La Jornada Semanal, 28 de mayo del 2000



cinexcusas

Luis Tovar

La ley de la selva

En días recientes, una gran cantidad de miembros de la comunidad cinematográfica nacional ha hecho pública su insistencia en que se emita, por fin, el reglamento correspondiente a la nueva Ley Cinematográfica, para que ésta pueda entrar en vigor. Como se recordará, los procedimientos jurídicos pertinentes establecen que el reglamento en cuestión debía haberse publicado en un término de noventa días, contados a partir de aprobada la Ley que debe sustituir a la anacrónica que hoy rige al cine mexicano y que viene de los años cuarenta. Desde entonces ha pasado alrededor de un año, y el reglamento de marras sigue en el limbo.

Entre los posibles motivos de tan exagerada tardanza destaca, por su relevancia, el áspero asunto del doblaje (del que ya hemos hablado en este espacio), que continúa navegando en una más que peligrosa indefinición. No es ocioso repetirlo: si se le da carta abierta a las grandes distribuidoras para que, según sus propios criterios, doblen al español todas las películas habladas en idioma extranjero, lo primero que va a pasar es que tendremos una cartelera llena de obras alteradas en algo tan fundamental como la lengua en la que fueron concebidas.

Al respecto, no es válido el argumento según el cual el doblaje permitiría que una gran cantidad de público acceda con mayor facilidad a la comprensión de la película que está viendo. Como se dijo por ahí, sería igual pretender que Magneto grabara todas las canciones de los Rolling Stones para que puedan entenderlas quienes no saben inglés. Se ha insistido mucho en esto, pero a mucha gente no parece quedarle claro que es absolutamente indispensable establecer la obligación de respetar la totalidad del contenido de cada película y eso incluye, desde luego, los diálogos.

De hecho, el subtitulaje con el que contamos actualmente no es todo lo bueno que uno quisiera. Casi no hay película en la que no aparezca una sustitución artera de términos y, por consiguiente, de significados (para muestra baste el típico son of a bitch-hijo de puta- convertido en un inusual e inexacto ``bastardo''). La pérdida más grave que implica el doblaje es la del timbre de voz, el ritmo del habla, la dicción y la intención del tono que cada actor -de acuerdo con las instrucciones del director- le imprime al personaje que está interpretando. Y eso es algo que ningún doblista puede remplazar, por bueno que sea su trabajo, pues para ello tendría que haberse preparado por lo menos igual de bien que el actor a quien le está prestando la voz.

Peras y olmos

Como también hemos dicho en este espacio, el doblaje indiscriminado no sólo atentaría contra la integridad de las producciones extranjeras, sino que tendría un efecto negativo todavía incalculable contra la cinematografía nacional. La razón es muy sencilla: al momento en que la cartelera ofrezca más y más cintas dobladas al español, los filmes nacionales perderán una de sus principales ventajas, que es la de atraer a un público interesado en ver (y escuchar) una historia concebida y desarrollada en su propio idioma, sin el paso de la muerte que muchas veces implica una traducción. Aquí entra en juego una serie de factores, entre los que destaca la distancia abismal que va de la promoción que suele hacérsele a una película estándar hollywoodense -ver ``Cinexcusas'' del 30 de abril pasado- y la que antecede a una cinta mexicana promedio. Sin temor a equivocarnos, podemos estar seguros de que a esa disparidad se añadiría, en cada anuncio, la siguiente leyenda: ``Totalmente hablada en español'', como un gancho más para atraer a la audiencia. De este modo, el ya de por sí pobre interés que las grandes distribuidoras muestran por el cine mexicano se reduciría casi hasta desaparecer, ya que su propósito nunca ha sido -y, de acuerdo con su propia lógica, no tiene por qué serlo- difundir la producción nacional por el mero hecho de ser Made in Mexico. Las distribuidoras no hacen su trabajo para ganarse el prestigio de difusoras culturales ni muchísimo menos; son empresas mercantiles que, en ese sentido, están ocupadas de tiempo completo en invertir su capital para generar utilidades. Para ellas, las películas son productos y las personas son consumidores, y no hay nada más natural para una empresa que privilegiar en sus estrategias de mercado los productos de mayor consumo.

El chovinismo
de la Malinche

Los muchos años durante los cuales se le ha hecho creer al público que cualquier película es buena por el simple hecho de ser extranjera, ha tenido como resultado un desprecio a priori del cine mexicano, exacerbado por ciertos aires de perdonavidas que acostumbran adoptar algunos de quienes opinan públicamente sobre estos temas. La objetividad con la que se analiza cualquier cinta foránea suele dejar su sitio, cuando se trata de hablar de una película mexicana, a una minuciosidad siempre dispuesta a señalar hasta el más mínimo error. Se pasa de representar el papel de juez a exagerar el de fiscal, con toda la carga de parcialidad que eso conlleva. No se trata, por supuesto, de invertir los términos y ser indulgentes porque sí con las películas nacionales, pero es necesario dejar atrás un malinchismo que no hace mejor crítico al crítico, y que sólo sirve para alimentar los prejuicios en contra de nuestro cine.

Para empezar a contrarrestar toda esta problemática, es urgente que entre en vigor la nueva Ley Cinematográfica, a menos que queramos seguir bajo la ley de la selva que hoy nos rige.

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