La Jornada Semanal, 11 de junio del 2000



Rosa Aurora Chávez

cuento

Cadencia rota

Rosa Aurora Chávez nos entrega este juego surrealista en el cual lo onírico, el roce de los cuerpos y el deseo de estar cerca de la otredad y, si es posible, fundirse con ella, toman los nombres y las hermosas formas de las notas. Así, DO, RE, MI, FA, SOL y, en silencio, LA y SI, nos ponen a pensar en el ``A noir, E blanc, I rouge, U vert O bleu...'' del trágico juego de Rimbaud.

Para Alda

A noir, E blanc, I rouge,U vert,O bleu: voyelles,
Je dirai quelque jour vos naissances latentes:
A, noir corset velu des mouches éclatantes
Qui bombinent autour des puanteurs cruelles...

J.A. Rimbaud

Una vez, de repente, a media noche
se despertó la música...

José Emilio Pacheco

Un sonido abrió la puerta.

Entraron las teclas del piano y una de ellas me arrojó lejos de la cama. DO reía dentro de la tecla mientras yo, confuso, de boca al suelo, buscaba los zapatos. Mis dedos se arrastraban entre la pelusa de la alfombra.

Las notas atacaron por sorpresa.

Su primer arma fue el recuerdo. Cada una guardaba dentro de sí un fragmento de los que había sido Elena. La casa se inundó de tonos que me estremecieron, bocas que gritaron como cuando sus manos danzaban sobre las teclas y mi aliento acariciaba sus oídos: entonces, las cuerdas chillaban su deseo de frotarse unas contra otras. Confieso que degusté todos sus sabores. Mi lengua fue libre bajo su falda: entonces, las notas se atropellaban en el preámbulo de descubrir la fuga y el crescendo más potente y estruendoso. El piano se quebraba de placer.

Elena guardaba en su vientre el olor de las últimas notas, exhaustas.

Las noches fueron conciertos hasta el día en que la hallamos muerta. Yo no supe qué hacer, pero ellas, todas ellas corrieron asustadas a refugiarse dentro del piano.

Me castigaron con el silencio. ¿Por qué? Si yo no la había matado.

A tientas lograba llegar hasta el piano y esperaba.

Esperaba toda la noche con los oídos despiertos, quizás alguna saliera, quizá mi presencia les despertara curiosidad. Esperaba.

El piano mudo sólo desprendía humedad.

Insistí porque confié en que ellas se iban a cansar primero, eran tantas y estaban tan gordas y tan apretadas que debía ser muy molesto vivir en un espacio estrecho como la caja del piano. ¿O es que habían decidido compartir el destino del cuerpo de Elena al silenciarse? Sin embargo, yo sabía que eran las notas, y no la tumba, lo que me apartaba de ella. Hoy, que al fin tuve valor de dormir solo en el cuarto, decidieron reventar el piano y subir, crepitando el barandal con los ruidos de la noche para torturarme, cuidándose de ejecutar los sonidos que en otros tiempos ella ordenó.

Estrecharon la distancia.

SOL me devolvió sus labios, SI encordaba mi cuerpo con el pentagrama, DO me regaló su pelo, la clave de FA me desvestía, LA me nombraba, a RE le salieron piernas, MI jadeaba y ella apareció en la música, todo su cuerpo era sonido. Debía tocarla con cuidado para no traspasar su nueva consistencia. Elena sonata con formas de mujer. Elena estridente. De pronto las notas se separaron y disolvieron su presencia en sonidos sin armonía. Jugaron a confundirme con risillas entrecortadas que rompieron en las esquinas del cuarto causando una turbulencia que casi me ahoga.

Mis brazos buscaron la salida, pero mi cabeza dio con el muro. Gateando, arrastrando mi cuerpo volví a intentarlo, pero las notas se obstinaban en cerrar el camino burlándose de mí: hacían que el muro tomara formas ondulantes para que yo me estrellara; pasaban flotando junto a mí, eran plantas viscosas en un túnel de paredes ásperas.

El aire arrancaba al cuarto un aroma de sal.

Mis trajes, sus vestidos también naufragaban y trataron de enredarme con sus patas y sus brazos y así arrastrarme con ellos en su viaje al fondo del zumbido.

FA oprimió mi garganta y lloré porque las notas me hundían; en un cuerpo de mar había encallado.

Entonces preferí el silencio; o por qué no: enterrar el ruido bajo un estruendo mayor; reventar todas las cuerdas y con ellas el dolor que las notas me devolvían; caer sobre las teclas en un percutir creciente, tempestuoso.

Aferrado a una cadencia aguda crucé sobre el barandal mis piernas para impulsarme.