La Jornada Semanal, 21 de mayo del 2000



Adriana González Mateos

entrevista con Juan Goytisolo

Goytisolo y su imitación de Cristo

``Cada personaje representa una verdad, en un universo donde todo es relativo'', afirma Juan Goytisolo en referencia a los seres que pueblan su más reciente novela, editada por Seix Barral, entre los que se cuentan Roland Barthes, Luis de Góngora, Manuel Puig, Menéndez Pelayo y hasta el propio Goytisolo, entre otros. Este ecléctico grupo de ``pájaros de vario plumaje y pluma'' vive una carajicomedia que se hace eco de la original, escrita hacia 1504, pero que contiene también las voces y los temas que llenan este fin de siglo de dudas, preocupaciones y amenazas tan variadas como los registros literarios de Goytisolo.

Todo empieza con una insinuación discretísima: el reverendo padre es traductor de Cavafis. Su resolution to control myself and change dura unas pocas páginas, antes de que empiece a bailar un pasodoble y alguien murmure por allí: ce qui est sur c'est que s'il joint les mains pour prier, il entrouvre au meme temps autre chose, pero ha sido suficiente para que el entendido lector se pregunte: ¿por qué Juan Goytisolo elige a un fraile como personaje y narrador de su última novela, Carajicomedia de fray Bugeo Montesino y otros pájaros de vario plumaje y pluma? ¿Se estará volviendo un conservador?

Esta novela tiene un antecedente: el texto original, Carajicomedia de fray Bugeo Montesino, fue escrito hacia 1504 por un eclesiástico. Era un homenaje a las hazañas del carajo de otro eclesiástico, recompensado por Isabel La Católica porque apoyó la causa de ésta contra su hermano Enrique IV. En recompensa, la reina le otorgó las rentas de cuatro mancebías, y este otro fraile escribió en su honor la Carajicomedia. Parece que era un follador, como dirían en España. Mi personaje, el pere de Trennes, se considera una encarnación de fray Bugeo.

-El excelente sacerdote hace su aparición en un mundo fervoroso: fieles a los mandatos de su apostolado, las Hermanas del Perpetuo Socorro, devotas del Niño de las Bolas y su Vara de Nardo, recorren las calles, los cines, los urinarios, los bares y los cafés en busca de algún hacedor de milagros que quiera compartir sus devociones en imitación del Enclavado en la Cruz. La parodia del lenguaje religioso enlaza lugares santísimos como el cine Luxor en París y las tiendas de artículos devotosÊen Christopher Street, así como a varones de reconocida santidad, como Néstor Almendros, Roland Barthes, Severo Sarduy o Manuel Puig. Entretanto, el pere de Trennes mantiene una encarnizada rivalidad con Juan Goytisolo, que se queja de su asedio, sus intentos de imitación, su enfermiza necesidad de identificarse con él. En ciertos momentos es difícil discernir quién está hablando:

-Desde el principio hasta el final esta novela es una parodia completa de mí mismo. Esto me permite parodiar cualquier otro discurso. Sigo la huella de Cervantes: no es posible sacar ninguna tesis de El Quijote. Cada personaje representa una verdad, en un universo donde todo es relativo. No hay posibilidad de extraer ninguna tesis, porque inmediatamente es contradicha por otra.

-Vamos a ver qué pasa con una verdad que me parece indudable: el valor de Goytisolo, su capacidad para asumir la responsabilidad de ser un intelectual crítico, dispuesto a sostener posiciones muy claras y a participar en los acontecimientos. Ahí está una trayectoria que se remonta a su oposición contra Franco e incluye, en fechas recientes, su Cuaderno de Sarajevo, sus artículos criticando los estallidos racistas en Almería, su defensa de los narradores orales en Marruecos. No obstante, la primera página de Carajicomedia se burla de la poesía de los republicanos españoles con tanta crueldad como la que victimó a los poetas franquistas en un libro anterior, Las semanas del jardín.

