La Jornada Semanal, 11 de junio del 2000



Jin Guantao y Liu Qingfeng

La profecía china de Toynbee

Jin Guantao es director del Instituto Chino de Cultura Contemporánea de la Universidad de China de Hong Kong. Liu Qingfeng es profesora y directora de la revista Twenty-first Century y coeditora del boletín de la Academia China de Pekín. Ambos vivieron los días de la revolución cultural y leyeron las profecías de Toynbee. ``Pensábamos que el historiador inglés había interpretado a China de manera equivocada. No creíamos que una sociedad antimoderna y autocrática, como la idealizada durante la revolución cultural, pudiera asumir la guía de la futura civilización humana'', nos dicen en este ensayo. Por otra parte puntualizan: ``Tampoco creíamos en las verdades absolutas de Mao Zedong, entonces celebradas como la salvación de China y del mundo.''

En 1950, en su discurso inaugural como presidente de la American Historical Association, el historiador americano Samuel Eliot Morison pronunció estas palabras: ``Ningún historiador auténtico puede considerarse libre de la espléndida luz que le ofrece su época, porque ciertamente escribe `sobre' el pasado, pero no `para' el pasado; escribe para el público de hoy y de mañana.'' Morison se preguntaba: ¿de dónde proviene la luz con la que se ilumina al pasado? ¿Se trata de la ``luz del mundo'' de la que habla la Iglesia católica? ¿O de la ``luz roja'' del materialismo dialéctico? ¿O se trata de las ``luces de neón'' de la publicidad moderna? Se sentía lleno de confianza al creer que había encontrado mejor la luz de su época y pensaba que, como historiador, podía asumir la responsabilidad ante su público.

Si a un paso del siglo XXI continuamos teniendo la misma confianza en nosotros y la misma honradez de pensamiento de las generaciones pasadas, y examinamos el siglo XX de manera sincera, debemos hacer un examen de conciencia y preguntarnos si nuestra época, basada en la luz de neón o en el láser de la publicidad de un mercado globalizado, puede aún ofrecer una ``espléndida'' luz de ese tipo.

La profecía de ToynbeeÉ

La idea de que tanto en la investigación científica como en la reflexión respecto a los problemas sociales se deba siempre buscar antes que nada la luz que ilumina la historia, ha suscitado entre nosotros, los estudiosos jóvenes, numerosas interrogantes. El primeroÊen presentarnos esa luz de la historia fue Arnold J. Toynbee. Al final de la revolución cultural china, alrededor de 1975, leímos un breve e importante artículo que Toynbee había escrito un año antes de su muerte, en 1974, cuyo título era: ``¿Quién asumirá en el mundo la posición de guía del Occidente?'' El contenido del artículo consistía esencialmente en poner toda la esperanza en China, a partir del sentimiento desesperado generado por la constatación de que Occidente no está capacitado para resolver todos los problemas creados por la moderna sociedad industrial. A este respecto, Toynbee exponía dos argumentos principales: en primer lugar, China no hubiera introducido un modelo de desarrollo comparable al occidental, no se hubiera alejado de la cepa originaria del proceso de la civilización humana, cuyo fundamento es la agricultura, y por lo tanto todavía tendría la posibilidad de elegir una nueva forma de sociedad e iniciar un nuevo capítulo para la humanidad. En segundo lugar, Toynbee estaba convencido de que la armónica convivencia de todos los pueblos presuponía una unidad política de dimensión mundial de la que surgiría una nueva cultura también mundial, capaz de acoger todas las culturas. Según él, en la historia de la humanidad, únicamente China disponía de la experiencia necesaria para ese fin, primero por haber mantenido su unidad política desde el final de la ``época de los reinos en lucha'' (223 a.C.), y segundo, por haber acogido al mismo tiempo influencias culturales extranjeras como, por ejemplo, el budismo. En consecuencia, preveía que si China no era capaz de sustituir a Occidente como guía de la humanidad, el destino de ésta sería más oscuro que nunca.

