talento, su trabajo en el cultivo, heredado de nuestros primeros padres. Trabajo la tierra, soy diestro en usar el hacha, las palmas de mis manos endurecidas dicen todo.
Aunque Lázaro sabía mucho de nuestro pueblo y de nuestras costumbres, sus conocimientos eran triviales. Me rogó de nuevo que lo siguiera curando. Así lo hice, no me agrada ver sufrir a la gente. Recé y pedí a Dios fuerza y poder, no para mí, sino para salvar a ese humilde muchacho. Dios es mi guiador, él me dice todo lo que digo, lo que canto cuando estoy tratando a mis pacientes; así llegan sanos y salvos a su hogar. En mí no hay odio, rencor ni venganza. Mi lenguaje no está plagado de mentiras, de turbiedad ni de basura. Soy un hombre limpio. Aunque el enfermo no me dice la causa de su mal, yo lo adivino y le digo sus verdades. Soy capaz de devolver el alma a quien la perdió por haberse asustado, caído o mentido.
Pobre Lázaro. Se veía muy acabado. Cogí su pie sobre mis piernas. Cómo gritaba, no quiso que lo tocara. Sin embargo, su quejido no parecía el de un enfermo, algo tramaba. Sus manos temblaban, tal vez de desesperación. No le unté ningún medicamento, así me lo pidió. Apenas lo rocié con un poco de trago, también la caña, el pox es medicina.
Al despedirse me agradeció todavía el desgraciado; llevaba unos huevos y me los dio, no como paga de mis servicios sino como señal de agradecimiento. Yo no debo lucrar con mi sabiduría. Quien cobra sus servicios es un gran mentiroso, un gran charlatán, un simple simulador. Quien es sabio como yo, no hace ningún negocio, el saber está a disposición de todos. Porque la sabiduría se trae consigo desde el nacimiento, ya viene uno destinado a ser sabio. No cualquier persona puede llegar a serlo. Por eso no me siento insignificante ante nadie. Así vine al mundo con el don de curar, lo traigo desde el vientre de mi madre.
Lázaro me prometió regresar de nuevo. Yo le dije que no era necesario, con dos o tres veladas sano a mis pacientes. Le sugerí que reposara unos días y pronto se recuperaría.
Pero algo se le ocurrió. A los tres días regresó. Llegó muy espantado, no encontraba qué decir. Hacía esfuerzos por no llorar, pero sus ojos lloraban solos. ¿Cómo no va a estar asustado con el pie totalmente enllagado, lleno por dentro de agua podrida?
Le expresé mi confianza y le pedí que hablara con la verdad, sin pena, sin temor, puesto que se encontraba frente a un hombre que sabe comprender. Aunque no quería, empezó diciendo que él deseaba ser un viajero infatigable como yo, un pez peregrino por el caudal de su propio sueño, pero no nació para ello. Planeó ser un ladrón de palabras. Pensó que con el simple hecho de aprender mi lenguaje, de secuestrar mi canto, ya sería sabio. No, el don de leer eloja-dobosecreto de la vida no se compra ni se adquiere. Yo canto al son de los tambores, recorro el caudal del canto de los dioses y navego a voluntad de los seres principales. Soy un viajero eterno, porque así lo soy, así nací, así he de morir. Cuando me embriago con el lenguaje, con las palabras, descubro el origen del mal. Embriagarse con las palabras es la sabiduría.
En mí no hay brujería, pero me acusan de brujo, de hechicero. Hay gente envidiosa, inventan mentiras con el único propósito de denigrar mi personalidad. No pueden destruirme, me muevo bajo el imperio de las palabras, de las palabras sagradas de los dioses. Los jóvenes dicen conocer mucho, hablan de tantas cosas que ni ellos entienden, son huérfanos engañados, huérfanos de lenguaje. Se embriagan con alcohol ajeno. Hasta pelean, se matan por querer ocupar un lugar privilegiado en la vida, no se dan cuenta que están navegando hacia otro rumbo, donde anida la tristeza. Deben saber que la voz de un sabio es nítida, valiente, siempre honesta.
Lázaro tuvo valor, él había inventado una mentira con la intención de robar mi lenguaje, mi saber, el saber de un emisario. De nada le sirvió. La furia de la mentira se volvió contra él. El maleficio obró. Estaba supurado su pie.
Empezó a contar que su hijo mayor había fallecido no de enfermedad sino de hambre y dolor, como mueren todos los niños mayas. Irónico, tal vez porque su corazón estaba lleno de amarguras, de odio y sed de venganza, gesticuló levemente con las manos como queriendo pedir perdón. Le recordé que todos hemos de morir, nuestros primeros padres nunca llegaron a descubrir una planta curativa en contra de la muerte y quizá habrá para nosotros días luminosos. Luego volvió a matizar que no teme la muerte, porque es un simple reencuentro con los seres queridos que se han ido al reino de los muertos, al llamado K'atinbak, sino al hambre que destroza sin misericordia, al hambre que posee un poder destructivo.
Por eso se armó de valor, inventó mentiras, se hizo pasar por un hombre herido, no quería sufrir más, pensaba dejar la vida de los pobres y mudarse a otra forma de vivir, creía que un hombre sabio es un hombre rico, por eso intentó robar mi lenguaje. Pobre Lázaro, en su arrepentimiento no encontraba qué decir. Le pregunté si aceptaba su error, él asintió con un movimiento de cabeza. Aceptó su error por la misma evaluación de conciencia que hacemos todos. Admitir la debilidad de uno es comprender la realidad de nuestra sobrevivencia y conocer lo sagrado de un ser humano.
Como tú lo sabes Xmaruch, aquel que comete errores está destinado a morir, solamente puede salvarlo una docena de cuerizas. No tuvo más remedio que aceptar. Se acercó a mí y se puso de rodillas, empecé a chicotearlo, quedó revolcándose en la ceniza del fogón. Pensarán que soy cruel, por eso me dicen brujo, mensajero de la muerte, cómplice del pukuj. Pero no soy ni del uno ni del otro, simplemente soy un hombre que nació con el canto, con el lenguaje más precioso. Si no le doy unas cuerizas a Lázaro, su enfermedad se extendería como fuego en una pradera seca.
Hace mucho hablé con Lázaro y estaba feliz, sonriente el desgraciado, llevaba su tercia de leña y su manojo de hijos. Alcancé a ver en sus labios sinceridad, sentí su arrepentimiento y vi en sus ojos el aprendizaje de lo que provocó. Bajó la cabeza, se colocó frente a mí y me pidió consejo para una vida mejor.
Xmaruch, tengo el bienestar de la palabra, como si no hubiera pasado nada. Mi vejez vuelve más violenta la vida, nunca había sentido que fuera lento el día, siento como si algo cargara, un pesado bulto que no me deja avanzar. Algún día llegará la muerte. En eso pienso. Llegará la muerte y me pondré a descansar para siempre. Xmaruch, Xmaruch, dame otro trago de pox, con está bendita bebida siento de nuevo la palabra. La palabra nutre mi alma, me da vigor y fuerzas. 


Josías López K'ana, escritor tzeltal originario de Oxchuc, ha publicado en el libro
colectivo Palabra conjurada,San Cristóbal de las Casas, 1999.


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