-No hay que confundir los valores cívicos con los valores literarios. Son cosas enteramente distintas. Tengo actitudes cívicas y políticas muy concretas y he escrito libros vinculados con ellas, como Cuaderno de Sarajevo, pero cuando entro en el terreno literario es otra cosa: hay que dejar la militancia en el guardarropa y hacer literatura. En España, durante el franquismo, surgió una literatura antifranquista, pero la mayor parte de ella desapareció con el dictador, porque su única razón de ser era criticarlo. Ocurrió lo mismo durante la guerra civil española: no hablo sólo de la poesía fascista, que era repulsiva, pues también entre la poesía del lado republicano hay muy pocos poemas que podamos leer ahora. Curiosamente son los poetas menos comprometidos los que todavía se pueden leer. Pienso por ejemplo en Luis Cernuda: escribió, desde el lado republicano, una serie de poemas donde no hay militancia. Hay un dolor por la guerra civil. Si lo lees ahora te conmueve, mientras que los poemas militantes contra Franco no resultan legibles.

-A veces, esto crea conflictos con algunos lectores, como el profesor que alega, en el curso de Carajicomedia: ``Su representación de la homosexualidad me parece cuando menos equívoca: adolece de pasividad y masoquismo [...] Sus personajes carecen de la conciencia y del orgullo militante de hoy, no transmiten al lector gay opciones políticas radicales ni le incitan a defender sus derechos.''

-Toda mi vida he sido objeto de críticas ideológicas. Cuando era joven viví en el exilio. Tomé una posición política muy clara, y sin embargo el Partido Comunista me decía: ``Ya sabemos que usted está en contra de Franco, pero ¿dónde están los héroes positivos, cuál es el papel del proletariado en sus novelas?'' Con el tiempo esto cambió, pero aparecieron voces similares. Desde el discurso feminista se me ha preguntado: ``¿Dónde está la reivindicación del papel de la mujer en sus obras?'' Y ahora, los portavoces del discurso gay me dicen: ``En fin, sus personajes, aunque sean homosexuales, no manifiestan el orgullo gay, no hablan de la ley de parejas, ni de matrimonio, ni del ingreso al ejército...'' Pero la novela no tiene que ver nada con esto. Es el territorio de la duda.

-El territorio de las verdades relativas, y también el de las voces diversas. Por eso Carajicomedia está poblada por voces múltiples: la de un transexual violado por una pandilla de neonazis, las voces del '68, las transformadas por la aparición del sida. Y también voces antiquísimas, procedentes de los Siglos de Oro o de la Edad Media, de un pasado en el que usted descubre actitudes y preferencias olvidadas por la ortodoxia.

-Como mi personaje ha reencarnado a lo largo de varios siglos, hay diálogos donde participa Luis de Góngora, o un personaje del Guzmán de Alfarache, o don Marcelino Menéndez Pelayo, que se funden en la irrealidad de la novela. Es el reino de la acronía: no hay tiempo. Todo lo que he hecho en los últimos treinta años es un diálogo con el corpus de la literatura española: con San Juan de la Cruz en Las virtudes del pájaro solitario, con el Arcipreste de Hita en Makbara, y aquí quería hacer algo en relación con el Cancionero de burlas, que es este cancionero del siglo xv lleno de obras eróticas, algunas de ellas obscenas, divertidísimas, que nadie conoce. Quise escribir una moderna Carajicomedia, pero claro, entre el original del siglo XVI y la que escribo yo en vísperas del año 2000 está Cervantes.

-Está también el contacto con los narradores orales de la plaza de Xemaá-El-Fná. Usted ha narrado su lectura del Arcipreste de Hita entre esos juglares, cuentistas, recitadores del Corán y las Mil y una noches.

-Precisamente por su riqueza de registros, los narradores orales me parecen incomparablemente más valiosos que un autor de bestsellers, porque estos últimos se caracterizan por su prosa sin modulaciones. De la procacidad de estos cuentistas callejeros, de sus gestos, albures y juegos de palabras se puede aprender mucho más sobre nuestra literatura, en especial la literatura de la Edad Media, que de tantos estudios anémicos, que aíslan los textos y los privan de su relación con los lenguajes de la calle. Pero los narradores orales están amenazados por la modernidad. En mi opinión, ese es el mayor conflicto que estamos presenciando: la lucha de las civilizaciones, de su memoria y su riqueza cultural, contra la modernidad que las está destruyendo. Y así puedo sintetizar mi propia posición: he pasado de la extrema izquierda al conservadurismo, ya que nada me parece tan importante en estos días como la necesidad de conservar: conservar los ecosistemas, las tradiciones orales, los lugares cargados de cultura, como la plaza de Xemaá-El-Fná.