En aquellos años leímos una y otra vez ese artículo y, aunque éramos de la opinión contraria, quedamos impresionados. A nuestras espaldas teníamos una experiencia de dolor y desengaño, y sentíamos una repugnancia indecible frente a cualquier autocracia ideológica o persecución de cualquier persona. Nuestro pensamiento con respecto a ese artículo fue que Toynbee había interpretado a China de manera equivocada. No creíamos que una sociedad antimoderna y autocrática, como la idealizada durante la revolución cultural, pudiera asumir la guía de la futura civilización humana. Tampoco creíamos en las verdades absolutas de Mao Zedong, entonces celebradas como la salvación de China y del mundo. Los hechos testimoniaron muy pronto lo absurdo de la profecía de Toynbee. Cuando, dos años más tarde, murió Mao Zedong, el Partido Comunista Chino tomó distancia de la revolución cultural y señaló la meta a alcanzar, en plena imitación del moderno sistema económico occidental.

Aunque no compartiéramos la profecía de Toynbee, nos impresionaba la calidad de su investigación histórica y la actitud con la que enfrentaba el problema del futuro de la humanidad entera. Nos volvimos conscientes de que un historiador debe analizar los modelos ofrecidos por largos periodos de mutaciones sociales y tratar de aclarar los datos y los hechos históricos contingentes que configuran una realidad a menudo desconcertante. La búsqueda de Toynbee abarcaba capítulos enteros de la historia humana, y de ello nacía su convicción de que la civilización occidental estaba por derrumbarse. Era de la opinión de que la moderna sociedad industrial estaba sujeta, desde la época de su nacimiento, a dos principales contradicciones hasta hoy insuperables. En primer lugar, la expansión del capitalismo estaba destinada a aumentar incesantemente el contraste entre Norte y Sur, además de destruir la biosfera, lo que Toynbee definía como matricidio. Temía, en fin, que tarde o temprano la humanidad sufriría una terrible venganza por parte de la naturaleza. En segundo lugar, los contrastes de interés entre los estados nacionales, al igual que los conflictos culturales, estaban destinados a agravarse cada vez más. Y ya que la ciencia y la técnica modernas han llevado a una ``abolición de la distancia'' entre Estados, culturas, formas de fe e ideologías diferentes, éstas poseen armas atómicas que bastarían para borrar a la humanidad entera, y las consecuencias de un conflicto serían sumamente devastadoras. La conclusión de Toynbee fue la siguiente: ``Si no se logra realizar la unidad política a nivel global, es probable que la abolición de la distancia lleve al aniquilamiento de la vida en la tierra.''

Si tomamos como unidad de medida largos intervalos de tiempo, podemos constatar que estos problemas ya existían en los siglos XIX y XX. Toynbee escribió su monumental A Study of History porque advertía la crisis del Occidente y, en general, de la civilización humana. Es paradójico que sólo ahora, en una época en la que Toynbee está casi olvidado, regrese al centro de la atención la gravedad de los dos más grandes problemas que él había señalado.

...y la de Huntington

A partir de los años setenta empieza el gran desarrollo de la economía de Asia Oriental. Y en China, país que tiene una cuarta parte de la población mundial, se inicia, tras el rechazo de la línea maoísta, un rápido crecimiento que ha durado más de veintiún años. Al inicio de los noventa los expertos occidentales empezaron a observar que si el veloz crecimiento de China y Asia Oriental duraba más y esos lugares continuaban apropiándose de los sistemas de producción y de vida de América y de Europa occidental, el Occidente sería testigo de transferencias de riqueza y poder nunca vistas en el pasado, y también de una terrible destrucción de todas las formas de vida en la tierra. Fue entonces cuando el campo comunista, guiado por la Unión Soviética, se desplomó como un castillo de papel, resolviendo de manera sorpresiva la confrontación ideológica entre comunismo y capitalismo. Sin embargo, los intereses de los estados nacionales y los conflictos entre valores culturales y religiosos no sólo no se han debilitado, sino que, sin la reglamentación de las ideologías, se han vuelto todavía más manifiestos y brutales.

