La Jornada Semanal, 28 de mayo del 2000



R.H. Moreno-Durán

la donna é mobile

La Niña Chole

El Marqués de Bradomín, ``feo, católico y sentimental'' conoce a la fogosa Niña Chole, hermosa, mexicana y tropical. En la sonata de Valle-Inclán, los personajes principales son el paisaje y el español de México (Tirano Banderas vendría a culminar el proceso de conocimiento del alma americana que Valle inició en su primer viaje a México). Moreno-Durán rinde homenaje a la prosa del Marqués y nos entrega los rasgos de la prodigiosa Niña Chole, mujer poderosa que ``le enseña al Marqués que lo único es vivir a fondo el carpe diem de la cópula, el momento presente del cuerpo que regresa, así haya sido mancillado por otros labios y otras manos...''

La primera vez que la vio, el marqués Xavier de Bradomín se sintió atraído por su hermosura y crueldad y fue objeto ``de una voluptuosidad depravada y sutil''. La fragata La Daliladobla la Isla de Sacrificios y da fondo en aguas de Veracruz. Las aguas bañan el Castillo de San Juan de Ulúa y a lo lejos destaca la cordillera de Orizaba. Entonces ella, asomada a la borda, ve a un grupo de negros que divierten a los viajeros jugándose la vida entre los tiburones. Elige al que le parece más osado y le ofrece varias monedas de oro por matar a uno de los escualos y cuando el negro, triunfal, se acerca a recibir su premio, es devorado por otros tiburones. Entonces ella, impasible, tira las monedas al agua ``para el flete de Caronte''. Desde ese mismo instante, el Marqués queda a merced de esa mujer dotada de ``una belleza bronceada, exótica, con esa gracia extraña y ondulante de las razas nómadas, una figura hierática y serpentina, cuya contemplación evocaba el recuerdo de aquellas princesas hijas del sol, que en los poemas indios resplandecen con el doble encanto sacerdotal y voluptuoso''. El marqués de Bradomín, ``feo, católico y sentimental'', acaba de descubrir a través de la exuberancia tropical de la Niña Chole el verdadero sentido de la Tierra Caliente.

Y eso es tanto como descubrir a México en los albores del siglo, lejos de las ciudades. Es la provincia tropical llena de ruinas de palacios, pirámides y templos, donde los caciques y los ``plateados'' hacen la ley para violarla. Las grandes haciendas son como países autónomos y no hay deber mayor que el de cumplir lo que ordenan los instintos. El Marqués vive una grata paradoja: huye de una mujer europea sólo para caer en las garras de una tórrida mexicana. Y lo que va de esa ``quimérica marquesa de Bradomín'' a la Niña Chole, es lo mismo que separa los apergaminados linajes españoles de la espontaneidad vital y lujuriosa de una vasta porción del Nuevo Mundo. En su presentación, el Marqués es jactancioso hasta lo insufrible: ``Los españoles nos dividimos en dos grandes bandos: uno, el marqués de Bradomín, y en el otro, todos los demás.'' No obstante tal presunción, la Niña Chole acepta cabalgar con él hasta San Juan de Tegusco, a fin de poder defenderse mejor de las emboscadas de los ``plateados'' que asolan la región. Más tarde, ante la hermana donada del priorato de las Comendadoras Santiaguistas, donde hacen noche, en plena complicidad con su acompañante la Niña Chole se hace pasar por su esposa. También miente ante la madre abadesa y las demás monjas. Larga es la noche en la que ambos comparten el mismo aposento. Los frenéticos avances del Marqués son hábilmente neutralizados por la sagacidad de una mujer que es altamente consciente de las debilidades del hombre. Más compadecida que excitada y a tenor de las campanadas de agonía, ella se abandona por fin y el Marqués quiere ser fiel a su prestigio: ``Mis manos, distraídas y paternales, comenzaron a desflorar sus senos. Ella, suspirando, entornó los ojos, y celebramos nuestras bodas con siete copiosos sacrificios que ofrecimos a los dioses como el triunfo de la vida...''