En 1993, en una reseña de los conflictos regionales después de la guerra fría, el estudioso norteamericano Samuel P. Huntington sostuvo que las líneas de rompimiento entre las diversas culturas del mundo de hoy se identifican con las áreas geográficas y están destinadas a alimentar los choques del futuro. En otras palabras, la tesis de Huntington sostiene que el conflicto cultural puede ser el motivo principal de conflictos políticos futuros, extendidos a todo el mundo. Incluso llegó a profetizar que si se llegara a otra guerra mundial, ésta sería una guerra entre culturas diferentes. La humanidad de hoy debe tomar en serio las razones que llevaron a Toynbee y a Huntington a formular sus profecías.

La legitimación del capitalismo

Hace veinticinco años, influenciados por Toynbee, empezamos a estudiar la historia según modelos macroscópicos. Descubrimos que, al igual que Marx, al estudiar el modelo de evolución a largo plazo de la sociedad humana, Toynbee descuidaba un factor primordial: la capacidad de los hombres de aprender de sus propios errores. Por lo tanto, no hay que tratar de entender el futuro sirviéndonos simplemente de los modelos del pasado. El status quo al finalizar el siglo XX nos lo demuestra con claridad. No obstante que la gran expansión del capitalismo y los conflictos culturales después del final de la guerra fría presentan algunas semejanzas estructurales con la Europa anterior a la primera guerra mundial, es improbable que la humanidad recorra una vez más el mismo camino del inicio de siglo. Hay que considerar que, en la mentalidad de la gran mayoría de los hombres, las opiniones actuales acerca del capitalismo son completamente diferentes a las del principio del siglo XX. En la época de Toynbee, muchos intelectuales tenían escasa confianza en la economía de mercado (más bien, muchos manifestaban abiertamente su hostilidad hacia ésta). Por el contrario, hoy los intelectuales en China y el resto del mundo son, en gran parte, partidarios de la omnipotencia del mercado. No obstante la injusticia y la contaminación ambiental producidas por la aplicación de la economía de mercado, la opinión preponderante es que esos problemas pueden resolverse perfeccionando ulteriormente los mecanismos del mercado, sin renunciar a él. Además, una gran mayoría de los estados nacionales se ha distanciado de la mentalidad según la cual los conflictos culturales se resuelven a través del colonialismo y la hegemonía cultural. Por lo general, se tiene la esperanza en la creación de un orden internacional que acepte la valorización de una cultura pluralista.

Sin duda alguna, la actitud actual de la humanidad hacia la economía de mercado y los conflictos culturales es una consecuencia de las dolorosas enseñanzas de la historia y de las experiencias extraordinarias y traumáticas del siglo XX, como ha demostrado el historiador francés F. Furet. Ya en el siglo XIX, el desarrollo de la economía de mercado había suscitado un odio difuso hacia la burguesía, que desembocó en el siglo XX en una especie de erupción volcánica. Después de la primera guerra mundial el comunismo se levantó como una tempestad, volviéndose praxis social durante más de setenta años, en nombre de los ideales de igualdad y justicia.

Nunca como en el siglo XX habían existido en la historia de la humanidad un idealismo tan violento y unos experimentos utópicos tan extensos, tendientes a la transformación de la sociedad humana. La finalidad del marxismo era aumentar de la manera más amplia las fuerzas de producción y liberar a la humanidad entera. Por el contrario, la aplicación del marxismo-leninismo produjo estrechez económica, absolutismo ideológico e incluso redujo a gran número de personas a la esclavitud. La paradoja del siglo XX es que, en lugar de ser una respuesta a la crisis de la modernización capitalista, el comunismo reforzó al capitalismo. Sobre la base de experiencias terribles tuvo que reconocerse que el capitalismo, comparado con la sociedad tradicional y con la totalitaria y autocrática, constituye un sistema más justo. Además, en el siglo XX la sociedad industrial moderna ha logrado extenderse más allá de los estados occidentales, llegando así a la disolución del predominio occidental iniciado en el siglo XVII.

Al finalizar el siglo XX, una humanidad que ha sobrevivido a dos guerras mundiales y a la guerra fría no tiene más elección que la de reflexionar sobre cómo puede construirse un nuevo orden internacional en el que coexistan Estados con diferentes tradiciones culturales. Al iniciarse el nuevo siglo, y con la mirada en la herencia intelectual del siglo XX, no se puede negar que la introducción del comunismo soviético y su ocaso, así como la superación (aún en proceso) del centralismo de Occidente, son los acontecimientos más importantes que ha vivido la humanidad.

La represión de la cultura china

Al inicio de los ochenta, nosotros, los autores de este artículo, publicamos un libro sobre la sociedad tradicional china, en el que sosteníamos la tesis de que el estado campesino monárquico-aristocrático, fundado en la época Han, había logrado una gran unidad, por el hecho de que la sociedad china poseía una forma particular de organización que conservaba sustancialmente inamovibles sus estructuras sociales más allá de las mutaciones cíclicas de la dinastía. La teoría de la ``superestabilidad'' de la sociedad china que introdujimos tuvo un eco muy amplio. Posteriormente analizamos cómo esa estructura había influido en la China moderna, en particular la estrecha relación de ésta con el Partido Comunista Chino.

Los ochenta fueron para China un periodo de gran liberación del pensamiento. La mayoría de los intelectuales nos empeñamos en las más variadas actividades culturales no oficiales, para acelerar la modernización china. En diciembre de 1988, en un discurso en la asamblea constituyente de la ``Sociedad de Investigación para la Futurología'', sostuvimos que, al dirigir la mirada al desarrollo futuro de la sociedad humana, no podíamos soslayar las dos grandes herencias del siglo XX, es decir, el final del centralismo occidental y la quiebra del experimento comunista. Ni siquiera imaginábamos las consecuencias de este discurso: en primer lugar, la condena que seis meses después nos infligieron las autoridades chinas, acusándonos de ser instigadores del movimiento popular de 1989. Así empezó para nosotros la vida en el exilio, destinada a durar por un tiempo imprevisible, mientras se confirmaba nuestra previsión de la caídaÊdel comunismo soviético y de la Europa del Este. ¿Cómo tenemos que juzgar hoy las ideas que entonces nos hacían esperar un futuro mejor?

Por desdicha, la vida de los intelectuales en la China de finales del siglo XX se ha vuelto un tormento. Esto no sólo es consecuencia de la represión oficial, sino también de un sentimiento de impotencia que crece sin cesar y hace creer que los intelectuales sufren de una especie de osteoporosis del pensamiento. Muchos de ellos afirman que las injusticias sociales, cada vez más graves, así como la corrupción y la decadencia moral ante la mirada de todos, pertenecen a la inevitable fase inicial de la acumulación capitalista. Quienes critican al capitalismo o proclaman desafiar a la cultura occidental con presuntos valores asiáticos, alimentan una ``nueva izquierda'' y llegan incluso a considerar realmente eficaz, para la superación del capitalismo, a la revolución cultural de Mao Zedong. Para algunos, la culpa de los acontecimientos de la Plaza Tiananmen es del presunto radicalismo de los años ochenta, y levantan los grandes estandartes del tradicionalismo y del conservadurismo, de donde derivan un nacionalismo obtuso y un posmodernismo alterado. Estas diversas corrientes ideológicas dominan los años noventa y atestiguan una pobreza intelectual y también una superficialidad hasta hoy desconocidas.

¿Comunismo o fascismo feudal?