Pero la Niña Chole guarda un terrible secreto y de ahí su inicial cautela ante el forastero, aunque también teme por la suerte de ambos tras la noche en el convento. Su amante es su propio padre, el general Diego Bermúdez, un sujeto tan despiadado que no vaciló en asesinar al hombre con quien ella quiso huir para liberarse del estigma que vive. Sin embargo, y a la luz de varios sucesos, una cosa son sus lastimeras palabras y otra lo que en el fondo parece sentir. Es voluble y caprichosa, consciente de la impresión que causa en todos los hombres y, amén de su inquietante belleza, una inteligencia artera y cruel domina sus actos. Esto lo intuye el Marqués en los incidentes que tienen lugar en el convento, con el bandido Juan de Guzmán (``hermoso como un bastardo de César Borgia'') que es atacado por mercenarios para cobrar la recompensa ya que tiene ``la cabeza pregonada''; la Niña Chole no vacila en pagar con su propia pecunia por su libertad. Más adelante, otro suceso pone sobre aviso al enamorado Marqués, que no puede ocultarÊsus celos. Un hermoso príncipe ruso que suele retozar con un mulato y que, obviamente, ofrenda por partida doble en el altar de ``Hebe y Ganimedes'', merece de la Niña Chole coqueteos explícitos y miradas de complicidad erótica. Luego, en las ferias de Grijalba, a donde acuden en medio de una Corte de Milagros, la Niña Chole pacta una atrevida apuesta con el ruso, pierde y tiene que pagar: por cada cien onzas ella debe darle al ruso un premio en especie. Fuera de sí, y cada vez más aguijoneado por los celos, el Marqués paga en metálico la deuda antes de que el ruso se cebe en el cuerpo de su amada. Esto no impide que, ya a solas, la Niña Chole complazca los más extraños caprichos de su amante y que disfrute a fondo todas las fantasías propuestas: se destrenza el cabello y, vestida con su blanco huipil, se le entrega excitándolo con su antigua lengua indígena. Luego, el bello cuerpo moreno de la mujer representa lo que el Marqués le pide a tenor de siete sonetos del Aretino, que él cita en plena coyunda, en especial uno, que repiten dos veces: ``Era aquel divino soneto que evoca la figura de un centauro, sin cuerpo de corcel y con dos cabezas...''

Pero los hechos se precipitan: la Niña Chole es rescatada por su padre y amante, a quien ella, de rodillas, llama ``mi rey querido''. El general la levanta del suelo, la coloca sobre su caballo y, con inocultable prepotencia, se la lleva a su hacienda. Incapaz de hacer algo, convencido de que hay más voluntad en la muchacha que violencia en el padre, el Marqués prosigue su camino hasta llegar a sus propiedades en Tixul. Los celos y los recuerdos lo acosan pero el azar viene en su ayuda. Los ``plateados'' han raptado a una criolla y, en cruento combate en el que muere su capitán, la dejan en los dominios del Marqués. Es la Niña Chole quien, pese a la matanza que involuntariamente desata, vuelve a ser la misma de las más tórridas veladas. Segura de la impaciencia del hombre y casi sin mediar palabra se desnuda, se perfuma para él, se le entrega. Pero luego el Marqués, con descarado machismo, interpreta a su favor las incidencias a que condujo la reconciliación ¿Dónde quedan entonces sus celos y el autoflagelo a que se sometió cuando -por inocultable cobardía- no se enfrentó al rival que sin oposición se llevaba a su hembra? La sabiduría erótica de la mujer y su conocimiento de la vanidad viril se ponen de manifiesto cuando, una vez saciados todos sus apetitos, incrementados por la separación, explica la verdadera razón del enorme placer que les ha deparado el reencuentro: ``Tienes que perdonarme. Si hubiéramos estado siempre juntos, ahora no gozaríamos así. Tienes que perdonarme.'' Así parezca cínica, ¿no es esta una de las más rotundas pruebas del dominio de la mujer sobre su cuerpo y los designios autónomos de su voluntad? La Niña Chole le enseña al Marqués que lo único que importa es vivir a fondo el carpe diem de la cópula, el momento presente del cuerpo que regresa, así haya sido mancillado por otros labios y otras manos, y que se le ofrece a espaldas de la vanidad herida y la retaliación moral. Pero el Marqués, que se considera ``un Don Juan admirable'', conjuga el verbo amar por estaciones y quiere aplicarle a su relación estival en México el mismo criterio que utilizó con María del Rosario en la primavera italiana, con Concha en el otoño gallego y con María Antonieta en el invierno navarro. Y lo que dice de María Antonieta, tan apasionada como la Niña Chole, quiere convertirlo en dogma de sus conquistas: ``A las mujeres apasionadas se las engaña siempre.'' La Niña Chole, más sabia y experta que las otras amantes del Marqués, sonríe mientras que él, acordándose de alguna mujer que lo sometió a idéntico trance, no sabe si la ama o en realidad la aborrece...