¿Cómo han podido los intelectuales de hoy perder su conocimiento y su capacidad crítica? El idealismo de los intelectuales de los ochenta derivaba de una sensibilidad profunda por la historia: sabían bien que en Occidente la aspiración hacia un ideal de superación del capitalismo sólo había llevado a un mejoramiento del mismo capitalismo, sin que éste se hubiera transformado en un sistema comunista. No por casualidad China y Rusia, que habían tenido un escaso desarrollo capitalista, se empeñaron en realizar el comunismo. Por otro lado, la historia del comunismo chino comprueba que, en realidad, este movimiento no tenía como propósito la construcción de una sociedad capaz de superar al capitalismo, sino más bien el desarrollo renovador de la tradición autóctona en el proceso de modernización china, dirigido contra Occidente.

El ascenso del Partido Comunista Chino en el curso de una guerra campesina se pareció mucho a un cambio de dinastía de los viejos tiempos. En 1958, los cuadros del Partido Comunista llevaron a cabo un experimento de comunismo en las aldeas, sobre la base del Libro de la Gran Armonía de Kang Youwei. Ese libro es, sin embargo, el resultado sincrético de la mezcla del viejo concepto confuciano de la ``gran armonía'' con el budismo y con la compleja tradición moderna de China. Además, considera el futuro humano en una sociedad altamente desarrollada desde el punto de vista técnico y científico, donde cada quien pueda poseer una bicicleta, esté abolida la propiedad privada e incluso los antiguos tesoros se confíen a la colectividad. También sostiene que hombres y mujeres deben rasurarse completamente el cabello y hasta el vello del pubis, para mostrar así una igualdad que no permita reconocer el sexo. Desde el ordenamiento de las ceremonias fúnebres reglamentadas, hasta la descripción de la pos-escuela, todo recuerda las imágenes de chinos y chinas, jóvenes y viejos, en uniforme azul durante la revolución cultural. ƒsta mostró a los intelectuales chinos que existía cierto parecido entre el régimen comunista y la autocracia feudal de la historia; incluso se habló de fascismo feudal.

El movimiento de liberación intelectual de los años ochenta había tomado su punto de partida precisamente de la reflexión crítica sobre la revolución cultural. En ese entonces, los intelectuales se mostraban llenos de conciencia crítica y de espíritu creativo. Se oponían a la autocracia ideológica y no consideraban al capitalismo como el ideal más alto de la humanidad. El filme para televisión La elegía del río simbolizaba el espíritu de esa época. No carece de defectos, por cierto, pero muestra sin ambages el paralelismo entre la cultura del Partido Comunista y la tradición e incita a la creación de una nueva civilización con espíritu intrépido y crítico. Por el contrario, la pérdida de conciencia crítica en los noventa se originó en un compromiso con el absolutismo ideológico y fue una traición al espíritu de los años ochenta.

La luz de la historia

¿Podemos encontrar la luz perdida de la historia? Esto depende de la medida en que seamos capaces de mirar de frente a las ya mencionadas dificultades de los años noventa y reflexionar en la condición de nuestro pensamiento. Si acaso puede parecer que un espíritu escéptico y crítico no tiene ya importancia, debemos recordar que, después de la segunda guerra mundial, André Malraux escribió las siguientes palabras cuando se opuso a la tesis de la desaparición del espíritu europeo: ``Pero también es verdad que los hombres de este pedazo de tierra que llamamos Europa -y sólo de éste-, siglo tras siglo bajo el yugo del destino, escudriñaban de manera incansable en las tinieblas, con la mirada siempre hacia adelante, para encontrar un significado en el gran caos del universo.'' Las palabras de Malraux todavía son válidas, sólo hay que corregirlas en el sentido de que en la búsqueda del nuevo significado no debe actuar únicamente Europa, sino también los intelectuales de China y de muchos otros países.

Traducción de Annunziata Rossi